Andanza CXXX: Peralta/Azkoien - Petilla de Aragón
Día: 19/03/2023
Hace bien poco hacíamos alusión a los caprichos del acontecer histórico y hoy, de nuevo, no salimos de nuestro asombro ante las ocurrencias con las que a veces este acontecer nos da en los morros. Por cuestiones de agenda e imposición del orden alfabético, en nuestra 130 andanza nos toca hacer acto de presencia en dos villas, en Peralta y en Petilla de Aragón. La primera, bien preñada de historia, de sonoro nombre y de la que luego entraremos en detalle, y la segunda, más humilde, pero de historia desconcertante ya que es un trozo de tierra navarra enclavado dentro de la provincia de Zaragoza. Y la culpa de esta singularidad la tuvo el amor cortés.
Quien esté un poco familiarizado con la historia de Navarra será de la opinión, probablemente, que de amor cortés nada de nada, que la culpa de que Petilla pertenezca a Navarra es de las deudas, pero nosotros creemos que ese criterio es pobre porque no llega al fondo de la cuestión. Estamos de acuerdo en que, a principios del siglo XIII, Pedro II el Católico, rey de Aragón, era un manirroto y derrochador compulsivo, que se empeñó hasta las cejas por sus empresas bélicas. Estamos de acuerdo, también, en que le pidió un préstamo de 20.000 morabetinos a su amigo Sancho VII el Fuerte, rey de Navarra, que era un monarca ahorrador con las cuentas del reino saneadas, y que como aval y garantía de su devolución, el aragonés entregó al navarro la tenencia provisional de varios castillos, entre ellos el de Petilla de Aragón.
Ya puestos a estar de acuerdo, lo estamos en que Pedro el Católico no devolvió ni un sanchete a Sancho el Fuerte y que éste se quedó con la fianza, es decir, se quedó en propiedad con el castillo de Petilla, y así hasta hoy. Aunque el castillo desapareció hace siglos, el pueblo se mantiene y de ahí su pertenencia a Navarra estando dentro de tierras aragonesas. Pudiera parecer, entonces, que el motivo es claramente una deuda, pero no, hay que entrar en profundidades, y nos reiteramos en que la culpa del impago la tuvo el amor cortés.
Eso del amor cortés es un invento de los señores feudales, sobre todo de los de la Occitania francesa, extendido también a los territorios hispanos al sur del Pirineo. El amor cortés nació como un concepto literario trovadoresco creado para el entretenimiento de la nobleza, que expresaba el amor en forma delicada, candorosa y caballeresca. Los amantes eran siempre de condición ilustre y sus comienzos pueden localizarse a finales del siglo XI en las cortes condales, ducales o principescas del territorio referido.
La relación que se establecía entre el caballero y la dama era, en cierta medida, semejante a un vínculo de vasallaje. Generalmente, el amor cortés era furtivo y se trataba, frecuentemente, de un amor adúltero o prohibido, una experiencia intermedia entre el apetito carnal y el espiritual, en la que la amada se encontraba, en principio, distante, pero era admirable y la suma de todas las perfecciones físicas y morales.
Sin embargo, la idealización de la dama no fue obstáculo para dar libre curso a la libido con mujeres de rango inferior, aunque, en otros casos, la mujer objeto del amor cortés podía tratarse de la esposa del señor, inalcanzable, pero a la que se requiebra y se intenta embelesar. Esta idealización del amor cortes, no obstante, no siempre llegaba al contacto físico, en ocasiones podía significar únicamente pasar la noche juntos sin tocarse, o con una espada colocada entre los amantes, y esto daba lugar a un «sufrimiento gozoso».
Entre los más destacados cultivadores del amor cortés con las esposas de otros se encontraba Pedro II el Católico, y no era precisamente de los que colocaban una espada en medio. Su señora, María de Montpelier, se significó como muy contraria a estas prácticas, pero, dado que las reinas consortes del siglo XIII no tenían el poder de las de ahora, se tragaba los sapos. El caso es que el rey Pedro, sin quererlo, se vio involucrado en las pendencias que sus vasallos del sur de Francia tenían con la iglesia por cosas de herejía, por dar protección a los cátaros, así que el papa Inocencio III proclamó la cruzada albigense contra la maldad herética, al mando de Simón de Montfort, un caballero francés un poco bruto, sanguinario y ambicioso, con el que, además, no tenía muy buena relación el aragonés.
Como los lazos vasalláticos le obligaban, Pedro II se vio en la tesitura de prestar apoyo a sus súbditos asediados por la cruzada y se encaminó con un ejército hacia Muret, cerca de Toulouse, donde se encontraban acantonadas las huestes de Montfort, dispuestas para la batalla. El bueno de Pedro llegó con tiempo a Muret y decidió que la noche anterior iba a practicar el amor cortés con la parienta del conde de Toulouse, y a eso se dedicó hasta altas horas de la madrugada. A la mañana siguiente, que era 12 de septiembre de 1213 y jueves, por el poco dormir enfrascado en el amor cortés y también por los excesos con el vino del país, se levantó hecho unos zorros y, para más INRI, se presentó a entablar batalla sin haber escuchado el Evangelio en la misa de maitines.
Sea por lo que fuere, además de por encontrarse obnubilado y estimulado por el vino, el rey se vino arriba y se expuso más de la cuenta durante el combate y como a Montfort le venía al pelo quitárselo de en medio, sus secuaces lo buscaron y le dieron matarile a las primeras de cambio, a él y a la flor y nata de la caballería aragonesa, poniendo en fuga y masacrando a todo el ejército real. Finalmente, la batalla de Muret acarreó la muerte del rey Pedro y, probablemente, cambió el curso de la historia. También dio lugar a que Petilla de Aragón siguiera perteneciendo a Navarra porque el muerto no pudo pagar la deuda y su hijo, cuando tuvo edad, se desentendió. Todo por una noche loca de amor cortés. Ahí es nada.
Y a Petilla nos vamos a lomos de nuestra nueva adquisición, una BMW R-18, una moto bien parecida, de sabor clásico, inspirada en la R-5 de 1936. Pero primero hemos de cumplir con la visita a Peralta y para ello nos servimos de la NA-122 hasta Andosilla y, desde aquí, la NA-624 nos deja en Peralta tras demasiadas rectas, unas pocas curvas y superar un pequeño alto.
Peralta se encuentra en la merindad de Olite, en la Ribera Alta, a unos 60 kilómetros al sur de Pamplona, situada bajo una enorme pared rocosa donde el río Arga, mientras desciende de norte a sur, ha descrito una curvatura que sirve de contención a la expansión del pueblo hacia el este. Con unos 6000 habitantes aproximadamente, ha sabido conjugar su conversión en cabecera económica de la zona con el mantenimiento de la identidad histórica, conservando un casco antiguo arrimado al farallón en el que conviven construcciones añosas, cuya memoria alcanza al medievo y se prolonga hasta el siglo XIX.
Mucho antes de que la villa tuviera el nombre de Peralta se conoció como Petralta o Petra alta, es decir piedra alta, por aquello de disponer de un castillo encaramado, encargado de la defensa del Reino, ya fuera contra los musulmanes primero o después contra las inclinaciones expansionistas de los cristianos vecinos. En el siglo XV fue baluarte de la facción agramontesa durante la guerra civil navarra, a cuya cabeza se encontraba el vehemente mosén Pierres de Peralta. Algo más calmados los ánimos, a día de hoy, nosotros nos hemos conformado con dedicar un rato a deambular por sus calles, por las de la parte alta que son las más entretenidas por su batiburrillo de edificios de distintas épocas y es que las de abajo son más de llamar poco la atención, como en cualquier otro pueblo. También, los más animosos, pueden subir hasta las ruinas de su atalaya y contemplar desde allí las magníficas vistas que se ofrecen.
Y ya puestos a pasear, dejando un poco de lado el núcleo urbano, las orillas del Arga permiten disfrutar de las cuevas del Vergel, en dirección a Falces, y también de los bosquecillos y sotos que el río ha conformado en sus márgenes, por donde se puede hacer senderismo, andar en bicicleta o, simplemente, contemplar las plantas y bichos que por allí pululan. Además, hay quien dedica su tiempo ocioso a la pesca y otros, más audaces, a hacer piragüismo aguas abajo, unos días mansas y otros no tanto.
Pero como nosotros no tenemos tiempo para estos avatares acuáticos, arrancamos nuestro nuevo y desmesurado bóxer de 1800 c.c., que espanta al más pintado, para tomar camino de Petilla y preguntar allí si alguien se acuerda de la noche loca de Pedro, que va a ser que no. Y lo hacemos buscando curvas. Pocas hay entre Marcilla, Caparroso, Mélida y Carcastillo. De Carcastillo a Cáseda no nos podemos quejar, sobre todo en el tramo final. De Cáseda hasta Gabarderal la carretera también nos regala alguna que otra, pero una vez tomada la NA-127 con dirección a Sos del Rey Católico, nada de nada.
Ya en Aragón, a poco de empezar la subida a Sos hay que coger un cruce a la izquierda y aquí comienzan las curvas de verdad por una carreterita estrecha que se llama A-1601. A la altura de Navardún otro cruce a la derecha nos mete por la A-2601, que es más carreterita todavía y que al entrar en el islote navarro dentro de territorio aragonés pasa a llamarse NA-2601. Ahora la carretera se empina y empieza un curveo de quitar el hipo que termina en Petilla, un pueblo de altura.
Petilla se integra en la merindad de Sangüesa, de donde dista unos 27 kilómetros y otros 70, aproximadamente, de Pamplona. Tiene 21 habitantes de derecho y todos se han acostumbrado a escuchar el silencio y a que el tiempo transcurra a ritmo pausado. Petilla es un pueblo de construcciones humildes. Exceptuando la iglesia parroquial de san Millán Abad, un edificio gótico con reminiscencias románicas, no hay monumentalidad, pero no importa, el entorno suple cualquier carencia arquitectónica. Su urbanismo lo conforman dos calles paralelas: las calles Mayor y Ramón y Cajal y algunos callejones accesorios, además de la plaza de Navarra, donde se encuentra el ayuntamiento y la iglesia.
Petilla es la cuna del premio nobel Santiago Ramón y Cajal, y de eso está muy orgullosa. Conserva su casa natal convertida en museo visitable. También mantiene un hostal del mismo nombre, donde se reúnen los parroquianos a disfrutar de ese tiempo extendido paliativo de cualquier tipo de prisas. Nosotros nos hemos contagiado, además, las vistas desde aquí del valle del río Onsella invitan a la contemplación reposada y a la meditación somnolienta. En ello estábamos cuando nos hemos acordado que hemos de volver a casa, pero no se nos quita de la cabeza que la poca cabeza del rey Pedro y el talante ahorrador del rey Sancho dieron carta de naturaleza a esta isla navarra en Aragón.
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