Gallués/Galoze
Andanza LXVI: Gallués/Galoze
Día: 24/03/2016
Hay por ahí ciertos prójimos que mantienen la sospecha
de que la decadencia de Occidente (y de Oriente seguramente también) se originó
cuando entraron en conflicto los instintos y la razón, y, en pleno fragor de
tan áspera rivalidad, comenzó a imponerse esta última. Dicen además los
susodichos que, en consecuencia, la práctica habitual de racionalizarlo todo ha
sustituido a las formas naturales de comportamiento, provocando la pérdida del
equilibrio espontáneo del ser humano, posible gracias a la seguridad que le
proporcionaba el comportamiento instintivo.
Pues bien, hoy nos toca retozar en uno de esos lugares
en los que arraigaron individuos naturalmente equilibrados, de los escasos que
no se dejaron subyugar del todo por las verdades de la razón, y ese lugar es
Gallués. Nunca conoceremos a ciencia cierta cuál fue el germen que dio lugar a
que sus moradores se vinieran conduciendo a lo largo de los tiempos de manera
equilibrada, si realmente lo hicieron a base de seguir los impulsos de ese
instinto nativo tan en detrimento de la razón o en qué medida esto se extrapoló
al hábitat geográfico, pero damos fe de que Gallués tiene conciencia natural de
sí.
Y es que está claro que el criterio de la certeza es
la evidencia, la cual aquí se encuentra por doquier revelando excelencias. Si
además, tal como hoy, hemos podido llegar a sentir el empuje aún tímido de una
primavera recién llegada, tratando de ganarse su lugar en los recovecos del
valle de Salazar y favoreciendo el reverdecer de instintos adormecidos, no hay
alma cándida que no destierre esa belicosa razón racionalizadora.
Así que, con nuestro razonamiento relegado, cosa tan
habitual, nos hemos internado en el Gallués salacenco por la NA-178, vía
Lumbier-Navascués, puerta abierta al Pirineo. Dicen que Salazar disfruta de
cierto endemismo, con él los municipios que cobija y Gallués es uno de ellos.
El ayuntamiento está conformado por tres concejos: Iciz (13 habitantes), Izal
(32) y Uscarrés (43), y un lugar habitado: Gallués (9 valientes), que es quien
ha cedido el nombre al conjunto.
Ese endemismo traído a cuento viene a ser un tanto
inconcreto, más perceptible instintivamente que dando uso al juicio, como debe
de ser. Tal vez en tiempos remotos el aislamiento geográfico fabricara cierta
exclusividad de la que hoy aún perdura su fantasma, palpable sobre todo para
quienes están convencidos de que el espectro aún merodea por ahí. Y como
nosotros militamos entre los crédulos, con esa certidumbre hemos contemplado
ensueños y realidades. Hayedos, praderíos y campos de cultivo se yuxtaponen por
esta tierra en la que una primavera virginal regala hoy luz contenida y
frescura. El bosque, no menos generoso, obsequia a quien quiere oír con trinos
y gorjeos de unas aves excitadas por la renacida estación, incluso el corzo o
el jabalí, también estimulados, parecen mostrarse menos esquivos.
Fuera de las umbrías asoman nuestros pequeños pueblos.
Hemos callejeado en primer lugar por Uscarrés, Iciz y Gallués, todos próximos,
a la vera de la carretera NA-178, y donde las gentes ya se han desperezado
alentadas por el tibio sol. Hay cierta algazara, dado que a los moradores
acostumbrados se han sumado los ordinarios del fin de semana y los
extraordinarios de la Semana Santa. Como entretenimiento, muchos se afanan en
revitalizar sus jardines, adormecidos tras el paso del invierno recién
fenecido, coloreándolos con flores. Numerosas casas saben a gótico, pues en sus
fachadas se abren abundantes portalones y ventanas estructuradas con arcaicos
arcos ojivales. Será esto algo del endemismo de marras, extrapolado a lo
arquitectónico.

Aún tenemos compromiso con Izal, el último lugar,
díscolo y alejado del resto. En su sedición, huyó este pueblo hasta los
confines de la Tierra. Se apartó sin nostalgia en búsqueda de recogimiento y
eligió bien. Hasta Izal nos traslada una sinuosa carreterita serpenteante y
encajonada entre escabrosidades, que ya hace presagiar las calidades de lo que
se encuentra a su término. Y los augurios
se confirman. Izal es una de esas aldeas con gracia, la suya propia y la que le
otorga el entorno. Sus vecinos, gozosos, presumen de pueblo al sol, frente a la
puerta de la sociedad comunal, al frescor de una cerveza y a la vera del arroyo
canalizado que lo atraviesa. Hay aquí una bonita casa rural, también con
reminiscencias góticas, cuyo portalón dan ganas de atravesar y quedarse. Pero
no puede ser, hemos de volver al mundo real, al impuesto por la razón, esa
razón concupiscente que desde el estómago nos recuerda la hora que es, la de
llenar la andorga: el materialismo como fundamento último de nuestras
creencias.








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