Andanza LXXIX: Igantzi
Día: 06/12/2016
Advierte el dicho eso de «A rey
muerto, rey puesto». En la anterior Andanza despedíamos afligidos a nuestra
inseparable compañera de dos ruedas durante estos tres últimos años, y hoy,
tras más de dos meses de paro y espera dedicados a poner al día crónicas
hacinadas en el tintero, presentamos en sociedad a la recién venida y hermana
de sangre. Hemos dado el cambiazo a otra más joven y, además, negra, porque
siempre nos han gustado las negras; bueno, las negras y las blancas y las
asiáticas y todas, aunque reconocemos cierta predilección por las alemanas
negras, extraña simbiosis. Será cuestión de morbo motero.
Su hermana mayor, cuando llegó en
aquel lejano noviembre de 2013, ya fue advertida acerca de la existencia
azarosa que le esperaba, para qué venía a esta casa y cómo debía ganarse la
gasolina con el sudor de su frente. Ésta, de igual manera, también ha sido
puesta al corriente de su misión y aunque desde su rincón del garaje nos mira
como quien no ha roto un plato, ya sabe que va a ser parte implicada en los
Trabajos de Hércules que son estas andanzas nuestras por tierras navarras.
Hoy se estrena con visita a
Igantzi. La hemos aleccionado al detalle, también ha sido puesta al día sobre
nuestras manías y caprichos en la elección de carreteras tortuosas y aun así
continúa observándonos con mirada pretendidamente enternecedora e implorando
compasión. En una primera impresión nos
ha parecido que esta Perla Negra se las sabe todas. Tan joven y tan astuta.
Pero como más sabe el diablo por
viejo que por diablo, ese intentar ablandarnos de primeras no le va a servir de
mucho, al menos en esta ocasión. Ha de entrar en materia fogueándose por
vericuetos y encrucijadas, surcando montañas y valles. Además, es por su bien,
pues en periodo de rodaje es menester que circule por carreteras en las que
todos sus órganos mecánicos se ejerciten debidamente. Al principio le dolerá
pero después nos lo agradecerá.
Lo dicho, vamos a Igantzi
rememorando una ruta de esas que en su día nos dejaron grato recuerdo por los
goces de sus sombras, a la vez que nos sirve para ir adoctrinando a la recién
llegada y también por evitar, en la medida de lo posible, rodar por la
insufrible N-121-A, con abundante tráfico e infestada de camiones. A quienes no
les suene Igantzi, pues que sepan que es la antigua Yanci renombrada, una de
las Cinco Villas de la Montaña, a 70 kilómetros al norte de Pamplona camino de
Behobia, pero acerca de su geografía después entraremos en detalles.
Con toda la pompa y boato que
merece el acontecimiento, a la puerta del garaje procedemos al bautizo de la
Perla Negra en estas lides. De entrada, aunque a regañadientes, accede a ser
montada. Habrá que ir domesticándola poco a poco. Arranca con un rugido
ligeramente más refinado que el de su antecesora, cuando llegue el día ya
veremos hasta donde se deja estrujar el bicilíndrico, ahora que se vaya
entonando paso a paso.
Finalizado el protocolo enfilamos
hacia la montaña por el camino más enrevesado que se nos ha ocurrido. De salida
el día acompaña, solecito tibio hasta el alto del Perdón por la carretera vieja
que lleva a la capital. Pero diciembre es diciembre y tras culminar el puerto
comprobamos con pesar que la Cuenca de Pamplona ha desaparecido envuelta en una
densa niebla y la temperatura ha caído en picado. En Astráin tomamos el camino
de Ororbia junto con ese tercer pasajero húmedo y opaco empeñado en
acompañarnos y en deslustrar el paisaje. Continuamos hasta Irurtzun medio a
ciegas y aquí parada a entonar el cuerpo con un café porque el cariño de la
niebla raya la impertinencia. Repuestos de la tiritera, más de miedo que de
frío, reinauguramos la marcha dirección norte por los atractivos paisajes que
acompañan el discurrir de la NA-1300, siempre a la vera del río Larraun, si
bien es cierto que debemos echarle un tanto de imaginación, porque con las
brumas, lo que es ver vemos poco.
Pero no todo van a ser
calamidades, tras internarnos en el valle de Basaburua por la NA-411 la niebla
comienza a disiparse y el horizonte a clarear. Ahora que la naturaleza se ha
despojado de su túnica de seda y deja sus encantos al descubierto comienza el
disfrute para los sentidos. Son muchos los atributos de estas
tierras, de los que ya hicimos mención cuando correspondía (ver Andanza XXIV),
por lo que no reiteraremos cumplidos.
Abandonamos Basaburua siguiendo
la NA-4114 con dirección a Saldías, para continuar por Beintza-Labaien hasta
Santesteban. Ya hemos dicho en alguna otra ocasión que este tramo de carretera
es sencillamente espectacular, mil y una curvas entre bosques y montañas y
paisajes de cuento, pero en esta época del año también tiene su lado oscuro
para las motos, pues la estrecha calzada se encuentra permanentemente húmeda,
con muchísima hojarasca e incluso verdín en las zonas más sombrías. Sortear tal
conjunción de enemigos requiere una conducción de extrema atención, así que el
disfrute del paisaje queda para la pasajera.
Y a partir de Santesteban no nos
queda otra opción que circular unos trece kilómetros por la repelente N-121-A
(que conste que esta ojeriza es algo personal sin base científica) hasta coger
un cruce a la izquierda a la altura del kilómetro 65 que, subiendo sin prisa
pero sin pausa, lleva a Igantzi. Nos ha costado llegar casi tres horas rodando
por carreteras de herradura con nieblas y humedades varias, y todo por evitar
en lo posible la dichosa N-121-A. ¡Hay que ser cabezota!
En fin, aunque el refrán dice que
«No hay buen fin por mal camino», parece que el dicho no se cumple en el caso
de Igantzi. Es éste un municipio disperso. A vista de pájaro se observa un
pequeño núcleo de edificios más o menos concentrados y un ingente número de
viviendas desperdigadas por los alrededores, organizadas en los barrios de
Berrizaun, Frain, Irisarri, Unanua, Elusta, Piedadeko Gaina y Sarrola, rodeados
a su vez de prados cercados, campos de cultivo, helechales y alguna zona
arbolada.
En Igantzi se nota la influencia
del Cantábrico por la benignidad de su clima. Después de las calamidades
pasadas con la niebla, el sol y los 18 grados de aquí se agradecen y mucho.
También lo agradecían numerosos parroquianos brindando al sol a la puerta del
bar que hay frente al ayuntamiento. Nosotros, envidiosos, rápidamente hemos ido
a imitarles tras cumplir con los deberes de la visita. Allí, una cuadrilla de
autóctonos conversaba pacíficamente pero con algo de acaloramiento sobre cierta
cuestión que se nos escapaba, pues Igantzi es totalmente euskaldun, pero lo que
sí alcanzamos a comprender fueron determinados exabruptos que profirieron, dado
que para esas cuestiones la lengua de Cervantes parece ser que se les antoja
algo más sonora.