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jueves, 21 de diciembre de 2017

Lapoblación - Meano

Andanza XCIII: Lapoblación-Meano

Día: 03/09/2017

¡Rediós! Esta pasada noche se nos ha infiltrado un lemur en el dormitorio para rascarnos los pies, con la intención de recordarnos que son ya muchas las semanas de abandono de la sagrada tarea que es Navarra de la A a la Z. Y qué razón tiene el lemur. Alguno se preguntará cómo se ha podido colar un lemur en nuestro dormitorio, si esos bichitos tan simpáticos son originarios de Madagascar y de alguna película de Disney. Pues no, resulta que los lemures ancestrales son invento de los romanos y de su pragmática religión. Los romanos idearon una serie de genios o espíritus de los muertos que volvían de ultratumba para fastidiar a los vivos irresponsables con apariciones nocturnas, como ha hecho nuestro lemur, que es eso, un espíritu tocapelotas que ha venido a echarnos en cara nuestra desidia.

Verdaderamente le agradecemos al lemur metomentodo el habernos puesto en canción, así que haciéndole caso vamos a ponernos manos a la obra, bueno, más bien manos al manillar de la moto, para encaminarla con toda nuestra humanidad encima hacia la Navarra media, hacía el Oeste, hacia las tierras fronterizas del Valle de Aguilar, porque la visita de hoy nos lleva a Lapoblación, un municipio desdoblado en dos localidades: la propia Lapoblación, que es la que cede el nombre, y Meano, donde se ubica el ayuntamiento.

Como fieles cumplidores de la religión del motero y de su cuarto mandamiento, el que dice que honrarás a las curvas como a tu propio padre, hemos elegido las carreteras adecuadas por las que alabar más y mejor a esa línea que varía de dirección continuamente. Así que haciéndole ascos a la autovía A-12, enfilamos la vieja N-111 camino de Viana, con el buen sabor de boca que deja el serpenteante tramo entre Sansol y Viana, conocido mundialmente como “Mataburros”, y es que de casta le viene al galgo. A partir de Viana toca apartarse de la civilización, para adentrarse en la serranía y la ruralidad trepando por la sinuosa NA-7230. Aquí sí que se cumple a rajatabla con el mandamiento de marras, curva tras curva, sin atisbo de rectas, asfalto entre malo y peor, carretera encogida, de las que absorben todos los sentidos porque no hay margen de error, pero qué divertida es la condenada.

Tras atravesar las angosturas de Aras, dejamos atrás esta población camino de Aguilar de Codés, un nido de águilas, continuando la ascensión hasta tomar la NA-7211 en un cruce a la izquierda que ya nos emboca hacia nuestro destino. Lapoblación es un lugar situado en un paso natural abierto en las cresterías de la Sierra de Cantabria, entre las cumbres de la Peña del Castillo y el León Dormido, en el límite entre Navarra y Álava. 


Es un pueblo-calle de ladera, con poco más de treinta habitantes, dominado al norte por la mole del León Dormido, y al igual que este felino de piedra, Lapoblación se ha quedado traspuesto en su atalaya, sobre todo hoy, al calor de un tibio sol que hasta parece hacer ronronear al león de la montaña. También nuestra máquina ronronea por el placer que da rodar en estos entresijos, y nosotros la acompañamos en sus goces, aunque sea curioseando entre recovecos de un pueblecito tranquilo, a casi 1000 metros sobre el nivel del mar y muy por encima de las cosas humanas, que decía cierto filósofo. La iglesia de Nuestra Señora de la Ascensión copa las miradas, es centro de atención y la plazoleta presidida por el templo es centro de congregación de parroquianos. Aquí hemos dado inicio y damos fin a esta parte de la visita, dejándonos caer carretera abajo en búsqueda de Meano.

Meano fue en otros tiempos un arrabal de Lapoblación y ahora se ha apoderado de la capitalidad, haciéndose con el ayuntamiento y la mayor parte de los habitantes. También le ha sustraído protagonismo, sobre todo el gastronómico gracias a su pan, de renombrado prestigio por la zona, y especialmente por sus afamados “bollos preñaos”, que son unos chuscos cocidos con su correspondiente chorizo dentro, todo bien hermanado en el mismo pack.


Nosotros, al igual que le ocurrió a Ulises con el cántico de las sirenas, sucumbimos a las excelencias del bollo preñao que, aunque no sabe cantar, da el cante en boca. Pero como suele ser habitual, el éxito consume, y por eso nuestro gozo ha terminado en un pozo. La fraternal unión de pan y chorizo se había acabado. Así que, como las circunstancias obligan, finalmente, hemos tenido que comprobar que un pan de Meano y un chorizo vecino del pueblo también, aunque sea por separado, tampoco congenian mal, y si además se acompañan de un vinito de la Rioja alavesa, que está a tiro de piedra, mejor que mejor.