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domingo, 8 de marzo de 2020

Mendaza - Mendigorría

Andanza CXI: Mendaza - Mendigorría


Día: 03/03/2019


De vez en cuando dejamos caer por aquí que, en el fondo y muy hondo, somos de buen corazón. Para dar credibilidad a este supuesto y de paso hacer acto de contrición, hoy vamos a darle la vuelta a la tortilla. En sentido figurado, se entiende, pues, aunque pudiera parecerlo, teniendo en cuenta la contumacia demostrada en innumerables ocasiones respecto a la glotonería, no se trata ésta de una Andanza de argumento gastronómico. Todo a su debido tiempo, y no tardando mucho alguna caerá. Pero mientras, lo de voltear tortillas viene a cuento porque en la anterior Andanza vertíamos críticas lacerantes sobre cierto amigo, al que incluíamos entre los catalogados como tocadores profesionales de partes nobles; todo por alguna discrepancia respecto a una afilada crítica con que nos regaló.
Por eso, ahora, para que no se diga que somos unos intolerantes, vamos a reemplazar los reproches por reconocimientos, y, en vez de entretenernos echando espumarajos por la boca para fustigar a esas amistades que gustan de trastear en órganos donde nunca se debería  trastear, vamos a redimirnos un poco, dejando patente nuestro agradecimiento a otro tipo de amigos, los sinceros, esos que, por su enorme intuición, saben tocar y donde tocar: son los amigos tocadores de fibra. De fibra sensible, se entiende, porque la muscular la sabe tocar cualquiera.
A nadie se le escapa que para tocar la fibra sensible del prójimo sólo se encuentran capacitados aquellos a quienes el destino o la genética heredada, a gusto de cada uno, ha dotado de una porción considerable de sensibilidad. Por tanto, nosotros, haciendo uso de la nuestra, bastante más exigua, nos vemos en el deber -que no es deber sino un gran placer- de acomodarles un hueco en este humilde rincón. Tenemos algunos tan fieles, tan incondicionales, que, aunque parezca mentira, vienen soportando desde los inicios nuestras peroratas con ánimo estoico, y, además de leernos, aún tienen la sublime voluntad de animarnos a continuar. Seguramente habrá quien piense que estamos fabulando; pues no, personas así existen. Estos amigos se tienen ganado el cielo y, por supuesto, nuestra eterna gratitud.
Pero resulta que estamos hablando de "amigos", en masculino, porque en español el masculino funciona como “género no marcado”, o sea, si no se especifica, sirve tanto para el masculino como para el femenino. Sin embargo, en justicia, hemos de reconocer que en este caso la realidad es “género marcado”, es decir, femenino absoluto. Quienes nos alientan, quienes intuyen, quienes son sinceras, sensibles y generosas con nosotros (otra vez género no marcado), son mujeres, todas mujeres. Algún varón hay, pero una golondrina no hace verano.
Sin ir más lejos, hace pocos días, y como muestra sirva este botón, una fiel lectora de estas andanzas nos interrogaba sobre cuánto tiempo nos quedaba para llegar a viejos. En un primer momento, ante tal cuestión, no salíamos de nuestro asombro. ¿Querrá esta mujer que nos muramos pronto por algún motivo que se nos escapa? ¿O tal vez pudiera ser, que a consecuencia de la perturbación causada por la lectura continuada de nuestros dislates, nos estuviera manifestando un velado anhelo respecto a un no demasiado lejano deceso?
Pues ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario. Esta chica se interesaba por nuestra próxima senectud porque suponía que, alcanzados determinados años, nos veríamos en la obligación de cambiar la moto de dos ruedas por otra con tres, es decir, acoplarle un sidecar para guardar mejor esos equilibrios que se tienden a perder cuando se llega a la Segunda Edad Plus. Entonces, ella, solicitaba esa plaza vacante en el vehículo, para así acompañarnos en estas peripecias moteras.
Si eso no es tocar fibra, que venga Dios y lo vea. Se nos caen lagrimones como puños. No es sólo su persistente adhesión a nuestra causa, que viene desde el principio; es, además de la perseverancia, su manifiesta intención de continuar soportándonos, y es, sobre todo, esa fe ciega, esa confianza cándida en la habilidad de quienes, habiendo alcanzado la edad senil, continuarán a los mandos de un artilugio de precaria estabilidad. Que sepa nuestra amiga que, no tardando mucho por la hora que ya marca nuestro reloj biológico, tiene asegurada su plaza en el sidecar.
Para que luego digan... Está bien esto de la redención periódica. Ahora podemos embarcarnos sin remordimiento en la Andanza que nos toca. Y la que nos toca empieza en Mendaza y termina en Mendigorría, dos sitios de la Navarra Media, pero pertenecientes a distintas merindades históricas, a la de Estella el primero y a la de Olite el segundo. Y como nosotros somos de buen conformar, aceptamos el destino, dispuestos a cumplirlo sin vacilaciones, poniendo rumbo sobre nuestro artilugio, todavía de dos ruedas, hacia el occidente de Tierra Estella.
Mendaza es un municipio compuesto. Compuesto por los lugares de Ubago, Mendaza, Asarta y Acedo, y por este orden los vamos a acometer. Todos ellos se asientan en el valle de La Berrueza, rayando con Álava. El valle es pequeño y los sitios allí establecidos también. ¿Quién no se sentiría pequeño cuando te circunscriben gigantes? Las moles de Lóquiz, Codés, San Gregorio y Dos Hermanas han urdido una trama geográfica con la idea de enclaustrar al valle y su contenido, pero a la vez han obsequiado a los prisioneros con generosidad, con derroche de paisajes espléndidos.
A Ubago lo buscamos siguiendo la NA-129 desde Los Arcos. Antes de atravesar el pequeño desfiladero de Mués, la Basílica de San Gregorio escudriña en lo alto las intenciones de quienes se aproximan a sus dominios. A nosotros, como vamos limpios de pecados, nos ha dejado pasar. A poco de desfilar por las angosturas de San Gregorio, que no es más que un alargado tentáculo de la Sierra de Codés, una carreterita local, que arranca a la izquierda, conduce hasta Ubago. El pueblecito se recoge a los pies de la falda norte de esa misma sierra, justo donde el verde agreste del encinar va dejando paso al verde vibrante de los incipientes campos de cereal.
Ubago es diminuto, y, como buscando protagonismo desde el final de su caserío, la espadaña de su iglesia se ha destacado sobre el resto, diciendo eso de: "aquí estoy yo". En cambio, la iglesia, dedicada a San Martín de Tours, es algo más serena, de románico rústico, aunque con algún añadido. La espadaña no la acompaña, es un poco hirsuta, aparatosa, propia de otras tierras, algo presumida, de las que gustan marcar silueta porque se sabe dueña de cierta singularidad.
Como la visita a Ubago es breve por razón de tamaño, pronto retrocedemos por la misma carreterita que nos ha llevado hasta allí, para retomar la NA-129 encarando el norte. Siguiendo esta dirección, a cinco kilómetros y medio está Mendaza, el concejo que ha dado nombre al municipio y otro lugar levantado ladera arriba, pero esta vez del macizo de Dos Hermanas. Menzada tiene poco más de 100 habitantes, repartidos entre tres calles principales: la calle de Arriba, la del Medio y la de Abajo. Eso se llama pragmatismo. Bueno, a decir verdad, han rellenado huecos dando nombre de santa a otra calle que quedaba perdida por ahí.
De entre los monumentos de Mendaza, dos a destacar. Uno, como en todo pueblo que se precie, es la iglesia. San Félix, muy cuco él, se hizo con la propiedad de la parroquia, y la  subió a la calle de Arriba, por negocio de preeminencia. Debe ser un santo cabezón. Por chapuzas se le vino abajo la gótica y, a finales del XVII, aprovechando la escombrera, se levantó una barroca. El otro monumento es natural y más viejo que la iglesia. Es el encino de las Tres Patas, de la quinta de Matusalén. Hace nada cumplió 1200 años. Al pobre le han puesto una faja de acero para sujetarle los riñones. Son achaques de la edad.
San Félix, si desde su iglesia mira hacia el Oeste, ve con nitidez Asarta, pueblo de ladera también. Son montaraces estos de La Berrueza, por eso el encinar se ha arrimado hasta los arrabales de Asarta. Sus calles están enmarañadas, sus casas siguen la costumbre y sus dueños procuran que no desmerezca el conjunto. Son respetuosos con la tradición estos de Asarta. La tradición dice que aquí hay que usar piedra roja para el realce de las casas. Estamos de acuerdo con la tradición. Luce muy bien. La iglesia de San Juan Bautista, por extraño que parezca, no se ha subido a las alturas, se ha quedado en el término medio, que es donde está la virtud, o también pudiera ser que San Juan padeciera de vértigos, que nunca se sabe. De todas formas, comparte la tradición de la piedra bermeja, y le sienta de maravilla.
Continuamos porque Acedo nos espera al final de la NA-129, donde se cruza con la NA-132-A, la que lleva de Estella  a Vitoria, o al revés. Por tanto, Acedo no es montaraz, es un pueblo cruce y eso le ha hecho cosmopolita. Tiene más de 130 habitantes, tiene gasolinera, camping, una hípica y alguna cosa más. Tiene unos caserones imponentes, uno es Palacio Cabo de Armería, del siglo XVI. Si sus paredes hablaran dirían que en sus aposentos durmió un virrey. Con el palacio forma conjunto la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, la Casa del Rebote y otra grandiosa mansión un poquito ajada, y allí, ensimismados en la contemplación de este conjunto, nos damos cuenta de la hora que es y de que aún nos queda cumplir con la visita a Mendigorría.
Cambiar de merindad nos cuesta casi 50 kilómetros y trepar otro poco, porque llegamos desde Puente la Reina, y es que, cómo no, Mendigorría también se ha subido en una protuberancia. El pueblo se estira en horizontal a la vera de unos meandros del río Arga y en sus entresijos da cabida a unos 1050 habitantes. El caserío, ciertamente enrevesado, tiene una mezcolanza de edificios antiguos con solera, otros viejos sin solera, algunos contemporáneos que quieren parecer antiguos y una mayoría de modernos a los que les importa un bledo la antigüedad, pero todos conviviendo en buena vecindad. La parte añeja de Mendigorría ocupa la zona más elevada, donde también se encuentra la iglesia de Santa María. Desde ahí las casas se dejan caer, unas veces configurando calles de suave pendiente, otras en las que se echa de menos un ascensor.
Pero el centro neurálgico de Mendigorría está en la plaza de Los Fueros, un tanto irregular, con kiosco y ayuntamiento incluidos. Sin embargo, quien preside el lugar es la parroquia de San Pedro, imponente edificio construido, parte en el siglo XVI, parte en el XVIII, y algún añadido en el XIX. Lo más llamativo es su fachada principal, que según los entendidos es una fachada telón. Será porque parece que se está representando algo. Los actores son San Pablo y San Andrés, quienes, subidos en un pedestal y metidos en una hornacina a cada lado de la puerta, aguantan marea en bipedestación prolongada. Encima de la puerta está San Pedro, sentado, por cosa de la jerarquía, y saluda puño en alto en atención a los tiempos que corren en el ayuntamiento.
Sobre todos ellos se encuentra encaramado otro señor, manco y barbudo, asomando temerariamente medio cuerpo por un hueco, con cara de pocos amigos. En la mano buena lleva una bola, y, por su expresión, parece que tiene intención de arrojarla en la cabeza de alguien. A quien no lo conozca, a primera vista, infunde miedo este señor. Pero no..., nos enteramos de su identidad y de que está abroncando pecadores, porque en Mendigorría debe haber muchos. Por suerte, la bronca no iba con nosotros. Veníamos recién purgados y nuestro temor hacia Él debe ser sólo un miedo saludable.