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domingo, 27 de diciembre de 2020

Morentin - Mues/Cábrega - Murchante

Andanza CXV: Morentin - Mues/Cábrega - Murchante

Día: 15/12/2019

Ante cualquier aventura hay que ser previsor. Nosotros ya lo hemos demostrado en muchas ocasiones en el transcurso de esta misión. Al ponernos en ruta siempre nos ha gustado arrancar con la tranquilidad de sabernos conocedores, o al menos sugestionados con ello, de lo que nos va a deparar la Andanza correspondiente. Más que nada, por pura prevención de riesgos laborales, aunque en nuestro caso los riesgos no provengan de ninguna actividad relacionada con el trabajo, sino que es un trajín ocioso, pero la seguridad por delante.

Alguna mañana, antes de salir, hemos consultado por la ventana el vuelo de los pájaros en búsqueda de un buen augurio y, hasta ahora, nos ha salido bien. Cuando no hay aves en lontananza, se nos ha pasado por la cabeza auscultar las entrañas de un animal sacrificado, pero como para eso somos muy melindrosos, lo hemos dejado estar. Sin embargo, si se buscan predicciones fiables al cien por cien, para eso están los oráculos. Ejemplos de la solidez de sus vaticinios los hemos visto aquí mismo, cuando hemos traído a colación a personajes de la Antigüedad. Para refrescar la memoria basta echar un vistazo a la Andanza LXXXVII, la correspondiente a la Cendea de Iza, en la que hacíamos mención a la visita que hizo Heracles al Oráculo de Delfos, requiriendo ayuda para sus males.

Bien es cierto que oráculos hubo muchos, pero para bueno, bueno de verdad, el de Delfos, consagrado al dios Apolo y con la Pitia como interlocutora. El problema está en la distancia. Si hasta ahora no lo hemos consultado es porque nos pillaba un poco a desmano. ¡Ahí está Grecia! Ciertamente, en la Antigüedad y hasta hace bien poco, los servicios dispensados por el Oráculo de Delfos sólo estaban al alcance de los que vivían en las proximidades o disponían del tiempo necesario para desplazarse hasta la Fócida griega, que no es nuestro caso.

A Dios gracias, las nuevas tecnologías han venido en nuestro auxilio. No hace mucho nos enteramos de que Apolo se ha modernizado y la Pitia es un dechado de virtudes teletrabajando. Ahora las consultas se pueden hacer por Internet, en el sitio http://www.delphicoracle.net/. Nos ha extrañado un poco que la web esté en inglés, dejando al griego de lado, aunque debe de ser por ese alfabeto tan raro que tienen los helenos. De todas formas, activando el traductor de Google, se va uno apañando para preguntar por su futuro. Advertencia, no probar con nada que tenga que ver con la lotería u otros juegos de azar, pues la Pitia se hace la sorda.

Hoy hemos elevado consulta a Apolo sobre qué nos iba a deparar la Andanza correspondiente por Morentin, Mués/Cábrega y Murchante y, por boca de la Pitia, nos ha dicho que de todo iba a haber. Una respuesta tan ambigua no la hemos visto conforme a un oráculo tan afamado. Hemos insistido y nos responde que si queremos más detalles, que le demos un número de cuenta. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Que le den al oráculo, a Apolo y a la Pitia. A tomarle el pelo a otros. En la Antigüedad no cobraban un dracma, si acaso, algún sacrificio, y mira ahora.

Así que, sin augurios ni vaticinios, a la buena de Dios, en un día primaveral de diciembre, arrancamos nuestra Andanza sin la debida prevención de riesgos por culpa de la codicia de los de Delfos. Empezamos el recorrido con Morentin y ni se nos calienta el motor para llegar, porque tras sólo cuatro kilómetros hemos llegado. A un pueblo que está a pie de la carretera NA-122, a siete kilómetros de Estella, asentado plácidamente en la falda sur de Montejurra, frente a la llanura del Valle de la Solana. Esa manía que tienen muchos pueblos de plantarse en una ladera hace que sus calles sean cuestas, y no terminamos de entender tales apegos, cuando poco más abajo está el llano. También tienen obsesión las iglesias por subirse a lo más alto, y la de Morentin no es excepción, aunque en materia sagrada tiene su explicación, todo santo gusta tener su residencia lo más cerca posible del cielo.

El caserío de Morentin se desparrama de la iglesia para abajo, repartiéndose entre sus calles de manera desarreglada unas pocas moradas antiguas y otras muchas no tanto. Al abrigo de sus muros se recogen algo más de 120 vecinos de ánimo estoico, porque el silencio que impera en el pueblo los harta de paz, de campo y, a medias, de soledad. La pompa la pone la proximidad de la carretera NA-122, con su continuo trasiego de gentes enlatadas sobre ruedas, de paso, sí, pero aportando sin querer un toque de agitación a tanto sosiego.

Nosotros, viendo que el pueblo aún bostezaba, hemos subido a saludar a San Andrés a su casa, pero también nos hemos encontrado con que a esas horas no tenía abierto el negocio. Así que, tras un rato en plan contemplativo del extenso horizonte de la Solana desde tan buena atalaya, sin ni siquiera un perro que nos ladre, arrancamos para cambiar de valle, del de la Solana al de la Berrueza, donde se ubica Mues.

A Mues lo parte por la mitad la carretera comarcal NA-129, que va de Acedo a Lodosa. Está a 5 kilómetros de Los Arcos y a 24 de Estella, plantado a las puertas de un desfiladero que le dicen la garganta del Congosto, una obra de ingeniería a cargo del río Odrón en la que ha invertido muchos siglos erosionando, erre que erre. Mues es un pueblo tirando a rojo, por lo menos desde el punto de vista estético, porque éste es el color que domina en la piedra de sus casas, todo por aprovechar el material autóctono.

Hasta la iglesia de Mues se va al rojo, por servirse también de la piedra que había más a mano, porque, que se sepa, a Santa Eugenia no se le han conocido veleidades políticas. El templo es un batiburrillo de estilos. Se empezó en gótico y se le han ido añadiendo apaños de estilos sucesivos. Ahora, con su torre barroca gusta de presumir y dejarse ver por encima de la pared del frontón, empeñado éste en esconder el pórtico de las miradas inquisitivas que provengan de la carretera.

Mues también es de esos sitios en los que la quietud campa a sus anchas, al menos de lunes a viernes. Sin embargo, los fines de semana hay algo de marejadilla provocada por los visitantes que vienen a por la tranquilidad que les sobra a los oriundos. Los oriundos son menos de 100, así que, repartiéndose la tranquilidad del lugar en lotes iguales, tocan a un quintal y medio por cabeza. No hay miedo entonces si los forasteros se quedan con un poco.

Nosotros nos llevamos nuestra porción de tranquilidad camino de Cábrega, pero la hemos paseado en balde porque allí hay para dar y tomar. Cábrega está siguiendo la NA-129 hacia Acedo, pero una vez pasado el desfiladero en el que trabaja el río Odrón, hay que tomar un desvío a la izquierda con dirección a Ubago y como a un kilómetro se encuentra el antiguo señorío de Cábrega, que es de propiedad privada y se halla vallado. Cábrega está compuesto por una casa palacio y una iglesia, situadas en un enclave privilegiado. Sólo por contemplar desde aquí las vistas que ofrece el valle y la Sierra de Codés merece la pena visitar el lugar.

Pero en plena ansia contemplativa nos acordamos de que aún nos falta dar una vuelta por Murchante, alejado casi 100 kilómetros. El Abecedario es inmisericorde y de vez en cuando nos castiga separando dos pueblos consecutivos con distancias de años luz. Pues arreando y por carreteras rápidas que no cuestan dinero, nos plantamos en la Merindad de Tudela en una hora larga.


Murchante tiene muchas cosas bonitas y buenas. Tiene un pueblo alargado de urbanismo reticular, tiene algo menos de 4000 habitantes, tiene mucha obra de ladrillo, como buen pueblo de la Ribera, tiene un Cierzo que mantiene los cutis tersos y jóvenes y purifica la atmósfera, tiene buenas comunicaciones por ferrocarril y autopista, tiene cerca el Canal de Lodosa, el río Queiles y el Moncayo, tiene campo de cereal, olivar y huerta, y así hasta no acabar nunca. 

Pero si algo tiene Murchante que sobresale sobre cualquier otra cosa mundana es su filosofía de la vida, filosofía rica en matices, profunda, atrayente, dedicada a ensalzar a lo que emana de la tierra y, tras un proceso milenario, termina acogido en lo más profundo del cuerpo, y que se encierra en esta gloriosa frase: Quien a Murchante vino y no probó el vino… ¿A qué vino? Buff!!! Los pelos como escarpias…



jueves, 22 de octubre de 2020

Monreal/Elo - Monteagudo

 

Andanza CXIV: Monreal/Elo - Monteagudo

Día: 01/12/2019


El tiempo vuela. Quien lo iba a decir. Hoy, en una mañana de finales de otoño, y, de repente, nos damos de bruces con una despedida. Con estupor nos hemos percatado de que la anterior Andanza fue la última en compañía de la máquina que nos ha soportado durante los últimos tres años. Así que, a toro pasado, le decimos adiós a nuestra querida R-1200-GS Triple Black, que tan bien se ha portado. Ojos que ven, corazón que siente… aunque se trate de un artefacto de dos ruedas. Por formalismos contractuales ha tenido que volver al Limbo de las motos, a la espera de nuevo dueño. Nuestro deseo es que le toque uno de buen corazón y manos experimentadas.

Y como a rey muerto, rey puesto, ésta es también la primera Andanza a lomos de un nuevo juguete, una flamante R-1250-RS. Con ella, tras unos cuantos años sobre esas camaleónicas motos que son las trail, retornamos a la ortodoxia de la carretera pura y dura, por donde, realmente, nunca hemos dejado de rodar, más que nada por miedo a meter una máquina tan pesada en caminos inseguros, porque eso es cosa para gente habilidosa y menos melindrosa que nosotros a la hora de contemplar su moto en el lance de un buen revolcón, aunque sea en parado, de esos tan dolorosos para bolsillos hueros.

Nos ha resultado grato recuperar esa sensación de estabilidad sin los titubeos de una suspensión larga, notar el aplomo de una moto con el centro de gravedad tan bajo que parece pegada al asfalto, sentir la seguridad que da llegar al suelo con ambos pies sobradamente. Y conste que no queremos ser desagradecidos y esto no es criticar a la que tan buenos ratos nos ha proporcionado. Es sólo una bienvenida a la recién llegada, es también un poco de peloteo, es acariciarle el lomo para que cumpla su cometido como es debido.

Y como de dar coba se trata, de manera muy atenta, con gran consideración y regalo, le hemos abierto las puertas de esta su casa. No cabe mayor hospitalidad para la recién llegada. Luego le irá viniendo la puesta en conocimiento de sus obligaciones, que las va a tener, y muchas. En principio, por similitud en cuanto al acarreo, la trataremos como al burro del refrán, primero la zanahoria y después el palo. Entonces, hoy, siendo como es preámbulo, esto va de zanahoria. De todas formas, ha tenido suerte porque, dada la obediencia que debemos al abecedario, por azar se va a estrenar con una ruta placentera, la que nos lleva a Monreal y Monteagudo.

En esta jornada iniciática no va a tener que pelearse con grandes desniveles portando toda nuestra humanidad sobre sus lomos y eso es entrar en faena con buen pie. Mejor así, no se nos vaya a espantar a la primera, porque las jóvenes no están acostumbradas a los trabajos arduos. Pertenece a una generación de vida regalada y eso de sudar la gasolina que se va a tragar no lo lleva programado en la centralita electrónica. Pero tampoco se lo vamos a poner tan fácil como lo permiten las autovías A-12 y A-21, que casi nos trasladan desde la puerta de casa hasta Monreal. Para que se le vaya haciendo cuerpo, la llevaremos por alguna que otra carreterita de segunda, y, si pudiera ser, de tercera también, aunque la orografía no esté hoy de nuestra parte.

De Monreal nos separan 66 kilómetros y si fuéramos bien mandaos, todos menos 12 se pueden hacer por carreteras rápidas, pero como no lo somos, y además así nos vamos a ahorrar 5, dejamos las autovías plantadas. Tampoco éstas nos van a echar de menos, porque tienen muchos novios. Para aquellos que no lo sepan, se nos olvidaba decir donde se asienta Monreal, y es que está en lugar de paso, a 18 de kilómetros al Este de Pamplona por la autovía del Pirineo, a la vera del Camino de Santiago aragonés.

Así que, huyendo de la autovía para dar cumplimiento a nuestros principios, nos vamos hacia allá por la vieja N-111, que ha quedado como lugar de tránsito para caminantes, ciclistas, moteros, vecinos de sus pueblos aledaños y algún que otro nostálgico. En Puente la Reina le somos infieles por otra, que ni es mejor ni más lucida, pero es otra. Es la NA-601. Nos encandila unos kilómetros y pronto recaemos en la infidelidad. Ahora cambiamos esa otra por una nueva otra, la NA-234, y no contentos con eso, tras empatizar muy poco rato y en el summum de la promiscuidad vial, caemos en brazos de la NA-2420, la antigua carretera entre Pamplona y Jaca, que, aunque está un poco achacosa, nos sirve para encaminarnos hasta Monreal.


Por fortuna, son pocos a los que Monreal les importa una higa y, particularmente, a ninguno de sus vecinos. Una higa no es cualquier cosa y menos la de Monreal. Monreal tiene una higa descomunal, aunque, más bien, la Higa tiene a Monreal en su regazo, para menguarle el horizonte, sí, pero a su vez para guardarlo de inclemencias, para acurrucarlo y abrigarlo. Desde arriba, a 1289 metros de altitud, Monreal se deja ver como un pueblecito en el que no se vive demasiado deprisa, sobre todo, desde que la autovía A-21 prescindió de sus servicios. Mejor así.

También desde arriba se percata uno que Monreal, para ser sitio de origen medieval, guarda cierta regularidad urbanística y hay poco desgobierno en la articulación de su caserío, hasta la parte antigua es ordenada. Eso sí, cuestas tiene. Especialmente esforzadas son las de las calles que trepan por la ladera del montecillo donde estuvo situado el castillo real, del que sólo quedan restos de su cimentación. El entramado de su casco histórico se merece vagabundear con parsimonia. Está plagado de casas añejas que dan forma a calles estrechas y adoquinadas. Puede que los adoquines sean modernos, pero le sientan mejor que el asfalto o el cemento. Y como buen pueblo del Camino de Santiago, tuvo su judería Monreal, con sinagoga y todo. Así que, con castillo real, judería y burgos, cualquiera le tosía a Monreal en la Edad Media. Para colmo, y dado que suele ser habitual que lo sagrado presida el cotarro, y aquí no es excepción, la iglesia de la Natividad tuvo a bien subirse a las faldas del monte del castillo y ahí está todavía, con su traza gótica, aunque profundamente modificada en siglos posteriores.

La mañana avanza que se las pela y todavía nos queda la visita a Monteagudo, plantado al sur, pero muy, muy al sur. Por ello es indispensable tomar fuerzas para el camino. En la calle del Mercado hay un sitio en el que dan buenamente de comer y de beber, de nombre Bar Cipri, atendido por gentes muy dispuestas a socorrer al hambriento y al sediento. Con su tentempié recobramos las energías perdidas entre las callejuelas de Monreal. Así, con nuevos bríos, diciendo adiós al Monreal y al río Elorz, que como un poco avergonzado fluye haciendo meandros a la vera del pueblo, hemos de mover el culo y hacer un cambio radical de terruño.

Sabida es nuestra mala relación con las autopistas, y si son de peaje, nos llevamos a matar. La alternativa es la N-121. Entonces, entre fea y más fea, nos quedamos con la N-121, la menos fea. En compañía de ésta y, después, de otras igual de agraciadas, nos chupamos algo más de 100 kilómetros casi sin hablarnos, para llegar hasta donde se acaba Navarra, en el valle del Bajo Queiles, en la Merindad de Tudela, pero a 8 kilómetros de Tarazona, en una tierra yerma por la carestía y capricho de las lluvias, en una tierra donde el cierzo campa a sus anchas y sopla como si en ello le fuera la vida.

Decía Unamuno que no hay paisaje feo, que hay paisajes tristes, tristísimos, desolados, saháricos, esteparios, pero muy hermosos, solemnemente hermosos. El de Monteagudo tiene un poco de lo primero y bastante más de lo segundo. No llegan a 1100 las almas que moran en un pueblo de manifiesta horizontalidad, sólo rota por la torre de ornato mudéjar que hacia el cielo se encumbra como apéndice vertical de la iglesia parroquial de Santa María Magdalena. Para engalanarla se impuso el ladrillo. Ladrillo antiguo y ladrillo nuevo se dejan ver por todo Monteagudo, como buen pueblo de Ribera. Y como buen pueblo de Ribera, su economía se asienta en la vid, el olivo y los cereales.

Dispuesto a disputar en prestigio con la parroquia está el Palacio del Marqués de San Adrián, sombra hoy de lo que fue castillo ayer, en tiempo inmemorial, cuando salvaguardaba la frontera del reino de los caprichos del vecino Aragón. Aún como palacio mantiene su prestancia, enclavado en una pequeña elevación dominante, desde donde el horizonte se alargaría hasta el infinito sino fuera porque el Moncayo, en lontananza, hacia el sur, lo desdibuja con su silueta majestuosa coronada de brumas.



miércoles, 5 de agosto de 2020

Milagro - Mirafuentes - Miranda de Arga


Andanza CXIII: Milagro - Mirafuentes - Miranda de Arga

Día: 22/09/2019



Tal vez fue por miedo a aburrir con un relato demasiado extenso y soporífero o tal vez fue por el susto a lo que allí nos esperaba, pero en la anterior Andanza nos quedamos plantados a las puertas de la planta octava del extraordinario infierno de Dante y, como las cosas no se deben dejar a medias, hoy retomamos la visita, encabezonados con nuestra obsesión de que el cielo y el infierno son lugares tangibles, a pesar de las elucubraciones de los enteradillos teólogos modernos, empeñados en demostrar otra cosa.

En parte, la ciencia tiene la culpa, porque unos señores montados en un cohete subieron muy arriba y aseguran que el Cielo de la fe no es el cielo de los astronautas. Según dicen esos señores, ahí arriba no han visto ni ángeles ni a san Pedro con su manojo de llaves. Y aunque otros señores, quienes por razones profesionales se dedican a escarbar en el suelo, cuentan también que, hasta donde han perforado, no se les ha aparecido el diablo; sin embargo, no dejan de reconocer que calor, según van bajando, va haciendo más. Por algo será.

Por lo tanto, deducimos de ese acaloramiento en profundidad la certeza de las teorías de un verdadero teólogo, el capuchino Martin Von Cochem, un poco más impetuoso que el bueno de Aquino. Decía Von Cochen respecto a la gran altura de las llamas del Infierno, que éstas se originaban a causa de un fuego más tórrido que el terrenal, porque se produce “en lugar cerrado”, “se alimenta de pez y azufre” y porque “es Dios quien lo sopla”.

Consecuentemente, nosotros erre que erre, a demostrar lo real del Más Allá. Respecto al Infierno, y continuando con Dante, nuestro principal avalista, asegura que en la octava planta bajo tierra hay diez recintos separados. El primero dedicado en exclusiva a los proxenetas y embaucadores, a quienes unos demonios cornudos azotan (no sabemos muy bien por qué redunda en lo de cornudos, cuando es sabido que la cornamenta ósea es intrínseca a lo demoniaco y respecto a que tuvieran esposas infieles no hemos leído nada en ningún sitio).

En un segundo recinto se encarcela a los aduladores, metidos en caca humana hasta el cuello. Parece ser que los aduladores o pelotas no están muy bien vistos aquí, sobre todo teniendo en cuenta que su pecado no es para tanto, y que sólo se dedican a satisfacer la vanidad humana. Avanzando un poco, a la derecha según se va, se ubica la jaula reservada para los simoníacos, unos individuos aficionados a enriquecerse negociando con cosas de la Iglesia. Se dice que el demonio está encantado con recibir a tan ilustres huéspedes. Tiene el hotelito hasta la bandera y reservas hasta el fin de los tiempos.

El cuarto recinto es el reservado a los magos y adivinos. Dios no lleva nada bien el que esta gente se quiera atribuir lo de predecir el futuro, por aquello de la usurpación de funciones, y los manda directamente a purgar sus pecados a esa trena. Allí, como castigo, se les vuelve la cabeza del revés, y entonces, o andan marcha atrás, o se dan de cabezazos los unos con los otros. El quinto recinto es la pera. Desde que se inauguró han tenido que construir ocho ensanches y se calcula que las obras de ampliación no terminarán nunca. Es privativo para los políticos corruptos y según van llegando los meten en un lago de brea hirviendo. Ni por ésas escarmientan. Será porque en la Tierra hay plaga y se multiplican como los conejos.

Lo de la sexta estancia es un poco extraño. Es para los hipócritas y su castigo es ser vestidos con una capa de plomo. Al diablo se le ha ido la pinza y ha rizado el rizo con sus extravagancias, porque no se entiende muy bien lo de vestir a un hipócrita con capa de plomo. En fin, sus razones tendrá. Al séptimo recinto van los ladrones comunes. Ellos se sienten humillados porque aseguran que son pecadores, sí, pero dentro de la normalidad, y los han metido en la misma planta con todos esos otros degenerados. Además, les atan las manos y les echan serpientes. No hay derecho.

Vamos a resumir la compartimentación para no alargar. Los aposentos números ocho, nueve y diez son cosa dedicada a los consejeros fraudulentos, a los sembradores de discordia y a los falsificadores y perjuros, respectivamente. A los consejeros fraudulentos se les castiga con llamaradas de fuego, cosa de lo más normal en un infierno. A los sembradores de discordia se les separa la cabeza del cuerpo y esto ya no es tan normal porque plantea bastantes problemas de sincronización. Los falsificadores están sancionados con enfermedades incurables, condena que no es moco de pavo si se tiene en cuenta que la asistencia médica es toda de pago en el Infierno.

Por fin llegamos a la novena y última planta y… ¡sorpresa! Este piso está completamente helado y en él han metido a los traidores de todas las calañas, a la fresca. Según Dante, Satanás está en el medio, encajado en el hielo hasta la cintura, tiene tres caras con sus bocas correspondientes por las que, mientras babea, se come a un traidor famoso. Es verdad que nosotros somos de creer, pero esto del hielo se nos antoja un poco fantasioso. Mucho nos tememos que los vapores de azufre que respiró Dante en su largo paseo por el Infierno acabaron pasándole factura al final. Lo visto hasta la octava planta lo damos por bueno, pero lo de la novena no. No puede haber hielo a esa profundidad.

Por otro lado, y terminando ya con este infierno, lo positivo, según hemos comprobado, es que en él no tienen sitio reservado los moteros, y esto nos lleva a pensar que todo eso de los Ángeles del Infierno es pura parafernalia. Los moteros no van al infierno por el hecho de serlo. Otra cosa son los pecados asociados que puedan tener. En nuestro caso andamos un poco moscas por el asunto de la gula, en la que caemos tan a menudo en estas andanzas. Aunque es por cuestiones del guión, no nos fiamos un pelo de la voluntad de Satán, tan poco compasivo.

En fin, al menos en esta Andanza vamos a recatarnos para no acabar de nuevo en la tercera planta infernal como en la anterior. Hará falta un milagro y lo habrá porque toca visita a Milagro, el Milagro geográfico, y tratándose de palabras homógrafas algo se pegará. Además de Milagro, el trajín ambulante nos lleva a Mirafuentes y Miranda de Arga. Todo se queda en la Navarra media, pero en diferentes merindades, en la de Olite, Milagro y Miranda de Arga, y en la de Estella, Mirafuentes. Esto obliga a hacer trampas otra vez y pasarnos por el arco del triunfo el orden alfabético, dejando a Mirafuentes para el final. Todo sea por la economía de medios.

Pocas alegrías nos dan las carreteras hasta llegar a Milagro, tanto la NA-122 como la NA-134 no se dejan querer por antipáticas y sosas, no gustan de requiebros ni contoneos y son de lo más estiradas. Como la moto no las quiere de novias, ha pasado olímpicamente de ellas y nos ha plantado en Milagro con prontitud, pero, eso sí, respetando los límites marcados por la autoridad. El pueblo tiene unos 3400 habitantes y se asienta a 80 kilómetros al sur de Pamplona sobre la ladera de un montículo que por el otro lado se deja caer abruptamente hacia la orilla derecha del río Aragón, a unos 1500 metros de su desembocadura en el Ebro y poco antes de que este río deserte hacia La Rioja. No se puede ser más pueblo de Ribera. Y como todo pueblo de Ribera es más de ladrillo que de piedra. Para dar fe de ello está casi toda su monumentalidad, construida con este material, tanto la sagrada como la profana.

Milagro es una villa industriosa, de industria agroalimentaria, como buen pueblo de Ribera. Se ha hecho campeona del mundo en la producción de la cereza, con fiesta de exaltación incluida. Milagro produce cereza y la cereza produce el milagro de dar renombre a Milagro. Nosotros hemos dedicado un rato a visitar sus ladrillos antiguos, y nos hemos recreado en la contemplación de la Basílica de Nuestra Señora del Patrocinio, toda de ladrillo, y un ejemplar caprichoso de la arquitectura barroca navarra, salvada in extremis de la demolición en los años 60 del siglo pasado.

Son sus aledaños un bonito lugar para estirar las piernas si el tiempo no apremiara, pero como apremia nos vamos, trampeando el abecedario, a Miranda de Arga, que está a poco más de 40 kilómetros hacia el norte. Y mire usted por dónde Miranda tiene un hijo que se llama Vergalijo. Nos lo topamos subiendo por la NA-6100. Es un pequeño poblado fundado a principios del pasado siglo para dar cobijo a los obreros de una finca agrícola. Llegó a tener 150 habitantes y ahora oficialmente tiene 2. Lo más evocador de este sitio es la imagen de su curiosa ermita, construida en un estilo neogótico muy peculiar, y ahora, encaramada en un altillo, a la espera de su ruina total.

El paisaje de soledad y silencio de la ermita de Vergalijo nos ha puesto nostálgicos, pero esta pesadumbre nos dura hasta contemplar la silueta de Miranda desde el puente sobre el Arga. Enseguida se percibe que el pueblo tiene sustancia. La imponente Torre del Reloj se estira por encima de todo el caserío, a su lado, la iglesia de la Asunción, con aspecto de fortaleza, y un poco más allá, hacia la derecha y en una elevación, una fortificación de la Guerra Carlista. Esto promete.

Se nos ha antojado comenzar la visita por el tejado, así que subimos hasta la ermita de la Virgen del Castillo, situada a los pies del fortín carlista. Desde aquí se obtiene una magnífica panorámica del pueblo y comprobamos que su urbanismo se alarga en dirección Este-Oeste a la vera del río Arga, antes de que éste se retuerza en unos meandros para dirigirse hacia el Sur. También desde aquí se puede atisbar la enjundia a la que antes nos referíamos, pero para dar fe de ello es mejor bajar a pie de calle.

El meollo está entre la Plaza de los Fueros y la Plaza de la Cruz. Aquí se asientan la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción y la Torre del Reloj. La torre de la iglesia da al conjunto un aspecto de fortaleza por su musculosa estampa y su remate superior de traza almenada. La Torre del Reloj refuerza el cariz del amurallamiento que en su día tuvo. Esta torre es una curiosa construcción con uno de sus cuerpos de estilo mudéjar, remota reminiscencia de la presencia de moriscos en la localidad. No se puede abandonar Miranda sin echar un vistazo a la Casa de los Colomo, actual sede del ayuntamiento. Se trata de un espectacular edificio barroco de tres cuerpos flanqueado por dos torres cuadradas, de los más admirables de Navarra en este estilo.

El tiempo se acaba y nos queda el colofón con cambio de merindad incluido, que lo solventamos con un desplazamiento de 60 kilómetros hacia el Oeste, menos estirados y que sí gustan de requiebros y contoneos. Mirafuentes está en Tierra Estella Occidental, en el valle de la Berrueza, en un rinconcito de lo más mono, por bucólico y por asilvestrado, y nos gustaría decir también que por pastoril, pero ya no quedan pastores, por lo menos pastores de los de patear caminos y campos. Los aproximadamente 50 habitantes de Mirafuentes se cobijan en un bonito pueblo resguardado entre las sierras de Codés y de Cábrega. A su vera corre el río Odrón, cuando corre, porque es un río huidizo y tímido, aunque gusta de chulearse en invierno.

Callejeando por Mirafuentes se ve que es un sitio cuidado y con vecinos de fin de semana. Tiene su palacio, otrora Cabo de Armería, y ahora un tanto desvencijado por cosas de la edad. Pero para finalizar la visita con recogimiento, nada mejor que los aledaños de la iglesia de San Román. Un paraíso en miniatura, un pequeño vergel colorido, donde prima el verde, donde no falta una animosa fuente para dar de beber al sediento. Antes hemos referido que somos de creer, por eso creemos que esto es una minúscula porción del cielo en la Tierra, y el haber terminado en un lugar así no puede ser casualidad. El destino ha premiado nuestro prometido recato respecto a la gula. Con semejante contemplación se nos han ido los malos pensamientos. Más nos luce la credulidad que el descreimiento.