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miércoles, 7 de diciembre de 2016

Valle de Ibargoiti

Andanza LXXVIII: Ibargoiti, Valle de

Día: 02/10/2016

Las despedidas siempre son tristes, y triste es ésta aunque sea por separación de un artilugio mecánico. Por imperativo legal, nuestra querida GS (la moto) en breves días va a cumplir su tiempo de permanencia con nosotros y debe volver al redil del concesionario a la espera de nuevo dueño. Con qué ilusión la recibíamos allá por noviembre de 2013, aun pareciéndonos que fue ayer, y qué buen recuerdo nos deja por lo bien que se ha portado en los tres años transcurridos desde entonces, durante los que no la hemos oído quejarse ni lo más mínimo, aunque cierto es que ha sido la niña mimada de la casa. Se nos va en plena madurez, en lo mejor de su vida mecánica, con la experiencia acumulada de miles de kilómetros recorridos por toda la geografía navarra para dar vida a esta empresa y unos cuantos más en viajes diversos, siempre cargada como un burro y surcando las carreteras más recónditas, tipo a la que va de Mataculebras del Llano a Desollacabras del Monte, andurriales que la han castigado un poco más de los lomos, pues autopistas y autovías las conoce sólo por los chismes que le contaban sus congéneres en alguna que otra concentración.


A quien no está metido en esto del mundillo de la moto le sonará a desatino la existencia de un vínculo afectivo entre una máquina y su dueño. Por descontado que es un fenómeno que escapa a la lógica, pero ahí está, y este afecto resulta que va en aumento cuanto más tiempo se posee. De ello pueden dar fe miles de moteros enamorados, y moteras, que haberlas haylas. Y si además tenemos en cuenta que la moto es un artefacto donde tienen su asiento todas las incomodidades, apaga y vámonos, aquí hay una anomalía cuyo estudio se le escapó a Freud.


En fin, para despedida hemos elegido, más que nada porque así toca, el Valle de Ibargoiti. No es que seamos malos dueños y le regalemos un suplicio el último día, pero en esta jornada ha circulado por más pistas de tierra que en el resto de su existencia; que conste que ha sido sin conocimiento previo, buscando ciertos señoríos y lugares perdidos de la mano de Dios ubicados en Ibargoiti, y por ello le pedimos perdón, aunque es tan buena que ni nos lo echa en cara.


El Valle de Ibargoiti es un territorio que se extiende a la sombra de la colosal mole de la Higa de Monreal, una estribación de la sierra de Alaiz, y está cerrado al sur por la sierra de Izco. Situado a unos 22 kilómetros de Pamplona en dirección sureste, la reciente Autovía del Pirineo A-21 lo atraviesa de parte a parte, desperdigando a ambos lados todos los pueblos que lo integran. El municipio lo componen cuatro concejos: Abínzano, Idocin (donde se ubica el ayuntamiento), Izco y Salinas de Ibargoiti y cinco lugares habitados: Celigueta, Lecáun, Sengáriz, Vesolla y Zabalza de Ibargoiti. Entre todos se reparten una población de alrededor de 250 habitantes.


Nuestra andadura comienza en Salinas de Ibargoiti, pueblo sobre el que la sombra a la que antes nos referíamos se deja caer de manera verdaderamente alargada, pues la majestuosidad de la Higa le usurpa la propiedad del horizonte. En este horizonte truncado, ladera abajo se recorta la silueta del recientemente restaurado palacio de Equisoáin, en esplendor recuperado, tras siglos de abandono apartado de todo. En Salinas hemos coincidido, como muchos domingos en muchos pueblos, con la agitación de salida de misa, animada por unos pocos feligreses mientras departían antes de retirarse a sus aposentos.


Desde Salinas, una pista cementada que parece una espiral nos lleva con dirección sur hasta Zabalza de Ibargoiti, pequeño lugar semidespoblado, en el que las ruinas de su iglesia bien pudieran servir de inspiración para un cuadro romántico. En la torre, una diminuta campana teñida por la corrosión se ha enfrascado en una lucha imposible contra el tiránico verdor de la hiedra, empeñada en condenarla al oscuro olvido.


Desandando lo andado, al atravesar de nuevo Salinas reparamos en que cada mochuelo ya ha  retornado a su olivo. Debemos cruzar la A-21 para cambiar de acera en busca de Idocin. Aquí hay un poco más de barullo, por lo menos el que causan un par de patinadoras que entrenan carretera arriba por la NA-2420, ahora sin tráfico gracias a la autovía. En Idocin vio la luz Francisco Espoz y Mina, guerrillero en sus años mozos y militar de animada trayectoria profesional, durante la que tuvo poco tiempo para aburrirse.


Nuestro siguiente objetivo es Lecáun, un señorío cerrado a cal y canto, así que nos hemos de conformar con sacar una foto en la distancia. Seguimos hacía Abínzano atravesando de nuevo al otro lado de la A-21. Abínzano duerme el sueño de los justos, tan campante, en la ladera de la sierra de Izco. No se mueve una hoja, sólo un señor peleándose con una chimenea de acero inoxidable que se empeña en no quedarse tiesa. Éste, amablemente, nos advierte sobre la existencia de una pista que nos llevará hasta Izco sin volver a la carretera, y así es, pero no nos dijo que parte de su trazado era de tierra. Pulvis es et in pulverem reverteris y enharinados llegamos a Izco, pueblo más que concurrido comparado con los demás, dado que su albergue y sus peregrinos le dan vidilla, pues de algo le ha de servir estar situado en pleno Camino de Santiago aragonés.


Dejamos Izco en busca del arca perdida. Es un decir, en busca de los lugares perdidos del valle. Otra vez traspaso de la autovía a la caza y captura de Vesolla. El GPS se vuelve loco y no da pie con bolo. Al final, por intuición, tras seguir empolvándonos por diversos caminos, localizamos la ermita que da nombre a este lugar y que ha sido recientemente restaurada. A renglón seguido toca Celigueta y esta vez el GPS no se equivoca, pero nos encontramos con otro señorío cerrado. Una pena ya que su torre medieval bien merece una visita. Nos resignamos en la contemplación lejana, sobre todo por si hubiera perros tras la valla al acecho del intruso. Y colorín colorado en Sengáriz damos el camino por terminado. Terminado sí, pero tras otro paseo por pista mayormente de tierra hasta alcanzar la media ladera en la que se ha aupado este lugar, en el que únicamente hay una casa que parece habitada, otra ruinosa y ni un alma.

Fin de la Andanza y adiós a nuestra querida BMW R 1200 GS LC blanco alpino. Que San Glas, patrón de motos y moteros, te proteja en tu nueva vida.















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