Andanza XXVIII: Bera/Vera de Bidasoa
Día: 19/10/2014
«Ciertamente nuestro rincón del
Bidasoa no tiene brillante cultura, ni esplendorosa historia; no hay en él
grandes montes, ni grandes valles, ni magníficas ciudades; pero no por eso
dejan de cantar los ruiseñores en las enramadas las noches de verano y las
alondras en los prados las mañanas de sol».
Con palabras de Pío Baroja iniciamos la
andanza motera de hoy, un día veraniego bien avanzado el mes de octubre, y es
que esta jornada está dedicada en exclusiva a Bera de Bidasoa, una localidad de
unos 3700 habitantes perteneciente a la comarca de las Cinco Villas de Navarra,
situada a 75 kilómetros de Pamplona, que limita al norte y este con Francia, al
Sur con Etxalar y al oeste con Lesaka e Irún, ya en Guipúzcoa. Pero en esta
ocasión, excepcionalmente, no dedicaremos nuestra crónica a relatar los
atractivos estéticos de la villa o de su entorno, que a la vista saltan en las
fotos, ni siquiera a narrar alguno de sus muchos acontecimientos históricos.
Hoy nuestra visión de esa tierra vendrá tamizada por la que de ella tenía Pío
Baroja, poeta de sus excelencias, quien a su vez las expresó por boca de alguno
de los protagonistas de sus obras, por aquello de que “lo interesante
es descubrir el temperamento del escritor entre las frases de sus personajes”, según sus
propias palabras.
En
1912, Baroja, cansado de vivir en Madrid, decidió comprar un caserón viejo en
el campo, no lejos del mar y adquirió “Itzea”, en el barrio de Alzate en Vera de
Bidasoa. “Itzea” antes solar de los señores de Alzate, se convertirá después en
solar de los Baroja y fue aquí donde don Pío engendró una de sus obras más
extrañas y singulares: La leyenda de Jaun de Alzate, un relato de ambientación medieval, dialogado en estilo teatral, que
constituye un canto a la tierra, a las gentes y a los seres mitológicos moradores
de las orillas del Bidasoa. A ella nos remitimos porque, inexcusablemente,
quien quiera impregnarse de la quintaesencia de este entorno ha de leerla.
Por el interés te quiero Andrés y por
ello nos convertimos en propagandistas de Baroja. Es esta historia original,
colorista y anacrónica, en la que se describe lo más cercano a un pueblo viejo
cargado de humor y sabiduría; el héroe protagonista, Jaun de Alzate, procedente
de una familia tan antigua como el monte Larrun, en su juventud fue un guerrero
esforzado y ahora, ya maduro, encarna el escepticismo de quien ve como un
cristianismo incipiente socava los principios de su ancestral religión, cargando
las tintas contra los males que causa en unas aldeas donde la naturaleza y la
vida en comunidad regían tiempos felices, austeros y, probablemente,
imaginarios. Jaun,
en la soledad de su hogar, cuestiona los dogmas religiosos, se deja atrapar por
el afán de saber, estudia todas las ciencias y durante casi quince años su vida
se convierte en un peregrinar por el mundo en busca de una verdad absoluta que,
naturalmente, no encuentra. Finalmente constata que no hay más autenticidad en
el cristianismo que en su religión naturalista, sin embargo, cuando regresa a
su querido Bidasoa, sus creencias han sido barridas por el ímpetu vehemente del
cristianismo y hasta sus más fieles se han convertido.
Alguno
dirá que con la excusa de ceder el protagonismo a Baroja y su personaje estamos
yéndonos por los cerros de Úbeda. Probablemente así sea, pero es que estamos
vagos y si tan insigne novelista nos facilita el trabajo para qué vamos a
calentarnos la sesera. Así describe Baroja en el prólogo de esta obra las
bondades de las tierras del Bidasoa:
“El
objeto principal de mi leyenda es cantar esta tierra y este río. Nuestra
comarca es pequeña y sin grandes horizontes, es verdad; mi canto será también
pequeño y sin grandes horizontes. No lo siento. Tengo más simpatía por lo
pequeño que por lo enorme y lo colosal”.
“Antes
de que llegue la época en que las presas y los saltos de agua hayan desfigurado
definitivamente el Bidasoa, el pequeño río de nuestro pequeño país; antes de
que los postes sustituyan a los árboles y las paredes de cemento a los setos
vivos, y los tornillos a las flores; antes de que no queden más leyendas que
las de las placas del Sagrado Corazón de Jesús y las de la Unión y el Fénix
Español, quiero cantar nuestra comarca en su estado natural y primitivo, y
expresar, aunque sea de una manera deficiente y torpe, el encanto y la gracia
de esta tierra dulce y amable”.
En
fin, lejano queda aquel 1922 en que Pío Baroja escribió su Leyenda, y, a
Dios gracias o al empeño de sus vecinos, no se han cumplido enteramente las predicciones
del escritor. A día de hoy el país del Bidasoa sigue siendo como “una
canción dulce, ligera, conocida, siempre vieja y siempre nueva”. Que dure.
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