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lunes, 28 de diciembre de 2015

Valle de Esteribar (3ª parte)


Andanza LIV: Esteribar, Valle de (3ª parte)

Día: 11/10/2015

Vuelve a llover sobre mojado, es decir, que seguimos a vueltas con el valle de Esteribar, y hasta parecía que no lo acabaríamos nunca. Pero hoy sí, a la tercera va la vencida. Por fin lo liquidamos con la visita a Leranotz, Usetxi, Zubiri, Agorreta, Saigots, Urtasun, Iragi y Eugui; o sea, el Esteribar septentrional, el situado más al norte.

Otra vez N-135 para arriba, a la vera del Arga, rodamos por esta ruta que, por pelmazos, ya nos reconoce como si fuéramos vecinos del valle. Pero justo a la entrada de Zubiri hemos de coger un desvío a la izquierda, por otra carreterilla que sube, sube y nos eleva entre robles, pinos silvestres y arces hasta unos parajes casi de utopía. Allí están Leranotz y Usetxi. Son de esos sitios que, a primera vista, sin conocerlos, los interpretamos; más que nada porque los sentidos, atolondrados por la impresión, nos engañan, impidiendo que con la razón podamos percibir sus carencias, si es que las tienen. Y maldita la falta que hace la dichosa razón, porque resulta que para el apasionado la razón no es más que una excesiva confianza que acaba por renegar de sí misma, reconociendo que el mundo verdadero que pregona es tan fabuloso como ese otro descubierto por los sentidos, esos que nos hacen ver lo que queremos ver.

Pues nada, tras este momentáneo hartazgo de sensaciones volvemos sobre nuestros pasos, bajando hasta Zubiri, capital del valle y centro neurálgico. Zubiri es una encrucijada de rutas y parada obligatoria en el Camino de Santiago, pueblo generoso en dar hospedaje al peregrino, donde nunca le faltará un buen fogón en el que calentarse y alimento para reconstituir el cuerpo. A día de hoy es ésta una villa moderna, pero que aún conserva algunas calles antiguas y empedradas, flanqueadas por casonas del siglo XVII, y con su puente medieval del siglo XII, que tiene nombre propio y todo: "Puente de la Rabia". Relata una leyenda que hasta no hace mucho el puente en cuestión pasaba visita veterinaria y con buenos resultados además, pues no había bicho de cuatro patas que tras transitar bajo sus arcos no saliese curado de esta enfermedad. Por desgracia, en estos tiempos modernos el pobre puente ha dejado de ejercer por no estar titulado y por miedo a ser denunciado por intrusismo profesional.

Seguimos a lo nuestro con Agorreta y Saigots, dos pueblos con encanto vecinos de la carretera que ya no se asombran con el continuo tránsito de viajeros. Ya hemos dejado la N-135 para encarar la NA-138 que nos enfila hasta Eugi, pero antes, a la altura de Urtasun y en otra encrucijada, debemos de trepar nuevamente carretera arriba buscando otro lugar con exquisiteces paisajísticas sobradas: Iragi. Aunque la carretera NA-2520 (Olagüe-Zubiri) lo atraviesa, de cara a su quietud esta osadía se la trae al pairo. Por aquí no pasa ni el gato. Bueno, el gato no sabemos, pero las vacas transitan por ella con la parsimonia de saberse dueñas y señoras de estos dominios, dirigiendo el tráfico al compás flemático de sus andares. Quien quiera pasar que espere.

En fin, cuando las vacas nos han dado su bendición, marcha atrás y para Eugi y su pantano. Eugi es un pueblo en el que se conjugan naturaleza y belleza arquitectónica, ubicado a las puertas del Quinto Real, el bosque por excelencia, un espacio privilegiado donde los haya. Con la construcción del pantano, Eugi se asienta actualmente en su orilla, lo que le ha dado cierto atractivo. Las obras del embalse se iniciaron en el año 1968 con el objetivo de abastecer de agua a Pamplona, siendo inaugurado en 1973. En una mañana como la de hoy apetece pasearse por su ribera, pero no hay tiempo, nos espera una barbacoa en Estella y es que casi llega el olor a brasas hasta aquí, aunque más bien será el ansia por el hambre que ya tenemos.

Pero cuidado con las prisas, resulta que el primer día dedicado a Esteribar, cuando correspondía, se nos pasó por alto un lugar al que debíamos sumisión como manda el santo deber de nuestra misión. Es Arleta, un pequeño rincón de esos mágicos. Escondido y bien escondido, por eso se nos pasó. Pero hoy no se escapa. Como nos pilla de regreso, a por él. Nunca es tarde si la dicha es buena. Y lo es.


















viernes, 25 de diciembre de 2015

Valle de Esteribar (2ª parte)


Andanza LIII: Esteribar, Valle de (2ª parte)

Día: 30/08/2015

Ya advertíamos en la andanza anterior sobre la inmensidad del valle de Esteribar, así que ante la perspectiva de horizontes tan amplios, hoy volvemos a la carga con la mirada puesta en el Esteribar medio. Visitaremos cual irreductibles penitentes: Akerreta, Larrasoaña, Irure, Setoáin, Ezkirotz, Urdániz, Ilarratz, Inbuluzketa, Osteritz, Errea y el despoblado de Zai.

Decíamos que este valle ha sido desde tiempo inmemorial tierra de tránsito, pero resulta que también lo es de persistencia, de arraigo, y ello se evidencia claramente en el semblante de sus pueblos, rebosantes de casonas que no son únicamente interesantes por sí mismas, por su detalle tangible, sino también porque son reflejo de pensamientos, reflexiones e irreflexiones. Son estas moradas la viva imagen del enraizamiento de sus gentes, se erigen en portadoras del sentimiento vital exteriorizado por sus dueños, que lo han heredado de antiguo, pero también es el resultado de su exposición a los vaivenes folcloristas de la contemporaneidad. Estos pueblos, en conjunto, terminan conformando un patrimonio arquitectónico encadenado a su pasado, en el que se puede reconocer un valor cultural propio, aunque a veces desnaturalizado o estereotipado. En resumen, la cosa es que son pueblos agradables, pintorescos y que invitan a recorrer sus entresijos. Nosotros lo hemos hecho, pues es a lo que hemos venido.

Teniendo como referencia la carretera NA-135 y saltando a uno y otro lado de la bisectriz que esta vía implanta en el valle, acudimos a la llamada de sus agradables rincones. Pequeños lugares como Akerreta emanan sabor a aldea y a rusticidad, relegado en su retiro distante y a la vez cercano. Irure, Setoáin o Ezkirotz no le van a la zaga en estas cualidades, pero tampoco los demás; sin embargo Larrasoaña, aunque comparte las mismas galas, se ve sometido a mayor perturbación, la que le ocasiona el paso incesante de peregrinos, barajados en increíble revoltijo de nacionalidades, razas y creencias.

Pero el fecundo Esteribar también tiene todavía lugares que pugnan por persistir, por mantener su lugar en la escena del mundo. Es Errea un lugar remoto en el corazón del valle, al que conduce una carretera interminable y sin continuidad. Apartado de todo, acurrucado sobre sí mismo, este pueblo duerme apaciblemente en su alejamiento. Allí el tiempo se ha tomado un respiro, ha ralentizado su marcha inexorable, y se diría que hasta sus habitantes envejecen perezosamente, sin prisas, acompasando a ese tiempo somnoliento.
Pero no todo es arraigo en estas tierras, pues la clausura de sus rincones a veces paga un alto precio. Advertía con temple estoico el emperador filósofo Marco Aurelio en sus Meditaciones, que todo es efímero: el recuerdo y el objeto recordado. Y esta cavilación nos viene a la memoria contemplando las ruinas del despoblado de Zai. A Zai se accede por la misma carretera que llega hasta Errea, pero un poco antes hay que tomar un camino a la derecha, custodiado por una vegetación vehemente, que nunca llegó a conocer el asfalto. Zai es hoy una ilusión de lo que fue, inerte, arruinado. La hiedra y la maleza se empeñan en sumirlo en el olvido, a lo que la torre de su iglesia se niega a la desesperada. Mantiene una batalla a vida o muerte contra la naturaleza que de sobra sabe perdida. Es consciente de que ya se perdió el recuerdo, pero se obstina en mantener el objeto recordado. 














domingo, 20 de diciembre de 2015

Valle de Esteribar (1ª parte)


Andanza LII: Esteribar, Valle de (1ª parte)

Día: 05/07/2015

Bufff, da miedo asomar el hocico a la calle. Por de mañana temprano ya con temperaturas tropicales, y nosotros, erre que erre, a profanar pueblos con estos calores. ¡Qué trastorno tenemos! Para más inri hoy toca el Valle de Esteribar, un valle con dos co..., de esos que no se acaban nunca, pues tiene más de treinta núcleos de población, o al menos los tuvo pues ya unos cuantos se encuentran despoblados. Pero como el desvarío no nos llega a tanto y el calor lo aconseja, dividiremos la visita en dos jornadas, o tres, ya veremos. Hoy nos conformaremos con recorrer la vertiente sur del valle, la que arranca de los extrarradios de Pamplona, y presentaremos nuestros respetos en Olloki, Zabaldika, Iroz, Antxoritz, Zuriain, Ilurdotz, Gendulain, Idoi y Sarasibar.

Esteribar es un valle estrecho y alargado obra de la labor erosiva del río Arga y sus múltiples riachuelos afluentes. Ha sido desde tiempo inmemorial la vía de entrada a la Cuenca de Pamplona desde el Pirineo. Por sus caminos ha visto pasar invasores celtas, romanos civilizadores, bárbaros descivilizadores, árabes que, a la contra, intentaban convencer de las bondades del Islam al imperio carolingio, y después terminó por convertirse en ruta de peregrinación, pues por aquí comenzaron a afluir en la Edad Media y afluyen hoy en tropel peregrinos del mundo entero tras haber superado las escabrosidades del Pirineo.

Nuestro valle guarda para sí y para sus visitantes un entorno natural privilegiado. Al norte, el bosque del Quinto Real es un paraíso de flora y fauna, y es también cuna del más navarro de los ríos, el Arga, amansado por el embalse de Eugui para aplacar la sed de la capital, pero cuyas riberas se muestran pródigas en hayas, robles, brezos, arándanos, alisos, fresnos, arces y ya no nos sabemos más.

Puede decirse que el territorio sur del valle es zona de contrastes, pero contrastes con cierta armonía. Hay lugares como Olloki, que por proximidad ha recibido el zarpazo urbanizador de Pamplona. El pueblo viejo, encaramado en su atalaya, vigila muy de cerca el bullir de los nuevos vecinos. Allí un ruinoso Palacio Cabo de Armería todavía se muestra altivo ante la indiferencia de quienes desoyen sus gritos mudos pregonando pasadas glorias.

Y si de incongruencias hablamos, benditas sean aquellas que permiten que a quince minutos de Pamplona existan lugares en los que se nos antoja estar a mil kilómetros de la civilización, en medio de una naturaleza manirrota en generosidad expresiva. Serviría muy bien el pueblo de Antxoritz como modelo para un cuadro romántico del siglo XIX, donde la hiedra trepa por su abandonada iglesia en la que las campanas enmudecieron hace tiempo. A su vera, dos solitarias tumbas recuerdan lo efímero de la vida. Pero lo anecdótico tiene también cabida en estos parajes, en Idoi topamos con un colega motero reconvertido en eremita. La crisis y el paro obliga y aquí se ha montado una granja multirracial de bichos de todas las calañas con cuya cría y venta se gana las habichuelas. Y es que para el hambre no hay pan duro. Quien le iba a decir a nuestro amigo motero que de pilotar su Harley pasaría a cebar gorrines vietnamitas en medio de las florestas de Esteribar, y tan a gusto que está el tío.