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domingo, 5 de marzo de 2017

Distrito de Iguzquiza


Andanza LXXX: Iguzquiza, Distrito de

Día: 08/01/2017

Dice un proverbio que la brevedad en la ejecución de cualquier acto conduce fatalmente al simplismo y a esta argumentación responde un refrán con aquello de que lo bueno, si breve, dos veces bueno. El proverbio es fruto de la exposición de la problemática filosófica, el refrán encarna la sabiduría popular; en consecuencia, para el elucubrador la brevedad no simplifica las cosas, sino que lleva a confusión porque las vuelve poco comprensibles o incluso del todo incomprensibles por falta de detalle, en cambio, para las almas cándidas y perezosas un exceso de pormenores es un laberinto intrincado e impenetrable. Por consiguiente, parece que para el común de los mortales en el término medio descriptivo se debería encontrar la virtud.

Si acomodamos este razonamiento a la hechura de nuestras andanzas, esa meridiana virtud se debería alcanzar en la redacción de textos que se han de leer ante una pantalla de ordenador, tablet o teléfono móvil, compromiso problemático, sobre todo cuando hay por ahí quienes aseguran que en un dispositivo electrónico no leen más de cinco palabras seguidas, porque lo que ciertamente atrae de estos medios son las imágenes, y resulta, además, que esta pereza lectora afecta a gente que ante un relato en papel no muestra semejante holgazanería.

Bien sabemos que estas crónicas, únicamente leídas en artilugios con pantalla, no alcanzarán nunca ese virtuoso término medio a mitad de camino entre los extremos en cuestión, tanto por sus excesos como por sus defectos, cuando no por la conjunción de ambos desatinos, y que pretender alcanzar tal eficiencia se nos escapa, porque es más bien don divino, sólo al alcance de linces de las letras. Pero como ante la carestía mental hay voluntad y querencia por los fieles que nos aguantan, erre que erre seguimos perseverando en el intento, aún sabiendo cuán alta es la posibilidad de aburrir al mismísimo santo Job; no obstante, en contrapartida, siempre hemos dejado una puerta abierta por la que huir hacia la contemplación fotográfica a todo aquél incapaz de digerir el sofrito literario.

Tras este acto de constricción ante nuestro particular muro de las lamentaciones para justificar pecados de expresión, ya confesados y limpios momentáneamente de polvo y paja, volvemos a la carga con la seguridad de tropezar otra vez con la misma piedra, porque aquí no se da para más. Así que hoy, en un soleado y frío día de principio de enero, nuestra pipiola Perla Negra nos ha de encaminar a tierras situadas al cobijo de Montejurra y Monjardín, o sea, cerquita de casa. Toca visita al Distrito de Igúzquiza, un municipio compuesto integrado por los concejos de Ázqueta (su capital), Igúzquiza, Labeaga y Urbiola, que se encuentra en la zona media de Navarra, concretamente en la Merindad de Estella. Todo su término municipal está custodiado por los dos montes citados, cuyas moles dan carácter y llenan de historia a Tierra Estella. Montejurra con sus 1044 metros y Monjardín de 894 metros enmarcan una zona geográfica  de transición, la que se desparrama entre las tierras húmedas de la montaña y la ribera Navarra. También el Camino de Santiago, el río Ega y la autovía A-12 discurren, una veces sosegadamente y otras no tanto, por la demarcación del municipio.

Nosotros, por cosa de proximidad, hemos dado un pequeño rodeo para que se caliente el motor, pero aún así rápidamente nos plantamos en Labeaga, el pueblo más septentrional pero también el más asceta de los cuatro. Solitario y apacible, es uno de esos sitios que gustan dormir el sueño de los justos, en este caso bajo la atenta mirada de las ruinas del castillo de Monjardín, hoy reconvertido en ermita. Como casi siempre, en estos lugares nos recibe el perro de turno, mosqueado por el ruido emitido por un artefacto diabólico que le ha sacado de su somnolencia. Con dos ladridos a desgana da a entender que se acuerda de nuestros ancestros, pero no pasa de ahí, total, para qué. Al igual que el resto de los vecinos hace gala de apatía estoica, de ausencia de cualquier pasión, pues eso de perturbar el ánimo no es bueno para la salud. El sitio invita a ello y la felicidad para estas gentes es apatía, impasibilidad, un "ahí me las den todas". Qué envidia.

Continuamos viaje hasta Igúzquiza, otro lugar apartado de estrépitos, aunque aquí sus moradores parecen algo menos imperturbables. Son más de calle, de dejarse ver y para ello el día acompaña, el aproximarse la hora de misa estimula y, a la espera del cura, alguno que otro deambula por la plazoleta frente a la iglesia. Pero una visita inexcusable es la que se debe al palacio fortificado de Igúzquiza, ubicado en una pequeña elevación a las afueras del pueblo. Su fábrica data de finales del siglo XV y principios del XVI. Tiene su origen en una familia perteneciente a la nobleza rural: los Velaz de Medrano, quienes gozaban del privilegio de asiento en las Cortes de Navarra. El recinto se halla semiabandonado, su torre ha sido restaurada en parte, pero también ha sufrido recientemente un incendio que ha afectado a la techumbre de uno de los edificios del conjunto. El palacio ha olvidado ya pasadas épocas de gloria. Ahora dormita sereno a la sombra de Montejurra, enclavado en un entorno de privilegio a la espera de épocas mejores, si es que le llegan a tiempo.

Y seguimos ruta hasta alcanzar Ázqueta, la capital del municipio, aunque no por ello arrogante. Desde que entró a funcionar la autovía A-12 Ázqueta dejó de ver pasar por su túnel muchos viajeros motorizados camino de Logroño, pero quienes no dejan de afluir son los miles de peregrinos que atraviesan sus calles camino de Santiago, porque Ázqueta es un pueblo marcado por el Camino. Cuando la benignidad climatológica lo permite el tránsito de peregrinos es una continua romería, cuando los rigores del invierno aprietan sólo pasan lobos solitarios, gentes que buscan recogimiento, que huyen de la masificación, que conjugan espiritualidad y frío.

Acabamos en Urbiola siguiendo la antigua N-111, reconvertida en NA-1110 merced al señorío establecido por la autovía A-12. Urbiola es un cruce de caminos y es pueblo de mayores horizontes, pues escapa en cierta manera de la constricción de Montejurra y Monjardín, y desde su pequeña elevación se contemplan espacios diáfanos, confines lejanos. Como no podía ser de otra manera la parroquia de San Salvador preside un conjunto urbano que todavía conserva un puñado de casonas blasonadas; de entre ellas, evocando pasados esplendores, se yergue engreída la fachada del palacio de Eguilaz, lo único que queda de una magnífica casa palaciana del siglo XVII, que aún se jacta de lo que fue fanfarroneando con sus cuatro escudos barrocos.












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