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domingo, 18 de marzo de 2018

Leoz

Andanza C: Leoz

Día: 04/12/2017 (1ª parte) Artariáin, Amunarrizqueta, Iracheta, Iriberri, Leoz y Uzquita.

Día: 17/12/2017 (2ª parte) Sansomain, Benegorri, Bézquiz, Amatriáin, Maquirriáin, Sansoáin y Olleta.

Celebramos un hito con una jornada excepcional. Cumplimos 100 Andanzas por tierras navarras y el capricho del azar ha querido llevarnos a un bonito lugar. Cuatro largos años han pasado desde que esto comenzó. Lo que parecía el sueño de una noche de verano (aunque arrancamos un mes de noviembre), ha derivado en incesante, y para darle vida se ha hecho necesario un empeño pertinaz por nuestra parte. A veces nos falta el aliento, a la vista de la inmensidad del mar por el que navegamos, sin embargo, nos da fuerzas el saber que al menos ya hemos recalado en la mitad de los puertos de esta singladura. Si todo va bien, en otros cuatro años, arriba o abajo, el viaje debería llegar a su fin, pero esto, a día de hoy es profecía y como no queremos ser pájaros de mal agüero ni vamos a consultar ningún oráculo para conocer lo venidero, dejaremos que la aventura siga fluyendo, sin prisa, con parsimonia, pero también con vivacidad para que no languidezca.

Era nuestro deseo que la Andanza número 100 coincidiera con la visita a un municipio singular, más que nada para dar lustre y esplendor a la celebración, y así ha sido, aunque por mera casualidad, pues esto era algo que no dependía de nosotros, sino de una conjunción de elementos como es el orden alfabético y el azar. Por tanto, damos gracias a los hados por habernos favorecido otorgándonos una geografía magnífica para esta conmemoración, y puestos a pedir, hubiéramos pedido también un tiempo espléndido, pero en eso el destino no ha sido tan generoso, nos ha concedido sol a ratos, nieve, hielo y lluvia. En fin, menos da una piedra.

La providencia ha querido que haya sido Leoz el afortunado, aunque más bien la fortuna nos ha sonreído a nosotros, porque Leoz es mucho Leoz. Leoz es un desconocido para muchos, es un municipio compuesto, una intrincada miscelánea de trece lugares cuya visita nos ha costado dos días de trajín, pero en atención a la efemérides los hemos unido en un sólo relato. O sea, dos andanzas en una, sin que sirva de precedente, todo sea por la solemnidad del día.

Leoz ocupa un lugar de privilegio en el Valle de la Valdorba, en pleno centro de la Comunidad Foral. La Valdorba es una entidad geográfica que no administrativa, donde se aglutinan diversos municipios, simples y compuestos, como el nuestro. Leoz es de esos sitios que saben ocultarse de miradas indiscretas a pesar de su proximidad a Pamplona, sus pueblecitos se han escondido a poco más de 30 kilómetros al sur de la capital, al abrigo de la Sierra de Alaiz al norte y los Montes de la Valdorva al sur. En los tiempos que corren se ha asentado un poco en la marginalidad y a ello ha ayudado su carácter periférico, unas vías de comunicación bastante deterioradas y apenas transitadas y su escasa población, pues entre todos los concejos del municipio suman poco más de 230 habitantes. Pero hubo un tiempo en que esto no fue así, pues fue tierra de paso, del Pirineo al Ebro, y sus dominios los atravesaba una variante del Camino de Santiago. Sin embargo, la escasez de tierras de labor que permitieran una subsistencia digna ahuyentó hacia la ciudad a una parte considerable de sus vecinos durante el pasado siglo, dando lugar al semidespoblamiento que en la actualidad presentan algunos de sus pueblos.

Pero Leoz también presume, presume de una belleza seca y áspera, se jacta de montes y arboledas, de manantiales y umbrías, de bosquecillos de robles, de encinares y quejigales, de somontano y serranía. Y puesto a darse aires, fanfarronea de piedras, de arenisca del país, ésa que ha dado forma a sus palacios Cabo de Armería, ahora decrépitos pero antes arrogantes, a sus iglesias románicas, a su recia arquitectura popular, a la prestancia de unas casas que se resisten al abandono, al silencio de otras que ya han sucumbido. Con modestia, alardea por aquí y por allá de entrañables rincones, de esos con callejuelas empedradas y pasajes misteriosos, laberínticos, ensortijados, de aire medieval, un poco caídos en olvido pero que se dejan descubrir de vez en cuando, inesperadamente, para deleite del viajero.

Varios ramales dan acceso a esta tierra desde la carretera N-121 y nosotros lo hacemos entrando por Barasoáin, por la NA-5100, siguiendo en paralelo el transcurrir del río Leoz, encargado de erosionar estos parajes a lo largo de los siglos hasta abrir el corredor que aprovecha hoy la carretera. La nieve de días pasados se ha empeñado en aferrarse al terreno y en las umbrías se ha transmutado en hielo, camuflado hábilmente entre la negrura del asfalto, así que ojito.

A unos siete kilómetros al Este, Artariáin se nos aparece encaramado en una terraza de roca roída. A primera vista tiene aspecto de fortaleza, donde la torre de la iglesia de San Juan Bautista, de románico pleno, más parece una torre de homenaje. Artariáin ofrece un paisaje de piedra sobre piedra, la articulada por el hombre sobre la emplazada por la naturaleza. Artariáin bien merece un paseo sosegado, pues cumple expectativas. Tiene recovecos, escondrijos, rincones íntimos, callejas que embelesan.

Seguimos avanzando por la NA-5100 a la par que el río Leoz, mientras fluye en sentido contrario, y enseguida un camino cementado salva un puentecito a la derecha y escala el altozano donde ha tenido a bien erigirse Amunarrizqueta. Nuestra idea era hacer los deberes y subir hasta el pueblo, pero una primera placa de hielo que pasamos acongojados y el ver después como el camión de la basura bajaba haciendo patinaje artístico, nos hace desistir y fotografiar las ruinas de la iglesia de San Bartolomé en la distancia. Otro día más tórrido será, no tentemos al diablo.

Continuamos, y ahora un poco más adelante y cogiendo un cruce a la izquierda toca otra vez trepar un poquito hasta Iracheta. Aquí el hielo ha respetado el asfalto, aunque por las calles campa a sus anchas. Iracheta es la capital y de los pueblos más bulliciosos del valle, se ve movimiento de gentes, aunque muchos sean vecinos de fin de semana. Su plazoleta la preside la iglesia de San Esteban, románica aunque muy reformada, pero el monumento que ha dado fama a Iracheta es su hórreo medieval, de tejado de lajas de piedra, conservado espléndidamente para su edad.

Volvemos a la NA-5100 acompañando al río Leoz a la contra en su peregrinar desde el Este. Pronto atisbamos el Señorío de Iriberri en lontananza, pero dado cómo se las gastan los hielos por los caminos, dejamos constancia fotográfica y continuamos hasta ver morir la NA-5100 en Leoz, el pueblo que ha dado nombre a todo el municipio. Leoz también se ha encaramado en un altillo como no podía ser de otra manera y aunque tiene vida, muchas de sus casas se encuentran abandonadas o semiabandonadas y así la iglesia de la Natividad muestra un aspecto entristecido, por eso y por la ruina de pasados esplendores, como la de los dos palacios de Cabo de Armería que en su día hubo y hoy apenas dejan ver sus despojos.

Y para terminar la primera parte de nuestro transitar por el valle hemos de subir hasta Uzquita, allí donde el olvido reina a su antojo. Vecinos, haberlos los habrá, al menos oficialmente hay cuatro, pero se esconden muy bien. Entre ruinas de casas con tejados de lajas de piedra, se ve alguna vivienda en mejor estado, con la puerta abierta porque hasta aquí no suben ni los amigos de lo ajeno. La iglesia de San Clemente, del siglo XIII, parece que hace tiempo echó el cerrojo, encontrándose a la espera de que se le hunda la techumbre. San Clemente hizo las maletas cierto día y con él todos los feligreses en búsqueda de una vida mejor que la que ofrecen estas asperezas, dejando abandono, soledad y melancolía.

Pero como decíamos al inicio, vamos a encadenar las andanzas por Leoz, y reanudamos la segunda parte con los pueblos situados al sur del territorio. Nos acompaña esta vez una llovizna pertinaz, aunque algo más amigable que el hielo o la nieve. Accedemos otra vez desde la N-121, pero ahora por un ramal algo más meridional. Avanzando por la NA-5161, a poco más de un kilómetro se encuentra Sansomain. El pueblo se aúpa sobre un altillo y deja ver un paisaje espléndido. Por aquí se abría paso una vía romana que unía Jaca con Logroño atravesando la Valdorba. Ahora está un poco menos transitado: nosotros y dos más. Sansomain huele a ruralidad y Medievo, con su palacio Cabo de Armería y su iglesia de San Pedro, de románico rural bien conservada.

Un par de kilómetros más adelante se muestra Benegorri, a la izquierda de la carretera y encaramado en una pequeña altiplanicie. Dicen que tiene nueve habitantes y así debe ser si lo dicen y porque se ven tractores en un cobertizo en orden de marcha, pero son reservados y tampoco se dejan ver. Las que sí se dejan ver son las ruinas de la iglesia de San Bartolomé, aupadas en la parte alta del pueblo, rodeadas de unas cuantas casas diseminadas y un antiguo palacio Cabo de Armería venido a menos, que ha terminado reconvertido en casa de labranza.

Progresando adecuadamente hacia el Este, a tiro de piedra se desvía a la derecha una carreterita que lleva hasta Bézquiz, otro pueblecito semiabandonado con permiso de sus cuatro vecinos, titulados todos con un grado superior en pasar desapercibidos. Subido en su montecillo, guarda Bézquiz un semblante de aire vetusto, con alguna casona antiquísima y callejas ensortijadas. Dominando el percal desde la parte más alta del lugar, la iglesia de San Andrés exhibe en plan romántico sus despojos. Son ruinas muy cucas, de esas que te arrancan la nostalgia, la añoranza por tiempos pasados, la pesadumbre por contemplar algo que fue y hace tiempo dejó de ser.

Seguimos buscando el Levante y a unos tres kilómetros, donde muere la NA-5161, ha tenido a bien aposentarse Amatriáin. Esto ya es casi una urbe con sus 18 habitantes, hasta se ve a algún curioso que husmea extrañado por nuestra presencia. Amatriáin se ha subido en la falda sur del monte San Pelayo y se regodea en el escenario de privilegio que éste le proporciona, al abrigo de las inclemencias. Además, para mayor generosidad, la montaña le da de beber nutriendo sus manantiales. La iglesia de San Esteban todavía se encuentra en activo presidiendo un escenario que aún conserva alguna que otra casona blasonada reflejo de pasados esplendores.

Nuestro siguiente objetivo es Maquirriáin, lugar situado al sur y que para llegar hasta él siguiendo la carretera hay a una eternidad, así que, armándonos de valor decidimos aventurarnos por un camino de tierra, bajando por una vaguada que te deja en el pueblo en un pis pas. Hemos tenido suerte, el atajo estaba en buenas condiciones y sin barro, a pesar de la molesta llovizna. Acceder a Maquirriáin desde aquí, nos ha convertido en descubridores, al menos esa es la sensación que te embarga cuando llegas a un lugar de aspecto tan íntimo, tan entrañable, aunque desde la carretera pueda parecer otra cosa. Maquirriáin se asienta en una ladera, que es una terraza del río Sansoáin, y por eso sus callejas son empinadas y también caóticas, tanto que hasta hemos tenido que preguntar por la iglesia a un lugareño, que los hay, son 21 y se ven por la calle y todo. Su iglesia está dedicada a Santa Catalina y el templo y sus alrededores conforman un espacio entrañable. Un arco adintelado da acceso al atrio tras subir una escalinata, y por aquí pululan los vecinos más simpáticos del pueblo. A nuestra llegada, llenos de curiosidad y para saludarnos, se han congregado en los aledaños del atrio 40 ó 50 gatos, a ojo de buen cubero, todos lustrosos, educados e instruidos. Nos han hecho ver que el templo es de principios del siglo XIII y aunque parece románico es más bien protogótico con modificaciones posteriores y algún detalle más del que ya no nos acordamos.

Después de departir un rato con los gatos, volvemos a nuestro quehacer tomando la NA-5110 dirección Oeste, cogiendo poco después un desvío a la izquierda que sube zigzagueando hasta las alturas de Sansoáin. Lo primero que llama la atención de Sansoáin es la iglesia de la Asunción, por su aspecto de fortaleza desafiante en la cumbre, pero resulta que el pueblo acoge las infraestructuras del Coto de la Valdorba, así que tiene un hotel de cuatro estrellas, restaurante, bar, campo de tiro y algunas instalaciones más. Por ello se ve un incesante tránsito de gentes, sobre todo los fines de semana. ¿Quién se lo iba a decir a Sansoáin hace unas décadas?, cuando se encontraba al borde de la despoblación.

Vamos terminando y para ello volvemos sobre nuestros pasos por la NA-5110 dirección Este hasta Olleta. Olleta se sitúa entre dos barrancos a través de los que el río Sansoáin se ha abierto paso, entreteniéndose también en separar a la localidad en dos mitades, unidas otrora por un puente medieval enlosado de un único ojo para salvar su corriente. Olleta da que pensar, pero de pensar en vetusto, porque permite abstraerse con un poco de románico, con una pizca de gótico y con algo de renacimiento. Sus rincones ofrecen el sabor del descubrimiento, especialmente el pequeño atrio, vamos a llamarlo así, que da acceso a la iglesia de la Asunción, del siglo XII. El edificio es una pequeña joya, humilde pero inspirada en templos mucho más pretenciosos.

Y como todo llega a su fin, para rematar esta Andanza centenaria como se merece, abandonamos Leoz escalando el Alto de Lerga. En primer lugar porque desde aquí la panorámica es el ingrediente final ideal para despedir a las tierras de Leoz y en segundo lugar porque por aquí también se va a un sitio donde vamos a festejar de otra forma nuestra hazaña, con el buen yantar. Vamos a regocijarnos de lo conseguido con una chuleta en cierto asador que hay a la entrada de Ujué, y es que no todos los días se cumplen 100 Andanzas.