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jueves, 6 de julio de 2017

Cendea de Iza/Itza

Andanza LXXXVII: Iza/Itza, Cendea de

Día: 14/05/2017

Siempre tirando del mundo clásico, siempre tirando del mundo clásico. Mira que somos pesados. Será cosa de la formación (o deformación) académica, o Dios sabe porqué será, que no hay Andanza en la que no terminemos por sacar a colación algún personaje humano o divino, real o fabuloso, de carne y hueso o de humo vinculado con la Antigüedad. Y claro, hoy no va a ser la excepción. La verdad es que toda esa caterva de seres da mucho juego. Tal vez sean un poco rancios para los tiempos que corren, pero sus historietas son de lo más entretenidas.

En esta ocasión, en conexión con los avatares de la Andanza de hoy y yéndonos un poco por los Cerros de Úbeda, vamos a mentar a unos cuantos. El primero es un señor fornido, al que los griegos le decían Heracles y los romanos Hércules. Era un tío cachas de verdad y eso que en su vida había pisado un gimnasio, pero muy dado a meterse en líos, más por caraja que intencionadamente. Su padre, Zeus, que sí que era golfo y recalcitrante, lo engendró con Alcmena, en un descuido de ésta, y la legítima de Zeus, Hera, al enterarse pilló un rebote del quince y para vengarse, cuando Hércules ya se había hecho un hombretón, le comió el coco al pobre,  incitándolo a que, en un arrebato de locura, liquidara a toda su familia de un par de guantazos (así era la fuerza de Hércules).

La cosa es que el simplón de Hércules, tras pasársele el calentón y ver que la había liado parda, se fue de penitente a un descampado a purgar sus culpas sin asistencia psicológica, pero un amigo, viendo que así mal se le iba a pasar el disgusto, le recomendó que fuera a pedir consejo al Oráculo de Delfos, donde tendría ayuda especializada para sus males. Y como Hércules en el fondo era un alma cándida fue, y a manera de acto de contrición se le impusieron los famosos trece trabajos, porque todavía no se había inventado lo de rezar avemarías y padrenuestros.

Algún listillo dirá que los Trabajos de Hércules no fueron trece sino doce; pues no, porque el decimotercero era de tal calibre que nuestro fortachón no pudo llevarlo a cabo y ha permanecido en secreto hasta hace poco. Eran raros algunos de estos trabajos, sobre todo el incumplido, que luego desvelaremos. Hércules hubo de capturar o liquidar bichos de todas las calañas, robar ganado, mangar manzanas, hasta ahí todo más o menos normal. También tuvo que sisarle el cinturón a Hipólita, que era una amazona con muy mala baba y cogió un mosqueo descomunal porque parece ser que el dichoso cinturón era de diseño, de Balenciaga. Otra buena fue la de limpiarle el establo a un tal Augías, un tío guarro que había dejado que las vacas se cagaran en el mismo sitio durante siglos. Pero el trabajo que nos interesa a nosotros es la captura del toro de Creta, porque de esos polvos vienen nuestros lodos.

El bueno de Hércules fue comisionado a Creta con la misión de echarle el guante a un toro que era una mala bestia. Su propietario era Minos, rey de la isla, y lo tenía de semental, viviendo a su libre albedrío, pastando por donde le daba la gana. Debía ser un verraco seductor, porque Pasífae, esposa de Minos, le echó el ojo y por no tomar precauciones se quedó preñada del bicho. La cosa es que el toro, viéndose padre, se volvió loco y por eso tuvo que venir Hércules a llevárselo. Mientras tanto Pasífae parió al Minotauro, quien heredó las malas pulgas de su progenitor y no quedó otra que encerrarlo.

Para que el Minotauro estuviera a buen recaudo se construyó un laberinto, pero había que echarle de comer siete doncellas y siete doncellos cada poco y eso salía muy caro. Por consiguiente, el último trabajo encargado a Hércules fue entrar en el laberinto, acabar con el Minotauro y encontrar la salida, todo en una mañana, pero el pobre hombre fracasó en el intento y tuvieron que mandar a otro que se llamaba Teseo, a ver si él era capaz. Por eso este trabajo de Hércules se mantuvo en secreto, porque como se frustró se callaron como putas.

Aquí queríamos llegar. Se ha especulado mucho sobre el lugar donde se construyó el laberinto, si bien siempre se ha dado por hecho que debía hallarse en Creta. Pues no. Damos fe de que el laberinto está aquí, en la Cendea de Iza, el laberinto es la propia Cendea de Iza, y aunque nos ha costado la de dios, hemos penetrado en él y conseguido salir en una sola mañana. Eso sí, vueltas hemos dado a hartar y del Minotauro ni rastro. O se lo llevó Teseo o se habrá muerto ya.

Vaya chapa hasta llegar a lo del dichoso laberinto, pero es que haber conseguido algo en lo que Hércules falló tiene su mérito. Qué lío tiene la Cendea de Iza/Itza. Para el que quiera ir a perderse hasta allí, vamos a situarnos. Como todas las cendeas está situada en las proximidades de Pamplona, a unos 14 kilómetros al noroeste. Su territorio no tiene regularidad geográfica, al norte se encuentra una zona montañosa y abarrancada, aunque sin grandes alturas, al sur el horizonte se abre para penetrar en la cuenca de la capital. Es zona de tránsito, pues la atraviesan la N-240-A y la Autopista de Navarra AP-15, que enlazan Pamplona con el corredor del Arakil y Guipúzcoa.

Ya hemos comentado en alguna otra ocasión que las cendeas son municipios compuestos, en este caso por 13 concejos: Aguinaga, Aldaba, Áriz, Atondo, Cía, Erice, Gulina, Iza, Larumbe, Lete, Ochovi, Sarasa y Sarasate, y por 3 lugares habitados: Aldaz, Ordériz y Zuasti. Entre todos estos sitios cobijan a buen recaudo 1213 habitantes, que han tenido a bien elegir como capital a Erice. Menuda encrucijada es Iza, como laberinto que es su ordenación está hecha con la intención de confundir a quien ose internarse en sus dominios. Nosotros lo hemos abordado desde el oeste, accediendo por la carretera NA-7010 (Astrain-Irurtzun) a Lete, y, previsores, fuimos dejando rastro con un ovillo de lana para no perdernos.

Lete es un pequeño lugar en un paraje con encanto y además tiene un tesoro: el monasterio y la iglesia de Santa María de Yarte, de la segunda mitad del siglo XII. Dan ganas de quedarse por allí en plan contemplativo. Pero no, acabamos de empezar y la tarea es ardua. Seguimos hacia Atondo y aquí el laberinto empieza hacer de las suyas. ¿Por dónde se va a Ochovi? Pues por una calleja escondida en medio del pueblo. Damos gracias al GPS antilaberintos, porque sin él no nos imaginamos que sería de nosotros. Ochovi también tiene otro tesoro: un palacio cabo de armería magnífico. Seguimos tirando del ovillo por Erice para subir rumbo norte a lo que fue el antiguo valle de Gulina (Sarasate, Larumbe, Gulina, Aguinaga y Cía), la parte montañosa y que se fusionó con el resto de la cendea en 1942. Son estos pueblecitos de postal y de fin de semana y hasta tienen su comunidad budista y todo. Ya se puede uno imaginar la paz que se respira por semejantes parajes.

Media vuelta y rumbo sur, para la Cuenca de Pamplona. Sarasa y después Aldaba, y aquí se nos enreda la madeja y el GPS duda. ¡La madre que lo parió! Por este pueblo terminamos pasando diez veces, por lo menos, mientras dábamos vueltas buscando Aldaz, que es lugar privado y un cartelito lo advierte, Ariz, Ordériz (un caserío) y Zuasti. Zuasti es otra cosa. Perdió su embrujo rural hace tiempo, con sus chalets simétricos y monótonos, su club de golf y su peaje de la autopista para aligerarte la cartera. Finalmente, para salir del laberinto lo hacemos por el concejo que da nombre a la cendea, por Iza. Entre el GPS y el ovillo de lana hemos completado este decimotercero trabajo, del que Hércules salió con el rabo entre las patas. Otro gallo le hubiera cantado al hombre de haber tenido el aparatito de marras. Aunque, bien pensado, para poner los satélites en órbita no sabemos si su fuerza hubiese sido suficiente.






























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