Andanza XLII: Cizur, Cendea de
Día: 15/03/2015

Al lío,
hoy, por pusilanimidad ante las humedades, hemos estado dudando hasta última
hora sobre si salir o no salir y finalmente hemos optado por eso de: ¡quién dijo miedo! Y es que ese invierno
que ya dábamos por desaparecido nos ha demostrado quién manda todavía,
regalándonos una gélida mañana, una lluvia intermitente y hasta atisbos de
nieve a nuestro paso por el Perdón viejo. Nos había engañado el muy zorro con
el regalo de esos últimos días primaverales, pero por lo que parece, el señor
invierno aún está dispuesto a dar guerra.
En fin,
ya predispuestos a sufrir sus inclemencias, no queda otra que cumplir con la
sagrada misión que nos hemos encomendado, que es la de recorrer la Cendea de
Cizur, una de las
cinco existentes en la Cuenca de Pamplona y cuyo territorio se sitúa al suroeste
de la capital, entre
los ríos Arga y Elorz, las montañas de Etxauri y el alto del Perdón. La Cendea de Cizur reparte su
población entre nueve concejos: Astráin, Cizur Menor, Gazólaz, Larraya,
Muru-Astráin, Paternáin, Sagüés, Undiano y Zariquiegui. También Guenduláin y
Eriete pertenecen a la Cendea, pero son lugares despoblados. Su capitalidad se
encuentra en Gazólaz, situada a 7’5 kilómetros de Pamplona.
El
paisaje de estas tierras está plagado de campos de cereal que le confieren la
diversidad cromática propia de cada estación. Desde sus alturas, esta cambiante
parcelación de colores se nos antoja como un inmenso tablero de ajedrez, en el
que la naturaleza y el hombre juegan una partida moviendo ficha al compás lento
pero inexorable del labrantío. Un regalo para los sentidos.
La
Cendea de Cizur supura historia. No hay más que escudriñar rincones en sus
pueblos, poblados de recias iglesias, tan arraigadas a la tierra como si
surgieran de ella, de poderosas casonas que guardan celosamente sus secretos
tras imponentes portalones. No falta algún que otro palacio. Son palacios
modestos pero orgullosos, edificados por una nobleza rural altanera en sus
prerrogativas. Aun destilan hálitos de sus pasadas glorias. Ahí está el palacio
cabo de armería de Larraya con su recia torre cuadrangular, aunque convertido
hoy en casa de labranza, su empaque todavía perpetúa anteriores soberbias.
Otros, como el palacio de Guenduláin, duermen un sueño eterno. Abandonado,
presa de la ruina, sus dos torres almenadas recuerdan que en otros tiempos su
función fue más allá de la áulica, y es que este antiguo solar estuvo vinculado
a la casa de Ayanz, linaje que durante las luchas intestinas que asolaron el
reino en el siglo XV formó parte de la parcialidad beaumontesa.
El
Camino de Santiago también anima con su interminable procesión de peregrinos
las tierras de la Cendea. Zariquiegui es el último lugar donde los sufridos
caminantes pueden resarcirse de penurias antes de emprender la subida al
Perdón. Pero cuidado, después han de pasar por la fuente de la Reniega, donde, según cuenta la leyenda,
el demonio tienta a los viajeros ofreciéndoles agua a cambio de que renieguen
de su fe.
Ante semejante dilema nosotros hemos
decidido quedarnos en el albergue de Zariquiegui disfrutando de un buen
almuerzo al calor de la lumbre, no vaya a ser que ese demonio de la fuente
nos tiente algo, que en los tiempos que corren uno no se puede fiar ni del
diablo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario