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sábado, 19 de diciembre de 2015

Castillonuevo

 
Andanza XXXIX: Castillonuevo

Día: 25/01/2015

Hoy, por circunstancias espacio-temporales que nos impiden ir más allá, mantenemos un solo pueblo como objetivo, y libres de la presión de un excesivo caudal de municipios nos apetece divagar un poco, o sea, que disponemos de tiempo y ganas para reflexionar en torno a esa determinación enigmática que nos empuja a continuar con esta aventura motera tan extensa, compleja y costosa que es "Navarra de la A a la Z".

Una aventura de andar por casa, sí,  pero una aventura que ha cargado nuestras espaldas con miles de kilómetros, una aventura pensada para sentidos abiertos y miradas atentas, para disfrutar con otros ojos,  los del ya casi imposible gozo del descubrimiento.

Y es que todavía la avaricia de este Viejo Reino guarda algún que otro secreto en esos pueblos diminutos e ignotos, pero llenos de atractivo, en los que hemos encontrado algo más que la pura superficie. Para la mayoría, son las ciudades monumentales las que concitan interés; sin embargo, nosotros siempre hemos sentido debilidad por los lugares pequeños, esos perdidos pueblos que con un grito silencioso pero perceptible, reclaman su minuto de gloria en la escena del mundo. Muchos de estos cautivadores lugares apenas si aparecen en el mapa y sus nombres escapan al conocimiento de la mayoría, pero derrochan algo difícil de definir aunque sencillo de percibir: el encanto.

Encanto no es sólo monumentalidad y piedras bien ordenadas, encanto es el cariño de las gentes en cuidar sus casas y calles o en las restauraciones hechas con esmero y sabiduría, encanto es también la luz amarillenta de una farola en un bello rincón, un silencio o el sonido de una campana tañendo a lo lejos.

Nuestras andanzas de todos estos meses nos han llevado a comprender mejor Navarra, a vivirla y a disfrutarla. Todas las localidades visitadas nos han proporcionado gratas sorpresas, novedosas percepciones, y es que los sentidos, con los años, se especializan en distinguir pequeñas cosas que en la juventud pasan inadvertidas.

Esta Navarra variopinta nos ha deleitado con sus contrastes entre bulliciosas urbes y aldeas envueltas en brumas invernales y humo de sus hogares. Nuestro afán por discurrir a través rutas poco convencionales ha sido recompensado con espectaculares paisajes, con campos de olor a oveja y a hierba fresca, y como no, con todos esos pueblos que nos ha regalado tan hermoso viaje y que humildemente hemos intentado delinear buscando un hilo conductor alrededor de una leyenda, una tradición o un pequeño retazo de su historia y también, y no menos importante, al son de sus bares y restaurantes, porque a determinadas horas del día, puede atraernos más el olor a morcilla asada que un imponente escudo nobiliario en la fachada de un caserón.

Y continuamos, pues esto va para largo.


Rodeado de cumbres blancas, con un frío que espanta a los más pusilánimes y un cierzo que sopla sin piedad, hoy nos hemos acercado a otro de esos sitios mágicos y solitarios: Castillonuevo. Nadie o casi nadie, sin un mapa en la mano se atrevería a ubicarlo. Castillonuevo es el municipio más pequeño de Navarra (sólo tiene 18 habitantes) y uno de los más aislados. Se sitúa entre el Romanzado y el Roncal, en el mismo límite con Aragón, en tierra de nadie. Para llegar hasta allí hay que coger la carretera que va desde Lumbier hasta Navascués y pasada la Foz de Arbayún (visita obligada), desviarse a la derecha por la solitaria NA-2200. Castillonuevo fue un poblamiento tardío, probablemente de finales del siglo XII, erigido por razones defensivas. La población se situó a los pies de un nuevo castillo que se había construido para defender la frontera oriental de Navarra de los ataques aragoneses. Este castillo fue el que le dio nombre a la localidad y de él actualmente no queda ni rastro.

Castillonuevo es un pueblo de ladera y calles empinadas, sencillo, que no destaca por nada en particular, salvo por su aislada ubicación; no obstante, es de esos lugares en los que uno se imagina la sensación que debe producir caminar de noche por sus calles solitarias y oír el eco de los propios pasos en el suelo empedrado. Entonces, la oscuridad y el vacío hacen creer que el tiempo se ha detenido, y hasta al más curtido, con un estremecimiento que le recorre el cuerpo de arriba abajo cuando oye un aullido contiguo, pregunta: ¿señor lobo, ese gruñido es porque le suenan las tripas o quiere que le acaricie el lomo?







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