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sábado, 27 de enero de 2018

Lazagurría - Leache

Andanza XCVII: Lazagurría - Leache

Día: 05/11/2017

No hay día, de ésos que dedicamos a nuestras andanzas, en el que, ante una vetusta iglesia, un caserón destartalado o las ruinas de un palacio, dejemos de preguntarnos por los secretos que guardan. Retenidos entre sus muros, algunos de estos edificios atesoran unos pocos mientras  otros custodian innumerables, pero todos esconden alguno. Si son más o si son menos, lo delatan las cicatrices que el tiempo ha dejado en sus piedras, sin embargo, éstas no hablan. ¿O sí?

Hay quien asegura que existe una relación fija entre las cicatrices y sus causas, y debe ser cierto porque lo decían unos señores muy versados, como eran Langlois y Seignobos, historiadores positivistas franceses, lumbreras en eso de descifrar lo que dicen las piedras. Y es que el hablar de las piedras es un hablar complejo, de ardua interpretación, un proceso que se inicia en la observación material y pretende finalizar con el conocimiento de los hechos. Sin embargo, un avispado profesor como es Agustín Azkarate Garai-Olaun, se dio cuenta de que el pasado existe únicamente en las cosas que decimos sobre el mismo.

A ver, a ver..., si las piedras hablan pero no entendemos o no queremos entender lo que nos  dicen, y entonces desentrañamos su discurso a la buena de Dios, por acción u omisión, y si además le echamos un poco más de fantasía para sustanciar el enredo, pues apaga y vámonos. Para bien o para mal, resulta que ésa es nuestra filosofía. De historia-ficción de la buena nos gusta tirar a nosotros aquí, más que nada por quitar seriedad y solazar a la vez.

Por ejemplo, cuando llegamos a lomos de nuestro corcel mecánico a una aldea remota, olvidada en el tiempo, y en uno de sus maravillosos rincones se nos aparecen las ruinas de una casa solariega por las que trepa la hiedra en romántica estampa, digan lo que digan sus piedras, como no las comprendemos, a nosotros se nos antoja que allí debió vivir una apuesta moza heredera de un mayorazgo y que murió de amor porque su pretendido, que era labrador, se marchó a hacer las Indias para enriquecerse e igualarse en fortuna con su amada, pero según subía por el Amazonas lo trincaron los jíbaros, se hicieron un llavero con su cabeza y el cuerpo se lo echaron a las pirañas. Pero resulta que lo que las ruinas querían decir es que en los años sesenta los dueños de la vivienda tuvieron que emigrar a Bilbao porque las tierras no daban para subsistir y con la casa abandonada las termitas dijeron “ésta es la nuestra” y se comieron las vigas del tejado y todo se fue al carajo. Dónde va a parar lo nuestro con la realidad, por eso, cuando algo habla y no se le entiende, pues se lo imagina uno.

A imaginar nos vamos en esta ocasión a Lazagurría y Leache, pueblos de la Navarra Media muy diferentes, que seguro que dan para fantasear mucho y bueno a diletantes como nosotros y para proferir razonamientos encadenados a historiadores, porque sus piedras hablan a voces, sobre todo las incontables que tiene el segundo, que son como cotorras.

En Lazagurría se presenta uno en un abrir y cerrar de ojos por la autovía A-12, pero nosotros no. Mejor por la vieja N-111 hasta Los Arcos y desde aquí por la NA-1120, y así disfrutar de alguna que otra curva, aunque no muchas. Curiosamente, nos hemos cruzado en la NA-1120 con cinco o seis Ferrari, de los que sólo se ven en las películas o en Mónaco, y parece que venían del circuito de Los Arcos, con pilotos por un rato disfrutando de unas máquinas al alcance de pocos bolsillos.

Lazagurría se encuentra en una encrucijada, de carreteras y de ríos, que en realidad son más bien riachuelos, como el Linares y el Odrón. Es una villa estirada de Este a Oeste, casi un pueblo calle, aunque ha engordado un poco a lo ancho. El caserío se ha plantado al sur de una suave ladera proyectada hacia la orilla del río Linares. Se encuentra muy bien enlazado, a 21 kilómetros de Logroño y 67 de Pamplona por la A-12, con salida propia.

A pesar de la autovía, el sosiego campa a sus anchas en este lugar. Hoy, sus algo más de 200 habitantes han caído en la indolencia, seguramente por ser domingo. Aunque el propio municipio rezuma sabor añejo, en domingo y cualquier otro día también. Se le ve un poco mustio y no sabemos bien por qué. La Iglesia, un tanto añosa, se alza a pie de calle, de la calle Mayor, con su campanario de ladrillo despuntando en las alturas. Las señoras cigüeñas se han empeñado en decorarlo. Le han plantado un moño a disgusto del señor párroco.

Hechos los honores a Lazagurría, nos vamos de occidente hacia oriente, de la Merindad de Estella a la de Sangüesa, mendigando, como siempre, algún que otro puerto que anime la ruta. Nos hemos tenido que conformar con el alto de Lerga, no es gran cosa pero menos da una piedra. Nuestro nuevo objetivo está en lo que fue el Val de Aibar, disgregado en municipios independientes en el siglo XIX, entre ellos Leache. Llegados a Aibar, desde aquí parte una carretera estrecha y solitaria, la NA-5120, que termina muriendo en Leache, en medio de la nada. No hay civilización más allá.

Leache es un pequeño pueblo un tanto desvencijado, pero tiene aura. A día de hoy lo habitan unos 35 vecinos, aunque en la Edad Media debió aproximarse a los 300. Llegó a contar con dos iglesias románicas de las que únicamente sobrevive una y desfigurada. De la otra quedan unas ruinas en la parte alta del pueblo, son ruinas susurrantes, de esas que cuentan historias serias a quien sabe interpretarlas. Estuvo dedicada a San Martín de Tour y perteneció a la Orden de San Juan de Jerusalén, que tuvo una Encomienda en Leache, de las más importantes en Navarra entre los siglos XIII y XV a juzgar por la documentación que se conserva en el Archivo Histórico Nacional.


Pero a mediados del siglo XIX la iglesia ya estaba arruinada y abandonada por culpa del señor Mendizábal, o al menos a él le echan la culpa los curas. Fue objeto de rapiña y utilizada como cantera para otras construcciones del pueblo. Por eso una parte de Leache parece hecho a retales, hecho con piedras realquiladas al pobre San Martín de Tour sin su consentimiento. El expolio lo protagonizaron las edificaciones que hoy muestran portaladas, ventanas, piedras talladas y sillares de época románica y gótica. ¡Qué cara!, se exhiben sin un ápice de vergüenza, como si la sisa no fuera con ellas. Así, cómo vamos a entender nosotros a las piedras, si pretenden engañar. Luego dicen que nos inventamos lo que nos parece, sin orden ni concierto. La culpa de nuestros desvaríos…, de las piedras fulleras.











domingo, 14 de enero de 2018

Valle de Larraun (1ª parte)

Andanza XCV: Larraun, Valle de (1ª parte)

Día: 08/10/2017

Aunque ya quisiéramos, no puede ser. No nos da la vida para deleitarnos en la contemplación, porque Navarra es grande y sus pueblos son muchos. ¿Cuántas de nuestras visitas relámpago nos han hecho perder detalles que de haberlas realizado de modo más pausado no hubiésemos pasado por alto? Ni se sabe. Pero…, como el que no se conforma es porque no quiere, nos las apañamos para ver la botella medio llena.


Ciertamente, el no poder dedicar el tiempo necesario a ejercitar una mirada profunda debería convertirnos en malos observadores, en curiosos de pacotilla; sin embargo, como la necesidad obliga, nos hemos sacado de la manga un recurso, el de la inmediatez visual. ¿Y qué es eso?, se preguntará alguno. Pues es comerse con la mirada el espectáculo que se nos ofrece a cada momento en un abrir y cerrar de ojos, y guardar al instante la memoria de su fascinación. Todo es cuestión de educar los sentidos, además, no es invento nuestro, se le ocurrió al mismo señor que proclamó aquello de “lo bueno, si breve, dos veces bueno”.

Hay días en los que nos vemos apremiados a abusar de este recurso ya que la tierra visitada no nos deja más opción. Obliga a ello la contumacia del asombro radical producido por tanto y tan buen espectáculo. Es lo que tiene la Montaña. Y porque así lo quiere el destino (bonito recurso poético, sí señor), hoy iniciamos nuestra andadura por el Valle de Larraun, que es un sitio que está en la Merindad de Pamplona, a 33 kilómetros de la capital y en la falda noreste de la Sierra de Aralar. Larraun tiene alrededor de mil habitantes repartidos en quince concejos, pero en esta jornada sólo hemos de recorrer medio valle, la otra mitad lo dejamos para el próximo día, porque Larraun es mucho Larraun, y sino a las fotos nos remitimos. Hay para hartarse.

Como siempre, antes de salir advertimos a nuestra amiga de dos ruedas sobre lo que le espera, y como es joven y protestona, dice que visitar esos lugares y por semejantes caminos caprinos está muy bien, pero que en los tiempos que corren no hace falta ir hasta allí, se puede ver todo por Internet, sin pasar calamidades y sin gastar gasolina ni ruedas. ¡Vaya espíritu! ¡Cómo está la juventud! Nosotros le recordamos lo del deseo de viajar y cuál es su papel en este mundo, así que, a regañadientes nos acoge en su grupa, gruñe y enfila rumbo a Irurzun, para ir haciendo boca por las curvitas sin fin de la NA-7010.

Fieles al principio motero que dice que cualquier línea recta es una aberración, acometemos los dominios del valle desde el sur, con la intención de despacharnos de una atacada ocho concejos, los más meridionales, o sea: Madotz, Oderitz, Astitz, Alli, Iribas, Baráibar, Mugiro y Arruitz. Nada más empezar a trepar por la trepidante NA-7500 advertimos cómo se las gasta esta tierra. La subida a Madotz deja al descubierto algún precipicio que ya, ya, pero también enseña verdor y frondosidades de robles, hayas y castaños, desde donde si te sale el basajaún y te come no se entera ni Dios. La carretera, según se eleva, nos va descubriendo lugares mágicos, acurrucados bajo las enaguas de Aralar y salpicados de caserones montañeses, de esos de fachadas a tres alturas, tejados a dos aguas y aleros descomunales.

Un poquito más arriba se encuentra Oderitz, situado en una leve pendiente a los pies del monte Iruiondi. Sus 46 habitantes se reparten entre caseríos con nombre propio, casi todos blasonados. Oderitz tiene posada y como al verla se nos despertaron las hambres, pues a husmear. ¡Menuda sorpresa! Qué lugar tan especial anclado en el pasado. Traspasar su umbral fue retroceder en el tiempo, y hasta los dueños y el parroquiano que allí estaba parecían ser de otra época. Amueblado a la antigua y decorado con brujas de todos los pelajes, su ambiente entre tétrico y acogedor impresionaba, como nos impresionaron sus precios, verdaderamente de otros tiempos y además nos regalaron una bolsa de castañas. Un sitio que merece una visita.

Por la misma NA-7500, hacia lo alto, aparece Astitz, de 38 habitantes y seguidamente Alli, otro pueblo con grandes casas del siglo XVIII, próximo al cauce del río Larraun y un poco en cuesta. Después, cruce a la izquierda para coger la NA-7504 hasta Iribas, lugar que se halla al borde del nacedero del Larraun, extendiendo su caserío sobre una planicie previa a la sierra de Aralar. Seguimos, vuelta hacia atrás hasta la NA-7500 y nuevo cruce a la izquierda por la NA-7510, que pasa por Baraibar antes de morir en el Santuario de San Miguel de Aralar. Baraibar tiene 89 habitantes y también reparte sus hogares por una pendiente, con la iglesia dominando el cotarro. Las casas, como casi todas por aquí, son grandes, antiguas y exentas, respondiendo a la tipología de la zona.

Ahora, para dirigirnos a Mugiro, toca bajada a Lekunberri, municipio que desertó del Valle de Larraun allá por los años 90 para hacerse independiente, y tomando la NA-1300, atravesando un robledal, llegamos al pueblo, que es alargado y está en ligera pendiente, cómo no, y tiene bonitas casas de los siglos XVII, XVIII y XIX, y también magníficas vistas a Aralar. Terminamos cruzando el puente sobre la autovía A-15 para llegar a Arruitz, población desparramada en terreno llano, cosa extraña por aquí, si bien su iglesia se encarama encima de una pequeña colina, sobresaliendo arrogante sobre un caserío desplegado a sus pies.

¡Hala!, esto se ha acabado por hoy y como la chistorra que saboreamos a media mañana en la posada de las brujas de Oderitz ya la tenemos en los pies y por la hora que es no nos da tiempo de llegar a casa, nos hemos informado sobre lo bien que se come en cierto restaurante que atisbamos al pasar por Astitz. Así que, buscando aplacar el hambre decidimos que lo mejor es desandar lo andado hasta Astitz, pero resulta que como es Domingo, hace bueno y la gente no para quieta en casa, el garito estaba hasta la bandera y nos hemos quedamos con un palmo de narices.

¡Qué horror, en medio de la nada y sin comer! Sin embargo, Dios aprieta pero no ahoga y en su bondad infinita nos ha hecho recordar otro restaurante no demasiado lejano y un tanto escondido, supuestamente a salvo de los tumultos domingueros. Está en Erroz, cerca de Irurzun por la carretera que viene de Ororbia, así que raudos y veloces, por la cuenta que nos trae, hacemos acto de presencia y todo para comprobar que también está lleno…, aunque una amable camarera, viéndonos desalentados, tiene a bien hacernos un hueco si tenemos un poco de paciencia. Y la tenemos, claro que la tenemos, más que nada porque mientras esperamos llega un olor a chuleta y brasas que flipas.





















Valle de Larraun (2ª parte)

Andanza XCVI: Larraun, Valle de (2ª parte)

Día: 29/10/2017

¿Dónde nos habíamos quedado? ¡Ah!, sí, en Arruitz tras recorrer medio Valle de Larraun. Por cierto, con las prisas el otro día se nos olvidó comentar lo buena que estaba la chuleta de Erroz, más que nada por dar envidia. En fin, dejémonos de pasiones y vamos a lo que nos interesa, nuestro valle, porque nos queda la mitad norte y a donde volvemos con renovadas fuerzas, embarcados en ese viaje del ver y captar en un abrir y cerrar de ojos del que hablábamos en la primera parte, porque falta nos va a hacer.

Sobre el mapa, el recorrido de hoy se nos antoja difícil de planificar. Entre laberinto y maraña, montañas y curvas a diestro y siniestro, aunque, qué más podemos pedir si al fin y al cabo es lo que siempre buscamos, y si además el camino está aderezado con una geografía impresionante como es el caso, pues se nos hace la boca agua; así que, con el GPS debidamente advertido de nuestras intenciones iniciamos la marcha hacia Lekunberri, centro neurálgico y renegado del valle, desde donde parte todo el enredo de carreteras a recorrer.

Empezamos por Albiasu, un concejo próximo y al que se llega por la carretera que pasa junto al polígono industrial de Lekunberri y muere en el propio Albiasu, situado a poco más de tres kilómetros. Albiasu es pequeñito, no llega a 30 habitantes. A la entrada nos recibe un caserón del siglo XVIII, simétrico e imponente, con palomar y escudo barroco. Más sencilla es su iglesia, subida en un altillo, desde donde se ofrecen una vistas extraordinarias del valle.

Como más allá de Albiasu no hay nada, pues vuelta para atrás, a Lekunberri otra vez. Aquí cogemos la NA-1300, la antigua carretera a San Sebastián, que sube y sube hasta el alto de Azpirotz. Pero para llegar hasta el pueblo del mismo nombre hay que desviarse a la derecha en una de esas curvas de casi 360º. Azpirotz junto con Lezaeta, son dos núcleos de población separados, aunque forman un único concejo. Azpirotz también tiene una panorámica soberbia. Se asienta en una pronunciada ladera dominada por la iglesia de San Esteban. Todo el paisaje está refulgente de un verdor al que ahora acompañan ocres y rojizos. Los prados los motean de blanco las ovejas, haciendo equilibrios en unas pendientes vertiginosas a las que ya están acostumbradas.

Para llegar a la otra mitad del concejo, a Lezaeta, hay que bajar el puerto. Qué bonito, qué divertido y qué de moto si la carretera está seca, como hoy. Lezaeta es un rincón con encanto, un puñado de casas junto a la carretera, aupadas en la ladera y semiescondidas entre la espesura, todas menos un par de ellas, que se quedaron a pie de carretera. La iglesilla es menuda, de andar por casa, pero suficiente para dar servicio a los catorce fieles que hay en el pueblo, cuando están todos, que es pocas veces.

Seguimos por la NA-1300 con dirección a Betelu y pasado el kilómetro 42, hay que coger un cruce a la izquierda. Ahí arranca la carretera NA-7514 que, en algo más de dos kilómetros de bonita ascensión y tras atravesar el Señorío de Eraso, lleva a Errazkin. Es éste un pueblo encumbrado y solitario. Se alarga por una calle en pendiente que conduce hasta la iglesia de San Martín. Además del núcleo urbano principal, por sus alrededores se desparraman bordas y caseríos, de estampa bucólico-pastoril. No tendrán queja sus 80 habitantes del espectáculo paisajístico con el que les ha bendecido la Madre Naturaleza, porque tela marinera, dan ganas de quedarse allí en plan contemplativo.

Pero de contemplación nada, hay que seguir. De nuevo vuelta por el alto de Azpirotz a Lekunberri, para coger aquí la NA-1700, la carretera vieja de Leitza, y tras superar un pequeño puerto con la vía verde del Plazaola a la derecha, una vez pasada la antigua estación, aparece en una suave depresión el pueblo de Uitzi. El pueblo tiene amplitud, es más bien abierto. Cobija a unos 150 habitantes repartidos en dos núcleos de viviendas. Uno de ellos se concentra en los alrededores de la iglesia, que como casi todas las iglesias gusta de estar en posición dominante. Sus casas son grandes y exentas, mayoritariamente del siglo XVIII. El otro conjunto de viviendas se ubica en la parte baja y son algo más modernas, del siglo XIX. Son casas muy engreídas y les gusta que las llamen por su nombre propio.

Desde la parte alta de Uitzi arranca la carretera NA-4011, estrecha, sinuosa y húmeda, que tras atravesar una zona densamente arbolada nos deja caer en Gorriti. Gorriti se encuentra al lado de la autovía A-15, pero rodeado de prados. Tiene 114 habitantes y el caserío se disemina a su libre albedrío, pero siempre bajo la atenta vigilancia de la iglesia de san Bartolomé. Gorriti tuvo castillo por su situación fronteriza con Guipúzcoa y parece ser que se ubicaba en lo que hoy es la ermita de santa Bárbara, al otro lado de la autovía. Gorriti también tiene bar-restaurante, se llama Berekoetxea y ponen una morcilla con cosas vegetales dentro y, aún así, está que te mueres.

Tras la parada y fonda reponedora de Gorriti continuamos. Vuelta a Lekunberri, pero ahora y sin que sirva de precedente, por la autovía, sólo por ganar tiempo, que se nos está acabando. En Lekunberri nuestro buen GPS nos busca enseguida la NA-4063, carretera que lleva hasta Etxarri, situado al noreste, en la falda del monte Mendigibel. Etxarri cuenta con 80 habitantes, acostumbrados a una buena ración de cuestas, y dominando, la iglesia de San Miguel, elevada en un alto. Sus casas son las típicas del valle, fachadas con puerta de arco de medio punto, sillares enmarcando esquinas, ventanas y puertas, y tejados a dos aguas con grandes aleros, pero también aparece alguna que otra con tejado a cuatro aguas, más moderna, del XIX.


Acabamos, nos queda Aldatz, a tiro de piedra de Etxarri, al pie del monte Arrizubi. Tiene 119 habitantes y un aire de cierta modernidad, más que nada porque su parroquia, la de san Martín, es neoclásica, de 1829, y en su entorno se ha conformado una plaza diáfana, aunque rodeada por caserones presumidos, con mucho blasón y nombres rimbombantes. Nosotros, allí en medio, siendo como es casi la hora de comer, teniendo todavía fresco el recuerdo del chuletón de la pasada andanza, el que nos comimos en Erroz, sitio que nos pilla de paso, decidimos que hay que probar suerte de nuevo y nos presentamos sin haber reservado, pero esta vez nos despachan sin piedad y nos quedamos sin chuletón, por lo menos en Erroz. Vamos a ver, vamos a ver si llegamos a tiempo a Estella, a un bar recién reconvertido en asador...