Andanza LI: Espronceda - Estella/Lizarra
Día: 21/06/2015
Hoy nos hemos levantado lúcidos como el día
y un chispazo de consciencia nos ha puesto de manifiesto que la moto viene a
ser engendro donde todas las incomodidades tienen su asiento, como diría
Cervantes. Es aberración de la técnica que, salvo en actitud dinámica o
mediante el auxilio de un sostén asociado, ni siquiera mantiene el equilibrio. Por
su condición desabrigada es también foco de atracción de inclemencias y
adversidades diversas: fríos que agarrotan las articulaciones, calores que
deshidratan hasta la mollera, objetivo de aguaceros imprevisibles y títere en
manos del viento, ese bendito elemento amigo de zarandear sin contemplaciones. Y
qué decir de su cualidad para convertirse en blanco de insectos y aves
suicidas, así como de cualquier otro bicho que tiene a bien merodear por la
calzada. No debemos ocultar su potencial para generar pendencias y disputas
subidas de tono con el pasajero/a por nimiedades tales como establecer la parte
proporcional que a cada cual corresponde de su exigua capacidad para
transportar equipaje o las relacionadas con los diferentes puntos de vista
respecto a la comodidad del asiento trasero. Tampoco podemos olvidar su faceta
de monstruo fagocitador de ruedas a precios astronómicos. Y así, por no
extendernos más, dejamos en el tintero un sinfín de sus otras “virtudes”.
Nosotros, diletantes de la metafísica, en
más de una ocasión hemos echado mano alegremente de la filosofía para intentar
dar explicación a lo inexplicable, es decir justificar la atípica conducta de
quienes somos apasionados de semejante vehículo, pero seguramente ni un nuevo
Sócrates se vería capacitado para sacarle el sentido a tal conducta y,
probablemente, aún extrayendo del Hades al antiguo, éste habría de volver a su
reposo ofuscado por no conseguir desentrañar el misterio. Así que no nos
engañemos, no hay ciencia que haya descubierto analgésico paliativo, ni
siquiera placebo engañoso que destierre el mal que nos aqueja, por tanto cada
loco con su tema y al lío, que en el que nos hemos metido hoy es de trayecto
breve pero de amplias calidades.
Empezamos por Espronceda, tranquila villa
con nombre de poeta enclavada en el valle de Aguilar, en la Tierra Estella
Occidental.
Espronceda, como todos los pueblos de la zona que se cobijan en la vertiente
sur de la Sierra de Codés, mantiene un estado permanente entre el sueño y la
vigilia. Dormita a diario placenteramente al abrigo de bullicios. Los domingos
se sobresalta con algún alboroto que otro, el causado por el repique de
campanas llamando a misa a unos pocos feligreses, o el suscitado por el
advenimiento de sus hijos tránsfugas que durante el fin de semana retornan a la
patria chica.
Y de la calma chicha de Espronceda nos vamos a las agitaciones de Estella. Punto clave en el Camino de Santiago, sus vecinos siempre han gustado llamarla “La Toledo del Norte”. Por algo será. Hoy capital de merindad, tomó carta de naturaleza en 1090, de la mano del rey Sancho Ramírez, que otorgó fueros al antiguo poblado de Lizarra. La Ciudad del Ega, como también se la conoce, es villa superdotada en monumentalidad y es que tan luenga existencia ha dado tiempo a los arquitectos de todas las épocas a infestar sus rincones de edilicia de todo estilo, del románico al modernismo, etc, etc. No hay sitio aquí para entrar en detalles. Los que la vivimos a diario ya ni nos inmutamos. Quien la descubre por primera vez no se queda indiferente. A Estella se la disfruta o se la disfruta más todavía. En fin, el que no se lo crea que venga y, cual Judas, que meta el dedo en la llaga.
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