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miércoles, 5 de agosto de 2020

Milagro - Mirafuentes - Miranda de Arga


Andanza CXIII: Milagro - Mirafuentes - Miranda de Arga

Día: 22/09/2019



Tal vez fue por miedo a aburrir con un relato demasiado extenso y soporífero o tal vez fue por el susto a lo que allí nos esperaba, pero en la anterior Andanza nos quedamos plantados a las puertas de la planta octava del extraordinario infierno de Dante y, como las cosas no se deben dejar a medias, hoy retomamos la visita, encabezonados con nuestra obsesión de que el cielo y el infierno son lugares tangibles, a pesar de las elucubraciones de los enteradillos teólogos modernos, empeñados en demostrar otra cosa.

En parte, la ciencia tiene la culpa, porque unos señores montados en un cohete subieron muy arriba y aseguran que el Cielo de la fe no es el cielo de los astronautas. Según dicen esos señores, ahí arriba no han visto ni ángeles ni a san Pedro con su manojo de llaves. Y aunque otros señores, quienes por razones profesionales se dedican a escarbar en el suelo, cuentan también que, hasta donde han perforado, no se les ha aparecido el diablo; sin embargo, no dejan de reconocer que calor, según van bajando, va haciendo más. Por algo será.

Por lo tanto, deducimos de ese acaloramiento en profundidad la certeza de las teorías de un verdadero teólogo, el capuchino Martin Von Cochem, un poco más impetuoso que el bueno de Aquino. Decía Von Cochen respecto a la gran altura de las llamas del Infierno, que éstas se originaban a causa de un fuego más tórrido que el terrenal, porque se produce “en lugar cerrado”, “se alimenta de pez y azufre” y porque “es Dios quien lo sopla”.

Consecuentemente, nosotros erre que erre, a demostrar lo real del Más Allá. Respecto al Infierno, y continuando con Dante, nuestro principal avalista, asegura que en la octava planta bajo tierra hay diez recintos separados. El primero dedicado en exclusiva a los proxenetas y embaucadores, a quienes unos demonios cornudos azotan (no sabemos muy bien por qué redunda en lo de cornudos, cuando es sabido que la cornamenta ósea es intrínseca a lo demoniaco y respecto a que tuvieran esposas infieles no hemos leído nada en ningún sitio).

En un segundo recinto se encarcela a los aduladores, metidos en caca humana hasta el cuello. Parece ser que los aduladores o pelotas no están muy bien vistos aquí, sobre todo teniendo en cuenta que su pecado no es para tanto, y que sólo se dedican a satisfacer la vanidad humana. Avanzando un poco, a la derecha según se va, se ubica la jaula reservada para los simoníacos, unos individuos aficionados a enriquecerse negociando con cosas de la Iglesia. Se dice que el demonio está encantado con recibir a tan ilustres huéspedes. Tiene el hotelito hasta la bandera y reservas hasta el fin de los tiempos.

El cuarto recinto es el reservado a los magos y adivinos. Dios no lleva nada bien el que esta gente se quiera atribuir lo de predecir el futuro, por aquello de la usurpación de funciones, y los manda directamente a purgar sus pecados a esa trena. Allí, como castigo, se les vuelve la cabeza del revés, y entonces, o andan marcha atrás, o se dan de cabezazos los unos con los otros. El quinto recinto es la pera. Desde que se inauguró han tenido que construir ocho ensanches y se calcula que las obras de ampliación no terminarán nunca. Es privativo para los políticos corruptos y según van llegando los meten en un lago de brea hirviendo. Ni por ésas escarmientan. Será porque en la Tierra hay plaga y se multiplican como los conejos.

Lo de la sexta estancia es un poco extraño. Es para los hipócritas y su castigo es ser vestidos con una capa de plomo. Al diablo se le ha ido la pinza y ha rizado el rizo con sus extravagancias, porque no se entiende muy bien lo de vestir a un hipócrita con capa de plomo. En fin, sus razones tendrá. Al séptimo recinto van los ladrones comunes. Ellos se sienten humillados porque aseguran que son pecadores, sí, pero dentro de la normalidad, y los han metido en la misma planta con todos esos otros degenerados. Además, les atan las manos y les echan serpientes. No hay derecho.

Vamos a resumir la compartimentación para no alargar. Los aposentos números ocho, nueve y diez son cosa dedicada a los consejeros fraudulentos, a los sembradores de discordia y a los falsificadores y perjuros, respectivamente. A los consejeros fraudulentos se les castiga con llamaradas de fuego, cosa de lo más normal en un infierno. A los sembradores de discordia se les separa la cabeza del cuerpo y esto ya no es tan normal porque plantea bastantes problemas de sincronización. Los falsificadores están sancionados con enfermedades incurables, condena que no es moco de pavo si se tiene en cuenta que la asistencia médica es toda de pago en el Infierno.

Por fin llegamos a la novena y última planta y… ¡sorpresa! Este piso está completamente helado y en él han metido a los traidores de todas las calañas, a la fresca. Según Dante, Satanás está en el medio, encajado en el hielo hasta la cintura, tiene tres caras con sus bocas correspondientes por las que, mientras babea, se come a un traidor famoso. Es verdad que nosotros somos de creer, pero esto del hielo se nos antoja un poco fantasioso. Mucho nos tememos que los vapores de azufre que respiró Dante en su largo paseo por el Infierno acabaron pasándole factura al final. Lo visto hasta la octava planta lo damos por bueno, pero lo de la novena no. No puede haber hielo a esa profundidad.

Por otro lado, y terminando ya con este infierno, lo positivo, según hemos comprobado, es que en él no tienen sitio reservado los moteros, y esto nos lleva a pensar que todo eso de los Ángeles del Infierno es pura parafernalia. Los moteros no van al infierno por el hecho de serlo. Otra cosa son los pecados asociados que puedan tener. En nuestro caso andamos un poco moscas por el asunto de la gula, en la que caemos tan a menudo en estas andanzas. Aunque es por cuestiones del guión, no nos fiamos un pelo de la voluntad de Satán, tan poco compasivo.

En fin, al menos en esta Andanza vamos a recatarnos para no acabar de nuevo en la tercera planta infernal como en la anterior. Hará falta un milagro y lo habrá porque toca visita a Milagro, el Milagro geográfico, y tratándose de palabras homógrafas algo se pegará. Además de Milagro, el trajín ambulante nos lleva a Mirafuentes y Miranda de Arga. Todo se queda en la Navarra media, pero en diferentes merindades, en la de Olite, Milagro y Miranda de Arga, y en la de Estella, Mirafuentes. Esto obliga a hacer trampas otra vez y pasarnos por el arco del triunfo el orden alfabético, dejando a Mirafuentes para el final. Todo sea por la economía de medios.

Pocas alegrías nos dan las carreteras hasta llegar a Milagro, tanto la NA-122 como la NA-134 no se dejan querer por antipáticas y sosas, no gustan de requiebros ni contoneos y son de lo más estiradas. Como la moto no las quiere de novias, ha pasado olímpicamente de ellas y nos ha plantado en Milagro con prontitud, pero, eso sí, respetando los límites marcados por la autoridad. El pueblo tiene unos 3400 habitantes y se asienta a 80 kilómetros al sur de Pamplona sobre la ladera de un montículo que por el otro lado se deja caer abruptamente hacia la orilla derecha del río Aragón, a unos 1500 metros de su desembocadura en el Ebro y poco antes de que este río deserte hacia La Rioja. No se puede ser más pueblo de Ribera. Y como todo pueblo de Ribera es más de ladrillo que de piedra. Para dar fe de ello está casi toda su monumentalidad, construida con este material, tanto la sagrada como la profana.

Milagro es una villa industriosa, de industria agroalimentaria, como buen pueblo de Ribera. Se ha hecho campeona del mundo en la producción de la cereza, con fiesta de exaltación incluida. Milagro produce cereza y la cereza produce el milagro de dar renombre a Milagro. Nosotros hemos dedicado un rato a visitar sus ladrillos antiguos, y nos hemos recreado en la contemplación de la Basílica de Nuestra Señora del Patrocinio, toda de ladrillo, y un ejemplar caprichoso de la arquitectura barroca navarra, salvada in extremis de la demolición en los años 60 del siglo pasado.

Son sus aledaños un bonito lugar para estirar las piernas si el tiempo no apremiara, pero como apremia nos vamos, trampeando el abecedario, a Miranda de Arga, que está a poco más de 40 kilómetros hacia el norte. Y mire usted por dónde Miranda tiene un hijo que se llama Vergalijo. Nos lo topamos subiendo por la NA-6100. Es un pequeño poblado fundado a principios del pasado siglo para dar cobijo a los obreros de una finca agrícola. Llegó a tener 150 habitantes y ahora oficialmente tiene 2. Lo más evocador de este sitio es la imagen de su curiosa ermita, construida en un estilo neogótico muy peculiar, y ahora, encaramada en un altillo, a la espera de su ruina total.

El paisaje de soledad y silencio de la ermita de Vergalijo nos ha puesto nostálgicos, pero esta pesadumbre nos dura hasta contemplar la silueta de Miranda desde el puente sobre el Arga. Enseguida se percibe que el pueblo tiene sustancia. La imponente Torre del Reloj se estira por encima de todo el caserío, a su lado, la iglesia de la Asunción, con aspecto de fortaleza, y un poco más allá, hacia la derecha y en una elevación, una fortificación de la Guerra Carlista. Esto promete.

Se nos ha antojado comenzar la visita por el tejado, así que subimos hasta la ermita de la Virgen del Castillo, situada a los pies del fortín carlista. Desde aquí se obtiene una magnífica panorámica del pueblo y comprobamos que su urbanismo se alarga en dirección Este-Oeste a la vera del río Arga, antes de que éste se retuerza en unos meandros para dirigirse hacia el Sur. También desde aquí se puede atisbar la enjundia a la que antes nos referíamos, pero para dar fe de ello es mejor bajar a pie de calle.

El meollo está entre la Plaza de los Fueros y la Plaza de la Cruz. Aquí se asientan la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción y la Torre del Reloj. La torre de la iglesia da al conjunto un aspecto de fortaleza por su musculosa estampa y su remate superior de traza almenada. La Torre del Reloj refuerza el cariz del amurallamiento que en su día tuvo. Esta torre es una curiosa construcción con uno de sus cuerpos de estilo mudéjar, remota reminiscencia de la presencia de moriscos en la localidad. No se puede abandonar Miranda sin echar un vistazo a la Casa de los Colomo, actual sede del ayuntamiento. Se trata de un espectacular edificio barroco de tres cuerpos flanqueado por dos torres cuadradas, de los más admirables de Navarra en este estilo.

El tiempo se acaba y nos queda el colofón con cambio de merindad incluido, que lo solventamos con un desplazamiento de 60 kilómetros hacia el Oeste, menos estirados y que sí gustan de requiebros y contoneos. Mirafuentes está en Tierra Estella Occidental, en el valle de la Berrueza, en un rinconcito de lo más mono, por bucólico y por asilvestrado, y nos gustaría decir también que por pastoril, pero ya no quedan pastores, por lo menos pastores de los de patear caminos y campos. Los aproximadamente 50 habitantes de Mirafuentes se cobijan en un bonito pueblo resguardado entre las sierras de Codés y de Cábrega. A su vera corre el río Odrón, cuando corre, porque es un río huidizo y tímido, aunque gusta de chulearse en invierno.

Callejeando por Mirafuentes se ve que es un sitio cuidado y con vecinos de fin de semana. Tiene su palacio, otrora Cabo de Armería, y ahora un tanto desvencijado por cosas de la edad. Pero para finalizar la visita con recogimiento, nada mejor que los aledaños de la iglesia de San Román. Un paraíso en miniatura, un pequeño vergel colorido, donde prima el verde, donde no falta una animosa fuente para dar de beber al sediento. Antes hemos referido que somos de creer, por eso creemos que esto es una minúscula porción del cielo en la Tierra, y el haber terminado en un lugar así no puede ser casualidad. El destino ha premiado nuestro prometido recato respecto a la gula. Con semejante contemplación se nos han ido los malos pensamientos. Más nos luce la credulidad que el descreimiento.