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jueves, 4 de febrero de 2016

Ezkurra - Ezprogui


Andanza LXI: Ezkurra - Ezprogui

Día: 17/01/2016

Arrancamos año y consumamos letra. Con los aconteceres de hoy liquidaremos ya la quinta letra, la “E” de Ezkurra y Ezprogui. Y tras el velo que nos toca descorrer hay sustancia, sí señor. El componente geográfico atractivo ya lo barruntábamos, de quien no sospechábamos  intenciones ha sido del camarada atmosférico, al menos en cuanto a comportamiento tan tornadizo.



Ayer blanqueó y Montejurra, nuestro vecino, encaneció. Montejurra es indiscreto, agorero, profeta en la altura y referente climático particular, más que nada porque lo escudriñamos por la ventana y nos chiva el pronóstico del tiempo. Por consiguiente, a pesar del sol perezoso,  nos ha advertido que por ahí arriba, en la montaña, hay manto blanco. Y hacia allí vamos, Ezkurra nos reclama siguiendo la tiránica imposición que marca el orden alfabético, inmisericorde con los desfavorecidos de la carretera y sufridores de inclemencias, los que sobre dos ruedas y un motor, somos también carrocería.

Redundamos ruta, de las buenas, de las de mil y una curvas, además, galanteando con ríos humildes. En Ororbia decimos hola y adiós a nuestro inseparable Arga, hoy sólo lo brincamos. Poco más arriba, el Arakil nos acompañará unos cuantos kilómetros en nuestro peregrinar, se le ve animado, bravío, insuflado de aguas nuevas. Lo remontamos hasta Izurdiaga y a las puertas de Irurtzun lo despedimos, sin alardes, únicamente con un gesto, con un hasta luego mudo entre quienes son sabedores que pronto se volverán a encontrar. Rápidamente nos enredamos con el fluir de otro río: el Larraun. Es éste algo más áspero y montaraz, de discurrir esforzado, pues ha de vérselas con bosques y peñascos en continua batalla. A su vera y a la de la autovía de Leizarán, vagabundeamos con parsimonia por la vieja NA-1300 hasta Lekunberri. Por aquí ya se confirman los vaticinios del chismoso Montejurra, la nieve está ahí, aunque no se ha atrevido a bajar al valle. Pero si la nieve no ha osado bajar, nosotros, como buenos insensatos subimos a saludarla atravesando lomas por la NA-1700, camino de Leitza. Menos mal que parece que está de buen temple y no se lo ha tomado como provocación.

Pues nada, erre que erre, y puestos a tocarle las narices al dichoso meteoro, nos pintamos solos. Ahora trepamos por la NA-170 monte arriba, desde Leitza, y aquí sí que la nieve se manifiesta y nos recuerda que con la iglesia hemos topado; amenazante, se atreve con el asfalto blanqueando su negrura. Cuidadín, cuidadín. En el alto de Usateguieta se ha apoderado de todo el horizonte, lo cubre con generoso espesor y por ello, como las moscas a la miel, han acudido miles de domingueros a mancillar su virginidad. Seguimos con pies de plomo, tras descender Usateguieta, más bien acongojados porque el manto blanco se empeñaba en constreñir una carretera ya de por sí estrecha, Ezkurra se nos ha aparecido como un oasis en el desierto nevado. Al llegar hemos besado el suelo, como el Papa.

Salta a la vista que Ezkurra, con poco más de 150 habitantes, es un pueblo de montaña. Su caserío se descuelga por una ladera que la carretera secciona en dos mitades. Sus calles aún blanquean y sus tejados también. Montones de leña se apilan en vecindad a las casas, en unos el orden predomina, en otros reina la anarquía, todo según la diligencia del casero, o de la casera, que aquí tira mucho lo del matriarcado. Como mandan los cánones de la ruralidad, un sinnúmero de chimeneas humean y despiden ese olor a invierno que no debe faltar en pueblo que se precie. Quiera Dios que por muchos años el fogón mantenga a raya a las calderas, aunque en estas tierras no hay miedo por aquello de los bosques generosos y el arraigo a las tradiciones.

Tempus fugit, que dicen los relojes. Raudos y veloces (es un decir por las condiciones) volvemos sobre nuestros pasos. Un raudal de kilómetros nos separa del siguiente norte, aunque se sitúe al sur. Hemos pecado de optimismo con el recorrido de hoy, y es que quien mucho abarca poco aprieta. Apresuramos la marcha en búsqueda del lejano Ezprogui, en la Merindad de Sangüesa. Pero mire usted por dónde, cambiamos la nieve de la montaña por la niebla de la Navarra Media. Nos estaba aguardando a los pies del alto de Lerga, empeñada en protegernos durante un buen trecho de ese sol tímido que osó aparecer unos kilómetros atrás. Qué gentileza la suya, nos ha acompañado hasta nuestra meta con su frío y nebuloso abrazo.

Pero resulta que esa meta es un tanto especial. Ezprogui es un municipio curioso. Ezprogui, el lugar que le da nombre, no es más que un pequeño caserío en lo alto de una loma; luego están Ayesa y Moriones, los dos concejos que lo conforman. Ayesa es un pueblo pequeño, hoy semioculto por la niebla, pero que no deja de tener cierta agitación, al menos se ven transitar vehículos agrícolas. Sin embargo Moriones es otra cosa. Viene a ser un remanso de paz que se ha olvidado de los asuntos mundanos, y el paraje donde se ubica acompaña. La carretera fenece allí, al fondo de una barrancada, en tierra de nadie. No hay arquitectura monumental, ni falta que le hace, pues prima lo popular. La iglesia, desde su atalaya, se muestra vigilante, pero al igual que el resto del pueblo no oculta su senectud. Para Moriones el tiempo es crepuscular, lánguido, como un poco postrado. Non terrae plus ultra.









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