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miércoles, 11 de abril de 2018

Lerga - Lerín

Andanza CI: Lerga - Lerín

Día: 14/01/2018

Hay días en que uno se levanta con apariencia de reflexivo, pero es únicamente eso, apariencia, porque en realidad lo que hay es conciencia de no tener nada que decir, y así andamos, mirando por la ventana para sacar agüeros del vuelo de los pájaros. Y es que suele acontecer que tras la celebración viene la resaca del día después o, más bien, de la Andanza después y a causa de los excesos de elocuencia escrita cometidos en la exaltación del anterior evento, la resaca ha devenido en reseco, reseco de ideas por agotamiento. Menos mal que tenemos a nuestra disposición un extenso elenco de colaboradores condenados a trabajos forzados para los momentos de sequía, de quienes, con su permiso o sin él  (más bien lo segundo), tiramos en los momentos de carestía.

Nosotros somos nostálgicos de los rincones y también del patrimonio sentimental de los pueblos y nos gusta beber en el manantial de sensaciones que emana de un paisaje con encanto, pero a veces también somos presa de una vaga inquietud ante la sospecha de que nos hemos convertido en puros charlatanes, especialistas en estrujar percepciones oníricas a conveniencia, o sea, en materialistas con fines prácticos. Entonces se nos presenta una bonita disyuntiva, ahogarnos en un vaso de agua o sumergirnos en un mar de dudas, pero para eso están los amigos, para sacarnos del apuro echándonos un flotador.

Aunque bien pensado, amigos, lo que se dice amigos no son. Son conocidos, lejanos como algunos parientes, sacados de golpe de su rincón etéreo para tapar un hueco. Y así, hoy repite de socorrista una señora muy cabal, que ya nos ayudó con el flotador hace casi tres años, en la visita al Valle de Erro. Es María Zambrano, filósofa, exiliada y peregrina. Exiliada de la España del 39 por un quítame allá esas pajas y peregrina en otros países por problemillas con los gatos de su hermana, pero eso ahora no viene a cuento.

Zambrano nos va echar un capote en lo de manipular percepciones. Ella dijo que ese manoseo viene a ser lo que la ciencia llama conocer, porque conocer es una manera de reducir las sensaciones para hacerlas manejables y descafeinadas, entonces propone como antídoto su razón poética, con la que cabalgar a la dimensión del sentir vital, a través de la experiencia, y así restituir en el ser humano el alma y el espíritu que el racionalismo y el materialismo le han birlado.

Viene a suceder eso, que nosotros somos unos desalmados y estamos desespiritualizados por manipuladores y la Zambrano nos lo hace ver con su sabiduría, sin embargo, lo de hacerle caso pues sólo a medias y como nos es necesario, vamos a reinterpretar otra vez su razón poética a conveniencia, además, aprovechándonos de lo bonito que suena ese concepto. Así que hoy procederemos a reducir las sensaciones de esta Andanza aderezándolas con un poquito de la filosofía de nuestra amiga, es decir, más de lo mismo, nuestro reduccionismo de siempre, pero ahora adornado de esa realidad que está por debajo de lo razonable, donde, según Zambrano, reside la fuerza creadora.


Hay que joderse. Una vez hecha esta inescrutable declaración de intenciones, va y está lloviendo. Dos horas maquinando semejante jeroglífico introductorio y resulta que nos vemos en la tesitura de reducir sensaciones pasadas por agua, que de por sí ya las reduce bastante y por la tremenda. En fin, está claro que nunca llueve a gusto de todos, sobre todo de los moteros, pero con agua o sin ella arrancamos camino de Lerga con una llovizna débil pero persistente, de la que te moja porque casi no llueve.

Nuestro único enfrentamiento del día con la geografía abrupta es el Alto de Lerga, así que hoy poca pelea con el relieve. Abajo del puerto está el pueblo, entre los Montes de la Valdorba al Noroeste y la Sierra de Ujué al Sur. Se ubica en una zona quebrada, sin grandes ríos que lo refresquen ni frondosos árboles que le den sombra, geográficamente pertenece al Valle de Aibar, Merindad de Sangüesa y Comarca de Tafalla, a 52 kilómetros de Pamplona y lo parte en dos la NA-132. Lerga se estira trasversalmente a la carretera, de Norte a Sur. La travesía engaña, no deja ver lo más significativo de su caserío, que se oculta hacía el interior, flanqueando las calles Mayor, Victoria y San Martín. Es ahí donde recios caserones se dejan ver, luciendo portaladas de robusta sillería. Es ahí donde Lerga guarda sus tesoros, entre ellos la iglesia parroquial de San Martín, imponente y ecléctica en estilos, porque es lo que tiene el paso de los siglos.

Setenta habitantes tiene Lerga y como muchos otros pueblos ha visto descender su vecindario en un agonizante goteo. La despoblación es una herida que sangra, un manojo de desgarros humanos por aquello que se deja atrás: las raíces. Pero siempre hay quien vuelve, aunque sea durante el fin de semana, y Lerga es de los sitios que se vivifican así. Es una agitación restringida en el tiempo, en el de ocio, y más vale así aunque esto sea únicamente un parche en la herida.
Cumplido el compromiso con Lerga, como tantas otras veces, volvemos para desandar lo andado caminito de casa, porque el siguiente destino es Lerín, pueblo vecino, situado a 23 kilómetros al Sur de Estella y a 11 del nuestro. Lerín tiene unos 1650 habitantes y es un lugar de altura, porque se ha subido a un risco; por eso, quien se acerca a él desde la NA-122 lo ve como un pueblo desafiante, sobre todo a la Ley de la Gravedad, con sus casas arrimadas al borde del precipicio.


A vista de pájaro Lerín aún conserva una urbanística medieval bastante reticular, cosa que no suele ser habitual en un pueblo encaramado. Precisamente, lo de hallarse encaramado lo hacía especialmente apto para la defensa y eso le valió algún que otro disgusto por discrepancias entre los que lo defendían y los que lo atacaban. Más o menos en medio de su casco urbano, presidiendo el cotarro, se yergue la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Tiene un batiburrillo de estilos, es de origen medieval (siglo XIII) y sufrió reformas en los siglos XVI, XVIII y XIX. De entre todos los estilos arquitectónicos que tiene la iglesia, las cigüeñas se han decantado por el barroco, que es el de la torre, pues allí han ido a plantar sus nidos porque dicen que lo que ellas prefieren es la brusca alteración de las proporciones clásicas canónicas.


Lerín fue mucho Lerín y es que fue cabeza de condado. En 1425 el rey Carlos III el Noble instituyó el condado de Lerín para una de sus hijas bastardas casada con un Beaumont, gentes levantiscas y pendencieras para con la corona. A finales del siglo XVI el condado de Lerín pasó a pertenecer a la casa de Alba, al ostentar Antonio Álvarez de Toledo y Beaumont ambos títulos. Tenía el conde su palacio en Lerín y del edificio sólo queda el recuerdo, pero puestos a chismorrear, sabemos que hay por ahí una obrilla en la que se dice, con muy mala sombra, que todos los días, a eso de maitines, este caballero se veía obligado a salir al balcón porque su mujer lo despachaba de la alcoba por enredador con las cosas de mear y aprovechaba para espiar a sus lacayos y vigilar sus dominios con un catalejo, y se cuentan además las golferías de su tesorero que es el protagonista... bueno, no detallamos más, quien quiera entretenerse que la lea, se titula Cronicón del humilladero y que conste que le hacemos publicidad desinteresada.