Andanza LXXXVI: Izagaondoa, Valle
de
Día: 17/04/2017

¡La verdadera Arcadia! Sí señor,
sospechamos, así, a ojo de buen cubero, que nos hemos topado con la verdadera
Arcadia, la de la exaltación del mundo rural, aunque sea por esa predisposición
nuestra tan notoria -que ya nos conocemos-, y sabiendo que compartirá este honor
en breve, tan pronto como descubramos la siguiente, que será seguramente no tardando
mucho. Pero lo cierto es que ésta de hoy nos ha parecido la buena, la Arcadia
Feliz, la cantada por los poetas alejandrinos, por Virgilio, por Ovidio, por
Sannazaro, por Sidney, por tantos otros. Y, además, aquí al lado.
Es verdad que la Arcadia
elucubrada por todos éstos es un cuento chino, porque la real, allá en el
Peloponeso asilvestrado, era en la Antigüedad como muy cutre, un secarral
vamos, llena de rústicos bestiajos, y de describirla tal cual ya se encargó en
su día Polibio, que era de la tierra, historiador formado en Roma y más
objetivo y menos poético que la panda de golfos anteriores (bueno, no todos,
pero alguno mucho. ¡Qué pájaro el Ovidio ése!). Pero es que nosotros somos
mucho de cuentos y nos los creemos, por lo menos los domingos, a la hora de
poner en ejecución nuestras Andanzas por la Navarra bucólico-pastoril y qué
bonita es.
Hoy, el valle de Izagaondoa, es
la Arcadia fascinante, es tierra que se nos antoja utópica y perdida, en la que
hasta nos imaginamos pastores por sus agrestes paisajes, disfrutando de su
quehacer ovejero mientras cantan, tocan la flauta y disfrutan de sus amoríos a
la sombra de una arboleda, junto a un arroyo que fluye. Que sí, que ya sabemos
que es mucho imaginar, pero…
El caso es que el valle de
Izagaondoa, en plan sosia de la Arcadia mítica y soñada, admite comparación,
con pastores o sin ellos. Es un valle prepirenaico, situado a 29 kilómetros al
sureste de Pamplona, encajado entre la carretera NA-150 (Pamplona-Lumbier) al
norte y la autovía del Pirineo al sur. Poco frecuentado, en su mayor parte
arrinconado y gran desconocido, es muy de colmar sensibilidades exigentes por
su avalancha de naturaleza, sereno y dulce. Sus pueblos se recogen, al abrigo
de crudezas, en la hondonada que forman la sierra de Gongolaz por el norte y
este y la Peña Izaga por el sur. Son nueve pequeños lugares habitados los que
articulan el municipio, entre todos suman menos de 180 almas, privilegiadas eso
sí, y repartidas entre Idoate, Lizarraga, Zuazu, Reta, Ardánaz, Iriso,
Urbicáin, Turrillas e Induráin, y eso sin contar los despoblados de Beróiz,
Guerguitiáin, Izanoz y Mendinueta, porque lo de visitar despoblados lo
dejaremos para cuando cambiemos las ruedas de carretera por las de tacos.

En un excelente día primaveral,
nuestra visita ha comenzado por el extremo occidental del valle, el más
expedito y visible, donde se asientan Idoate y Lizarraga de Izagaondoa, pueblos
que en la lejanía representan la paz propia del ideal campestre y en la
proximidad también, pues acercarse a ellos es palpar la armonía que emana de la
naturaleza, es sentir la libertad que regala la vida lejos de los problemas de
la gran urbe, sobre todo para quienes escapan de ella durante el fin de semana
y vacaciones, que por aquí son muchedumbre. En un entorno así, hasta nos daba
vergüenza hacer enmudecer, con el bramar de la moto, ese suave suspiro del aire
empecinado en hacer batir las hojas en aleteo rítmico, ante el que los pájaros,
envidiosos, respondían con su agitado trinar. Una pena no ser pastores para
únicamente hacer ruido tocando la flauta, que es lo que aquí pega, pero nos
debemos a nuestra misión motorizada y estrepitosa.
Y seguimos, penetrando ahora
hacía el Izagaondoa más recóndito, el que se cobija a ambos lados de la
carretera NA-2400 y a la sombra septentrional de la Peña Izaga, por cuyas
faldas se dejan caer arroyadas labrando cauces y barrancos, cual enormes zarpas
desgarrando su piedemonte. Los pueblos han aprovechado la depresión para
asentarse, pero algunos han osado auparse en atalayas. Zuazu nos recibe desde
la elevación de su loma, expectante ante quienes se aventuran a internarse en
el valle por sus dominios. Nosotros hemos sido bien recibidos, hasta hemos
encontrado un vecino motero con quien departir un rato. A renglón seguido está
Reta, también es pueblo centinela de altura, después, poco a poco, el resto de
lugares van dejándose ver entre prados y arboledas. Muestran celosos sus
tesoros, sus iglesias, la mayoría de origen románico, sus fuentes, sus palacios
rústicos, sus caserones vetustos… Finalmente, el pequeño lugar de Induráin
cierra el valle por el este, pequeño pero de nombre sonoro. Nos despide,
dominante y un tanto aislada sobre su montículo, la iglesia del pueblo. Sabe
que es objeto de nostalgia, retrato de nuestro sueño de armonía y ruralidad.
Concluimos ya saciados de
bucolismo, pero sin haber encontrado a ningún ovejero, ni cabrero, ni vaquero,
ni siquiera porquero, que tan estupendamente hubiera encajado en este valle,
hemos añorado aquellos lejanos tiempos idílicos, reflejados en figuras como la
del ladino Iñigo López de Mendoza, poeta de pluma (de escribir) y espada, quien
pululaba por su Arcadia particular ataviado con pelliza de pastor, allá por la
Liébana cántabra, seduciendo serranas entre florestas y arroyos, y es que no es
de extrañar porque el señor marqués tenía un pico de oro y componía que ya,
ya...
Moçuela de Bores
allá do la Lama
púsom'en amores...
Señora, pastor
seré si queredes:
mandarme podedes,
como á servidor:
mayores dulçores
será á mí la brama
que oyr ruyseñores.
Asy concluymos
el nuestro proçesso
sin facer exçesso,
é nos avenimos.
É fueron las flores
de cabe Espinama
los encobridores.
Hasta nosotros, como Don Quijote, estamos por hacernos pastores. ¡Omar, pásanos el manual!
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