Andanza CXI:
Mendaza -
Mendigorría
Día:
03/03/2019
De vez en cuando dejamos caer por aquí
que, en el fondo y muy hondo, somos de buen corazón. Para dar credibilidad a
este supuesto y de paso hacer acto de contrición, hoy vamos a darle la vuelta a
la tortilla. En sentido figurado, se entiende, pues, aunque pudiera parecerlo,
teniendo en cuenta la contumacia demostrada en innumerables ocasiones respecto
a la glotonería, no se trata ésta de una Andanza de argumento gastronómico. Todo
a su debido tiempo, y no tardando mucho alguna caerá. Pero mientras, lo de
voltear tortillas viene a cuento porque en la anterior Andanza vertíamos
críticas lacerantes sobre cierto amigo, al que incluíamos entre los catalogados
como tocadores profesionales de partes nobles; todo por alguna discrepancia
respecto a una afilada crítica con que nos regaló.
Por eso, ahora, para que no se diga que
somos unos intolerantes, vamos a reemplazar los reproches por reconocimientos,
y, en vez de entretenernos echando espumarajos por la boca para fustigar a esas
amistades que gustan de trastear en órganos donde nunca se debería trastear, vamos a redimirnos un poco, dejando
patente nuestro agradecimiento a otro tipo de amigos, los sinceros, esos que,
por su enorme intuición, saben tocar y donde tocar: son los amigos tocadores de
fibra. De fibra sensible, se entiende, porque la muscular la sabe tocar
cualquiera.
A nadie se le escapa que para tocar la
fibra sensible del prójimo sólo se encuentran capacitados aquellos a quienes el
destino o la genética heredada, a gusto de cada uno, ha dotado de una porción
considerable de sensibilidad. Por tanto, nosotros, haciendo uso de la nuestra,
bastante más exigua, nos vemos en el deber -que no es deber sino un gran
placer- de acomodarles un hueco en este humilde rincón. Tenemos algunos tan
fieles, tan incondicionales, que, aunque parezca mentira, vienen soportando
desde los inicios nuestras peroratas con ánimo estoico, y, además de leernos,
aún tienen la sublime voluntad de animarnos a continuar. Seguramente habrá
quien piense que estamos fabulando; pues no, personas así existen. Estos amigos
se tienen ganado el cielo y, por supuesto, nuestra eterna gratitud.
Pero resulta que estamos hablando de
"amigos", en masculino, porque en español el masculino funciona como
“género no marcado”, o sea, si no se especifica, sirve tanto para el masculino
como para el femenino. Sin embargo, en justicia, hemos de reconocer que en este
caso la realidad es “género marcado”, es decir, femenino absoluto. Quienes nos
alientan, quienes intuyen, quienes son sinceras, sensibles y generosas con
nosotros (otra vez género no marcado), son mujeres, todas mujeres. Algún varón
hay, pero una golondrina no hace verano.
Sin ir más lejos, hace pocos días, y
como muestra sirva este botón, una fiel lectora de estas andanzas nos
interrogaba sobre cuánto tiempo nos quedaba para llegar a viejos. En un primer
momento, ante tal cuestión, no salíamos de nuestro asombro. ¿Querrá esta mujer
que nos muramos pronto por algún motivo que se nos escapa? ¿O tal vez pudiera
ser, que a consecuencia de la perturbación causada por la lectura continuada de
nuestros dislates, nos estuviera manifestando un velado anhelo respecto a un no
demasiado lejano deceso?
Pues ni lo uno ni lo otro, sino todo lo
contrario. Esta chica se interesaba por nuestra próxima senectud porque suponía
que, alcanzados determinados años, nos veríamos en la obligación de cambiar la
moto de dos ruedas por otra con tres, es decir, acoplarle un sidecar para
guardar mejor esos equilibrios que se tienden a perder cuando se llega a la
Segunda Edad Plus. Entonces, ella, solicitaba esa plaza vacante en el vehículo,
para así acompañarnos en estas peripecias moteras.
Si eso no es tocar fibra, que venga
Dios y lo vea. Se nos caen lagrimones como puños. No es sólo su persistente
adhesión a nuestra causa, que viene desde el principio; es, además de la
perseverancia, su manifiesta intención de continuar soportándonos, y es, sobre
todo, esa fe ciega, esa confianza cándida en la habilidad de quienes, habiendo
alcanzado la edad senil, continuarán a los mandos de un artilugio de precaria
estabilidad. Que sepa nuestra amiga que, no tardando mucho por la hora que ya
marca nuestro reloj biológico, tiene asegurada su plaza en el sidecar.
Para que luego digan... Está bien esto
de la redención periódica. Ahora podemos embarcarnos sin remordimiento en la
Andanza que nos toca. Y la que nos toca empieza en Mendaza y termina en Mendigorría,
dos sitios de la Navarra Media, pero pertenecientes a distintas merindades
históricas, a la de Estella el primero y a la de Olite el segundo. Y como
nosotros somos de buen conformar, aceptamos el destino, dispuestos a cumplirlo
sin vacilaciones, poniendo rumbo sobre nuestro artilugio, todavía de dos
ruedas, hacia el occidente de Tierra Estella.
A Ubago lo buscamos siguiendo la NA-129
desde Los Arcos. Antes de atravesar el pequeño desfiladero de Mués, la Basílica
de San Gregorio escudriña en lo alto las intenciones de quienes se aproximan a
sus dominios. A nosotros, como vamos limpios de pecados, nos ha dejado pasar. A
poco de desfilar por las angosturas de San Gregorio, que no es más que un
alargado tentáculo de la Sierra de Codés, una carreterita local, que arranca a
la izquierda, conduce hasta Ubago. El pueblecito se recoge a los pies de la
falda norte de esa misma sierra, justo donde el verde agreste del encinar va
dejando paso al verde vibrante de los incipientes campos de cereal.
Ubago es diminuto, y, como buscando
protagonismo desde el final de su caserío, la espadaña de su iglesia se ha
destacado sobre el resto, diciendo eso de: "aquí estoy yo". En
cambio, la iglesia, dedicada a San Martín de Tours, es algo más serena, de
románico rústico, aunque con algún añadido. La espadaña no la acompaña, es un
poco hirsuta, aparatosa, propia de otras tierras, algo presumida, de las que
gustan marcar silueta porque se sabe dueña de cierta singularidad.
Como la visita a Ubago es breve por
razón de tamaño, pronto retrocedemos por la misma carreterita que nos ha
llevado hasta allí, para retomar la NA-129 encarando el norte. Siguiendo esta
dirección, a cinco kilómetros y medio está Mendaza, el concejo que ha dado
nombre al municipio y otro lugar levantado ladera arriba, pero esta vez del
macizo de Dos Hermanas. Menzada tiene poco más de 100 habitantes, repartidos
entre tres calles principales: la calle de Arriba, la del Medio y la de Abajo.
Eso se llama pragmatismo. Bueno, a decir verdad, han rellenado huecos dando
nombre de santa a otra calle que quedaba perdida por ahí.
De entre los monumentos de Mendaza, dos
a destacar. Uno, como en todo pueblo que se precie, es la iglesia. San Félix,
muy cuco él, se hizo con la propiedad de la parroquia, y la subió a la calle de Arriba, por negocio de
preeminencia. Debe ser un santo cabezón. Por chapuzas se le vino abajo la
gótica y, a finales del XVII, aprovechando la escombrera, se levantó una
barroca. El otro monumento es natural y más viejo que la iglesia. Es el encino
de las Tres Patas, de la quinta de Matusalén. Hace nada cumplió 1200 años. Al
pobre le han puesto una faja de acero para sujetarle los riñones. Son achaques
de la edad.
San Félix, si desde su iglesia mira
hacia el Oeste, ve con nitidez Asarta, pueblo de ladera también. Son montaraces estos de La Berrueza, por eso el encinar se ha arrimado hasta los arrabales de
Asarta. Sus calles están enmarañadas, sus casas siguen la costumbre y sus
dueños procuran que no desmerezca el conjunto. Son respetuosos con la tradición estos de Asarta. La tradición dice que aquí hay que usar piedra roja para el
realce de las casas. Estamos de acuerdo con la tradición. Luce muy bien. La
iglesia de San Juan Bautista, por extraño que parezca, no se ha subido a las
alturas, se ha quedado en el término medio, que es donde está la virtud, o
también pudiera ser que San Juan padeciera de vértigos, que nunca se sabe. De
todas formas, comparte la tradición de la piedra bermeja, y le sienta de
maravilla.
Continuamos porque Acedo nos espera al
final de la NA-129, donde se cruza con la NA-132-A, la que lleva de
Estella a Vitoria, o al revés. Por
tanto, Acedo no es montaraz, es un pueblo cruce y eso le ha hecho cosmopolita.
Tiene más de 130 habitantes, tiene gasolinera, camping, una hípica y alguna
cosa más. Tiene unos caserones imponentes, uno es Palacio Cabo de Armería, del
siglo XVI. Si sus paredes hablaran dirían que en sus aposentos durmió un
virrey. Con el palacio forma conjunto la parroquia de Nuestra Señora de la
Asunción, la Casa del Rebote y otra grandiosa mansión un poquito ajada, y allí,
ensimismados en la contemplación de este conjunto, nos damos cuenta de la hora
que es y de que aún nos queda cumplir con la visita a Mendigorría.
Cambiar de merindad nos cuesta casi 50
kilómetros y trepar otro poco, porque llegamos desde Puente la Reina, y es que,
cómo no, Mendigorría también se ha subido en una protuberancia. El pueblo se
estira en horizontal a la vera de unos meandros del río Arga y en sus
entresijos da cabida a unos 1050 habitantes. El caserío, ciertamente
enrevesado, tiene una mezcolanza de edificios antiguos con solera, otros viejos
sin solera, algunos contemporáneos que quieren parecer antiguos y una mayoría
de modernos a los que les importa un bledo la antigüedad, pero todos
conviviendo en buena vecindad. La parte añeja de Mendigorría ocupa la zona más
elevada, donde también se encuentra la iglesia de Santa María. Desde ahí las
casas se dejan caer, unas veces configurando calles de suave pendiente, otras
en las que se echa de menos un ascensor.
Pero el centro neurálgico de
Mendigorría está en la plaza de Los Fueros, un tanto irregular, con kiosco y
ayuntamiento incluidos. Sin embargo, quien preside el lugar es la parroquia de
San Pedro, imponente edificio construido, parte en el siglo XVI, parte en el
XVIII, y algún añadido en el XIX. Lo más llamativo es su fachada principal, que
según los entendidos es una fachada telón. Será porque parece que se está
representando algo. Los actores son San Pablo y San Andrés, quienes, subidos en
un pedestal y metidos en una hornacina a cada lado de la puerta, aguantan marea
en bipedestación prolongada. Encima de la puerta está San Pedro, sentado, por
cosa de la jerarquía, y saluda puño en alto en atención a los tiempos que
corren en el ayuntamiento.
Sobre todos ellos se
encuentra encaramado otro señor, manco y barbudo, asomando temerariamente medio
cuerpo por un hueco, con cara de pocos amigos. En la mano buena lleva una bola,
y, por su expresión, parece que tiene intención de arrojarla en la cabeza de
alguien. A quien no lo conozca, a primera vista, infunde miedo este señor. Pero
no..., nos enteramos de su identidad y de que está abroncando pecadores, porque
en Mendigorría debe haber muchos. Por suerte, la bronca no iba con nosotros.
Veníamos recién purgados y nuestro temor hacia Él debe ser sólo un miedo
saludable.








Mendaza es un municipio compuesto.
Compuesto por los lugares de Ubago, Mendaza, Asarta y Acedo, y por este orden
los vamos a acometer. Todos ellos se asientan en el valle de La Berrueza,
rayando con Álava. El valle es pequeño y los sitios allí establecidos también.
¿Quién no se sentiría pequeño cuando te circunscriben gigantes? Las moles de
Lóquiz, Codés, San Gregorio y Dos Hermanas han urdido una trama geográfica con
la idea de enclaustrar al valle y su contenido, pero a la vez han obsequiado a
los prisioneros con generosidad, con derroche de paisajes espléndidos.










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