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domingo, 14 de febrero de 2016

Fontellas - Funes - Fustiñana

Andanza LXIII: Fontellas - Funes - Fustiñana

Día: 31/01/2016

Hace ya mucho tiempo que este quehacer nos entretiene, con él ideamos una coexistencia notable, una mixtura entre moto, evasión de rutinas e iniciación histórico-etnográfica, pero de proximidad, de patio de vecinos. Nuestro devenir encarrilado y a la vez errático, se estrenó con la mirada que nos daba entonces un ojo no educado, generador únicamente de "espacios de pura opticalidad", parafraseando la verborrea de la analista del arte Rosalind Krauss. Y eso era ver con homogeneidad, formalismo y tactilidad, necesariamente palpar para percibir. Después de aquel ojo puro, el empirismo proporcionado por las sensaciones ganadas en tantas y tantas de nuestras andanzas, nos ha regalado un ojo plural, capaz de atrapar abstracciones. Es decir, la experiencia visual nos ha enseñado a ser críticos con los entornos hieráticos y a regocijarnos en el reflejo emocional, sin husmear en la identidad de aquello que lo proyecta.

Y así, gozosos con haber creído alcanzar la subjetividad por el hábito, más contentos que un cochino en su charco, aquí seguimos cual solícitos diletantes, improvisando estas peroratas motero-folclóricas; mayormente, sin otra brida que nuestra fantasía, pero también echando mano de un poquito de hermenéutica para sustanciar, que no todo es plantar cimientos en la arena. El asunto, a la vista está, va para largo y hay certeza de que el saco del imaginario tiene fondo. De su fecundidad, todavía hoy hemos podido sacar unas cuantas percepciones, las nuestras, que incumben a Fontellas, Funes y Fustiñana, y apropiado de otras, las proporcionadas por esa hermenéutica que nos hace el caldo gordo. Que salga lo que Dios quiera.

Pues eso, tras disipar nublos matutinos con la digresión introductoria de marras, nos echamos una nueva sesión de Ribera a las espaldas, con un día anodino, sin nieblas, sin lluvia, sin sol, sin frío, sin viento, sin nada a destacar. Por una vez... ¡viva la vulgaridad! Poco entretenidas son también las carreteras que nos dirigen a Fontellas, discurriendo por rectas y atravesando llanuras. No son rutas para disfrutar plenamente de la moto, pero es lo que toca.

Fontellas es un pueblo para el que la sombra de Tudela es alargada, pequeño para ser de la Ribera, pues no llega a los 1000 habitantes. Si no fuera por la proximidad de Tudela, que le cede parte del negocio, sería un lugar más tranquilo de lo que ya es. De casas bajas y ordenadas, más o menos contemporáneas, no ha conservado patrimonio monumental y si lo ha hecho lo oculta muy bien, de puertas adentro. Sólo la iglesia de Nuestra Señora del Rosario presenta cierto interés, aunque por su tamaño diríase que no tiene capacidad de dar cabida a toda la feligresía de la villa. Será que hay poco practicante. Pero Fontellas tiene un paraje pintoresco: el Bocal Real. Aquí, en un recodo del Ebro, nace el Canal Imperial de Aragón y aquí sí que hay monumentalidad: el palacio de Carlos V, la iglesia de San Carlos Borromeo y un estupendo jardín botánico; además, aún conserva un barrio de casas humildes en el que se albergaron los obreros que daban servicio al canal. Lástima que una barrera cerraba el paso de vehículos y como no había guarda a quien convencer, no nos atrevimos a colarnos.

Seguimos ruta y la seguimos haciendo trampa. Sí, porque Fustiñana, el último pueblo que correspondería visitar hoy, está a salto de mata de Fontellas, así que vamos a alterar el orden prescrito por el abecedario dejando a Funes para el final. Fustiñana está algo más poblado (2500 habitantes), pero su urbanismo es calcado al de Fontellas: reticularidad y carencia de monumentalidad. Probablemente sus edificios ancestrales, construidos en ladrillo, no han sobrevivido al paso del tiempo. Sí lo ha hecho la iglesia, de recia sillería, aunque con un anexo adosado moderno, en ladrillo.

Dejamos ya la Ribera tudelana en búsqueda de Funes, al que habíamos puenteado. Funes pertenece a la merindad de Olite y a la ribera Alta, la del Arga-Aragón. Nuestro inseparable Arga (no hay día que no nos topemos con él) divide al pueblo en dos mitades. Una mitad de raíces antiguas, que se descuelga hasta el río por un desnivel, y otra mitad renovada, al otro lado de la corriente. Sobre el Funes más añejo se levanta la Parroquia de Santiago, bizarra, exhibiendo la esbeltez de su torre, realizada en ladrillo como el resto del conjunto. Es una iglesia que impresiona cuando se accede a ella desde la escalinata inferior, su figura sobrecoge, amedranta y deja al fiel presa de una vaga inquietud cuando advierte su imponente silueta desde esta perspectiva soterrada.
Monumentalidad civil también la hay, pero escasa. Varias casonas se sitúan en los alrededores de la Plaza de Los Fueros, la más significativa, la llamada Casa del Mayorazgo, es de traza barroca. También tuvo su castillo medieval, desaparecido del todo. Un hecho trascendental en la historia de Navarra ocurrió en las proximidades de Funes, en el Barranco de Peñalén. Ahí, en 1076,  tras una conjura, fue despeñado por sus hermanos el rey navarro Sancho Garcés IV, cuya muerte provocó una crisis dinástica y abocó a la unión con Aragón durante varias décadas. 








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