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viernes, 22 de enero de 2016

Etxarri Aranatz - Eulate

Andanza LVII: Etxarri-Aranatz, Eulate

Día: 29/11/2015

Cierto día, hace ya dos años, aceptamos un destino insólito, el de esta vivencia peregrina que hoy está de celebración. Sí, dos años cumplidos encima de la moto, erre que erre, pueblo a pueblo por los caminos de Navarra, sin vacilaciones y sin premuras, anhelando con cada nueva andanza la superación de un objetivo, que como eslabón de una cadena, enlaza con el siguiente en una huida hacia adelante forzada por la necesidad de conocimiento del solar navarro que nos ha impuesto nuestra terquedad. Y en ello estamos, en orden y concierto, a saber hasta cuándo, pues dos años es mucho, pero a la vista de los horizontes aún por alcanzar, parece nada.

Al alba el camino nos llama. El día se presenta apacible, el otoño ya se ha asentado y con su cara más amable permite todavía que ese sol perezoso asome para templar el ambiente. Si abrimos el cuaderno de bitácora, en la página de hoy aparecen escritos los nombres de las correspondientes víctimas geográficas: Etxarri-Aranatz y Eulate se han de convertir en presas del ansia viajera. Rumbo a Etxarri, de nuevo el valle de Yerri cotillea y es testigo de nuestra ascensión hasta las alturas de Lizarraga. Esta mañana Lizarraga se muestra indiferente ante nuestro ruidoso paso, como si se la trajera un poco al pairo; no es uno de esos días en los que reacciona regalándonos humedades, borrascas o nieblas envolventes. Con su general condescendencia, hasta parece que en las ventas del túnel hubiera una romería por lo concurridas que se encuentran. Hay mucho montañero, de los de verdad y de esos otros que se pertrechan como si fueran a trepar al Everest, aunque sólo suban a almorzar.

La otra cara de Lizarraga, la norte y de casi caída libre, tampoco tiene mal semblante. Sin brumas, nos deja contemplar la Barranca desde lo alto. Allí abajo espera Etxarri-Aranatz, asentada en el centro del Corredor del Arakil. La villa se acerca a los 2500 habitantes y denota una traza urbanística planificada, distribuida, en origen, alrededor de una amplia calle que más parece una extensa plaza longitudinal. Por todos los rincones de Etxarri se respira su personalidad, militante y vehemente, es de esos sitios que se empecinan en detener el sol. Pero la visita quedaría coja si no le hiciéramos los honores a Lizarragabengoa, pequeño concejo dependiente de Etxarri. Así que como somos muy cumplidos hasta allí vamos, y no nos pesa porque es un pequeño lugar que bosteza y no termina de desperezarse, aun habiendo pasado ya la hora del Ángelus.

Presto retornamos a las alturas. Ahora, con la mirada puesta en la Améscoa Alta, toca el ascenso al puerto de Urbasa, otro conocido de hace tiempo. Subir por la vertiente norte, es algo así como un ejercicio de escalada en moto. Carretera estrecha y sinuosa donde las haya, pero también de las que regalan paisajes inconmensurables. Superadas las escabrosidades finales a base de meter la moto en curva a golpe de riñón, en seguida salen al paso imponentes masas arbóreas, ejércitos de hayas en formación, que, aunque en este tiempo hayan perdido sus galas, no dejan de impresionar. Y no menos impresiona en Urbasa el raso, una gran llanura salpicada de ganado, que se prolonga hasta la boca del puerto de Zudaire, vía natural de acceso a las dos Améscoas.

Y así, como que no quiere la cosa, giramos a la derecha, hacia ese valle encumbrado, profundo, estrecho, alargado y atenazado entre sierras que es la Améscoa Alta, quien, como si nos reconociera, nos recibe afectuosamente. Hubo un tiempo, no demasiado lejano, en que los pueblos de la Améscoa Alta mantuvieron un contacto más que dificultoso con el mundo exterior y eso marca impronta. Su endemismo de ámbito reducido y por ende su singularidad, es algo que siempre nos ha atraído de esta tierra. Sí, reconocemos que no somos imparciales, pues el haber vivido unos cuantos años en Eulate tiempo atrás, nos hace perder la objetividad y percibir sus peculiaridades sin ojo crítico, pero qué le vamos a hacer; además, los recuerdos de juventud siempre se idealizan y el retorno esporádico no deja de ratificar aquellas impresiones remotas.

Es Eulate un pueblo sereno, de actividad calmosa enfocada a la ganadería, la industria maderera, la explotación de sus frondosos bosques y, en menor medida, hacia la agricultura. Sus vecinos, con amplitud de miras, decidieron dividir el pueblo en tres barrios que hoy pueblan algo menos de 400 habitantes. Eulate se afana en estirarse, se estira hacia Álava y se estira hacia Estella. Aún conserva una buena porción de caserones ilustres, que presumen de arco de medio punto y escudos nobiliarios. También presume de antiguas glorias su palacio cabo de armería, hoy arruinado, pero descollando en una ladera sobre el resto del caserío. Alardea aún de lo que fue, y de ello se encargan sus bizarras torres, todavía esbeltas desafiando a los tiempos. Entre sus paredes firmó el general Zumalacárregui en 1835 un pacto con lord Elliot sobre el trato dado a los prisioneros de guerra. Pero ello le valió finalmente su destrucción, pues fue incendiado en el transcurso de la Guerra Carlista por haber servido de base de operaciones al militar guipuzcoano, por aquí conocido como el Zorro de las Améscoas.

Pues nada, dejamos ya el tema histórico-folclórico para acercarnos al materialismo, no el histórico precisamente, sino el del cuerpo, el que nos pide sustanciar felizmente el día de hoy con una visita a la taberna de Eulate, dirigida sabiamente por unos viejos amigos de los que ya hemos hablado en alguna andanza anterior, expertos en satisfacer a sedientos y hambrientos, como es nuestro caso.








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