Andanza XXXIX: Castillonuevo
Día: 25/01/2015
Hoy, por circunstancias espacio-temporales que nos impiden ir más allá, mantenemos
un solo pueblo como objetivo, y libres de la presión de un excesivo caudal de
municipios nos apetece divagar un poco, o sea, que disponemos de tiempo y ganas
para reflexionar en torno a esa determinación enigmática que nos empuja a
continuar con esta aventura motera tan extensa, compleja y costosa que es
"Navarra de la A a la Z".
Una aventura de andar por casa, sí,
pero una aventura que ha cargado nuestras espaldas con miles de
kilómetros, una aventura pensada para sentidos abiertos y miradas atentas, para
disfrutar con otros ojos, los del ya casi imposible gozo del descubrimiento.
Y es que todavía la avaricia de este Viejo Reino guarda algún que otro
secreto en esos pueblos diminutos e ignotos, pero llenos de atractivo, en los
que hemos encontrado algo más que la pura superficie. Para la mayoría, son las
ciudades monumentales las que concitan interés; sin embargo, nosotros siempre
hemos sentido debilidad por los lugares pequeños, esos perdidos pueblos que con
un grito silencioso pero perceptible, reclaman su minuto de gloria en la escena
del mundo. Muchos de estos cautivadores lugares apenas si aparecen en el mapa y
sus nombres escapan al conocimiento de la mayoría, pero derrochan algo difícil
de definir aunque sencillo de percibir: el encanto.
Encanto no es sólo monumentalidad y piedras bien ordenadas, encanto es el
cariño de las gentes en cuidar sus casas y calles o en las restauraciones
hechas con esmero y sabiduría, encanto es también la luz amarillenta de una
farola en un bello rincón, un silencio o el sonido de una campana tañendo a lo
lejos.
Nuestras andanzas de todos estos meses nos han llevado a comprender mejor
Navarra, a vivirla y a disfrutarla. Todas las localidades visitadas nos han
proporcionado gratas sorpresas, novedosas percepciones, y es que los sentidos,
con los años, se especializan en distinguir pequeñas cosas que en la juventud
pasan inadvertidas.
Esta Navarra variopinta nos ha deleitado con sus contrastes entre bulliciosas
urbes y aldeas envueltas en brumas invernales y humo de sus hogares. Nuestro
afán por discurrir a través rutas poco convencionales ha sido recompensado con
espectaculares paisajes, con campos de olor a oveja y a hierba fresca, y como
no, con todos esos pueblos que nos ha regalado tan hermoso viaje y que
humildemente hemos intentado delinear buscando un hilo conductor alrededor de
una leyenda, una tradición o un pequeño retazo de su historia y también, y no
menos importante, al son de sus bares y restaurantes, porque a determinadas
horas del día, puede atraernos más el olor a morcilla asada que un imponente escudo
nobiliario en la fachada de un caserón.
Y continuamos, pues esto va para largo.
Rodeado de cumbres blancas, con un frío que espanta a los más pusilánimes y
un cierzo que sopla sin piedad, hoy nos hemos acercado a otro de esos sitios
mágicos y solitarios: Castillonuevo. Nadie o casi nadie, sin un mapa en la mano
se atrevería a ubicarlo. Castillonuevo es el municipio más pequeño de Navarra
(sólo tiene 18 habitantes) y uno de los más aislados. Se sitúa entre el
Romanzado y el Roncal, en el mismo límite con Aragón, en tierra de nadie. Para
llegar hasta allí hay que coger la carretera que va desde Lumbier hasta
Navascués y pasada la Foz de Arbayún (visita obligada), desviarse a la derecha
por la solitaria NA-2200. Castillonuevo fue un
poblamiento tardío, probablemente de finales del siglo XII, erigido por razones
defensivas. La población se situó a los pies de un nuevo castillo que se había
construido para defender la frontera oriental de Navarra de los ataques
aragoneses. Este castillo fue el que le dio nombre a la localidad y de él
actualmente no queda ni rastro.
Castillonuevo
es un pueblo de ladera y calles empinadas, sencillo, que no destaca por nada en
particular, salvo por su aislada ubicación; no obstante, es de esos lugares en
los que uno se imagina la sensación que debe producir caminar de noche por sus
calles solitarias y oír el eco de los propios pasos en el suelo empedrado. Entonces,
la oscuridad y el vacío hacen creer que el tiempo se ha detenido, y hasta al
más curtido, con un estremecimiento que le recorre el cuerpo de arriba abajo
cuando oye un aullido contiguo, pregunta: ¿señor lobo, ese gruñido es porque le
suenan las tripas o quiere que le acaricie el lomo?
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