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martes, 12 de abril de 2016

Gallués/Galoze

Andanza LXVI: Gallués/Galoze

Día: 24/03/2016

Hay por ahí ciertos prójimos que mantienen la sospecha de que la decadencia de Occidente (y de Oriente seguramente también) se originó cuando entraron en conflicto los instintos y la razón, y, en pleno fragor de tan áspera rivalidad, comenzó a imponerse esta última. Dicen además los susodichos que, en consecuencia, la práctica habitual de racionalizarlo todo ha sustituido a las formas naturales de comportamiento, provocando la pérdida del equilibrio espontáneo del ser humano, posible gracias a la seguridad que le proporcionaba el comportamiento instintivo.

Pues bien, hoy nos toca retozar en uno de esos lugares en los que arraigaron individuos naturalmente equilibrados, de los escasos que no se dejaron subyugar del todo por las verdades de la razón, y ese lugar es Gallués. Nunca conoceremos a ciencia cierta cuál fue el germen que dio lugar a que sus moradores se vinieran conduciendo a lo largo de los tiempos de manera equilibrada, si realmente lo hicieron a base de seguir los impulsos de ese instinto nativo tan en detrimento de la razón o en qué medida esto se extrapoló al hábitat geográfico, pero damos fe de que Gallués tiene conciencia natural de sí.

Y es que está claro que el criterio de la certeza es la evidencia, la cual aquí se encuentra por doquier revelando excelencias. Si además, tal como hoy, hemos podido llegar a sentir el empuje aún tímido de una primavera recién llegada, tratando de ganarse su lugar en los recovecos del valle de Salazar y favoreciendo el reverdecer de instintos adormecidos, no hay alma cándida que no destierre esa belicosa razón racionalizadora.



Así que, con nuestro razonamiento relegado, cosa tan habitual, nos hemos internado en el Gallués salacenco por la NA-178, vía Lumbier-Navascués, puerta abierta al Pirineo. Dicen que Salazar disfruta de cierto endemismo, con él los municipios que cobija y Gallués es uno de ellos. El ayuntamiento está conformado por tres concejos: Iciz (13 habitantes), Izal (32) y Uscarrés (43), y un lugar habitado: Gallués (9 valientes), que es quien ha cedido el nombre al conjunto.

Ese endemismo traído a cuento viene a ser un tanto inconcreto, más perceptible instintivamente que dando uso al juicio, como debe de ser. Tal vez en tiempos remotos el aislamiento geográfico fabricara cierta exclusividad de la que hoy aún perdura su fantasma, palpable sobre todo para quienes están convencidos de que el espectro aún merodea por ahí. Y como nosotros militamos entre los crédulos, con esa certidumbre hemos contemplado ensueños y realidades. Hayedos, praderíos y campos de cultivo se yuxtaponen por esta tierra en la que una primavera virginal regala hoy luz contenida y frescura. El bosque, no menos generoso, obsequia a quien quiere oír con trinos y gorjeos de unas aves excitadas por la renacida estación, incluso el corzo o el jabalí, también estimulados, parecen mostrarse menos esquivos.

Fuera de las umbrías asoman nuestros pequeños pueblos. Hemos callejeado en primer lugar por Uscarrés, Iciz y Gallués, todos próximos, a la vera de la carretera NA-178, y donde las gentes ya se han desperezado alentadas por el tibio sol. Hay cierta algazara, dado que a los moradores acostumbrados se han sumado los ordinarios del fin de semana y los extraordinarios de la Semana Santa. Como entretenimiento, muchos se afanan en revitalizar sus jardines, adormecidos tras el paso del invierno recién fenecido, coloreándolos con flores. Numerosas casas saben a gótico, pues en sus fachadas se abren abundantes portalones y ventanas estructuradas con arcaicos arcos ojivales. Será esto algo del endemismo de marras, extrapolado a lo arquitectónico.

Aún tenemos compromiso con Izal, el último lugar, díscolo y alejado del resto. En su sedición, huyó este pueblo hasta los confines de la Tierra. Se apartó sin nostalgia en búsqueda de recogimiento y eligió bien. Hasta Izal nos traslada una sinuosa carreterita serpenteante y encajonada entre escabrosidades, que ya hace presagiar las calidades de lo que se encuentra a su término.  Y los augurios se confirman. Izal es una de esas aldeas con gracia, la suya propia y la que le otorga el entorno. Sus vecinos, gozosos, presumen de pueblo al sol, frente a la puerta de la sociedad comunal, al frescor de una cerveza y a la vera del arroyo canalizado que lo atraviesa. Hay aquí una bonita casa rural, también con reminiscencias góticas, cuyo portalón dan ganas de atravesar y quedarse. Pero no puede ser, hemos de volver al mundo real, al impuesto por la razón, esa razón concupiscente que desde el estómago nos recuerda la hora que es, la de llenar la andorga: el materialismo como fundamento último de nuestras creencias.