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domingo, 23 de julio de 2017

Javier

Andanza LXXXIX: Javier

Día: 25/06/2017

Si es que en el fondo somos de buen corazón. La semana pasada, en nuestra anterior Andanza, recorríamos tierras pirenaicas pecando de gula de manera contumaz y echándole la culpa a no sé qué diablo vestido de maître, quien nos había arrastrado hasta su restaurante/infierno y luego poseído a cambio de unas chuletillas de cordero asadas con rescoldos del averno. Pero una buena amiga nuestra nos ha abierto los ojos diciéndonos una verdad como un templo: "qué no hay diablo de la gula que valga, qué no busquéis excusas, qué sois unos tragones impenitentes". Sus palabras nos han hecho reflexionar.

Sí, pecadores somos y el primer acto de contrición consiste en reconocerlo. Lo de no volver a pecar nunca más de glotonería vamos a dejarlo estar, pero todas nuestras ofensas cometidas hasta hoy contra la templanza en el comer hemos de penitenciarlas, las que vengan después Dios dirá. Y qué excelente modo de arrepentimiento es una peregrinación, porque no hay mejor método para expiar culpas que hacerse peregrino. Además, por una vez, el tiránico orden alfabético que nos impone la sagrada misión que es Navarra de la A a la Z, nos viene como anillo al dedo, porque toca Javier, sitio por excelencia para peregrinajes.

Por razones obvias no vamos a ir andando, ni en bicicleta, ni en burro, vamos a ir a lomos de la Perla Negra, que se viene con nosotros porque es su deber y porque también tiene su parte de culpa en esto de la gula, pues es cómplice necesaria para cometer el delito. Alguno dirá que así no vale, que si no se hace la penitencia con esfuerzo y sudores no se purga nada y que por la gravedad de nuestro pecado por lo menos deberíamos ir hasta Javier andando y descalzos. Pero en ningún apartado de la normativa sobre peregrinaciones hemos encontrado nada al respecto, o que obligue a la traspiración por el esfuerzo físico ni a desollarse los pies. En cambio, sí dice que las peregrinaciones no deben ser lastimosas ni tristes, sino festivas y gozosas; se trata de recargar voluntades, de recobrar nuevamente el vigor al volver a casa.

No nos disgusta el concepto. Con el peregrinar se recuperan los puntos perdidos y el carnet de pecador vuelve a tener los 15. Es que la Iglesia es sabia, lo malo de esto debe ser lo que cuesta, porque al menos habrá que comprar algún recuerdo de Javier, alguna estampita, medalla o agua bendita, y si sólo es eso vamos bien. Pues a peregrinar se ha dicho, aunque ataviados un poco atípicamente para ejercer de romeros y para el día de calor que nos aguarda.

Javier está en el límite oriental de la Merindad de Sangüesa, a 10 kilómetros de esta población,  haciendo muga con Aragón. El actual Javier es un pueblo pequeñito y joven, ya que sólo tiene 53 años. Su origen está en el traslado de una serie de viviendas que se ubicaban frente al castillo, habitadas por familias renteras que trabajaban las tierras de los señores de Javier.

Cuando se comenzaron a popularizar las peregrinaciones al castillo de Javier, allá por los años 40, se hizo necesario librar espacio frente a la fortaleza a fin de acoger el incipiente torrente de peregrinos, por ello, en los años 60, se procedió a la demolición de las casas situadas en este lugar y a la construcción de un nuevo pueblo a unos 500 metros de distancia. En 1964 los primeros vecinos comenzaron a tomar posesión de las casas. Este es el motivo de que Javier sea una población ordenada, reticular, de viviendas muy semejantes, de planta baja y primer piso, con sus jardincitos, sus coquetas zonas verdes, sus pocos más de 100 habitantes y donde se respira tranquilidad y las vistas a la sierra de Leire agigantan el horizonte.

Pero un tanto más allá, separada por esos 500 metros a que antes nos referíamos, se recorta la impresionante silueta de la fortaleza, origen de cuanto Javier es. Se trata de una construcción medieval, iniciada a finales del siglo X, cuando se levantó una torre de vigilancia sobre la roca viva, en una posición estratégica, frontera con el Reino de Aragón. Con el paso de los siglos el castillo fue tomando forma, a la torre inicial se añadieron diversos cuerpos que fueron acrecentando la capacidad defensiva del recinto.

A día de hoy, un puente levadizo te introduce en un espacio visitable de murallas, con sus torres, matacanes, troneras y saeteras y hasta mazmorras. Es el lugar donde nació en 1506 y vivió en su juventud San Francisco Javier, patrón de Navarra. Francisco de Javier era el sexto hijo de Juan de Jasso, un personaje destacado de la nobleza navarra, y de María de Azpilicueta. Con 19 años marchó a estudiar a París, donde conoció a San Ignacio de Loyola con quien trabó amistad y cofundó la Compañía de Jesús, comenzando a renglón seguido una labor evangelizadora por África y sobre todo por Asia, hasta su muerte el 3 de diciembre de 1552, cuando se disponía a entrar en China. Fue canonizado en 1622 y en Navarra es un personaje querido y venerado.

El castillo se ha convertido en lugar de peregrinación y en honor a este santo se celebra anualmente, a principios de marzo, la denominada "Javierada", en la que un sinnúmero de personas de toda Navarra recorren a pie desde sus lugares de origen decenas de kilómetros, hasta concentrarse en la explanada del castillo para llevar a cabo un Vía Crucis y participar en una misa oficiada por el arzobispo.


Nosotros, viniendo hasta aquí hemos cumplido. Ya sabemos que nuestra peregrinación no ha sido la oficial y que tampoco hemos ido a misa, más que nada porque no estaba el arzobispo, pero sí hemos hecho el Vía Crucis por los bares de las inmediaciones, sólo para aplacar la sed por el calor que hacía, engullendo únicamente un mísero pincho de chistorra que ni siquiera ha acallado las protestas de ese gusanillo que habita en el estómago y que pide que se le eche algo de fundamento de vez en cuando. Por ello vamos a dar por buena esta penitencia. La intención es lo que vale y el santo, con buen temple, ha respondido a nuestras súplicas y ya tenemos el carnet de pecadores con todos sus puntos.
 











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