Andanza XVIII: Armañanzas - Arróniz - Arruazu
Día: 01/05/2014
Dura es la vida del motero. Vaya cruz que nos hemos echado a cuestas con nuestras andanzas
cuando a lo que aspirábamos era al hedonismo puro; pero es que la moto es
engendro donde se conjugan todas las incomodidades, se quiera o no. Sarna con
gusto sigue siendo sarna, y pica, pero gozar del rascar todo es empezar.
En fin, tras
este preludio positivista vamos a lo nuestro.
Hoy, como Día del Trabajo, nos hemos encomendado uno asequible, al menos
a primera vista. Haremos Armañanzas, Arróniz y Arruazu. De la Navarra Media a
la Burunda. Otra sesión de contrastes.
Qué sabia es la naturaleza y sus criaturas. Dice el refrán que “cuando el
sapo veas andar, agua primaveral”. Pues esta mañana, al salir de casa, un señor
sapo pululaba a sus anchas por los alrededores. Nosotros pensábamos que el
bicho andaba algo despistado, pero no, aunque el día despuntaba agradablemente,
nuestro sapo, cual oráculo de Delfos, nos prevenía sobre lo que nos íbamos a
encontrar por ahí. De todas formas, el sapo sólo decía media verdad.

Caminito
de Armañanzas, avanzamos casi solos por la carretera vieja de Los Arcos
acompañados de un amable día primaveral. Disfrutando del paisaje, se nos han
hecho cortos los 26 kilómetros que hay hasta esta localidad. Una vez
llegados a Torres del Río, sale una carretera a la derecha que muere en
Armañanzas. El pueblo se eleva sobre un pequeño montículo, al pie de la sierra
de Codés, en un ensanche del valle. Armañanzas es un pueblo tranquilo,
expectante en su atalaya privilegiada entre extensas laderas de secano repletas
de verdes cereales. Entre su caserío se encuentran viviendas blasonadas y un
palacio de rancio abolengo cuya construcción data del siglo XVII. Éste es
heredero de otro anterior del que se dice que su linaje participó en la sexta
cruzada a Tierra Santa en tiempos de Teobaldo I, el rey trovador. Armañanzas siempre ha unido sus vicisitudes
históricas a las de Los Arcos, por ello, a consecuencia de las pendencias con
Castilla, en 1463 pasó a
pertenecer a este reino, situación que se prolongo hasta 1753 cuando se
reincorpora de nuevo a Navarra.
Nos despedimos
de Armañanzas rumbo a Arróniz, casi a tiro de piedra, exagerando un poco. La villa de Arróniz está enclavada en el valle de la Solana, al
suroeste de Montejurra. También se aúpa sobre un promontorio presidido por la
ermita de Mendía, por el que se desparrama todo un laberinto de callejuelas
ladera abajo en una maraña irregular, amenizada por varios espacios abiertos.
Domina el conjunto la gran mole de la parroquia de San Salvador. Hoy en día
Arróniz es la villa del aceite. Por el buen hacer de su trujal se ha convertido
en un referente de esta industria en Navarra. Bueno, vamos a
ser malos y contar un chascarrillo de los de Arróniz. Tuvo Arróniz una “balsa”
monumental de planta circular para el abastecimiento de agua, situada en el
centro de la población. A los del pueblo se les conoce como “sopicones” ya que
se decía que eran capaces de comerse la balsa llena de sopas. Lástima que en
1962 se decidiera cegarla.
Pronto se nos
ha hecho la hora de abandonar Arróniz y enfilar hacia La Barranca. El puerto de
Lizarraga y sus humedades ahí están, es un peaje geográfico para fortalecer el
reuma. Ahora entendemos a que se refería el sapo con su presencia. La lluvia
nos refresca y la niebla nos abraza como si nos conocieran de toda la vida.
Atravesar hoy el túnel de Lizarraga es igualico, igualico que pasar el túnel en
el que Rafael se transmutó en Antxón, y los que hayan visto Ocho apellidos
vascos saben por dónde van los tiros. Pero ahí está ese paisaje
inconmensurable, ese verdor refulgente…
Arruazu nos
recibe sin inmutarse. Es una villa pequeña, un pueblo calle cuya tranquilidad
sólo se ve traicionada por la proximidad de la autovía de la Barranca, y esa sí
que está a tiro de piedra. El sosiego ha sido permutado por las buenas
comunicaciones, pero a todo se acostumbra uno.
Y colorín
colorado esta andanza se ha acabado. Hoy no hay gula, ni mesones, ni posadas,
ni nada que tenga que ver con la tragonería. Nos reservamos para el domingo,
que es el Día de la Madre, ¡hala!
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