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miércoles, 22 de febrero de 2023

Oco - Odieta

Andanza CXX: Oco - Odieta

Día: 14/06/2020

No es la primera vez que por motivos diversos nos hemos visto obligados a hacer un receso más o menos prolongado entre andanza y andanza. No ha sido por holgazanería o desinterés, ha podido ser por una sucesión de inclemencias invernales, por el parón vacacional veraniego, por el surgimiento de vicisitudes familiares que deben ser atendidas o, incluso, por alguna lumbalgia intempestiva que acude a la llamada de la edad. Son causas sobrevenidas dentro de la normalidad del día a día.

Pero hace unos cuantos meses que la normalidad perdió los papeles, y de qué manera. La culpa la ha tenido un tal SARS-CoV-2, alias Covid-19, aunque más conocido como “el Coronavirus”. Un convidado de piedra al que nadie esperaba, venido de China, o al menos eso dicen los entendidos. Un bicho invisible que parece una bola con trompetillas la ha liado parda. Ha conseguido poner el mundo patas arriba en pocas semanas, enturbiando la vida de millones de personas y llevándose por delante la de los que no han aguantado su embestida, que han sido muchos.

Durante los pasados meses, para frenar la propagación del bicho, hemos sufrido confinamientos, cierres de centros de trabajo y de todo tipo de establecimientos, cuarentenas, restricciones de movimiento, cancelación de actos, en definitiva, un aislamiento social severo. La plaga ha tenido un efecto socioeconómico tremendo. La crisis merodea con la guadaña cual parca implacable. Hasta se han producido compras impulsivas por miedo a la escasez en el suministro de alimentos. Respecto al virus, se ha desencadenado desinformación o exceso de información, hasta han corrido teorías conspirativas de todo tipo. Se ha originado cierto rechazo hacia los ciudadanos chinos o de otros países asiáticos, así como hacia las personas que han sufrido la enfermedad. ¡Quién iba a pensar que una calamidad semejante iba a irrumpir en nuestras vidas así, de la noche a la mañana!

Como el asunto es tan desagradable, no vamos a dar más la tabarra sobre esta calamidad, sobre todo porque la calamidad ya se ha encargado de recordarnos a diario que sigue presente. Pero ahora, que parece que el bicho ha dado un respiro y las autoridades también, con la cara todavía enmascarada a ratos, retomamos nuestras andanzas tras esta nefasta interrupción y, aunque por la magnitud del acontecimiento se nos había ocurrido una nueva forma de medir el transcurrir de nuestra empresa, que podría ser: Andanza “tal” antes del Covid (a.C.) y Andanza “cual” después del Covid (d.C.), vamos a dejarlo estar para evitar confusiones por su similitud con la actual cronología histórica. En fin, sin que sirva de precedente, arrancamos esta “I” andanza d.C., que es la “CXX” de la antigua normalidad.

Hemos tenido que hacer memoria para recordar dónde lo habíamos dejado, y tras un chispazo de lucidez creemos que fue en Ochagavía, el ocho de marzo de 2020, así que, unos cuantos meses después volvemos a la carga y nos vamos a Oco y Odieta, para comprobar si continúa existiendo vida fuera de las cuatro paredes de casa. Y parece que sí, aunque poca, al menos en Oco, no sabemos si por culpa de la pandemia o porque, en atención a la naturaleza del lugar, es la que acostumbra a ofrecerse por estas tierras.

Y estas tierras son las de Valdega, en la Merindad de Estella. Todo un remanso de imperturbabilidad, muy acusado en los dominios del valle situados a la derecha del río que le da nombre, y en los de la izquierda más todavía. Oco está a la derecha, donde deja de ser tal cosa la ladera norte de un brazo díscolo que tiene la sierra de Codés, extendido de oeste a este. Oco se estira en paralelo a la carretera NA-6340, la que va desde Allo hasta Ancín o a la inversa. Se estira y serpentea a su vera mientras supera un altozano y se deja caer al otro lado. El pueblo es parco en palabra, dos vocales y una consonante, de extraña etimología. También es parco en población, pues sus moradores suman menos de 80 almas.

Oco se ha plantado a 62 kilómetros de Pamplona y 17 de Estella, en una geografía diáfana a la que por el norte se ha empeñado en obstaculizar la sierra de Lóquiz. El entorno paisajístico destaca por su serena y ondulante belleza, cuyo horizonte se iguala a un mar interior encrespado, pero por olas de tierra. Entre semejante marejada, como islotes, afloran los pueblos del valle.

Oco es un pueblo de historia vieja, colmada por la fecundidad de su conjunto arquitectónico. Se reparte éste por el barrio de Arriba, por el de Abajo y por el del medio. El del medio es coto privado de san Millán. San Millán se ha apoderado de la parroquia. San Millán, a los veinte años, se cambió el nombre, porque llamarse Emiliano no le pareció demasiado sonoro para alcanzar la santidad. Se hizo eremita ascético a fin de ganar méritos y por eso los de Oco lo han reconocido como su santo titular. No toda la monumentalidad de Oco es cosa de san Millán, también en la calle Mayor la hay, representada en alguna casa blasonada del siglo XVI, año arriba, año abajo, que hacen ostentación de lucidos arcos de medio punto para dar paso a sus interioridades.

Dejando atrás la serenidad de Oco arrancamos hacia Odieta, porque la mañana va avanzando y Odieta es valle, de los que exige esfuerzo explorador. Lo exige la visita a Gascue, Guelbenzu, Latasa, Ripa, Guenduláin, Ciáurriz, Anocibar y Ostiz, todos hijos del mismo padre. Odieta está al norte de Pamplona, a la izquierda de la N-121-A, entre Olave y Olagüe, un poco dejado de la mano de Dios y eso le ha venido bien. Pero como hemos dejado caer más de una vez que la N-121-A nos da urticaria, accedemos al valle desde el oeste, por Gascue, buscando alejarnos del tráfico espeso.

Y, ciertamente, merece la pena iniciar la visita por aquí. Gascue es un lugar pintoresco, erguido sobre una pequeña elevación del terreno donde la carretera llega a su fin, rodeado de frondosidad, dueño de callejas empinadas que apuntan hacia la iglesia y de casas de pueblo de las que dan envidia, aunque sea solo pensando en la placidez del calor de sus fogones. Por desgracia, ni tenemos tiempo ni sus escasos vecinos nos van a invitar al amor de sus lumbres, así que continuamos internándonos en el valle, ahora dirección norte, hacia Guelbenzu.

En Guelbenzu más de lo mismo, pero ahora con menos desnivel, horizonte algo más abierto, también casas de las buenas pero alguna con algo menos de solera y carretera que entra por un extremo y sale por el otro. Para continuar ruta buscando Latasa hay que salirse del valle por ese extremo, por la NA-4100 hacia el norte y volver a entrar por la NA-411 hacia el sur. En Latasa los arcos de medio punto le ganan la partida a las puertas adinteladas, en reñida disputa, y parece que los de medio punto peinan más canas que los otros, pero todos bajo la atenta mirada de la iglesia de san Martín, que otea subida en su pedestal.

Un poco más abajo Ripa es la puerta de acceso a Guenduláin. En Ripa la carretera empieza a ascender, sin embargo, si de ascender se trata, que se lo pregunten a los fieles de Ripa a la hora de oír misa. Hay que tener mucha fe para subir la escalinata de su iglesia, de la que también se ha apoderado san Martín, con la idea de fundar un reverendísimo monopolio. En contraste, un poco más arriba, en Guenduláin, parecen ser más bien impíos porque, cosa extraña, no hay iglesia, aunque no lo deben ser del todo, pues al menos le han dedicado una calle a san Sebastián.

Seguimos valle abajo buscando Ciáurriz y lo encontramos a la derecha, tras cruzar el río Ulzama. En Ciáurriz, al otro lado del puente, nos recibe la recia estampa de la iglesia de santa Catalina. Los contrafuertes, sujetándola para que no se caiga el río, le dan aspecto de fortaleza. La fachada opuesta es más amable y conforma un bello espacio contemplativo en comunión con una casa de balconadas de madera corridas. A primera vista, Ciáurriz es un pueblo de carácter, y se lo imprimen sus casas no sabemos bien porqué, son casas vigorosas que te observan desde una posición de superioridad. Un poco más allá, siguiendo la NA-4241, está Anocibar, que es un pueblo-calle estrecho. Y la calle estrecha es de santo Tomás, y lo mejor de la calle está al final, donde deja de serlo para convertirse en camino carretero, porque ahí hay dos caserones imponentes, con aleros más imponentes todavía, que dan sombra y miedo a la vez. Pero, para cosas de miedo en Anocibar están sus brujas. No sabemos si dieron miedo en su día, allá por el siglo XVI, aunque se ve que la Santa Inquisición se tomó en serio sus poderes e hizo escarnio.

Terminamos nuestra visita en Ostiz, en el extremo sur del valle, que es un lugar sin estrecheces y encrucijada de caminos, de casas con nombre propio forjado de hierro en sus fachadas. Desde aquí, por proximidad y economía de tiempo, nos vemos en la obligación de regresar a casa por nuestra querida N-121-A y su tráfico pesado, por Pamplona y por la A-12, en contra de nuestros principios moteros, pero es que a ciertas horas el buen juicio, o el malo según se mire, está regido por el estómago, cuya voluntad únicamente se encamina a satisfacer ese instinto primario que caracteriza su existencia, y que en el lenguaje popular se conoce como “matar el hambre”.