Valle de Ibargoiti
Andanza LXXVIII: Ibargoiti, Valle
de
Día: 02/10/2016
Las despedidas siempre son
tristes, y triste es ésta aunque sea por separación de un artilugio mecánico.
Por imperativo legal, nuestra querida GS (la moto) en breves días va a cumplir
su tiempo de permanencia con nosotros y debe volver al redil del concesionario
a la espera de nuevo dueño. Con qué ilusión la recibíamos allá por noviembre de
2013, aun pareciéndonos que fue ayer, y qué buen recuerdo nos deja por lo bien que se ha portado en los tres años transcurridos desde entonces, durante los que no
la hemos oído quejarse ni lo más mínimo, aunque cierto es que ha sido la niña
mimada de la casa. Se nos va en plena madurez, en lo mejor de su vida mecánica,
con la experiencia acumulada de miles de kilómetros recorridos por toda la
geografía navarra para dar vida a esta empresa y unos cuantos más en viajes
diversos, siempre cargada como un burro y surcando las carreteras más
recónditas, tipo a la que va de Mataculebras del Llano a Desollacabras del
Monte, andurriales que la han castigado un poco más de los lomos, pues
autopistas y autovías las conoce sólo por los chismes que le contaban sus
congéneres en alguna que otra concentración.
A quien no está metido en esto
del mundillo de la moto le sonará a desatino la existencia de un vínculo
afectivo entre una máquina y su dueño. Por descontado que es un fenómeno que
escapa a la lógica, pero ahí está, y este afecto resulta que va en aumento
cuanto más tiempo se posee. De ello pueden dar fe miles de moteros enamorados,
y moteras, que haberlas haylas. Y si además tenemos en cuenta que la moto es un
artefacto donde tienen su asiento todas las incomodidades, apaga y vámonos,
aquí hay una anomalía cuyo estudio se le escapó a Freud.
En fin, para despedida hemos
elegido, más que nada porque así toca, el Valle de Ibargoiti. No es que seamos
malos dueños y le regalemos un suplicio el último día, pero en esta jornada ha
circulado por más pistas de tierra que en el resto de su existencia; que conste
que ha sido sin conocimiento previo, buscando ciertos señoríos y lugares
perdidos de la mano de Dios ubicados en Ibargoiti, y por ello le pedimos
perdón, aunque es tan buena que ni nos lo echa en cara.
El Valle de Ibargoiti es un
territorio que se extiende a la sombra de la colosal mole de la Higa de
Monreal, una estribación de la sierra de Alaiz, y está cerrado al sur por la
sierra de Izco. Situado a unos 22 kilómetros de Pamplona en dirección sureste,
la reciente Autovía del Pirineo A-21 lo atraviesa de parte a parte,
desperdigando a ambos lados todos los pueblos que lo integran. El municipio lo
componen cuatro concejos: Abínzano, Idocin (donde se ubica el ayuntamiento),
Izco y Salinas de Ibargoiti y cinco lugares habitados: Celigueta, Lecáun,
Sengáriz, Vesolla y Zabalza de Ibargoiti. Entre todos se reparten una población
de alrededor de 250 habitantes.
Nuestra andadura comienza en
Salinas de Ibargoiti, pueblo sobre el que la sombra a la que antes nos
referíamos se deja caer de manera verdaderamente alargada, pues la
majestuosidad de la Higa le usurpa la propiedad del horizonte. En este horizonte
truncado, ladera abajo se recorta la silueta del recientemente restaurado
palacio de Equisoáin, en esplendor recuperado, tras siglos de abandono apartado
de todo. En Salinas hemos coincidido, como muchos domingos en muchos pueblos,
con la agitación de salida de misa, animada por unos pocos feligreses mientras
departían antes de retirarse a sus aposentos.
Desde Salinas, una pista
cementada que parece una espiral nos lleva con dirección sur hasta Zabalza de
Ibargoiti, pequeño lugar semidespoblado, en el que las ruinas de su iglesia
bien pudieran servir de inspiración para un cuadro romántico. En la torre, una
diminuta campana teñida por la corrosión se ha enfrascado en una lucha
imposible contra el tiránico verdor de la hiedra, empeñada en condenarla al oscuro
olvido.
Desandando lo andado, al
atravesar de nuevo Salinas reparamos en que cada mochuelo ya ha retornado a su olivo. Debemos cruzar la A-21
para cambiar de acera en busca de Idocin. Aquí hay un poco más de barullo, por
lo menos el que causan un par de patinadoras que entrenan carretera arriba por
la NA-2420, ahora sin tráfico gracias a la autovía. En Idocin vio la luz
Francisco Espoz y Mina, guerrillero en sus años mozos y militar de animada
trayectoria profesional, durante la que tuvo poco tiempo para aburrirse.
Nuestro siguiente objetivo es
Lecáun, un señorío cerrado a cal y canto, así que nos hemos de conformar con
sacar una foto en la distancia. Seguimos hacía Abínzano atravesando de nuevo al
otro lado de la A-21. Abínzano duerme el sueño de los justos, tan campante, en
la ladera de la sierra de Izco. No se mueve una hoja, sólo un señor peleándose
con una chimenea de acero inoxidable que se empeña en no quedarse tiesa. Éste,
amablemente, nos advierte sobre la existencia de una pista que nos llevará
hasta Izco sin volver a la carretera, y así es, pero no nos dijo que parte de
su trazado era de tierra. Pulvis es et in pulverem reverteris y enharinados
llegamos a Izco, pueblo más que concurrido comparado con los demás, dado que su
albergue y sus peregrinos le dan vidilla, pues de algo le ha de servir estar
situado en pleno Camino de Santiago aragonés.
Dejamos Izco en busca del arca
perdida. Es un decir, en busca de los lugares perdidos del valle. Otra vez
traspaso de la autovía a la caza y captura de Vesolla. El GPS se vuelve loco y
no da pie con bolo. Al final, por intuición, tras seguir empolvándonos por
diversos caminos, localizamos la ermita que da nombre a este lugar y que ha
sido recientemente restaurada. A renglón seguido toca Celigueta y esta vez el
GPS no se equivoca, pero nos encontramos con otro señorío cerrado. Una pena ya
que su torre medieval bien merece una visita. Nos resignamos en la
contemplación lejana, sobre todo por si hubiera perros tras la valla al acecho
del intruso. Y colorín colorado en Sengáriz damos el camino por terminado.
Terminado sí, pero tras otro paseo por pista mayormente de tierra hasta
alcanzar la media ladera en la que se ha aupado este lugar, en el que
únicamente hay una casa que parece habitada, otra ruinosa y ni un alma.
Fin de la Andanza y adiós a
nuestra querida BMW R 1200 GS LC blanco alpino. Que San Glas, patrón de motos y
moteros, te proteja en tu nueva vida.
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