Guirguillano
Andanza LXXVI: Guirguillano
Día: 18/09/2016
Son ya 76 las andanzas a nuestras
espaldas dedicadas a hacer avanzar esto de «Navarra de la A a la Z», con sus
respectivas crónicas paridas para perpetuarlas. Con tan fecundo parto hay días
en los que nos parece ver el fondo del muy menguado saco de las ideas y que las
palabras aquí garabateadas sirven para poco más que para tapar huecos a tontas
y a locas en el papel virtual con el que nos tortura la pantalla del ordenador.
Pero, para buenaventura de los indigentes en ocurrencias, resulta que Navarra
es una tierra tan rica en inspiración que no hay domingo motero (o cualquier
otro día de guardar que se tercie) en el que, finalmente, asome algún pueblo o
paraje recóndito sobrado de atributos con los que sugestionar hasta la sesera
más atolondrada.
En cualquier lugar surge la
chispa que enciende la ocurrencia y hoy, durante la visita que debíamos a
Guirguillano, se nos ha iluminado el magín al percatarnos espontáneamente de
que nunca hemos prestado la atención debida a unas edificaciones repartidas por
casi toda la geografía Navarra e impregnadas poderosamente de misterios,
señeras del ámbito rural, y asentadas especialmente en pueblos y aldeas de la
Montaña y Zona Media.
Son los palacios Cabo de Armería, a los que en alguna
ocasión nos hemos referido de soslayo y de quienes en esta oportunidad pensamos
airear ciertas vanidades. Todo viene a cuento porque uno de ellos, el de
Echarren de Guirguillano, aún insolente y todavía de semblante belicoso, con su
altanería y descaro nos ha dado pie a esta pequeña reverencia, un cumplido
hacia unos edificios ya sombras del pasado, un lejano tiempo en el que dieron
carta de naturaleza a la primera nobleza navarra, a partir de cuyos solares
irradiaba. Pero primero vamos a situarnos porque hoy hemos comenzado los
enredos de lo particular a lo general y podemos perdernos en semejantes
escabrosidades.
Guirguillano es un municipio
compuesto por los lugares de Arguiñáriz, Echarren de Guirguillano, su capital,
y el propio Guirguillano, el cual da nombre al ayuntamiento. Se ubican tales
sitios en el Val de Mañeru, en la zona central de Navarra y comarca de Puente
la Reina. Geográficamente se trata de un terreno muy quebrado, lleno de
barrancos que desaguan en el río Arga, surcado por carreteritas autonómicas
entre aceptables y caminos de cabras, tan de disfrutar de moto como la nuestra,
ecléctica, trail o engendro, que a unos le sirve para todo y a otros para nada,
a elegir. El caso es que, entre el disfrute del paisaje agreste y las
sensaciones del sube y baja enlazando curva tras curva, casi sin darnos cuenta
nos hemos plantado en Guirguillano, pueblo encumbrado, de entramado urbanístico
anárquico como suele ser habitual, pero sin apenas cuestas y con calles
relativamente anchas para su ubicación. Como también suele ser norma, no se ve
un alma por la calle con quien departir del tiempo, así que, tras husmear un
poco por aquí y por allá, cogiendo la carretera abajo partimos para Echarren.
Los dos lugares se encuentran uno frente al otro, Guirguillano encaramado y
Echarren al fondo de una hondonada. Echarren se explaya por un terreno más o
menos llano, aunque tiene su barrio alto y su barrio bajo. Es el primero
dominio de lo sagrado, con la iglesia al frente, mientras que en el de abajo se
enseñorea el palacio. Presume éste de ser el edificio de mayor empaque del
pueblo, con permiso divino, y desde su emplazamiento controla todo bicho
viviente que entra y sale del lugar. Fue erigido allá por el siglo XIV, en
tiempos inciertos, de ahí su papel de
fortaleza defensiva. De apariencia majestuosa, es un bloque pétreo longitudinal
flanqueado por torres cilíndricas en las que se abren algunas saeteras. Se
accede a sus entresijos a través de un arco ojival descentrado, situado en la
fachada principal y sobre el que se sitúa un matacán dispuesto para disuadir a
quienes pretendieran profanar su intimidad sin permiso. Presuntuoso, ostenta la
categoría de Cabo de Armería, de la que se jactaban esos palacios de raza
autóctona, privativos de este reino. Y tenían motivos para ello, pues eran
solares cuna de linaje. La divisa del blasón no pertenecía al dueño sino al
palacio y de éste heredaban las armas las sucesivas casas que pudieran fundar
los descendientes del palaciano. El viejo solar "no porta de otro",
por lo que poseer semejantes palacios acreditaba nobleza, pero nobleza muy
esclarecida.
A día de hoy todavía sobreviven
muchos de ellos, unos arruinados y decrépitos, con su orgullo desperdigado
entre los escombros que los rodean. Otros se mantienen vivos porque terminaron
transformándose en casas de labranza, también perdieron su engreimiento
nobiliario, pero al menos han perdurado en la modestia. Una minoría ha
pervivido manteniendo su bizarría y prestancia señorial, sus dueños han sabido
mantener los arrestos de los que un día gozaron, aunque sólo sea en espejismo.
Del de Echarren nos despedimos
con el ansia de conocer qué enigmas se esconden tras sus muros, qué historias
se guarda para sí. Hace mucho tiempo que enmudeció y si algún día hubiera de
hablar lo hará por boca de polvorientos documentos, escondidos en oscuros
archivos, o tal vez lo haga, y esto es lo más probable, desde alguna moderna
réplica digitalizada de los miles de legajos que guarda el Archivo General de
Navarra.
Con curiosidad y conjeturando
sobre tales misterios nos vamos, mientras a nuestras espaldas se pierde de
vista la gallarda silueta del palacio, pero hemos de finalizar la sesión en
Arguiñáriz, un pequeño lugar casi a tiro de piedra en línea recta, al que para
acceder por carretera hace falta dar un soberano rodeo, pero no pasa nada, es
por la NA-7110, a la vera del Arga, que nunca nos cansaremos de recorrer.
Después, poco antes de llegar a Belascoáin, toca coger un ratonero cruce a la
izquierda y trepar y trepar hasta Arguiñáriz.
Arguiñáriz era hasta no hace
mucho una triste sombra, un lugar prácticamente despoblado y arruinado; sin
embargo, la instalación de una empresa de panadería ecológica le ha dado cierta
vidilla. El caserío de Arguiñáriz se
agrupa de forma desordenada en la zona baja y la iglesia, dominando, lo hace en
la parte de arriba, donde también se asienta una única vivienda. Un camino bien
empinado y apto para cabras es el encargado de unir ambos núcleos. Es éste un
buen sitio para terminar la jornada, aquí arriba el paisaje nos recuerda otra
vez a ése donde Satanás tentó a Jesús, y del que, a la vista de lo presente,
volvemos a poner en entredicho su verdadera ubicación.
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