Día: 13/03/2016




Los Gallipienzos se sitúan al sur de la Merindad de Sangüesa, en la Navarra Media, fronterizos con Aragón y su dualidad tiene una curiosa historia. La idea del desdoblamiento se le ocurrió a un señor cura no hace demasiados años, pensando que el Gallipienzo montaraz, el primitivo, era un lugar inhóspito e incómodo para vivir por aquello de hallarse encaramado, pródigo en repechos y callejas laberínticas empedradas. Y así, enredando, enredando, consiguió de las autoridades pertinentes la construcción de un nuevo Gallipienzo en la llanura: uniforme, a nivel y cómodo.

Nosotros, a lomos de nuestro corcel mecánico, llegamos pretendiendo la observación objetiva, y es entonces cuando echamos mano de la socorrida sabiduría del señor Kant, utilizando sus razones (la Pura y la Práctica), para la interpretación de la espinosa querella surgida entre los dos Gallipienzos, por obra y gracia del presunto quehacer bienintencionado del señor cura.
A la vista está que el Gallipienzo Nuevo es hijo de la
Razón Práctica, la de don Ciriaco, el cura enredador. Pensaba él que donde
estuvieran las calles anchas, asfaltadas y trazadas a escuadra y cartabón, las
casas parejas con su acera y jardincito, el equilibrio estético y la
ecuanimidad, que se quitasen los empedrados, las estrecheces y las
escarpaduras. El Gallipienzo de abajo se muestra como un triunfo de la
simetría, de lo anodino pero funcional. Don Ciriaco fue un formulador de principios
materialistas; cierto que era un hombre de Dios, espiritual, pero tenía los
pies en la tierra, en la tierra plana.
Pasada revista a la villa de abajo, ahora toca
reconocer la de arriba y los culebreos ascendentes de la carretera NA-5320 nos
ponen en antecedentes sobre lo que encontraremos en el cerro. Rápidamente nos
percatamos de que los díscolos lugareños de lo alto, menos pragmáticos, son más de
Razón Pura, la que genera juicios sensibles y la necesaria para la auscultación
de la realidad del Gallipienzo Antiguo.
Es este pueblo una reliquia del pasado todavía viva,
que conserva rasgos originarios de su ancestral traza urbana y arquitectónica,
no demasiado falseada por restauraciones perpetradas mediante interpretaciones
idealizadas, que tanto se observan en otros lugares. El Gallipienzo Antiguo se
descuelga por la ladera de un altozano sobre el que se aupó en tiempo
inmemorial. Ahí subido en épocas de conflicto, se convirtió en vigía y custodio
del paso natural excavado por el río Aragón. Tuvo castillo y tenentes, de cuya
importancia ha quedado huella y memoria en numerosos documentos medievales,
encargados de la defensa del territorio frente al vecino reino de Aragón, ya
amigo, ya adversario.
El lugar merece una visita esforzada, nunca mejor
dicho, y ello requiere hacerla a pie, así que dejamos a nuestra montura
custodiando la fuente de los dos caños, buen sitio para iniciar el recorrido.
Deambular por sus laberínticas estrecheces es un placer para los sentidos. Se
nos aparecen por doquier rincones de encanto inusitado. Sus casas, decrépitas
pero virginales, abren a las callejuelas empedradas portalones desde los que, en
cualquier momento, parece posible la aparición de un labrador en catadura del siglo XV, siempre
bajo la percepción del juicio sensible; sin embargo, los tiempos mandan, y lo más probable es que asome un señor de Pamplona en chándal,
que ha venido a pasar el fin de semana.






Gracias por acordarte de uno de los pueblos más bonitos y antigüos de Navarra. Mi familia paterna proviene, en parte de ahí.
ResponderEliminarEs un pueblo que conserva un encanto mágico, desconocido, incluso, para mucha gente de la propia Navarra.
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