Día: 23/08/2020
Para hacer el caldo gordo de la
andanza de hoy, como otra vez estamos un poco obtusos, vamos a solicitar la
ayuda celestial. Vamos a implorar el amparo de los santos, de las santas y, si
se tercia, de las vírgenes también, rogándoles un milagro, el que nos hace
falta para que se nos ilumine el magín. Y todo porque los santos, las santas y
las vírgenes son rentistas en la tierra, aunque en el cielo no tengan
propiedades, que se sepa. Resulta que se han hecho con la titularidad de los
edificios más emblemáticos de cada pueblo y salvo excepciones que se pueden
contar con los dedos de la mano mala de un manco, no existe en Navarra pueblo
que no tenga algún templo propiedad de los susodichos.
Estos hacendados etéreos, por sus
poderes y a través de sus posesiones en la tierra habrán de arrimar el hombro
para socorro de los necesitados, los necesitados de iluminación, como nosotros.
Y así, esperanzados con el auxilio beatífico, emprendemos una jornada más este
deber que nos hemos encomendado cual penitencia sin cilicio, a no ser que
consideremos penitencia llevar la cabeza metida dentro de un recipiente, que no
deja de tener algo de mortificación.
El caso es que hoy vamos a
flagelarnos encima de la moto con la visita, que por turno corresponde, a Oitz
y al valle de Oláibar. El primero es municipio simple y el segundo compuesto y
ambos están situados en la Merindad de Pamplona. Y como vamos a empezar por el
tejado, porque Oitz ha plantado sus reales en el Alto Bidasoa, a casi 60
kilómetros al norte de la capital, lo vamos a hacer, como es costumbre si el
tiempo acompaña, por esas rutas que cuando el tiempo no acompaña son un tanto
tenebrosas, pero cuando acompaña son de regocijarse cual cochino en su charca,
salvando las distancias, que en los tiempos que corren no es cosa de mancillar
el honor de los cochinos.
Por eso, atravesar Basaburúa es
de cuento, de cuento de hadas y enanitos con su respectivo bosque, aunque allí
no hay hadas ni enanitos, al menos de esos con gorro y nariz gorda, pero sí hay
bosques que no tienen nada que envidiar a los de los cuentos, y transitar por
ellos, a pesar de que lo hagamos por el asfalto que les ha marcado cicatrices,
te hace creer que en las umbrías, más allá de donde la vista es capaz de
alcanzar, tiene que estar la cabaña donde viven los enanitos, o los gnomos, o
la bruja, o, a unas malas, el basajaún, que te come al menor descuido, aunque
éste sea más de cuevas.
Desde Saldías, la NA-4040 se deja
caer hacia Santesteban por unos paisajes tan de cuento como los de Basaburúa, y
tras atravesar Beinza-Labaien y Urrotz, que son pueblecitos que deberían estar habitados por enanitos con gorro y nariz gorda para ambientar, tras coger un
cruce a la izquierda y una carretera cementada que enseguida pasa a empedrada,
está otro pueblecito níveo encaramado en una ladera que se llama Oitz. Destaca
Oitz por su blancura, acentuada por un entorno tan verde. Casi todas sus casas,
grandes y exentas, ocultan la piedra con un revoque pintado y resplandeciente.
Es un lugar pequeño y dueño de sí mismo que tiene poco más de 120 habitantes,
custodiados por san Tiburcio enrocado en la parroquia de la que se ha apoderado
por arte de birlibirloque.
San Tiburcio, para sustanciar,
nos va a echar una mano desde su casa, que también es blanca para no
desentonar. Érase san Tiburcio un decapitado que a consecuencia de esta
calamidad devino en santo. Lo de perder la cabeza fue culpa del maligno
Diocleciano, un emperador de allá por el siglo III. Pero algo imprudente
también lo fue el propio san Tiburcio. ¡A quién se le ocurre, cuando le
acusaron de cristiano, demostrar que su fe era verdadera andando sobre las
brasas sin quemarse con un crucifijo en las manos! Como no podía ser de otra
manera, Diocleciano, un tanto mosqueado, pensó que eso no era fe sino brujería,
así que el bueno de san Tiburcio no terminó asado, pero acabó descabezado.
Ya que san Tiburcio ha puesto
algo de su parte en esta historieta con la referencia a los asados, nosotros
seguimos hasta Santesteban porque es la hora del almuerzo y porque Santesteban
está de lo más animado este domingo. La última vez que estuvimos en Santesteban
-allá por la Andanza XLV, el 19/04/2015-, también estaba animado y era domingo,
y nos acordamos de los canutillos de la Joshepa, por intermediación de Camilo
José Cela, quien tan buenas referencias da de estos dulces en Del Miño al
Bidasoa; pero ahora no es Cela sino san Tiburcio quien nos encamina a los
asados, en hora tan temprana.
Pero no ha podido ser, tan de
mañana no hay asados, así que nos hemos conformado con unos calamares fritos.
Ni tan mal. Nos han enardecido -aunque el vino habrá tenido algo que ver- para
continuar invocando santos camino del valle de Oláibar. Y, la verdad, que se
nos ha hecho necesario este enardecimiento porque, por tal de no pisar nuestra
odiada N-121-A, nos hemos enmarañado en un laberinto indescriptible de
carreteritas locales del que casi no salimos sino es por san GPS. Finalmente,
por el buen hacer de este otro santo de nuestra invención, que también está en
los cielos, hemos aparecido, de milagro, al sur del valle por la NA-4210.
Este valle, como todo buen valle
navarro, es municipio compuesto. Compuesto, por orden de aparición ante
nuestros morros, por: Olave, Olaiz, Osacáin, Zandio, Endériz, y también por el
Señorío de Beráiz y el Caserío de Osavide, que son sitios fuera del alcance de
los curiosos y que se quedarán para cuando hagamos las Andanzas en helicóptero.
La proximidad del valle a Pamplona -unos 16 kilómetros- se nota. Hay bullicio y
la N-121-A, que es la espina dorsal, como siempre, está muy transitada. Menos
Olave, el resto son pueblecitos encaramados a ambos lados de esta carretera, y
por Olave, que es la capital, empezamos.
Para lo mundano lo principal de
Olave es su mesón, que está a pie de carretera y se llama Mesón Olave, porque
al dueño se le ocurrió el nombre un día que hacía niebla, la misma vicisitud
que suele afligir a nuestra inventiva más de lo que quisiéramos. En este lugar
nosotros hemos pecado de gula más de una vez y nos viene a la memoria histórica
un lejano día de alubias rojas con chorizo y guindillas, que sí que hacía frío
y niebla de la de verdad, y encontramos cobijo en su comedor.
Pero para lo divino está san
Pedro, que es el dueño de la iglesia de Olave y también tiene una calle
dedicada, la principal. Por esos aprecios no nos vamos a meter con él. Por eso
y porque en la jerarquía celestial ocupa un lugar preferente. Tiene las llaves
del Cielo, así que más vale estar a buenas con este señor santo por lo que
pudiera pasar, que nunca se sabe, y es que en nuestro caso particular tenemos
un abultado historial de antecedentes pecaminosos, por esa maldita gula que nos
asalta de las 14:00 en adelante y nos lleva a la perdición.
Siguiendo con nuestra misión,
toca cruzar al otro lado de la N-121-A y del río Ulzama, para trepar un poco
hasta Olaiz, que tiene 12 ó 13 casas y donde san Miguel se ha hecho con un
unifamiliar de lo más modesto, aunque tiene porche y jardincito con cementerio
y todo, en el que algún pretendido difunto está enterrado en sepultura tipo
esparraguera. Será por economía de medios, pero si llueve fuerte habrá que ver
los resultados. Con san Miguel tampoco nos vamos a ensañar, que es arcángel y
jefe de los ejércitos de Dios.
Buscando Osacáin volvemos para
atrás y avanzamos un poco hacia el norte por la N-121-A, hasta coger otra
carreterita a la derecha, también empecinada en escalar ladera. Osacáin es un
poco mayor, alrededor de 20 casas, y san Martín es dueño de una algo más pretenciosa
que la de san Miguel, pero también más vieja. Nos hemos quedado pasmados con
san Martín, tan generoso con los pobres e inventor de la capilla y resulta que
en Osacáin ha hecho mutis por el foro, o al menos lo han hecho sus
representantes, porque allí nos encontramos con una misa dicha por las propias
feligresas, porque no hay cura, ni se le espera.
Como nos surgen dudas sobre la
validez litúrgica de esta misa y no vaya a ser que sea herejía, no vamos a
entrar, aunque, de haber sido conforme al rito nos hubiese venido muy bien para
vaciar un poco el saco de los pecados. Contemplado el quehacer de una vecina
que junto con algún vecino más tampoco están por la labor de oír una misa
heterodoxa y se dedican a cortar leña para el invierno, nos vamos marchando
hacia Zandio, que está en la misma ladera, pero un poco más al norte.
Zandio, calculando a ojo, tiene
ocho casas sin contar la de san Lorenzo, que debió ser un santo aseado pues se
construyó un lavadero adosado. Además de aseado, san Lorenzo fue un santo
asado, asado a la parrilla, vuelta y vuelta, para lo que él mismo insistió
cuando vio que ya se había hecho de un lado, además, indicó a los asistentes a
su martirio el momento en que ya estaba en su punto. Eso dice la tradición,
pero a nosotros se nos antoja poco verídico porque, a pesar de nuestra larga
experiencia con las brasas, nadie en la parrilla se vuelve elocuente salvo al
principio.
Terminamos con la visita a Endériz, al otro lado de la
N-121-A, que es el más populoso de todos los concejos del valle y que ha
perdido la ruralidad porque se ha convertido en residencial por el implante de
numerosas viviendas unifamiliares de nueva construcción. Aquí, san Nicolás se
ha atrincherado en su casa defendiendo lo que queda del pueblo ancestral. San
Nicolás ha sido muy cuco, se ha preparado un rinconcito bucólico de lo más
sugerente, y es que san Nicolás es un santo ecléctico. Empezó su carrera de
santo en Turquía, se hizo obispo y al final ha terminado como Santa Claus,
viviendo en el Polo Norte. ¡Qué cosas!