Andanza CXIII: Milagro - Mirafuentes - Miranda de Arga
Día: 22/09/2019
Tal vez fue por miedo a
aburrir con un relato demasiado extenso y soporífero o tal vez fue por el susto
a lo que allí nos esperaba, pero en la anterior Andanza nos quedamos plantados
a las puertas de la planta octava del extraordinario infierno de Dante y, como
las cosas no se deben dejar a medias, hoy retomamos la visita, encabezonados
con nuestra obsesión de que el cielo y el infierno son lugares tangibles, a
pesar de las elucubraciones de los enteradillos teólogos modernos, empeñados en
demostrar otra cosa.
En parte, la ciencia tiene
la culpa, porque unos señores montados en un cohete subieron muy arriba y
aseguran que el Cielo de la fe no es el cielo de los astronautas. Según dicen
esos señores, ahí arriba no han visto ni ángeles ni a san Pedro con su manojo
de llaves. Y aunque otros señores, quienes por razones profesionales se dedican
a escarbar en el suelo, cuentan también que, hasta donde han perforado, no se
les ha aparecido el diablo; sin embargo, no dejan de reconocer que calor, según
van bajando, va haciendo más. Por algo será.
Por lo tanto, deducimos de
ese acaloramiento en profundidad la certeza de las teorías de un verdadero
teólogo, el capuchino Martin Von Cochem, un poco más impetuoso que el bueno de
Aquino. Decía Von Cochen respecto a la gran altura de las llamas del Infierno,
que éstas se originaban a causa de un fuego más tórrido que el terrenal, porque
se produce “en lugar cerrado”, “se alimenta de pez y azufre” y porque “es Dios
quien lo sopla”.
Consecuentemente, nosotros
erre que erre, a demostrar lo real del Más Allá. Respecto al Infierno, y
continuando con Dante, nuestro principal avalista, asegura que en la octava
planta bajo tierra hay diez recintos separados. El primero dedicado en
exclusiva a los proxenetas y embaucadores, a quienes unos demonios cornudos
azotan (no sabemos muy bien por qué redunda en lo de cornudos, cuando es sabido
que la cornamenta ósea es intrínseca a lo demoniaco y respecto a que tuvieran
esposas infieles no hemos leído nada en ningún sitio).
En un segundo recinto se
encarcela a los aduladores, metidos en caca humana hasta el cuello. Parece ser
que los aduladores o pelotas no están muy bien vistos aquí, sobre todo teniendo
en cuenta que su pecado no es para tanto, y que sólo se dedican a satisfacer la
vanidad humana. Avanzando un poco, a la derecha según se va, se ubica la jaula
reservada para los simoníacos, unos individuos aficionados a enriquecerse
negociando con cosas de la Iglesia. Se dice que el demonio está encantado con
recibir a tan ilustres huéspedes. Tiene el hotelito hasta la bandera y reservas
hasta el fin de los tiempos.
El cuarto recinto es el
reservado a los magos y adivinos. Dios no lleva nada bien el que esta gente se
quiera atribuir lo de predecir el futuro, por aquello de la usurpación de
funciones, y los manda directamente a purgar sus pecados a esa trena. Allí,
como castigo, se les vuelve la cabeza del revés, y entonces, o andan marcha
atrás, o se dan de cabezazos los unos con los otros. El quinto recinto es la
pera. Desde que se inauguró han tenido que construir ocho ensanches y se
calcula que las obras de ampliación no terminarán nunca. Es privativo para los
políticos corruptos y según van llegando los meten en un lago de brea
hirviendo. Ni por ésas escarmientan. Será porque en la Tierra hay plaga y se
multiplican como los conejos.
Lo de la sexta estancia es
un poco extraño. Es para los hipócritas y su castigo es ser vestidos con una
capa de plomo. Al diablo se le ha ido la pinza y ha rizado el rizo con sus
extravagancias, porque no se entiende muy bien lo de vestir a un hipócrita con
capa de plomo. En fin, sus razones tendrá. Al séptimo recinto van los ladrones
comunes. Ellos se sienten humillados porque aseguran que son pecadores, sí,
pero dentro de la normalidad, y los han metido en la misma planta con todos
esos otros degenerados. Además, les atan las manos y les echan serpientes. No
hay derecho.
Vamos a resumir la
compartimentación para no alargar. Los aposentos números ocho, nueve y diez son
cosa dedicada a los consejeros fraudulentos, a los sembradores de discordia y a
los falsificadores y perjuros, respectivamente. A los consejeros fraudulentos
se les castiga con llamaradas de fuego, cosa de lo más normal en un infierno. A
los sembradores de discordia se les separa la cabeza del cuerpo y esto ya no es
tan normal porque plantea bastantes problemas de sincronización. Los
falsificadores están sancionados con enfermedades incurables, condena que no es
moco de pavo si se tiene en cuenta que la asistencia médica es toda de pago en
el Infierno.
Por fin llegamos a la novena
y última planta y… ¡sorpresa! Este piso está completamente helado y en él han
metido a los traidores de todas las calañas, a la fresca. Según Dante, Satanás
está en el medio, encajado en el hielo hasta la cintura, tiene tres caras con
sus bocas correspondientes por las que, mientras babea, se come a un traidor
famoso. Es verdad que nosotros somos de creer, pero esto del hielo se nos
antoja un poco fantasioso. Mucho nos tememos que los vapores de azufre que
respiró Dante en su largo paseo por el Infierno acabaron pasándole factura al
final. Lo visto hasta la octava planta lo damos por bueno, pero lo de la novena
no. No puede haber hielo a esa profundidad.
Por otro lado, y terminando
ya con este infierno, lo positivo, según hemos comprobado, es que en él no
tienen sitio reservado los moteros, y esto nos lleva a pensar que todo eso de
los Ángeles del Infierno es pura parafernalia. Los moteros no van al infierno
por el hecho de serlo. Otra cosa son los pecados asociados que puedan tener. En
nuestro caso andamos un poco moscas por el asunto de la gula, en la que caemos
tan a menudo en estas andanzas. Aunque es por cuestiones del guión, no nos
fiamos un pelo de la voluntad de Satán, tan poco compasivo.
En fin, al menos en esta
Andanza vamos a recatarnos para no acabar de nuevo en la tercera planta
infernal como en la anterior. Hará falta un milagro y lo habrá porque toca
visita a Milagro, el Milagro geográfico, y tratándose de palabras homógrafas
algo se pegará. Además de Milagro, el trajín ambulante nos lleva a Mirafuentes
y Miranda de Arga. Todo se queda en la Navarra media, pero en diferentes
merindades, en la de Olite, Milagro y Miranda de Arga, y en la de Estella,
Mirafuentes. Esto obliga a hacer trampas otra vez y pasarnos por el arco del
triunfo el orden alfabético, dejando a Mirafuentes para el final. Todo sea por
la economía de medios.
Pocas alegrías nos dan las
carreteras hasta llegar a Milagro, tanto la NA-122 como la NA-134 no se dejan
querer por antipáticas y sosas, no gustan de requiebros ni contoneos y son de
lo más estiradas. Como la moto no las quiere de novias, ha pasado olímpicamente
de ellas y nos ha plantado en Milagro con prontitud, pero, eso sí, respetando
los límites marcados por la autoridad. El pueblo tiene unos 3400 habitantes y
se asienta a 80 kilómetros al sur de Pamplona sobre la ladera de un montículo
que por el otro lado se deja caer abruptamente hacia la orilla derecha del río
Aragón, a unos 1500 metros de su desembocadura en el Ebro y poco antes de que
este río deserte hacia La Rioja. No se puede ser más pueblo de Ribera. Y como
todo pueblo de Ribera es más de ladrillo que de piedra. Para dar fe de ello
está casi toda su monumentalidad, construida con este material, tanto la
sagrada como la profana.
Milagro es una villa
industriosa, de industria agroalimentaria, como buen pueblo de Ribera. Se ha
hecho campeona del mundo en la producción de la cereza, con fiesta de
exaltación incluida. Milagro produce cereza y la cereza produce el milagro de
dar renombre a Milagro. Nosotros hemos dedicado un rato a visitar sus ladrillos
antiguos, y nos hemos recreado en la contemplación de la Basílica de Nuestra
Señora del Patrocinio, toda de ladrillo, y un ejemplar caprichoso de la
arquitectura barroca navarra, salvada in extremis de la demolición en
los años 60 del siglo pasado.
Son sus aledaños un bonito
lugar para estirar las piernas si el tiempo no apremiara, pero como apremia nos
vamos, trampeando el abecedario, a Miranda de Arga, que está a poco más de 40
kilómetros hacia el norte. Y mire usted por dónde Miranda tiene un hijo que se
llama Vergalijo. Nos lo topamos subiendo por la NA-6100. Es un pequeño poblado
fundado a principios del pasado siglo para dar cobijo a los obreros de una
finca agrícola. Llegó a tener 150 habitantes y ahora oficialmente tiene 2. Lo
más evocador de este sitio es la imagen de su curiosa ermita, construida en un
estilo neogótico muy peculiar, y ahora, encaramada en un altillo, a la espera
de su ruina total.
El paisaje de soledad y
silencio de la ermita de Vergalijo nos ha puesto nostálgicos, pero esta
pesadumbre nos dura hasta contemplar la silueta de Miranda desde el puente
sobre el Arga. Enseguida se percibe que el pueblo tiene sustancia. La imponente
Torre del Reloj se estira por encima de todo el caserío, a su lado, la iglesia
de la Asunción, con aspecto de fortaleza, y un poco más allá, hacia la derecha
y en una elevación, una fortificación de la Guerra Carlista. Esto promete.
Se nos ha antojado comenzar
la visita por el tejado, así que subimos hasta la ermita de la Virgen del
Castillo, situada a los pies del fortín carlista. Desde aquí se obtiene una
magnífica panorámica del pueblo y comprobamos que su urbanismo se alarga en
dirección Este-Oeste a la vera del río Arga, antes de que éste se retuerza en
unos meandros para dirigirse hacia el Sur. También desde aquí se puede atisbar
la enjundia a la que antes nos referíamos, pero para dar fe de ello es mejor
bajar a pie de calle.
El meollo está entre la
Plaza de los Fueros y la Plaza de la Cruz. Aquí se asientan la iglesia de
Nuestra Señora de la Asunción y la Torre del Reloj. La torre de la iglesia da
al conjunto un aspecto de fortaleza por su musculosa estampa y su remate
superior de traza almenada. La Torre del Reloj refuerza el cariz del
amurallamiento que en su día tuvo. Esta torre es una curiosa construcción con
uno de sus cuerpos de estilo mudéjar, remota reminiscencia de la presencia de
moriscos en la localidad. No se puede abandonar Miranda sin echar un vistazo a
la Casa de los Colomo, actual sede del ayuntamiento. Se trata de un
espectacular edificio barroco de tres cuerpos flanqueado por dos torres
cuadradas, de los más admirables de Navarra en este estilo.
El tiempo se acaba y nos
queda el colofón con cambio de merindad incluido, que lo solventamos con un
desplazamiento de 60 kilómetros hacia el Oeste, menos estirados y que sí gustan
de requiebros y contoneos. Mirafuentes está en Tierra Estella Occidental, en el
valle de la Berrueza, en un rinconcito de lo más mono, por bucólico y por
asilvestrado, y nos gustaría decir también que por pastoril, pero ya no quedan
pastores, por lo menos pastores de los de patear caminos y campos. Los
aproximadamente 50 habitantes de Mirafuentes se cobijan en un bonito pueblo
resguardado entre las sierras de Codés y de Cábrega. A su vera corre el río
Odrón, cuando corre, porque es un río huidizo y tímido, aunque gusta de
chulearse en invierno.
Callejeando por Mirafuentes
se ve que es un sitio cuidado y con vecinos de fin de semana. Tiene su palacio,
otrora Cabo de Armería, y ahora un tanto desvencijado por cosas de la edad.
Pero para finalizar la visita con recogimiento, nada mejor que los aledaños de
la iglesia de San Román. Un paraíso en miniatura, un pequeño vergel colorido,
donde prima el verde, donde no falta una animosa fuente para dar de beber al
sediento. Antes hemos referido que somos de creer, por eso creemos que esto es
una minúscula porción del cielo en la Tierra, y el haber terminado en un lugar
así no puede ser casualidad. El destino ha premiado nuestro prometido recato
respecto a la gula. Con semejante contemplación se nos han ido los malos
pensamientos. Más nos luce la credulidad que el descreimiento.