Fontellas - Funes - Fustiñana
Andanza LXIII: Fontellas - Funes - Fustiñana
Día: 31/01/2016

Hace ya mucho tiempo que este quehacer nos entretiene,
con él ideamos una coexistencia notable, una mixtura entre moto, evasión de
rutinas e iniciación histórico-etnográfica, pero de proximidad, de patio de
vecinos. Nuestro devenir encarrilado y a la vez errático, se estrenó con la
mirada que nos daba entonces un ojo no educado, generador únicamente de
"espacios de pura opticalidad", parafraseando la verborrea de la
analista del arte Rosalind Krauss. Y eso era ver con homogeneidad, formalismo y
tactilidad, necesariamente palpar para percibir. Después de aquel ojo puro, el
empirismo proporcionado por las sensaciones ganadas en tantas y tantas de
nuestras andanzas, nos ha regalado un ojo plural, capaz de atrapar
abstracciones. Es decir, la experiencia visual nos ha enseñado a ser críticos
con los entornos hieráticos y a regocijarnos en el reflejo emocional, sin
husmear en la identidad de aquello que lo proyecta.
Y así, gozosos con haber creído alcanzar la
subjetividad por el hábito, más contentos que un cochino en su charco, aquí
seguimos cual solícitos diletantes, improvisando estas peroratas
motero-folclóricas; mayormente, sin otra brida que nuestra fantasía, pero
también echando mano de un poquito de hermenéutica para sustanciar, que no todo
es plantar cimientos en la arena. El asunto, a la vista está, va para largo y
hay certeza de que el saco del imaginario tiene fondo. De su fecundidad,
todavía hoy hemos podido sacar unas cuantas percepciones, las nuestras, que
incumben a Fontellas, Funes y Fustiñana, y apropiado de otras, las
proporcionadas por esa hermenéutica que nos hace el caldo gordo. Que salga lo
que Dios quiera.
Pues eso, tras disipar nublos matutinos con la
digresión introductoria de marras, nos echamos una nueva sesión de Ribera a las
espaldas, con un día anodino, sin nieblas, sin lluvia, sin sol, sin frío, sin
viento, sin nada a destacar. Por una vez... ¡viva la vulgaridad! Poco
entretenidas son también las carreteras que nos dirigen a Fontellas,
discurriendo por rectas y atravesando llanuras. No son rutas para disfrutar
plenamente de la moto, pero es lo que toca.
Fontellas es un pueblo para el que la sombra de Tudela
es alargada, pequeño para ser de la Ribera, pues no llega a los 1000
habitantes. Si no fuera por la proximidad de Tudela, que le cede parte del
negocio, sería un lugar más tranquilo de lo que ya es. De casas bajas y
ordenadas, más o menos contemporáneas, no ha conservado patrimonio monumental y
si lo ha hecho lo oculta muy bien, de puertas adentro. Sólo la iglesia de
Nuestra Señora del Rosario presenta cierto interés, aunque por su tamaño
diríase que no tiene capacidad de dar cabida a toda la feligresía de la villa.
Será que hay poco practicante. Pero Fontellas tiene un paraje pintoresco: el
Bocal Real. Aquí, en un recodo del Ebro, nace el Canal Imperial de Aragón y
aquí sí que hay monumentalidad: el palacio de Carlos V, la iglesia de San
Carlos Borromeo y un estupendo jardín botánico; además, aún conserva un barrio
de casas humildes en el que se albergaron los obreros que daban servicio al
canal. Lástima que una barrera cerraba el paso de vehículos y como no había
guarda a quien convencer, no nos atrevimos a colarnos.
Seguimos ruta y la seguimos haciendo trampa. Sí,
porque Fustiñana, el último pueblo que correspondería visitar hoy, está a salto
de mata de Fontellas, así que vamos a alterar el orden prescrito por el
abecedario dejando a Funes para el final. Fustiñana está algo más poblado (2500
habitantes), pero su urbanismo es calcado al de Fontellas: reticularidad y
carencia de monumentalidad. Probablemente sus edificios ancestrales,
construidos en ladrillo, no han sobrevivido al paso del tiempo. Sí lo ha hecho
la iglesia, de recia sillería, aunque con un anexo adosado moderno, en
ladrillo.
Dejamos ya la Ribera tudelana en búsqueda de Funes, al
que habíamos puenteado. Funes pertenece a la merindad de Olite y a la ribera
Alta, la del Arga-Aragón. Nuestro inseparable Arga (no hay día que no nos
topemos con él) divide al pueblo en dos mitades. Una mitad de raíces antiguas,
que se descuelga hasta el río por un desnivel, y otra mitad renovada, al otro
lado de la corriente. Sobre el Funes más añejo se levanta la Parroquia de
Santiago, bizarra, exhibiendo la esbeltez de su torre, realizada en ladrillo
como el resto del conjunto. Es una iglesia que impresiona cuando se accede a
ella desde la escalinata inferior, su figura sobrecoge, amedranta y deja al
fiel presa de una vaga inquietud cuando advierte su imponente silueta desde
esta perspectiva soterrada.
Monumentalidad civil
también la hay, pero escasa. Varias casonas se sitúan en los alrededores de la
Plaza de Los Fueros, la más significativa, la llamada Casa del Mayorazgo, es de
traza barroca. También tuvo su castillo medieval, desaparecido del todo. Un
hecho trascendental en la historia de Navarra ocurrió en las proximidades de
Funes, en el Barranco de Peñalén. Ahí, en 1076,
tras una conjura, fue despeñado por sus hermanos el rey navarro Sancho
Garcés IV, cuya muerte provocó una crisis dinástica y abocó a la unión con
Aragón durante varias décadas.
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