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martes, 15 de diciembre de 2015

Aranarache - Valle de Aranguren

Andanza XII: Aranarache - Aranguren, Valle de

Día: 09/03/2014

Tras el moto interruptus del pasado domingo, retomamos la marcha y sustanciamos nuevo capítulo en cuadrilla. Hoy es día de cielo abierto, de sol tibio, de los que animan de mañana y, además, nuestro primer objetivo es bien agradecido. No es fácil encontrar en la Navarra Media un pequeño pueblo con tanto encanto como Aranarache; aunque, bien pensado, tal vez sea la familiaridad que otorga el haber residido en la zona y, por ello, cierto nepotismo velado, lo que nos lleva a la parcialidad aduladora. 
 
En fin, el caso es que Aranarache cuenta con privilegios geográficos que ya anteriormente hemos descrito para otros lugares próximos. Ubicado en la Améscoa Alta, al occidente del Reino, se encarama sobre una garganta no demasiado profunda recorrida por un recóndito río Uyarra, cuyos fieles escuderos, las frondosas sierras de Urbasa al norte y Lóquiz al sur, lo encajonan en altura media próxima a los 800 metros. El resultado de la conjugación de todas estas prerrogativas de la naturaleza, más que describirse, debe admirarse en vivo ahora que ya destellos de color luchan a la desesperada por abrirse paso y destronar la uniformidad monocromática invernal.


Una vez más hemos de tirar de tópicos. El tiempo se ha detenido en Aranarache, donde aún se mantiene cierto urbanismo anárquico de reminiscencias medievales pero pretencioso a la vez, pues pese a su diminuta extensión se constituye en tres barrios: el alto, encaramado sobre la aldaya; el medio, seccionado por la carretera; y el bajo, desparramado ladera abajo. Conserva un humilde pero nada despreciable tesoro arquitectónico. Guarda entre su caserío una serie de edificios del siglo XVI, sencillas casas de labranza que se han conservado prácticamente intactas, y entre ellas un Palacio Cabo de Armería, la casa solar de Albizu, que otorgaba a su titular el derecho de asiento en Cortes. Pasaron ya los tiempos en que este valle conformaba frontera con Castilla, desde cuya punta de lanza -Contrasta-, se producían cabalgadas en tiempo de guerra y depredaciones en época de paz. Hoy nos lo recuerdan las diminutas ventanas con fuertes enrejados de carácter defensivo abiertas en las plantas bajas de sus casas.

El tiempo apremia y es hora ya de abandonar las Améscoas. Transmutamos montaña por valle, el valle de Aranguren, inquilino de la Cuenca de Pamplona. Lo integran cuatro concejos: Aranguren, Labiano, Tajonar y Zolina; y otros tantos lugares habitados: Ilundáin, Góngora, Laquidáin y Mutilva (reunificación desde 2010 de la Alta y la Baja y actualmente capital administrativa). Algunos de ellos, aún conservando identidad propia y en ciertos casos su fisonomía rural, se han convertido en apéndices de Pamplona en mayor o menor medida. Otros se resisten y defienden con uñas y dientes su aldeanidad nativa, contando con un aliado inestimable desde hace unos años: la crisis general e inmobiliaria en particular, freno para la construcción de nuevas urbanizaciones en estas localidades. Mucho Románico en sus iglesias siempre presidiendo pueblos muy bien cuidados. Es una delicia vagabundear sobre dos ruedas entre las suaves ondulaciones del valle al abrigo de un sol tímido pero que ya predica sus intenciones. En un no muy lejano horizonte se percibe la agitación de una Pamplona que todavía no ha logrado fagocitar la esencia bucólica de esta parte de la Cuenca. Que dure.

Juramos, perjuramos y repetidamente en vano (por pecado venial nos estamos ganando a pulso una estancia en el Purgatorio). Y aún sin esperanza alguna de “Ego te absolvo”, entonamos el “mea culpa” -con la boca pequeña se entiende-, nos confesamos laicamente, nos arrepentimos descreídamente y, sin remedio, volvemos a transgredir nuestras utópicas prescripciones irreflexivamente. Y ¿a qué viene esta letanía? Pues resulta, y lo revelamos públicamente, que hemos hecho trampa. Hemos alterado el orden (alfabético claro) en beneficio propio, dejando a Aranarache en último lugar cuando le correspondía el primero. La intencionalidad era pecaminosa, como siempre referente a la glotonería, y es que como modernos Ulises deseosos de escuchar el canto de lascivas sirenas, nuestra intención era pasar al final de la jornada frente a una casa de comidas que hay en Eulate, pueblo vecino de Aranarache, pues ocurre aquí un curioso episodio cuyos orígenes se pierden en la noche de los tiempos.
Mencionábamos antes al río Uyarra, arroyo más bien, que alejado del mundanal ruido fluye mansamente por la Améscoa Alta hasta fundirse con el Urederra. En sus adormecidas riberas y alejadas de ojos curiosos aún habitan algunas lamias o sirenas de río. Durante siglos, al igual que sus hermanas marinas, se entretuvieron entonando cánticos lujuriosos para atraer a gallardos muchachos a sus dominios, y sólo Dios sabe que pasaba allí. Dicen que estos seres se alimentaban del cangrejo autóctono, especie desaparecida años ha, lo que las obligó a replantearse su modo de vida. Fue así que hubieron de buscarse el sustento a hurtadillas en los pueblos próximos, aterrorizando a los lugareños.
En la actualidad prácticamente se han extinguido. Quedan dos o tres que cada domingo suben desde el río a echar el vermouth a Eulate, a la casa de comidas “Alai Taberna”. Mantienen un pacto con los dueños, las lamias no pagan la ronda y a cambio ellas entonan himnos sugestionando a los viajeros sobre las excelencias de las viandas que se sirven en la taberna. Nosotros, en otras ocasiones, hemos sido abducidos por una de sus coplas que dice: “Txuleton eta gatz, lori, lori, denbora denian…” No entendíamos pero el estribillo resulta pegadizo e irresistible. Pero hoy va a ser que no; puede que por el ruido de la moto, por la insonorización del casco o porque las lamias estuvieran afónicas, no hemos oído cántico alguno. Nos ha salido mal la jugarreta.













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