Andanza CXXXI: Piedramillera – Learza (salvando error)
Día: 10/09/2023
Desde nuestra ignorancia del mal padecido, sin ser conscientes de ello y como repetimos insistentemente, hemos buscado siempre báculos sobre los que sustentar nuestras paridas, que bien han sido los avatares de individuos históricos reales, sobre todo de la Antigüedad, de personajes mitológicos, o bien las hemos amparado en las elucubraciones de los desventurados filósofos objeto de nuestro malévolo interés. Pero también echamos mano, de vez en cuando, de los repertorios archivísticos para documentarnos sin escarnecer a nadie demasiado conocido.
Como hoy nos toca hacer acto de presencia en Piedramillera, además de vernos en la tesitura de solventar el error cometido al no visitar Learza en su día, cuando nos presentamos en Etayo y por ignorancia dejamos en el olvido este antiguo señorío, dependiente de dicha localidad, y como para sustanciar nuestro examen de Piedramillera nos hace falta eso, sustancia, y sustancia la hay en los fondos documentales del Archivo Real y General de Navarra, pues qué mejor que enredar en los testimonios pasados de sus vecinos, que hay muchos, y de lo más entretenidos.
El caso es que Piedramillera, con ser un pequeño lugar, dio trabajo en la Corte Mayor de Navarra, al menos eso parece viendo la cantidad de procesos judiciales que se encuentran custodiados en el AGN. Que sus vecinos tenían temperamento es innegable, y lo demuestran las innumerables rencillas, disputas y rivalidades sentenciadas en estos procesos. Por haber hubo hasta apuñalamientos, desórdenes públicos, malos tratos, altercados en el cementerio, multas por no asistir a procesiones, suplantaciones de identidad, además de una ingente cantidad de otras cuestiones más triviales.
Para engordar este caldo nos vienen al pelo las peripecias de un significativo vecino de Piedramillera, un tal Blas de Lázaro, maestro cirujano y fullero, que vivió en el siglo XVIII. Resulta que el tal Blas, en el mes de abril de 1769, según se detalla en un proceso judicial de 19 folios con referencia ES/NA/AGN/F146/315335 del Archivo General de Navarra, fue demandado por Juan Veremundo de Gil, también vecino de Piedramillera, por haberle cobrado 32 reales tras curarle después de una pelea que había tenido con Santiago de Labeaga, como no, otro afincado en Piedramillera.
El señor Juan Veremundo, intrigado por la expeditiva metodología terapéutica de Blas, indagó respecto a su titulatura médica y descubrió que el diploma de cirujano expedido por la Universidad de Desollacabras del Monte que alegaba poseer era de dudosa naturaleza y no se encontraba asentado en el Registro Nacional de Títulos Universitarios, y eso le sentó muy mal y presentó denuncia por intrusismo laboral ante el escribano municipal Juan Bautista de Mauleón y Arellano.
Quien nos iba a decir a nosotros que un pequeño pueblo como Piedramillera atesoraba tanta enjundia histórica, por lo cual, para hacerle el honor, hoy lo visitaremos con el vehículo más histórico que tenemos, nuestro querido sidecar soviético entrado en años DNEPR MT-16. En cuanto a su fiabilidad, confiaremos en la misericordia de San Glas, patrón de los moteros, para que nos libre de averías en esta jornada, y por si el santo necesitara ayuda, nos encomendamos también a la bondad del arcángel Nieto, que está en los cielos.
Sobre tres ruedas y con un carricoche adosado que no corre, pero tampoco frena, y que se obstina en sacarte de la trazada en cada curva, se ve la carretera de otra manera, sobre todo la ocupante del sidecar, dotada de valor a raudales, y aunque tan solo 20 kilómetros nos separan de Piedramillera, a 80 por hora, como mucho, por la NA-6340 primero y después por la NA-7410, es una distancia que se convierte en un recorrido que da para contemplar el paisaje con detalle, porque hay que tomárselo con parsimonia.
El nombre le viene al pueblo, al parecer, porque se asentó en el lugar en el que los romanos colocaron un miliario o piedra millar, que era un pedrusco tallado con el que marcaban las distancias en sus calzadas. No ha quedado memoria sobre el color que tenía la piedra del miliario que dio lugar al pueblo, pero entre el caserío de Piedramillera no faltan mansiones blasonadas, de piedra rosácea, y de ese color es también casi toda la Iglesia de Santa María, que en el siglo XVI decidió subirse a lo más alto, aunque parece ser que en el siglo XVIII ya se habían acabado los peñascos de este color, porque el campanario, construido en esa centuria, se ha quedado algo más pálido.
Learza se configura alrededor de una plaza, más o menos cuadrada, en cuyo centro tiene un jardincito circular con un pequeño crucero en medio. Ni siquiera es una aldea, son varias naves agrícolas, un lavadero, una casa de labranza, un palacio rural y la iglesia de san Andrés. Cualquier aspirante a eremita que se precie tiene en Learza su sitio ideal, un remanso de paz y tranquilidad, una pequeña maravilla, humilde y apacible, donde el tiempo ha hecho un receso. Atrás quedaron pasados esplendores, aunque fueran de andar por casa, cuando fue señorío del marquesado de Vesolla o del vizcondado de Valderro y sus palacianos, más granjeros que aristócratas, se mostraban diligentes para que sus cosechas llegaran a buen término y sus gorrinos se criaran lustrosos.
Además de pintor y motero estás hecho todo un cátedratico es un orgullo trabajar contigo
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