Andanza LVI: Etxauri
Día: 01/11/2015
Esta mañana, con la aurora, nos
hemos levantado sobrados de ambiciones pero pobres en juicio. Anhelábamos para
hoy una gran ruta, con al menos una triada de pueblos a recorrer; pero como
dice el dicho popular “oveja baladora, llama al lobo que la coma”. Y terminó
por comernos el lobo de nuestra avaricia desmedida, porque aunque el hombre
propone, Dios o la providencia, a gusto de cada uno, es quien dispone. Así que,
finalmente, circunstancias inescrutables han querido que sólo un pueblo haya
caído en nuestras garras.
Lamentamos tan pobre objetivo,
sí, pero a su vez encontramos consuelo en que el alcanzar nuestro norte viene a
ser la escusa para recorrer de nuevo esa ruta que tanto nos atrae, la que, a la
vera del río navarro por excelencia, el Arga, une Puente la Reina y Etxauri,
pues esta localidad es por designio la meta a la que aspiramos.
El Arga es ese amigo rumoroso que
extrañamente dejamos de saludar algún día, el que tantas veces nos acompaña en
nuestras andanzas por su obstinación en imprimir huella de norte a sur del
territorio. Hoy lo hemos encontrado tranquilo, a su aire; ni siquiera se ha
inmutado cuando, serpenteando ya por la NA-7110, el estruendo de nuestra
máquina escandalizaba a su paso a todo bicho viviente, a la vez que alborotaba
el manto de hojas caídas que abrigaban la carretera de las humedades otoñales;
un desarrope volátil al fin y al cabo, pues presto las hojas se dejan caer para
cobijar nuevamente el asfalto destemplado.
En fin, tras abandonarnos en un
meandro que vira a la derecha antes de Bidaurreta, nuestro idilio con el Arga
ha llegado a su fin. Amores efímeros pero intensos y en ello está su virtud. Se
nos hace corto este trayecto, incapaces de procesar sensaciones en tropel. El
pasajero, probablemente, sea capaz de percibir en mayor grado, pero quien
conduce la moto, si de retener nociones se trata, necesita una visión
camaleónica. Con un ojo retrata, con el otro echa cuentas de los escasos
segundos de que dispone para enlazar, sin sobresaltos, una curva tras otra, en
una carretera sinuosa y estrecha como ésta.
Acabada la cerrazón que nuestro
amigo el Arga se empecina en erosionar, se abre rápidamente el horizonte del
Val de Etxauri, y en seguida esta villa se planta tras una encrucijada. La
primera impresión que ofrece al viajero es la de un típico pueblo-calle camino
de Pamplona. Pero no, Etxauri es un pueblo que se mira al ombligo de su plaza
Mayor. Hemos llegado a buena hora y ya las gentes bullen por ella, pues el
tibio sol las ha incitado a abandonar la ociosidad a cubierto, a pasear los
perros y hasta las mesas de la terraza de su bar tienen algún inquilino,
nosotros por ejemplo, que allí nos abandonamos plácidamente a las caricias del
astro rey y a los aromas de un buen café.
Merced a que tal lugar es el centro neurálgico de la
villa, aderezado con la inestimable compañía de unos amigos que se han acercado
a saludarnos, hemos desistido de otras idas y venidas, a la vista de que es
éste un lugar ideal de observación, en plan "la vieja el visillo"
pero sin ventana ni visillo, a pelo. Así, presa de la pereza, se nos pasa la
mañana, contemplando la recia estampa de alguna de las casonas que contornean
la plaza y su torre medieval, rejuvenecida recientemente. Se nos antoja éste un
pueblo vigoroso, probablemente por su proximidad a Pamplona, pero también uno
de esos que cree en la realidad que él mismo se ha inventado; cosa que no es
extraña, pues es esto algo extendido, propiciado casi siempre por un entorno
natural en su mayor expresión.