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miércoles, 4 de septiembre de 2019

Luzaide/Valcarlos

Andanza CVIII: Luzaide/Valcarlos

Día: 30/12/2018

Seguramente es sólo sugestión a la vista de lo que se avecina, pero medio en sueños nos ha parecido oír el olifante de Roldán pidiendo auxilio. El tañedor era el Roldán medieval, el Par de Francia, y no el de aquí, el mangante contemporáneo, porque ése nunca ha sabido tocar ningún instrumento. Dicen las crónicas que el Roldán medieval la palmó subido en un peñasco en el alto de Ibañeta, soplando el olifante, que es una trompeta rústica hecha de cuerno de cabra. Dicen que sopló tarde y mal, por orgulloso. No quiso avisar a su tío, que estaba tan tranquilo en Valcarlos, echando una partida de ajedrez. Por no pedir socorro a tiempo, entre moros y vascones le comieron la tostada, a él, al arzobispo Turpin, a Oliveros y a la flor y nata de la caballería francesa. Y cuando su tío Carlomagno, que andaba a la caza del alfil de su contrincante, oyó a lo lejos el bramar del olifante, se dijo: ¡Ay, Dios, ya me han jodido los moros la retaguardia!

Efectivamente, los moros y esos otros que no eran moros sino montañeses de por allí, algunos parientes lejanos de los moros, le dieron matarile a Roldan y a los suyos según volvían a casa, en venganza por echar abajo las murallas de Pamplona. Carlomagno no llegó a tiempo y el infortunado Roldán pagó los platos rotos, por ir el último y también un poco por macarra. Más le hubiera valido pedir auxilio antes, pero no, -pa chulo yo, que puedo con todos- pensó, y así le lució el pelo.

A la vista está que cruzar los Pirineos en aquellos tiempos tenía sus riesgos y Roldán lo experimentó en sus propias carnes. A nosotros hoy nos toca ir para esas tierras y de ahí que nos hayamos levantado sugestionados con el ruido del olifante avisador de peligros. Pero, bien pensado, no era lo mismo transitar por los Pirineos en el siglo VIII que hacerlo en la actualidad. Ahora no hay moros ni vascones cabreados al acecho en los desfiladeros, que se sepa. Ni nosotros hemos destruido las murallas de Pamplona; es más, ni siquiera teníamos intención de pasar por la capital, por si acaso.

Entonces, no hay miedo. Al contrario, cuando toca visita al Pirineo aceptamos el destino cual bendición del cielo y cumplimos la misión sin vacilaciones y con poca prisa, deleitándonos, a sabiendas de que tras la consumación de esta Andanza siempre nos quedará un regusto amable, saturado de verde, de azul, de horizontes cerrados por montañas y de horizontes abiertos por valles. Y como la providencia tutelada que nos mueve dice que debemos ir a Valcarlos, asegurados están semejantes gozos.

El pobre Roldán no llegó a Valcarlos porque no lo dejaron, ni en su trance debió disfrutar mucho del Pirineo. Una pena lo de ese señor. Nosotros sí vamos dispuestos a hacerlo y engrosar sensaciones y para ello, como aperitivo, nada mejor que aproximarnos rodando por la NA-1720, atravesando el valle de Arce de Sur a Norte, a contracorriente del río Urrobi. Son paisajes para ir abriendo boca. El Urrobi es un río humilde que sólo mantiene ese nombre durante 32 kilómetros, hasta desvanecerse en el embalse de Itoiz. Aunque de vida efímera es bravío, de aguas cristalinas, siempre empecinadas en erosionar el roquedo con un constante martilleo. Y así, con el rumor de sus ímpetus, nos acompaña hasta un camping que le ha cogido prestado el nombre al río, situado a la vera de la N-135, serpenteando las quebraduras de un terreno en continuo ascenso.

Luego viene una llanura y, un poco más allá dirección Francia, asoma Burguete, que es un pueblo-calle pirenaico, cuya arquitectura es fiel reflejo de la extrema climatología de la zona, y de cuyas bondades ya dimos cuenta en la Andanza XX, allá por junio de 2014, así que quien quiera refrescarse la memoria ya sabe dónde. En seguida y antes de empezar a trepar por Ibañeta está Roncesvalles, pero también pasamos de largo porque todavía no toca visita a este lugar, sin embargo aquí ya se nota la huella de Roldán. Hay una estatua suya reciente junto a la Colegiata, en la que se le representa agonizando al lado de su caballo después de que los moros, o los vascones, o quien fuera le dieran pal pelo. El olifante se le ha caído entre las piernas, en un sitio que da pie a que las mentes sucias vean a Roldán como un superdotado, y no precisamente por tener un coeficiente intelectual elevado.

Continuamos rodando un poco cuesta arriba, hasta encaramarnos en Ibañeta. Donde culmina la carretera está la ermita de san Salvador y un poco a la izquierda otro monumento en recuerdo de Roldan. Es un monolito expoliado recientemente. Algún coleccionista de recuerdos se ha llevado la espada y las mazas que lo adornaban. Desde aquí la carretera se deja caer hasta Luzaide/Valcarlos -ese es el nombre oficial de nuestro destino- por una pendiente estrecha y vertiginosa, aunque de fascinante panorámica, adornada hoy con jirones de niebla  enredados entre su espeso arbolado.

Luzaide/Valcarlos es un pueblo de barrios diseminados y montaraces, situado a 2 kilómetros de la frontera, a unos 64 de Pamplona y 12 de Saint Jean Pied de Port, ya en territorio francés, en la muga con la Baja Navarra, en lo que fue la Tierra de Ultrapuertos, perteneciente al antiguo Reino de Navarra. Por esa proximidad los vínculos entre las gentes de ambos lados de la frontera son muy intensos, al margen de cualquier división administrativa.

Valcarlos se dispone en un valle angosto y abrupto, asediado por bosques plagados de innumerables regatas que se precipitan en caída libre. Tiene algo menos de 400 habitantes cobijados en esos barrios de los que hablábamos, desparramados, esquivos y díscolos. Son los barrios de Aitzurre, Azoleta, Bixcar, Elizaldea (núcleo principal donde se concentran los servicios), Gaindola, Gainekoleta, Pekotxeta y Ventas o Pertole. Este último, como su nombre indica, está enteramente entregado al comercio, al cual los vecinos franceses acuden a surtirse de aquellos productos que en su país son un pelo más caros.

No sólo de leyendas carolingias vive Valcarlos. Es la puerta española del Camino de Santiago, lugar de pausa y acopio de ánimo de todos aquellos peregrinos decididos a acometer la subida a Ibañeta, para después dejarse caer hasta Roncesvalles, punto de parada histórica. Un monumento evoca la tradición jacobea de Valcarlos. De la mano de Jorge Oteiza surgieron seis estelas antropomorfas con las que el autor simbolizó el milagro del peregrino muerto en los puertos de Cize que es llevado a Santiago por el propio Apóstol. Se encuentra frente a la iglesia, en el barrio de Elizaldea.

Ya es media mañana y un jirón de niebla desgajado de las alturas se ha empeñado en arropar una parte de Valcarlos. Encima de su caserío está enzarzado en una lucha a brazo partido con el sol. En este rifirrafe parece que tiene las de ganar el sol, sobre todo porque a estas horas ya se ha hecho fuerte y tiene el suficiente poder para disipar con sus casi 18 grados a la niebla timorata. Nosotros observamos la pelea desde la terraza de la Venta Ardandegia, con un plato de calamares y vino para acompañar, discurriendo sobre qué lugar es el más idóneo para comer hoy. Se nos ha ocurrido que ese sitio es Nagore, viejo conocido, desandando lo andado por el valle de Arce y donde el río Urrobi pierde su nombre. Que así sea.