Translate

lunes, 24 de octubre de 2016

Valle de Goñi

Andanza LXXII: Goñi, Valle de


Día: 10/07/2016

Corren tiempos de fascinación hacia mundos remotos, perdidos, olvidados..., puestos de moda por juegos de rol, películas de fantasía o videojuegos, tan espectaculares que han conseguido sugestionar a legiones de frikis y no tan frikis. El porqué de ese magnetismo, de esa atracción hacia semejante mitología es algo difícil de definir. Tal vez sea por el ansia de escapar de lo corriente, por el hastío hacia lo cotidiano, por hartazgo de la rutina, o porque el cansancio por lo acostumbrado acomoda placenteramente en una ficción evanescente.


Decía San Gregorio Magno que lo que la lectura enseña al lector, las imágenes se lo enseñan a los iletrados. Pero resulta que hoy por hoy iletrados hay pocos y la tecnología audiovisual ha sido capaz de hacer palpables esos mundos a los que nos referimos mediante la imagen, más descansada que la lectura, convirtiéndola en un arma irresistible, tanto que hay quienes rendidos ante su poder de fascinación campan gustosamente por las tierras paralelas como Pedro por su casa. Frikis o no frikis, autoconvencidos de una realidad a medio camino entre lo virtual y lo material, se sienten cómodos en la Tierra Media, en la República Galáctica de Star Wars o en los Mundos de Yupi, porque uno es de donde pace no de donde nace.
Y... ¿a qué ha venido esto a colación? Pues porque nosotros, en cierta medida, compartimos algo de ese frikismo hacia los mundos remotos, no tanto perdidos aunque sí un poco olvidados. Son nuestros mundos algo más terrenales pero no menos sugerentes que los fantasiosos y precisamente en esta Andanza nos encaminamos hacia uno de ellos. Así como otros se disfrazan de Darth Vader para colmar su fantasía, nosotros también, con traje y casco y pilotando nuestra nave, en este caso de dos ruedas y a ras de suelo, que igualmente nos permite proyectarnos  hacía un mundo arrinconado pero de verdad.


Es nuestro objetivo el Valle de Goñi, un lugar apartado, anacoreta de las alturas y un tanto retraído. Se ubica entre las sierras de Andía y Urbasa, en la zona noroccidental de la Merindad de Estella, a más de 1000 metros sobre el nivel del mar y muy por encima de las cosas humanas, parafraseando a cierto filósofo. Como buen valle, es un municipio compuesto, integrado por los concejos de Aizpún, donde se asienta la capitalidad, Azanza, Goñi, el que le ha cedido el nombre, Munárriz y Urdánoz.


Hay quien opina que los mayores esfuerzos regalan las mejores satisfacciones y ciertamente, llegar hasta él requiere uno considerable, aunque tempranamente se ve recompensado por el agradable rutear que otorga el tránsito por los apacibles valles de Yerri y Guesálaz en un día luminoso y cristalino como hoy. Pero la verdadera contienda se inicia con la subida al alto de Guembe, donde la peor parte se la lleva nuestra sufrida moto, cargando sobre sus lomos con unos cuantos kilos de humanidad. Tan buena es que ni se queja, trepa que te trepa, curva a curva, transigiendo con el vigor de estas montañas sin inmutarse. Así que en recompensa, tras coronar el alto, súbitamente se exhibe a quien ha osado trepar hasta allí la serenidad del valle. El misterio se revela con todo lucimiento.

Escribió Nicolás Poussin, pintor del clasicismo francés, que las cosas de perfección no hay que mirarlas con prisa sino con tiempo, juicio y discernimiento, pues juzgarlas requiere el mismo proceso que hacerlas..., y para eso hemos venido hasta aquí. Sabemos que como jueces se nos escapa la objetividad por esa tendencia a ver la botella siempre medio llena, pero esta conformidad alarga la vida, y vida larga es de la que deben beneficiarse los moradores del valle en su disfrute diario de unos lugares ricos en piedras cargadas de historia, en los que el tiempo se escapa entre las manos como la arena del reloj. De historias y de leyendas, pues las unas son complemento de la otras. ¡Cómo no iban a proliferar las leyendas en un mundo olvidado como es éste!, tan ajeno a los trajines cotidianos.

Buscando rincones mágicos hemos auscultado los recovecos de estos pueblos, que de ellos están sobrados. Algunos son un tanto herméticos, encastillados en sus iglesias, desde las que puede uno asomarse a un pasado remoto. Ahí está la vieja parroquia de San Ciriaco de Goñi, sacada de un sueño, encumbrada en su promontorio, vetusta y arruinada pero aún dominante y engreída. En sus musculosas paredes se abren las saeteras que hablan de un pasado entre la cruz y la espada. Dentro también se escuchan voces, voces de leyenda; esbozada en la piedra la de Teodosio de Goñi, caballero penitente en Aralar cargado de cadenas para purgar un horrible crimen.


Uno a uno, los cinco pueblos nos han magnetizado, nos han permitido ejercitar algo que va más allá del ver: la contemplación. Ante una mirada risueña, en pequeñas porciones, las escenas del pasado han desfilado en secuencia infinita colmándonos de mito y de historia, pero por desgracia no hay lugar aquí para tanta memoria como guarda el valle de Goñi.

Aplacada nuestra capacidad de admiración, es tiempo ahora de templar otro instinto más básico, ese desorden espiritual que nos lleva a perder el control de nuestros propios actos, la glotonería. Y que buen sitio hemos encontrado para ejercitarla: el hotel rural Teodosio de Goñi, en Aizpún. En su acogedora terraza, con unas buenas cervezas, hemos aquietado tan terrible pecado capital, ese vicio colérico que nos persigue a diario y no comprendemos el porqué de su acoso. Nos han acompañado dos convidados de piedra. Allí estaban don Quijote y Sancho en hábito de fiesteros y, misteriosamente, un tanto alejados de su hábitat natural.