Andanza LXI: Ezkurra - Ezprogui
Día: 17/01/2016
Arrancamos año y consumamos letra. Con los aconteceres
de hoy liquidaremos ya la quinta letra, la “E” de Ezkurra y Ezprogui. Y tras el
velo que nos toca descorrer hay sustancia, sí señor. El componente geográfico
atractivo ya lo barruntábamos, de quien no sospechábamos intenciones ha sido del camarada atmosférico,
al menos en cuanto a comportamiento tan tornadizo.
Ayer blanqueó y Montejurra, nuestro vecino, encaneció.
Montejurra es indiscreto, agorero, profeta en la altura y referente climático
particular, más que nada porque lo escudriñamos por la ventana y nos chiva el
pronóstico del tiempo. Por consiguiente, a pesar del sol perezoso, nos ha advertido que por ahí arriba, en la
montaña, hay manto blanco. Y hacia allí vamos, Ezkurra nos reclama siguiendo la
tiránica imposición que marca el orden alfabético, inmisericorde con los
desfavorecidos de la carretera y sufridores de inclemencias, los que sobre dos
ruedas y un motor, somos también carrocería.
Redundamos ruta, de las buenas, de las de mil y una
curvas, además, galanteando con ríos humildes. En Ororbia decimos hola y adiós
a nuestro inseparable Arga, hoy sólo lo brincamos. Poco más arriba, el Arakil
nos acompañará unos cuantos kilómetros en nuestro peregrinar, se le ve animado,
bravío, insuflado de aguas nuevas. Lo remontamos hasta Izurdiaga y a las
puertas de Irurtzun lo despedimos, sin alardes, únicamente con un gesto, con un
hasta luego mudo entre quienes son sabedores que pronto se volverán a
encontrar. Rápidamente nos enredamos con el fluir de otro río: el Larraun. Es éste
algo más áspero y montaraz, de discurrir esforzado, pues ha de vérselas con bosques
y peñascos en continua batalla. A su vera y a la de la autovía de Leizarán,
vagabundeamos con parsimonia por la vieja NA-1300 hasta Lekunberri. Por aquí ya
se confirman los vaticinios del chismoso Montejurra, la nieve está ahí, aunque
no se ha atrevido a bajar al valle. Pero si la nieve no ha osado bajar,
nosotros, como buenos insensatos subimos a saludarla atravesando lomas por la
NA-1700, camino de Leitza. Menos mal que parece que está de buen temple y no se
lo ha tomado como provocación.
Pues nada, erre que erre, y puestos a tocarle las
narices al dichoso meteoro, nos pintamos solos. Ahora trepamos por la NA-170
monte arriba, desde Leitza, y aquí sí que la nieve se manifiesta y nos recuerda
que con la iglesia hemos topado; amenazante, se atreve con el asfalto
blanqueando su negrura. Cuidadín, cuidadín. En el alto de Usateguieta se ha
apoderado de todo el horizonte, lo cubre con generoso espesor y por ello, como
las moscas a la miel, han acudido miles de domingueros a mancillar su
virginidad. Seguimos con pies de plomo, tras descender Usateguieta, más bien
acongojados porque el manto blanco se empeñaba en constreñir una carretera ya
de por sí estrecha, Ezkurra se nos ha aparecido como un oasis en el desierto
nevado. Al llegar hemos besado el suelo, como el Papa.
Salta a la vista que Ezkurra, con poco más de 150
habitantes, es un pueblo de montaña. Su caserío se descuelga por una ladera que
la carretera secciona en dos mitades. Sus calles aún blanquean y sus tejados
también. Montones de leña se apilan en vecindad a las casas, en unos el orden
predomina, en otros reina la anarquía, todo según la diligencia del casero, o
de la casera, que aquí tira mucho lo del matriarcado. Como mandan los cánones
de la ruralidad, un sinnúmero de chimeneas humean y despiden ese olor a
invierno que no debe faltar en pueblo que se precie. Quiera Dios que por muchos
años el fogón mantenga a raya a las calderas, aunque en estas tierras no hay
miedo por aquello de los bosques generosos y el arraigo a las tradiciones.
Tempus fugit, que dicen los relojes. Raudos y veloces
(es un decir por las condiciones) volvemos sobre nuestros pasos. Un raudal de
kilómetros nos separa del siguiente norte, aunque se sitúe al sur. Hemos pecado
de optimismo con el recorrido de hoy, y es que quien mucho abarca poco aprieta.
Apresuramos la marcha en búsqueda del lejano Ezprogui, en la Merindad de
Sangüesa. Pero mire usted por dónde, cambiamos la nieve de la montaña por la
niebla de la Navarra Media. Nos estaba aguardando a los pies del alto de Lerga,
empeñada en protegernos durante un buen trecho de ese sol tímido que osó
aparecer unos kilómetros atrás. Qué gentileza la suya, nos ha acompañado hasta
nuestra meta con su frío y nebuloso abrazo.
Pero resulta que esa
meta es un tanto especial. Ezprogui es un municipio curioso. Ezprogui, el lugar
que le da nombre, no es más que un pequeño caserío en lo alto de una loma;
luego están Ayesa y Moriones, los dos concejos que lo conforman. Ayesa es un
pueblo pequeño, hoy semioculto por la niebla, pero que no deja de tener cierta
agitación, al menos se ven transitar vehículos agrícolas. Sin embargo Moriones
es otra cosa. Viene a ser un remanso de paz que se ha olvidado de los asuntos
mundanos, y el paraje donde se ubica acompaña. La carretera fenece allí, al
fondo de una barrancada, en tierra de nadie. No hay arquitectura monumental, ni
falta que le hace, pues prima lo popular. La iglesia, desde su atalaya, se
muestra vigilante, pero al igual que el resto del pueblo no oculta su senectud.
Para Moriones el tiempo es crepuscular, lánguido, como un poco postrado. Non terrae
plus ultra.
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