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martes, 18 de febrero de 2020

Marcilla - Mélida - Mendavia


 Andanza CX: Marcilla - Mélida - Mendavia



 Día: 17/02/2019

Amigos, amigos, lo que se dice amigos, los hay; pero también están esos otros que simulan su afecto y, sin embargo, son más bien tocadores profesionales de partes nobles. Los susodichos, de vez en cuando, bajo la excusa de una crítica constructiva, te sueltan una andanada en toda la línea de flotación, con la intención de hundir el barco, y todo por envidia cochina. Sin ir más lejos, el otro día, uno de esos pseudoamigos, se coló en este entierro portando una vela que no sabemos de dónde la había sacado, porque ni siquiera tiene moto, y arrogándose el derecho de opinión, va y nos dice que, para él, toda esta literatura de las Andanzas está muy bien, pero carece de enjundia motera, porque el tema de los atributos mecánicos de la moto no lo mencionamos y si lo hacemos, es sólo de soslayo; entonces, a su juicio, utilizamos la moto únicamente como medio auxiliar, como transporte en la consumación de otro fin, sea el que sea, pero éste no es el de el disfrute de sus prestaciones. Vamos, más o menos nos dejó caer que las Andanzas las podíamos llevar a cabo perfectamente en coche y lo de la moto no es más que un adorno.

Cría cuervos y ya sabes lo que pasará... ¡Qué sabrá ése, si lo más parecido a una moto en lo que se ha montado es en la parte de atrás de una escoba, cuando acompaña por las noches a una amiga que tiene, en vuelo regular, no sabemos a qué negocios! Aunque pudiera parecer que encajamos mal las críticas, no es así. Cualquier crítica constructiva es aquí bien recibida, sobre todo cuando no nos enteramos. De todas formas, lo de nuestro "amigo" es una crítica proveniente de una mente racionalista, aunque pretenda esconderse bajo un manto de hedonismo, y por eso no nos lo vamos a tomar a mal. Un racionalista como él no ve más allá de sus narices y no entiende otra cosa que no sea la exaltación mecánica de un artilugio con dos ruedas. No sabe de voluptuosidades para las que la explicación racional no vale, porque la moto es un vehículo sensual, en el que, además de las virtudes dinámicas anheladas por nuestro amigo, están presentes otras, perceptibles por individuos con el alma más sutil, de la que nuestro amigo carece, si es que tiene alguna. Y que conste que aceptamos su crítica, aunque no lo parezca.

Sin embargo, esto de racionalizar las cosas viene de antiguo, no es invento de nuestro amigo ni de ningún otro tarugo contemporáneo. Resulta que a cierto pensador el siglo XVII ya se le ocurrió darle un sentido negativo a la emotividad y otro positivo a la racionalidad. No tenía el hombre otra cosa mejor que hacer. Con lo bonita que es la providencia, siempre hay quien se  empeña en agotar todos los recursos de la racionalidad para explicar cualquier acontecimiento. No entienden que se pueda vivir tan feliz en la certeza de que la percepción de las cosas no necesita demostración razonada ni razonable.

Una vez despachados a gusto, de la mano de la providencia, tan poco amiga de los razonamientos concebidos para ningunear emociones, arrancamos motores para dar cumplimiento a la Andanza de hoy. Pero... mucho alabar a la providencia y resulta que es impredecible, como un gato arisco. Nos regala un día soleado y, de telonero, un vendaval. Malos socios son la moto y el viento, así que, por culpa de la providencia o de la abuela recién parida, que también pudiera ser, ponemos rumbo a Marcilla, Mélida y Mendavia, intentando conciliar una pareja con pésima relación.

Los caminos que el Señor nos ofrece hoy no son inescrutables, pero sí son poco atractivos para la moto. Las curvas se cuentan con los dedos de la mano mala de un manco. Así que, para presentarnos en Marcilla, un pueblo de algo más de 2800 habitantes, que está en la Ribera, y más concretamente en la del río Aragón, tomamos la NA-122 dirección Andosilla, después la NA-624 hasta Peralta, y, desde aquí, la NA-128 nos deja a las puertas de Marcilla. A primera vista, Marcilla no permite ver sus encantos, porque los tiene escondidos de la mirada de quienes sólo se atreven con su travesía. A estos los castiga con la visión de casas y locales anodinos. Sin embargo, quienes osen distanciarse de la tiranía de la travesía, a izquierda o a derecha, no se han de arrepentir.

Poca piedra y mucho ladrillo, así es la monumentalidad de Marcilla. A la izquierda según se va o a la derecha según se viene, o viceversa, dependiendo de dónde se venga o hacia donde se vaya, está el convento de los Agustinos Recoletos, un edificio imponente del siglo XVIII, con su claustro y todo, y un poco vergonzoso, escondido tras unas consistentes arboledas. Al otro lado de la carretera se asienta la enjundia del pueblo, que tiene dos partes, como casi todos los pueblos: la nueva, muy funcional pero poco apta para descripciones poéticas, y la vieja aderezada, en cuyas calles, algo menos prácticas, aún se deja ver algún que otro edificio cargado de años y achaques.

Pero si lo que buscamos es monumentalidad de verdad de la buena, ahí al lado está el castillo de Marcilla. Tiene un parecido asombroso con cierta cantante americana, porque con más de 500 años a sus espaldas, parece que acaba de cumplir 18. Le han perpetrado una restauración que no lo reconoce ni el arquitecto que lo parió, igual que a la cantante. Cuenta la leyenda que en este castillo, la marquesa de Falces, Ana de Velasco, le plantó cara a las tropas del coronel Villalva allá por 1512, evitando su demolición, por intermediación del vino, según refieren.

Y dejando Marcilla, porque así lo manda el guión de nuestra misión, siguiendo hacia el este la NA-128, a la par que el río Aragón se contonea en sus meandros como una serpiente de plata, nos plantamos en Mélida tras recorrer unos exiguos 19 kilómetros, que no dan ni para que se caliente el motor. Mélida también es vecina del Aragón, quien, generosamente, le ha regalado un bonito y fresco soto situado a los pies de la terraza fluvial por la que el pueblo se asoma a contemplarlo.

Mélida es una villa de Ribera pequeña, tiene poco más de 700 habitantes, y para ser antigua parece extrañamente diseñada con escuadra y cartabón. Prácticamente todo su caserío se encuentra establecido en una trama reticular. A vista de pájaro no se divisa ningún conjunto de edificios que denote una traza medieval, o sea, más o menos desordenado. Tampoco entre sus casas se hallan muchas con caracteres monumentales, alguna hay en las inmediaciones de la iglesia que ha conservado su arco de medio punto. La parroquia de Santa María sí ha guardado empaque. Es una construcción renacentista, de mediados del siglo XVI, elevada sobre otra anterior, del siglo XIII, cuyos restos sólo se dejan ver ante miradas inquisitivas.

Es hora de dejar Mélida, de cambiar la Ribera del Aragón por la del Ebro, de dejar que el viento nos zarandee un poco, porque los 65 kilómetros que nos separan de Mendavia son de esos en los que el aire no encuentra obstáculos para soplar a gusto. Y si aprovechando ese aire ha venido acompañándonos el mismo pájaro que vio la ordenada reticularidad urbanística de Mélida, ahora, contemplando la de Mendavia, verá que aquí no hay orden ni concierto, hay anarquía urbanística en estado puro, ubicada también en una terraza fluvial, pero ahora del Ebro.

Mendavia pertenece a la Merindad de Estella, aunque se encuentra a 20 kilómetros de Logroño. De Estella la separan 39 y 78 de Pamplona. Muy agradecidos al Ebro deben estar sus casi 3600 habitantes, porque el río ha convertido a estas tierras en una productiva huerta. Su fértil vega ha hecho que Mendavia disponga de productos avalados por 11 denominaciones de origen. Para bebedores de vino, de cava o de pacharán, para catadores de aceite, para los que disfrutan comiendo espárragos, pimientos o alcachofas, para los carnívoros devoradores de ternera o cordero; todos, todos, tienen en Mendavia donde satisfacer sus ansias con calidad reconocida por algún consejo regulador.

Finalmente, nosotros hemos satisfecho las nuestras callejeando un rato por la enmarañada Mendavia, que lo es, porque la distribución de su casco urbano se las trae. Para despedirnos desde lo sagrado, hemos conseguido llegar en moto y no sin dificultades, hasta la iglesia de San Juan Bautista, encaramada en la parte alta del pueblo y un poco aprisionada entre las casas de alrededor, que la abrazan y la arropan, pero también la asfixian. Aún así ha logrado desembarazarse de esas apreturas, por delante y por detrás, gracias a los pequeños espacios diáfanos proporcionados por sendas plazoletas. Es lo que tiene la Mendavia antigua y sus calles despreocupadas de cualquier urbanismo regular.