Andanza XII:
Aranarache - Aranguren, Valle de
Día: 09/03/2014
Tras el moto interruptus
del pasado domingo, retomamos la marcha y sustanciamos nuevo capítulo en
cuadrilla. Hoy es día de cielo abierto, de sol tibio, de los que animan de mañana
y, además, nuestro primer objetivo es bien agradecido. No es fácil encontrar en
la Navarra Media un pequeño pueblo con tanto encanto como Aranarache; aunque,
bien pensado, tal vez sea la familiaridad que otorga el haber residido en la
zona y, por ello, cierto nepotismo velado, lo que nos lleva a la parcialidad
aduladora.
En fin, el caso es
que Aranarache cuenta con privilegios geográficos que ya anteriormente hemos
descrito para otros lugares próximos. Ubicado en la Améscoa Alta, al occidente
del Reino, se encarama sobre una garganta no demasiado profunda recorrida por
un recóndito río Uyarra, cuyos fieles escuderos, las frondosas sierras de
Urbasa al norte y Lóquiz al sur, lo encajonan en altura media próxima a los 800 metros . El resultado
de la conjugación de todas estas prerrogativas de la naturaleza, más que
describirse, debe admirarse en vivo ahora que ya destellos de color luchan a la
desesperada por abrirse paso y destronar la uniformidad monocromática invernal.
Una vez más hemos
de tirar de tópicos. El tiempo se ha detenido en Aranarache, donde aún se mantiene
cierto urbanismo anárquico de reminiscencias medievales pero pretencioso a la
vez, pues pese a su diminuta extensión se constituye en tres barrios: el alto,
encaramado sobre la aldaya; el medio, seccionado por la carretera; y el bajo,
desparramado ladera abajo. Conserva un humilde pero nada despreciable tesoro
arquitectónico. Guarda entre su caserío una serie de edificios del siglo XVI,
sencillas casas de labranza que se han conservado prácticamente intactas, y
entre ellas un Palacio Cabo de Armería, la casa solar de Albizu, que otorgaba a
su titular el derecho de asiento en Cortes. Pasaron ya los tiempos en que este
valle conformaba frontera con Castilla, desde cuya punta de lanza -Contrasta-,
se producían cabalgadas en tiempo de guerra y depredaciones en época de paz.
Hoy nos lo recuerdan las diminutas ventanas con fuertes enrejados de carácter
defensivo abiertas en las plantas bajas de sus casas.
El tiempo
apremia y es hora ya de abandonar las Améscoas. Transmutamos montaña por valle,
el valle de Aranguren, inquilino de la Cuenca de Pamplona. Lo integran cuatro
concejos: Aranguren, Labiano, Tajonar y Zolina; y otros tantos lugares
habitados: Ilundáin, Góngora, Laquidáin y Mutilva (reunificación desde 2010 de
la Alta y la Baja y actualmente capital administrativa). Algunos de ellos, aún
conservando identidad propia y en ciertos casos su fisonomía rural, se han
convertido en apéndices de Pamplona en mayor o menor medida. Otros se resisten
y defienden con uñas y dientes su aldeanidad nativa, contando con un aliado
inestimable desde hace unos años: la crisis general e inmobiliaria en
particular, freno para la construcción de nuevas urbanizaciones en estas
localidades. Mucho Románico en sus iglesias siempre presidiendo pueblos muy
bien cuidados. Es una delicia vagabundear sobre dos ruedas entre las suaves
ondulaciones del valle al abrigo de un sol tímido pero que ya predica sus
intenciones. En un no muy lejano horizonte se percibe la agitación de una
Pamplona que todavía no ha logrado fagocitar la esencia bucólica de esta parte
de la Cuenca. Que dure.
Juramos, perjuramos y repetidamente en vano (por pecado venial nos estamos ganando a pulso una estancia en el Purgatorio). Y aún sin esperanza alguna de “Ego te absolvo”, entonamos el “mea culpa” -con la boca pequeña se entiende-, nos confesamos laicamente, nos arrepentimos descreídamente y, sin remedio, volvemos a transgredir nuestras utópicas prescripciones irreflexivamente. Y ¿a qué viene esta letanía? Pues resulta, y lo revelamos públicamente, que hemos hecho trampa. Hemos alterado el orden (alfabético claro) en beneficio propio, dejando a Aranarache en último lugar cuando le correspondía el primero. La intencionalidad era pecaminosa, como siempre referente a la glotonería, y es que como modernos Ulises deseosos de escuchar el canto de lascivas sirenas, nuestra intención era pasar al final de la jornada frente a una casa de comidas que hay en Eulate, pueblo vecino de Aranarache, pues ocurre aquí un curioso episodio cuyos orígenes se pierden en la noche de los tiempos.
Mencionábamos
antes al río Uyarra, arroyo más bien, que alejado del mundanal ruido fluye
mansamente por la Améscoa Alta hasta fundirse con el Urederra. En sus
adormecidas riberas y alejadas de ojos curiosos aún habitan algunas lamias o
sirenas de río. Durante siglos, al igual que sus hermanas marinas, se
entretuvieron entonando cánticos lujuriosos para atraer a gallardos muchachos a
sus dominios, y sólo Dios sabe que pasaba allí. Dicen que estos seres se
alimentaban del cangrejo autóctono, especie desaparecida años ha, lo que las
obligó a replantearse su modo de vida. Fue así que hubieron de buscarse el
sustento a hurtadillas en los pueblos próximos, aterrorizando a los lugareños.
En la actualidad
prácticamente se han extinguido. Quedan dos o tres que cada domingo suben desde
el río a echar el vermouth a Eulate, a la casa de comidas “Alai Taberna”.
Mantienen un pacto con los dueños, las lamias no pagan la ronda y a cambio
ellas entonan himnos sugestionando a los viajeros sobre las excelencias de las
viandas que se sirven en la taberna. Nosotros, en otras ocasiones, hemos sido
abducidos por una de sus coplas que dice: “Txuleton eta gatz, lori, lori,
denbora denian…” No entendíamos pero el estribillo resulta pegadizo e
irresistible. Pero hoy va a ser que no; puede que por el ruido de la moto, por
la insonorización del casco o porque las lamias estuvieran afónicas, no hemos
oído cántico alguno. Nos ha salido mal la jugarreta.
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