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lunes, 12 de junio de 2017

Ituren


Andanza LXXXIV: Ituren

Día: 12/03/2017

Hoy nos hemos acordado de un fulano de nombre Gilgamesh y no para bien. Hemos evocado de mal talante a todos sus deudos, la madre incluida y también a sus muertos más frescos. A quienes tengan actualizados los estudios de historia seguramente les suena este señor, para aquellos otros a los que el nombre no les dice ni fu ni fa, vamos a hacer una breve semblanza de su epopeya. Es cierto que está feo eso de matar al mensajero, pero normalmente es quien se tiene más a mano a la hora de reaccionar con vehemencia cuando te putean, y Gilgamesh hizo de eso, de mensajero. El susodicho vivió en Mesopotamia a poco de que se inventara el mundo y dicen los arqueólogos que protagonizó una epopeya que lleva su nombre, en la que se narra con pelos y señales el Diluvio Universal y por eso la hemos tomado con él, por inventar aguaceros.


También podíamos habernos ensañado con Noé y con el Génesis, donde se cuentan las peripecias de éste con el arca llena de bichos, pero resulta que lo que se dice en el Génesis está inspirado en el texto de Gilgamesh, muy anterior en el tiempo, así que a cada uno sus méritos. Nosotros nos hemos mosqueado con don Gilgamesh por el parecido entre lo que nos ha ocurrido hoy y lo que se explica en su narración. Se dice en el cuento de este señor que había por aquel entonces un dios que se llamaba Enlil, que era muy suspicaz y tenía muy malas pulgas, y por un quítame allá esas pajas se enfadó con la humanidad porque decía que los paisanos eran muy ruidosos y molestos, y como castigo decidió destruirlos. Podía habérsele ocurrido que con cerrar las tabernas ya se hubiese amortiguado mucho el escándalo, pero no, va el tío y maquina un diluvio universal para acallar a los alborotadores.

En la epopeya de Gilgamesh se menciona un Noé mesopotámico, que no se llamaba Noé sino que tenía un nombre muy raro, algo así como Utnapishtim, quien construyó la correspondiente arca, la llenó de bichos y, patatín, patatán, todo igual a lo dicho en la Biblia, todo menos lo de la paloma y la rama de olivo, que en este caso fue un cuervo por aquello de que se le ve mejor la silueta con el cielo de fondo. El caso es que estuvo lloviendo hasta hartar y se ahogaron todos los escandalosos. El furibundo dios se cargó hasta los mudos porque decía que gesticulaban mucho y eso también le molestaba. Sólo se salvaron unos cuantos bichos, Utnapishtim y los cuatro enchufados que se dedicaban a reírle las gracias al déspota de Enlil.

Si la culpa de lo que nos ha pasado hoy la tiene o no Gilgamesh es lo de menos, pero el colega nos sirve de chivo expiatorio por el disgusto, porque nos ha caído la del pulpo. Muy felices nos las prometíamos, sabiendo lo que pronosticaba el tío del tiempo, y más teniendo en cuenta que hoy tocaba visita a Ituren, allá en la Navarra montañosa, por donde se abren camino todas las borrascas que vienen del Atlántico, pero viendo que a la puerta de casa no llovía, sólo amenazaba, pues tira.

Pero ¡ay!, en cuanto nos acercamos a Basaburua, sea porque el ruido que hacíamos a lomos de la Perla Negra volvió a soliviantar al cascarrabias de Enlil, o porque el tío del tiempo había acertado, ese dios malicioso, la climatología o la madre que parió a los dos, no han dudado en regalarnos un moderno diluvio, y sin tener a mano un arca donde guarecernos, y, además, va y nos pilla circulando por la ruta más apropiada para esta tempestad, y quien conozca la bajada desde Saldías por la carretera NA-4029 sabe a qué nos referimos. ¡Dios, qué susto! Bueno, la cosa es que a trancas y barrancas, navegando más que rodando por la carretera del miedo y después por la NA-170, a un pelo de sucumbir en la tempestad, finalmente conseguimos llegar a Ituren.

Tiene esta villa 477 habitantes, pero debían estar todos a buen recaudo ante la que estaba cayendo, y se ubica en lo que fue el valle de Santesteban de Lerín (nada que ver con el Lerín de la Merindad de Estella), actualmente el valle de Malerreka, en la Navarra Húmeda del Noroeste y lo de húmeda damos fe de ello. El caserío de Ituren se distribuye en tres núcleos: el barrio principal y centro neurálgico, donde se encuentran los edificios más representativos y de servicios, como el ayuntamiento y el palacio Sagardía, del siglo XVII, y los barrios de Aurtiz  y Lasaga. Rematan el municipio una miríada de bordas y caseríos diseminados por todo su término, especialmente por el monte Ameztia. Muchas de sus casonas son las típicas de la montaña, algunas viviendas tienen su origen en el siglo XVI, lucen soberbios arcos de medio punto en la fachada y todavía exhiben vestigios góticos en algunos casos. Tampoco faltan casas con entramados y balconadas de madera en las plantas superiores.

Un pueblo bonito, sí señor; sin embargo, con la cortina de agua que teníamos delante de los ojos no vimos nada de nada, ni pudimos llevar a cabo la exploración del lugar como mandan los cánones de nuestra misión. Es más, ni siquiera llegamos a hacer las fotos necesarias, porque cada vez que intentábamos sacar la cámara corría el riesgo de morir ahogada, así que no hemos tenido más remedio que recurrir a material fotográfico ajeno para ilustrar la Andanza, tomado prestado a través de Internet.

Pero si hay algo por lo que Ituren es célebre, es por su carnaval rural, que celebra la última semana de enero junto al vecino pueblo de Zubieta, anticipándose a las fechas oficiales. Sus protagonistas son los joaldunak, personajes que desfilan vestidos con enaguas de puntillas, pellizas de oveja, pañuelos de colores al cuello, gorros cónicos con cintas, y portando un hisopo de crines de caballo para fustigar a los malos espíritus. Se acompañan de dos grandes cencerros sujetos a la espalda, a la altura de los riñones, y que hacen sonar con gran estruendo según avanzan. La fiesta está declarada de interés turístico, por lo que atrae gran cantidad de público, pero este año los lugareños están un poco mosqueados con la polémica que se ha creado en las redes sociales, donde les han puesto un poco a parir, todo porque unos espontáneos: un señor entrado en carnes y en calzoncillos dando espectáculo, unos niños arrastrando despojos de animales salvajes y algún que otro asilvestrado, en plan primitivo, pretendían ir más allá en la ruralidad, una ruralidad exacerbada en el carnaval paralelo.

En el Herriko Ostatua todavía se cuchicheaba al respecto, para bien y para mal, y nosotros, poniendo la oreja, captamos opiniones encontradas mientras templábamos el cuerpo después de tanta humedad, a la vez que tratábamos de mentalizarnos sobre lo que nos esperaba aún, hasta volver a casa, porque ahí fuera las cataratas del cielo continuaban abiertas, y tenía pinta de que habrían de cumplirse los cuarenta días y cuarenta noches.










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