Andanza XCIV:
Larraga - Larraona
Día:
17/09/2017
Hubo cierto
sabio francés, un tal Blaise Pascal, a quien un día se le ocurrió proclamar que
toda la felicidad del hombre deriva de su incapacidad para quedarse tranquilo
en una habitación. En seguida, muchos señores manifestaron su desacuerdo con
esta proclama, eran coleccionistas de sellos, constructores de barcos dentro de
botellas y otros aficionados a menesteres por el estilo, amantes de la
tranquilidad entre cuatro paredes y contrarios a creer que la naturaleza del
hombre reside en el movimiento. Sin embargo, otras muchas gentes ya venían
notando desde tiempo inmemorial esa felicidad del señor Pascal, la otorgada por
el movimiento, por el acto de desplazarse, por el hecho de viajar, incluso, con
voluntad de abandonar comodidades para, con mayor naturalidad, poner los
sentidos en contacto con todo y sacar la esencia de los sitios.
Atando cabos,
ahora, a nosotros nos parece que, si de viajar feliz, de viajar incómodo y de
viajar en contacto con todo se trata, cae por su propio peso que la única forma
de movimiento respetuosa con todas estas premisas es desplazarse encima de una
moto. Seguramente, lo de movimiento igual a felicidad igual a moto, no se le
ocurrió en primera instancia al amigo Pascal porque no le dio tiempo al hombre,
por morirse muy joven y muy pronto, en el siglo XVII, sino todo se hubiese
andado.
Otro señor de
nombre Charles Baudelaire, también intelectual y también francés, aunque un par
de siglos posterior, escribió: “Los verdaderos viajeros son aquellos que
marchan para marchar: los corazones libres; aquellos que tienen deseos
parecidos a las nubes, y que sueñan vastas voluptuosidades, cambiantes y
desconocidas, de las cuales el espíritu humano nunca ha sabido el nombre”.
¡Vaya por Dios! Este Baudelaire era otro vaticinador del disfrute de las
motos, ya que eso de marchar por el mero
hecho de marchar, de rodar por rodar, no se le ocurre a nadie más que no sea un
viajero en moto. A Baudelaire le faltó un pelín para llegar a conocer nuestro
amado vehículo, su fallecimiento prácticamente coincidió con el nacimiento de
la moto, pero por lo que decía ya barruntó sus bondades.
Y bien cierta
es esa manía que tenemos por soñar vastas voluptuosidades, geográficas se
entiende, y es en este espacio donde pretendemos darles nombre, aunque
Baudelaire se empeñe en que no sabemos, porque aquí lo que hemos intentado
siempre es dotar de permanencia y hechura a percepciones captadas sobre el
terreno, que de otra manera estarían destinadas a perderse en nuestra propia
desmemoria. Así, al garabatear estas Andanzas nuestras retratamos lo que son
realidades momentáneas, efímeras, que de no ser plasmadas desaparecerían
rápidamente. Sin embargo, cada experiencia es propia, cada paisaje viene
filtrado por una mirada particular; en otras palabras, aquí dejamos constancia
de una geografía personal.
Pues lo dicho,
y es que nuestros pareceres de hoy son los experimentados en la visita a dos
localidades bien diferentes de la Navarra Media: Larraga y Larraona. Larraga es
un pueblo de unos 2100 habitantes asentado en la comarca de Tafalla, a 17
kilómetros al oeste de esta ciudad, por la carretera que lleva a Estella. Pero
nosotros preferimos viajar por la NA-122 hasta Lerín y desde aquí por la NA-601
hasta Larraga.
Son las tierras que rodean a esta villa de extensión, de horizontes
amplios, así que el lugar decidió trepar ladera arriba de un pequeño cerro para
dejarse ver, o puede que para defenderse a la sombra de un castillo ya
desaparecido. Una porción de su casco urbano aún guarda memoria de tiempos
medievales, con callejuelas empinadas y anárquicas, otra parte se avino a la
modernidad de escuadra y cartabón. Dicen algunos entendidos que su nombre le
viene de antiguo, de tiempos de los romanos, de cuando se llamaba Tarraga,
aunque otros dicen que no, que la Tarraga romana era otra. De todas formas
Larraga tiene su puente romano, pero también tiene media plaza barroca y algún
caserón de mucho abolengo en el que echó una cabezadita Alfonso XII, y una
iglesia parroquial dedicada a san Miguel Arcángel, un poco ecléctica y un poco
chula, ahí subida en su pedestal, dominando el cotarro. Y vacas, Larraga tiene
vacas bravas, habituales en las fiestas de los pueblos y tan resabiadas que
hasta conocen a los vecinos por su nombre; así que, como nosotros somos
miedosos de las vacas que embisten nos vamos raudos hacia el otro sitio, donde
también hay vacas, pero son rubias y pacíficas, de las de comer.
Cincuenta y
dos kilómetros huyendo de las vacas coléricas dan para cambio paisajístico y
mucho. Hasta Estella por la NA-132 no hay elevaciones que no sean pequeños
montes, pero desde Estella hay que coger la carretera de la sierra de Urbasa,
la NA-718, y esto ya es harina de otro costal. Rápidamente se constriñe el
horizonte, la sierra de Andía por la derecha y la de Lóquiz por la izquierda elevan
sus farallones con la mala intención de encajonar a la carretera y al río
Urederra, dejando sitio para poco más. La carretera se las ve y se las desea
para superar el abrazo de las sierras en un inacabable serpenteo acompañado de
un continuo sube y baja, lo que se dice auténtica ruta de moto.
Desde Baríndano
el asfalto pica hacia arriba tenazmente, y así hasta coger el cruce de la
NA-7130, puerta de entrada a la Améscoa Alta. A partir de aquí, en dirección
oeste, el camino mantiene una horizontalidad relativa, aunque continúa
culebreando, sin embargo, el horizonte tiende a abrirse un poquito porque las
elevaciones de Urbasa y Lóquiz se vuelven algo más amables, pero que nadie se
llame a engaño, no lo hacen desinteresadamente, lo hacen por puro egoísmo, para
exhibir su calidad paisajística cual pavo en celo. Bien cierto es que la
tienen, y mucha, pero también es cierto que se lo tienen creído.
De repente,
cuando casi se acaba Navarra, allí está Larraona, un pequeño pueblecito de poco
más de 100 habitantes en la muga con Álava. Larraona, junto con Eulate y
Aranarache conforman el valle de Améscoa Alta, si bien, cada uno cuenta con su
propio ayuntamiento. Larraona distribuye su caserío con poco orden y menos
concierto a ambos lados de la carretera. A la parte izquierda, un tanto
escondida, se eleva la iglesia de san Cristóbal, un templo fortificado con
orígenes en el siglo XII, todo porque allá por finales de la Edad Media las
relaciones de vecindad con Contrasta, la primera localidad alavesa, no eran
cordiales precisamente. Entonces se encontraba aquí la frontera entre los
reinos de Castilla y Navarra y a los Lazcano, señores de Contrasta, por un
quítame allá esas pajas, no les importaba venirse para Navarra a saquear lo que
hiciera falta y llevarse unas vacas a su pueblo, aunque los de Larraona tampoco
se quedaban cortos y si había que ir a Contrasta a por las vacas sustraídas y
de paso traerse alguna más, pues se iba.
A día de hoy,
las enemistades, si las hay, lo serán a título personal como en todos sitios y
ya no se producen reyertas colectivas, al menos aparentemente o que hayan
llegado a oídos de las autoridades, y por eso los vecinos de Larraona duermen
apaciblemente en sus hogares, algunos en los mismos caserones que fueron
testigos de esas disputas de antes, porque Larraona todavía conserva en pie
unas cuantas casas solariegas de ilustres apellidos de la zona, aún orgullosas,
luciendo blasones y que parecen querer pregonar que cualquier tiempo pasado fue
mejor.
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