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domingo, 20 de diciembre de 2015

Valle de Esteribar (1ª parte)


Andanza LII: Esteribar, Valle de (1ª parte)

Día: 05/07/2015

Bufff, da miedo asomar el hocico a la calle. Por de mañana temprano ya con temperaturas tropicales, y nosotros, erre que erre, a profanar pueblos con estos calores. ¡Qué trastorno tenemos! Para más inri hoy toca el Valle de Esteribar, un valle con dos co..., de esos que no se acaban nunca, pues tiene más de treinta núcleos de población, o al menos los tuvo pues ya unos cuantos se encuentran despoblados. Pero como el desvarío no nos llega a tanto y el calor lo aconseja, dividiremos la visita en dos jornadas, o tres, ya veremos. Hoy nos conformaremos con recorrer la vertiente sur del valle, la que arranca de los extrarradios de Pamplona, y presentaremos nuestros respetos en Olloki, Zabaldika, Iroz, Antxoritz, Zuriain, Ilurdotz, Gendulain, Idoi y Sarasibar.

Esteribar es un valle estrecho y alargado obra de la labor erosiva del río Arga y sus múltiples riachuelos afluentes. Ha sido desde tiempo inmemorial la vía de entrada a la Cuenca de Pamplona desde el Pirineo. Por sus caminos ha visto pasar invasores celtas, romanos civilizadores, bárbaros descivilizadores, árabes que, a la contra, intentaban convencer de las bondades del Islam al imperio carolingio, y después terminó por convertirse en ruta de peregrinación, pues por aquí comenzaron a afluir en la Edad Media y afluyen hoy en tropel peregrinos del mundo entero tras haber superado las escabrosidades del Pirineo.

Nuestro valle guarda para sí y para sus visitantes un entorno natural privilegiado. Al norte, el bosque del Quinto Real es un paraíso de flora y fauna, y es también cuna del más navarro de los ríos, el Arga, amansado por el embalse de Eugui para aplacar la sed de la capital, pero cuyas riberas se muestran pródigas en hayas, robles, brezos, arándanos, alisos, fresnos, arces y ya no nos sabemos más.

Puede decirse que el territorio sur del valle es zona de contrastes, pero contrastes con cierta armonía. Hay lugares como Olloki, que por proximidad ha recibido el zarpazo urbanizador de Pamplona. El pueblo viejo, encaramado en su atalaya, vigila muy de cerca el bullir de los nuevos vecinos. Allí un ruinoso Palacio Cabo de Armería todavía se muestra altivo ante la indiferencia de quienes desoyen sus gritos mudos pregonando pasadas glorias.

Y si de incongruencias hablamos, benditas sean aquellas que permiten que a quince minutos de Pamplona existan lugares en los que se nos antoja estar a mil kilómetros de la civilización, en medio de una naturaleza manirrota en generosidad expresiva. Serviría muy bien el pueblo de Antxoritz como modelo para un cuadro romántico del siglo XIX, donde la hiedra trepa por su abandonada iglesia en la que las campanas enmudecieron hace tiempo. A su vera, dos solitarias tumbas recuerdan lo efímero de la vida. Pero lo anecdótico tiene también cabida en estos parajes, en Idoi topamos con un colega motero reconvertido en eremita. La crisis y el paro obliga y aquí se ha montado una granja multirracial de bichos de todas las calañas con cuya cría y venta se gana las habichuelas. Y es que para el hambre no hay pan duro. Quien le iba a decir a nuestro amigo motero que de pilotar su Harley pasaría a cebar gorrines vietnamitas en medio de las florestas de Esteribar, y tan a gusto que está el tío. 





















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