Andanza LVII: Etxarri-Aranatz, Eulate
Día: 29/11/2015
Cierto día, hace ya dos años, aceptamos un destino
insólito, el de esta vivencia peregrina que hoy está de celebración. Sí, dos
años cumplidos encima de la moto, erre que erre, pueblo a pueblo por los
caminos de Navarra, sin vacilaciones y sin premuras, anhelando con cada nueva
andanza la superación de un objetivo, que como eslabón de una cadena, enlaza
con el siguiente en una huida hacia adelante forzada por la necesidad de
conocimiento del solar navarro que nos ha impuesto nuestra terquedad. Y en ello
estamos, en orden y concierto, a saber hasta cuándo, pues dos años es mucho,
pero a la vista de los horizontes aún por alcanzar, parece nada.
Al alba el camino nos llama. El día se presenta
apacible, el otoño ya se ha asentado y con su cara más amable permite todavía
que ese sol perezoso asome para templar el ambiente. Si abrimos el cuaderno de
bitácora, en la página de hoy aparecen escritos los nombres de las
correspondientes víctimas geográficas: Etxarri-Aranatz y Eulate se han de
convertir en presas del ansia viajera. Rumbo a Etxarri, de nuevo el valle de
Yerri cotillea y es testigo de nuestra ascensión hasta las alturas de
Lizarraga. Esta mañana Lizarraga se muestra indiferente ante nuestro ruidoso
paso, como si se la trajera un poco al pairo; no es uno de esos días en los que
reacciona regalándonos humedades, borrascas o nieblas envolventes. Con su
general condescendencia, hasta parece que en las ventas del túnel hubiera una
romería por lo concurridas que se encuentran. Hay mucho montañero, de los de
verdad y de esos otros que se pertrechan como si fueran a trepar al Everest,
aunque sólo suban a almorzar.

La otra cara de Lizarraga, la norte y de casi caída
libre, tampoco tiene mal semblante. Sin brumas, nos deja contemplar la Barranca
desde lo alto. Allí abajo espera Etxarri-Aranatz, asentada en el centro del
Corredor del Arakil. La villa se acerca a los 2500 habitantes y denota una
traza urbanística planificada, distribuida, en origen, alrededor de una amplia
calle que más parece una extensa plaza longitudinal. Por todos los rincones de
Etxarri se respira su personalidad, militante y vehemente, es de esos sitios
que se empecinan en detener el sol. Pero la visita quedaría coja si no le
hiciéramos los honores a Lizarragabengoa, pequeño concejo dependiente de Etxarri.
Así que como somos muy cumplidos hasta allí vamos, y no nos pesa porque es un
pequeño lugar que bosteza y no termina de desperezarse, aun habiendo pasado ya
la hora del Ángelus.
Presto retornamos a las alturas. Ahora, con la mirada
puesta en la Améscoa Alta, toca el ascenso al puerto de Urbasa, otro conocido
de hace tiempo. Subir por la vertiente norte, es algo así como un ejercicio de
escalada en moto. Carretera estrecha y sinuosa donde las haya, pero también de
las que regalan paisajes inconmensurables. Superadas las escabrosidades finales
a base de meter la moto en curva a golpe de riñón, en seguida salen al paso
imponentes masas arbóreas, ejércitos de hayas en formación, que, aunque en este
tiempo hayan perdido sus galas, no dejan de impresionar. Y no menos impresiona
en Urbasa el raso, una gran llanura salpicada de ganado, que se prolonga hasta
la boca del puerto de Zudaire, vía natural de acceso a las dos Améscoas.
Y así,
como que no quiere la cosa, giramos a la derecha, hacia ese valle encumbrado, profundo,
estrecho, alargado y atenazado entre sierras que es la Améscoa Alta, quien,
como si nos reconociera, nos recibe afectuosamente. Hubo un tiempo, no
demasiado lejano, en que los pueblos de la Améscoa Alta mantuvieron un contacto
más que dificultoso con el mundo exterior y eso marca impronta. Su endemismo de
ámbito reducido y por ende su singularidad, es algo que siempre nos ha atraído
de esta tierra. Sí, reconocemos que no somos imparciales, pues el haber vivido unos
cuantos años en Eulate tiempo atrás, nos hace perder la objetividad y percibir sus
peculiaridades sin ojo crítico, pero qué le vamos a hacer; además, los
recuerdos de juventud siempre se idealizan y el retorno esporádico no deja de ratificar
aquellas impresiones remotas.
Es Eulate un pueblo sereno, de actividad calmosa
enfocada a la ganadería, la industria maderera, la explotación de sus frondosos
bosques y, en menor medida, hacia la agricultura. Sus vecinos, con amplitud de
miras, decidieron dividir el pueblo en tres barrios que hoy pueblan algo menos
de 400 habitantes. Eulate se afana en estirarse, se estira hacia Álava y se
estira hacia Estella. Aún conserva una buena porción de caserones ilustres, que
presumen de arco de medio punto y escudos nobiliarios. También presume de
antiguas glorias su palacio cabo de armería, hoy arruinado, pero descollando en
una ladera sobre el resto del caserío. Alardea aún de lo que fue, y de ello se
encargan sus bizarras torres, todavía esbeltas desafiando a los tiempos. Entre
sus paredes firmó el general Zumalacárregui en 1835 un pacto con lord Elliot
sobre el trato dado a los prisioneros de guerra. Pero ello le valió finalmente
su destrucción, pues fue incendiado en el transcurso de la Guerra Carlista por
haber servido de base de operaciones al militar guipuzcoano, por aquí conocido
como el Zorro de las Améscoas.
Pues nada, dejamos ya
el tema histórico-folclórico para acercarnos al materialismo, no el histórico
precisamente, sino el del cuerpo, el que nos pide sustanciar felizmente el día
de hoy con una visita a la taberna de Eulate, dirigida sabiamente por unos
viejos amigos de los que ya hemos hablado en alguna andanza anterior, expertos
en satisfacer a sedientos y hambrientos, como es nuestro caso.
Brillante crónica Tito Livio
ResponderEliminarBrillante crónica Tito Livio....
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