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lunes, 14 de diciembre de 2015

Aibar

 
Andanza IV: Aibar

Día: 21/12/2013

Qué sabio es el refranero: “noches alegres, mañanas tristes”. Y no digo más.

La culpa de que hoy salgamos tarde, además del frío, la tiene aquello de andar trasnochando y concurriendo en horas intempestivas a garitos de dudosa reputación, todo por motivos de representación. Aunque no es descargo válido, nos excusaremos aduciendo aquello de que la vida es efímera y eso otro de no dejes para mañana lo que puedas hacer esta noche. Aún así, hemos de purgar nuestro pecado, aunque poco, y por eso, dado nuestro lamentable estado corporal y mental, en mente un solo pueblo: Aibar.


Pero resulta que por imposición del abecedario, la villa que corresponde merece una detallada visita, pues no es un lugar de los que dejan indiferente. Aibar, no es un sitio de esos anodinos, de los de ni fu ni fa, es más bien de los que dejan impronta, de los que, por obra del azar o por el tesón de sus moradores, han conseguido conservar el antiguo trazado medieval de calles estrechas, empedradas y empinadas, a las que abren sus portaladas un elenco de casonas señoriales. Cuanto arco de medio punto y cuanto blasón nobiliario sabiamente conservados como culto a la tradición. El laberinto de callejas asciende hasta la iglesia de San Pedro, que desde lo alto del cerro domina todo el caserío, ofreciendo al viajero una visión bucólica y arcaizante. Por cierto, quien intente llegar hasta allí con vehículo que se arme de paciencia o haga un máster en orientación.


Aibar está cargada de historia. Fue reducto fronterizo contra los musulmanes y escenario del enfrentamiento entre el Príncipe de Viana y su padre Juan II por la sucesión del trono, y también se convirtió en testigo mudo de los amoríos del rey Sancho III el Mayor y la dama aibaresa doña Sancha, fruto de cuyo matrimonio nació Ramiro, que se convertiría en rey de Aragón. Casi nada, cuna de monarcas.


En fin, tanta esencia de autenticidad nos ha templado el cuerpo, desequilibrado por de mañana, y con la conciencia más tranquila nos marchamos para casa tras haber cumplido con nuestras obligaciones moteras del día de hoy, porque aunque alguno no se lo crea, la vida del motero es sufrida, sobre todo para aquellos que obedecen a las obligaciones del guión.

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