Andanza LIX: Ezcabarte, Valle de (2ª parte)
Día: 08/12/2015
No han pasado ni veinticuatro horas y volvemos a la
carga gracias a que diciembre es un mes pródigo en ocios, aprovechados por
nosotros en el cumplimiento del deber motero-turístico. Reanudamos lo dejado a
medias en el valle de Ezcabarte, acometiendo los compromisos incumplidos en la
anterior jornada. Es nuestro acometer amable, considerado, en atención a lo
acometido, pues se nos quedó en el tintero: el Señorío de Adériz, Garrués, Azoz
y Ezcaba.
Superada de nuevo la agitación de Pamplona y el
tráfico tumultuoso de la Ronda Norte, cómo se agradece el sosiego al que nos da
paso el río Ulzama tras atravesarlo camino, otra vez, hacia el corazón del
valle. Hoy es temprano y el ronco bramar de la máquina sostén de nuestra
humanidad es el único alboroto del valle. Aún se divisa algún jirón de niebla
aferrado a las peñas adustas que custodian los horizontes de esta tierra. Los
prados todavía verdean moteados de oscuras manchas boscosas. Los pueblos, entre
la neblina, blanquean, al pie de montes
ásperos y ocres. El madrugar nos ha regalado un valle templado y brumoso, una
instantánea de las que no se olvidan, indeleble.
Y con el ánimo predispuesto para ver belleza aunque
sea en ruinas, buscamos el Señorío de Adériz, y lo encontramos allá en lo alto,
pero... ¡sorpresa!, es un lugar privado, con un cartelito que lo advierte y
prohíbe el paso. A lo tonto, a lo tonto nos metemos en la boca del lobo, pero
el recinto se encuentra vallado. Menos mal que el guarda, que por allí pululaba
cumpliendo su menester, tras dejarse convencer de nuestras buenas intenciones,
nos dio paso libre al lugar cual alma caritativa.
Así nos enteramos que el Señorío fue rehabilitado en
los años 90. Actualmente lo gestiona la Fundación RODE, una organización
filantrópica que desarrolla actividades de formación cultural y humanitaria, y
parece ser que dispone de alojamiento para 28 personas en plan casa rural. La
verdad que es un sitio cuidado al detalle.
Pues nada, cumplida la visita al Señorío gracias al
amable guarda, éste mismo nos indica donde está Garrués, justo enfrente, en la
falda de San Cristóbal, Así que bajar para volver a subir es lo que nos toca
cual montaña rusa. Garrués es un lugar diminuto y algo esparcido, del que aún
las brumas matinales no se han terminado de marchar. Sus gentes, si es que las
hay, no se dejan ver; por no haber no hay ni perros advertidores de peligro que
muerdo, así que recorremos a nuestras anchas sus entresijos, que bien bonitos
son y colman inquietudes. Finalmente, sí nos ha parecido ver una vieja del
visillo, vieja o lo que sea, pues fue una sombra fugaz. Hay vida en el lugar.
Poco a poco nos vamos terminando el valle, nos quedan
dos lugares también encaramados en las enaguas de San Cristóbal. Azoz es el
primero en recibirnos. Aquí hay mucho visitante de fin de semana, mucha casita
unifamiliar de reciente construcción que ha distorsionado la magia rural del
pueblo. Lo que no ha perdido el encanto es su iglesia, de aire románico,
dedicada a san Lorenzo. Se arraiga a la tierra como si brotara de ella. Allí,
en el prado abrigado por plataneros que hay frente a la puerta nos recibe un
curioso personaje: un simpático pony. Pasta a sus anchas por el recinto como si
fuera el guardián del Santo Grial y recibe a las visitas más atento que el
mismo sacristán. Este caballito se tiene ganado el cielo.
Acabamos con Ezcaba, el lugar que ha dado nombre al
valle, y el más pequeño de todos. Porque Ezcaba son dos casas perdidas de la
mano de Dios, tan cierto como que no tienen ni iglesia. No es mal sitio Ezcaba
para despedirse de este valle. Aquí le decimos adiós, al pie de San Cristóbal,
el monte que con su imponente mole señorea todo el valle; lo ha hecho a lo
largo de los siglos y lo sigue haciendo hoy.
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