Translate

jueves, 1 de diciembre de 2016

Hiriberri/Villanueva de Aezkoa - Huarte

Andanza LXXVII: Hiriberri/Villanueva de Aezkoa - Huarte

Día: 25/09/2016

¡Cómo cautiva el Pirineo! Cuando toca enfilar hacia allí no hay pereza que valga, nos entusiasmamos con su embriagadora inmensidad paisajística, en el disfrute de sus carreteras de mil y una curvas y se nos hace la boca agua pensando en su gastronomía. Los valles del Pirineo Oriental navarro son tierras con voz propia, cuyo cántico atrae a los moteros igual que las sirenas a Ulises y nosotros, que como él hemos decidido no hacer oídos sordos a las excelencias entonadas, somos víctimas voluntarias de esa cantinela seductora, aun a riesgo de ser devorados como los marineros imprudentes del amigo Ulises.


Por consiguiente, rumbo a nuestra particular isla de Artemisa, que no es isla sino tierra adentro y bien adentro, iniciamos la singladura de hoy poniendo proa hacía Hiriberri/Villanueva de Aezkoa y Huarte. Nuestro primer puerto de amarre, como decíamos, está en el Pirineo, en ese valle de Aezkoa que ya hemos visitado en anteriores ocasiones y que siempre colma las más exigentes expectativas respecto al deleite de los sentidos, pero resulta que Huarte pilla de camino al Pirineo, en consecuencia, haremos uso de esa triquiñuela que consiste en visitar primero al segundo y segundo al primero de acuerdo al dictatorial orden alfabético, más que nada por pragmatismo y porque nos tememos que ese Pirineo tan hospitalario siempre, hará que se nos abran las hambres, y con la panza llena da mucha pereza eso de andar pateando calles y visitando iglesias; pero que conste que esto es sólo una sospecha y no glotonería profética.


Pues por esas carreteras de Dios, que en la práctica es la vieja N-111, con sus altos de Mañeru y su puerto del Perdón antiguo, cuyo recuerdo se ha borrado en quienes utilizan la autovía A-12 y prohibida para nosotros, al menos cabalgando sobre dos ruedas, rápidamente nos plantamos en el área metropolitana de Pamplona y circunvalándola hacia el noreste allí está Huarte, en el hueco que dejan la propia capital, Burlada, Villava y el arranque de los valles de Ezcabarte, Esteríbar y Egués.


Huarte es otra víctima del abrazo del oso, gracias al cual ha pasado a convertirse en parte del todo. Con sus pocos menos de 7000 habitantes, hace mucho que dejó de ser una villa agropecuaria para transformarse en una urbe moderna y de servicios, aunque conservando rincones de sabor añejo. Asentada a orillas del Arga y en una encrucijada de caminos, se abre por el norte a los valles prepirenaicos, lo que en otros tiempos le otorgó la función de vigilante y guardián de Pamplona y que hoy ha trocado en el empeño por atraer para sí a alguno de esos peregrinos jacobeos que desde allí bajan hacia la capital.


Tras un poco de callejeo y visita a la parroquia de San Juan Evangelista, en cuyas inmediaciones anda merodeando una cuadrilla de gigantes, no sabemos con qué aviesas intenciones, nuestro bien amado GPS nos dirige en un pis pas hacia la NA-150, buscando el camino de Aoiz, y desde aquí, atravesando el bonito valle de Arce, hacia el dominio pirenaico remontando el río Irati. Y ensimismados en la contemplación de frondosidades abrumadoras avanzamos rumbo al destino marcado, un estado del que sólo escapamos durante las travesías de los pequeños pueblos que surgen al paso, como Oroz-Betelu, sitio que, seguramente por azar del destino, nos ha impregnado la memoria olfativa con un cierto tufillo a puchero que surgía a la orilla del río, cargándonos de incertidumbre sobre su origen.


Desconcertados ante semejante misterio y trepando NA-2040 arriba, pronto se abre a los sentidos el valle de Aezkoa, el más occidental de los valles orientales navarros, dispuesto de este a oeste y articulado por el río Irati. Pero no vamos a dedicarnos en esta ocasión a describir sus excelencias paisajísticas, sobre las que ya nos hemos empleado en anteriores Andanzas y que sería llover sobre mojado. Hoy nos place más bien divagar un poco sobre el paisaje social, el de una tierra donde se asientan cuatro de las diez localidades más elevadas de Navarra, con lo que esto conlleva, porque cuando las alturas arrecian y los caminos se estrechan la montaña comienza a mostrar su verdadera cara.


Entonces los pueblos empequeñecen, sus habitantes son pocos y envejecidos, los servicios  escasos o inexistentes y las carreteras de acceso quebradas. Un entorno adverso para las gentes de las cumbres, alejado de la imagen bucólica que proyecta a los visitantes estivales y que les abocó a una lucha cotidiana por la supervivencia y aún les aboca a pugnar por la permanencia. Pero estos montañeses supieron alcanzar en su hábitat el equilibrio necesario, con bravura, y esto marca, como marcó en su día el aislamiento geográfico de cara a la construcción de una identidad particular, ese endemismo del que hemos hablado en otras ocasiones eufemísticamente.


En definitiva, al buen observador no se le escapa que estos lugares son la secuela de una primitiva adaptación a la montaña y a sus exigencias, que un día dieron lugar a estilos de vida precarios, hoy prácticamente desaparecidos, pero cuyas reliquias se han conservado. Mas tampoco escapa que la puesta en escena para el turismo ha complicado la distinción entre idealizaciones y realidad. Pero para quien no sea etnólogo poco importan las adecuaciones de  identidades y el embellecimiento del pasado. Lo folclórico es más bonito cuando se descontextualiza de la carga de negatividad que tuvo, retomando sólo los aspectos positivos, con propósito de recuperar lo propio o lo que se cree como tal.


Y como nos hemos salido del tiesto volvemos a él, porque Hiriberri/Villanueva de Aezkoa es más bien un lugar ortodoxo con su pasado, vamos, que se ha idealizado poco porque su ubicación lo aleja del turismo masivo. Se ha subido en la ladera del monte Berrendi, de 1412 metros de altitud, y hasta allí se accede por una serpenteante carretera que se coge a la izquierda, una vez pasado Aribe con dirección a Garaioa. El pueblo cumple los cánones pirenaicos en cuanto a distribución urbanística anárquica, su correspondiente ración de cuestas, casonas de piedra o enlucidas con tejados de vertiente pronunciada y, además, ha logrado conservar una pareja de hórreos. A pesar de su nombre, presume de ser el más antiguo del valle, tal vez porque desde su emplazamiento privilegiado domina a casi todos los demás pueblos que lo integran.


Terminamos pues el reloj biológico ya ha avisado de la hora que es. Por eso, de regreso por donde habíamos venido, nos ha asaltado el recuerdo de aquel enigmático olor salutífero que tuvo a bien provocarnos cuando subíamos. Carcomidos por la curiosidad hemos parado a husmear en Oroz-Betelu, a la orilla del río Irati y, ¡sorpresa!, un molino reconvertido en restaurante ha surgido de la espesura como por ensalmo. En semejante entorno, en un comedor acristalado, viendo pasar, oyendo bramar las aguas del Irati y oliendo los aromas de ciertos pucheros que hierven en la cocina, no hay cristiano, ni pagano, que se resista a esta conjunción de elementos, así que, como la Armada Invencible hemos sido vencidos por ellos.










No hay comentarios:

Publicar un comentario