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martes, 13 de diciembre de 2016

Igantzi


Andanza LXXIX: Igantzi

Día: 06/12/2016

Advierte el dicho eso de «A rey muerto, rey puesto». En la anterior Andanza despedíamos afligidos a nuestra inseparable compañera de dos ruedas durante estos tres últimos años, y hoy, tras más de dos meses de paro y espera dedicados a poner al día crónicas hacinadas en el tintero, presentamos en sociedad a la recién venida y hermana de sangre. Hemos dado el cambiazo a otra más joven y, además, negra, porque siempre nos han gustado las negras; bueno, las negras y las blancas y las asiáticas y todas, aunque reconocemos cierta predilección por las alemanas negras, extraña simbiosis. Será cuestión de morbo motero.


Su hermana mayor, cuando llegó en aquel lejano noviembre de 2013, ya fue advertida acerca de la existencia azarosa que le esperaba, para qué venía a esta casa y cómo debía ganarse la gasolina con el sudor de su frente. Ésta, de igual manera, también ha sido puesta al corriente de su misión y aunque desde su rincón del garaje nos mira como quien no ha roto un plato, ya sabe que va a ser parte implicada en los Trabajos de Hércules que son estas andanzas nuestras por tierras navarras.


Hoy se estrena con visita a Igantzi. La hemos aleccionado al detalle, también ha sido puesta al día sobre nuestras manías y caprichos en la elección de carreteras tortuosas y aun así continúa observándonos con mirada pretendidamente enternecedora e implorando compasión.  En una primera impresión nos ha parecido que esta Perla Negra se las sabe todas. Tan joven y tan astuta.


Pero como más sabe el diablo por viejo que por diablo, ese intentar ablandarnos de primeras no le va a servir de mucho, al menos en esta ocasión. Ha de entrar en materia fogueándose por vericuetos y encrucijadas, surcando montañas y valles. Además, es por su bien, pues en periodo de rodaje es menester que circule por carreteras en las que todos sus órganos mecánicos se ejerciten debidamente. Al principio le dolerá pero después nos lo agradecerá.


Lo dicho, vamos a Igantzi rememorando una ruta de esas que en su día nos dejaron grato recuerdo por los goces de sus sombras, a la vez que nos sirve para ir adoctrinando a la recién llegada y también por evitar, en la medida de lo posible, rodar por la insufrible N-121-A, con abundante tráfico e infestada de camiones. A quienes no les suene Igantzi, pues que sepan que es la antigua Yanci renombrada, una de las Cinco Villas de la Montaña, a 70 kilómetros al norte de Pamplona camino de Behobia, pero acerca de su geografía después entraremos en detalles.


Con toda la pompa y boato que merece el acontecimiento, a la puerta del garaje procedemos al bautizo de la Perla Negra en estas lides. De entrada, aunque a regañadientes, accede a ser montada. Habrá que ir domesticándola poco a poco. Arranca con un rugido ligeramente más refinado que el de su antecesora, cuando llegue el día ya veremos hasta donde se deja estrujar el bicilíndrico, ahora que se vaya entonando paso a paso.


Finalizado el protocolo enfilamos hacia la montaña por el camino más enrevesado que se nos ha ocurrido. De salida el día acompaña, solecito tibio hasta el alto del Perdón por la carretera vieja que lleva a la capital. Pero diciembre es diciembre y tras culminar el puerto comprobamos con pesar que la Cuenca de Pamplona ha desaparecido envuelta en una densa niebla y la temperatura ha caído en picado. En Astráin tomamos el camino de Ororbia junto con ese tercer pasajero húmedo y opaco empeñado en acompañarnos y en deslustrar el paisaje. Continuamos hasta Irurtzun medio a ciegas y aquí parada a entonar el cuerpo con un café porque el cariño de la niebla raya la impertinencia. Repuestos de la tiritera, más de miedo que de frío, reinauguramos la marcha dirección norte por los atractivos paisajes que acompañan el discurrir de la NA-1300, siempre a la vera del río Larraun, si bien es cierto que debemos echarle un tanto de imaginación, porque con las brumas, lo que es ver vemos poco.

Pero no todo van a ser calamidades, tras internarnos en el valle de Basaburua por la NA-411 la niebla comienza a disiparse y el horizonte a clarear. Ahora que la naturaleza se ha despojado de su túnica de seda y deja sus encantos al descubierto comienza el disfrute para los sentidos. Son muchos los atributos de estas tierras, de los que ya hicimos mención cuando correspondía (ver Andanza XXIV), por lo que no reiteraremos cumplidos.


Abandonamos Basaburua siguiendo la NA-4114 con dirección a Saldías, para continuar por Beintza-Labaien hasta Santesteban. Ya hemos dicho en alguna otra ocasión que este tramo de carretera es sencillamente espectacular, mil y una curvas entre bosques y montañas y paisajes de cuento, pero en esta época del año también tiene su lado oscuro para las motos, pues la estrecha calzada se encuentra permanentemente húmeda, con muchísima hojarasca e incluso verdín en las zonas más sombrías. Sortear tal conjunción de enemigos requiere una conducción de extrema atención, así que el disfrute del paisaje queda para la pasajera.


Y a partir de Santesteban no nos queda otra opción que circular unos trece kilómetros por la repelente N-121-A (que conste que esta ojeriza es algo personal sin base científica) hasta coger un cruce a la izquierda a la altura del kilómetro 65 que, subiendo sin prisa pero sin pausa, lleva a Igantzi. Nos ha costado llegar casi tres horas rodando por carreteras de herradura con nieblas y humedades varias, y todo por evitar en lo posible la dichosa N-121-A. ¡Hay que ser cabezota!


En fin, aunque el refrán dice que «No hay buen fin por mal camino», parece que el dicho no se cumple en el caso de Igantzi. Es éste un municipio disperso. A vista de pájaro se observa un pequeño núcleo de edificios más o menos concentrados y un ingente número de viviendas desperdigadas por los alrededores, organizadas en los barrios de Berrizaun, Frain, Irisarri, Unanua, Elusta, Piedadeko Gaina y Sarrola, rodeados a su vez de prados cercados, campos de cultivo, helechales y alguna zona arbolada.


En Igantzi se nota la influencia del Cantábrico por la benignidad de su clima. Después de las calamidades pasadas con la niebla, el sol y los 18 grados de aquí se agradecen y mucho. También lo agradecían numerosos parroquianos brindando al sol a la puerta del bar que hay frente al ayuntamiento. Nosotros, envidiosos, rápidamente hemos ido a imitarles tras cumplir con los deberes de la visita. Allí, una cuadrilla de autóctonos conversaba pacíficamente pero con algo de acaloramiento sobre cierta cuestión que se nos escapaba, pues Igantzi es totalmente euskaldun, pero lo que sí alcanzamos a comprender fueron determinados exabruptos que profirieron, dado que para esas cuestiones la lengua de Cervantes parece ser que se les antoja algo más sonora.








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