Marcilla - Mélida - Mendavia
Andanza CX:
Marcilla - Mélida - Mendavia
Día:
17/02/2019
Amigos, amigos, lo que se dice
amigos, los hay; pero también están esos otros que simulan su afecto y, sin
embargo, son más bien tocadores profesionales de partes nobles. Los susodichos,
de vez en cuando, bajo la excusa de una crítica constructiva, te sueltan una
andanada en toda la línea de flotación, con la intención de hundir el barco, y
todo por envidia cochina. Sin ir más lejos, el otro día, uno de esos
pseudoamigos, se coló en este entierro portando una vela que no sabemos de
dónde la había sacado, porque ni siquiera tiene moto, y arrogándose el derecho
de opinión, va y nos dice que, para él, toda esta literatura de las Andanzas
está muy bien, pero carece de enjundia motera, porque el tema de los atributos
mecánicos de la moto no lo mencionamos y si lo hacemos, es sólo de soslayo;
entonces, a su juicio, utilizamos la moto únicamente como medio auxiliar, como
transporte en la consumación de otro fin, sea el que sea, pero éste no es el de
el disfrute de sus prestaciones. Vamos, más o menos nos dejó caer que las
Andanzas las podíamos llevar a cabo perfectamente en coche y lo de la moto no
es más que un adorno.
Cría cuervos y ya sabes lo que
pasará... ¡Qué sabrá ése, si lo más parecido a una moto en lo que se ha montado
es en la parte de atrás de una escoba, cuando acompaña por las noches a una
amiga que tiene, en vuelo regular, no sabemos a qué negocios! Aunque pudiera
parecer que encajamos mal las críticas, no es así. Cualquier crítica
constructiva es aquí bien recibida, sobre todo cuando no nos enteramos. De
todas formas, lo de nuestro "amigo" es una crítica proveniente de una
mente racionalista, aunque pretenda esconderse bajo un manto de hedonismo, y
por eso no nos lo vamos a tomar a mal. Un racionalista como él no ve más allá
de sus narices y no entiende otra cosa que no sea la exaltación mecánica de un
artilugio con dos ruedas. No sabe de voluptuosidades para las que la
explicación racional no vale, porque la moto es un vehículo sensual, en el que,
además de las virtudes dinámicas anheladas por nuestro amigo, están presentes
otras, perceptibles por individuos con el alma más sutil, de la que nuestro
amigo carece, si es que tiene alguna. Y que conste que aceptamos su crítica,
aunque no lo parezca.
Sin embargo, esto de racionalizar
las cosas viene de antiguo, no es invento de nuestro amigo ni de ningún otro
tarugo contemporáneo. Resulta que a cierto pensador el siglo XVII ya se le
ocurrió darle un sentido negativo a la emotividad y otro positivo a la
racionalidad. No tenía el hombre otra cosa mejor que hacer. Con lo bonita que
es la providencia, siempre hay quien se
empeña en agotar todos los recursos de la racionalidad para explicar
cualquier acontecimiento. No entienden que se pueda vivir tan feliz en la
certeza de que la percepción de las cosas no necesita demostración razonada ni
razonable.
Una vez despachados a gusto, de
la mano de la providencia, tan poco amiga de los razonamientos concebidos para
ningunear emociones, arrancamos motores para dar cumplimiento a la Andanza de
hoy. Pero... mucho alabar a la providencia y resulta que es impredecible, como
un gato arisco. Nos regala un día soleado y, de telonero, un vendaval. Malos
socios son la moto y el viento, así que, por culpa de la providencia o de la
abuela recién parida, que también pudiera ser, ponemos rumbo a Marcilla, Mélida
y Mendavia, intentando conciliar una pareja con pésima relación.
Los caminos que el Señor nos
ofrece hoy no son inescrutables, pero sí son poco atractivos para la moto. Las
curvas se cuentan con los dedos de la mano mala de un manco. Así que, para
presentarnos en Marcilla, un pueblo de algo más de 2800 habitantes, que está en
la Ribera, y más concretamente en la del río Aragón, tomamos la NA-122
dirección Andosilla, después la NA-624 hasta Peralta, y, desde aquí, la NA-128
nos deja a las puertas de Marcilla. A primera vista, Marcilla no permite ver
sus encantos, porque los tiene escondidos de la mirada de quienes sólo se
atreven con su travesía. A estos los castiga con la visión de casas y locales
anodinos. Sin embargo, quienes osen distanciarse de la tiranía de la travesía,
a izquierda o a derecha, no se han de arrepentir.
Poca piedra y mucho ladrillo, así
es la monumentalidad de Marcilla. A la izquierda según se va o a la derecha
según se viene, o viceversa, dependiendo de dónde se venga o hacia donde se
vaya, está el convento de los Agustinos Recoletos, un edificio imponente del
siglo XVIII, con su claustro y todo, y un poco vergonzoso, escondido tras unas
consistentes arboledas. Al otro lado de la carretera se asienta la enjundia del
pueblo, que tiene dos partes, como casi todos los pueblos: la nueva, muy
funcional pero poco apta para descripciones poéticas, y la vieja aderezada, en
cuyas calles, algo menos prácticas, aún se deja ver algún que otro edificio
cargado de años y achaques.
Pero si lo que buscamos es
monumentalidad de verdad de la buena, ahí al lado está el castillo de Marcilla.
Tiene un parecido asombroso con cierta cantante americana, porque con más de
500 años a sus espaldas, parece que acaba de cumplir 18. Le han perpetrado una
restauración que no lo reconoce ni el arquitecto que lo parió, igual que a la
cantante. Cuenta la leyenda que en este castillo, la marquesa de Falces, Ana de
Velasco, le plantó cara a las tropas del coronel Villalva allá por 1512,
evitando su demolición, por intermediación del vino, según refieren.
Y dejando Marcilla, porque así lo
manda el guión de nuestra misión, siguiendo hacia el este la NA-128, a la par
que el río Aragón se contonea en sus meandros como una serpiente de plata, nos
plantamos en Mélida tras recorrer unos exiguos 19 kilómetros, que no dan ni
para que se caliente el motor. Mélida también es vecina del Aragón, quien,
generosamente, le ha regalado un bonito y fresco soto situado a los pies de la
terraza fluvial por la que el pueblo se asoma a contemplarlo.
Mélida es una villa de Ribera
pequeña, tiene poco más de 700 habitantes, y para ser antigua parece
extrañamente diseñada con escuadra y cartabón. Prácticamente todo su caserío se
encuentra establecido en una trama reticular. A vista de pájaro no se divisa
ningún conjunto de edificios que denote una traza medieval, o sea, más o menos
desordenado. Tampoco entre sus casas se hallan muchas con caracteres
monumentales, alguna hay en las inmediaciones de la iglesia que ha conservado su
arco de medio punto. La parroquia de Santa María sí ha guardado empaque. Es una
construcción renacentista, de mediados del siglo XVI, elevada sobre otra
anterior, del siglo XIII, cuyos restos sólo se dejan ver ante miradas
inquisitivas.
Es hora de dejar Mélida, de
cambiar la Ribera del Aragón por la del Ebro, de dejar que el viento nos
zarandee un poco, porque los 65 kilómetros que nos separan de Mendavia son de
esos en los que el aire no encuentra obstáculos para soplar a gusto. Y si
aprovechando ese aire ha venido acompañándonos el mismo pájaro que vio la
ordenada reticularidad urbanística de Mélida, ahora, contemplando la de
Mendavia, verá que aquí no hay orden ni concierto, hay anarquía urbanística en
estado puro, ubicada también en una terraza fluvial, pero ahora del Ebro.
Mendavia pertenece a la Merindad
de Estella, aunque se encuentra a 20 kilómetros de Logroño. De Estella la
separan 39 y 78 de Pamplona. Muy agradecidos al Ebro deben estar sus casi 3600
habitantes, porque el río ha convertido a estas tierras en una productiva
huerta. Su fértil vega ha hecho que Mendavia disponga de productos avalados por
11 denominaciones de origen. Para bebedores de vino, de cava o de pacharán,
para catadores de aceite, para los que disfrutan comiendo espárragos, pimientos
o alcachofas, para los carnívoros devoradores de ternera o cordero; todos,
todos, tienen en Mendavia donde satisfacer sus ansias con calidad reconocida
por algún consejo regulador.
Finalmente, nosotros hemos
satisfecho las nuestras callejeando un rato por la enmarañada Mendavia, que lo
es, porque la distribución de su casco urbano se las trae. Para despedirnos
desde lo sagrado, hemos conseguido llegar en moto y no sin dificultades, hasta
la iglesia de San Juan Bautista, encaramada en la parte alta del pueblo y un
poco aprisionada entre las casas de alrededor, que la abrazan y la arropan,
pero también la asfixian. Aún así ha logrado desembarazarse de esas apreturas,
por delante y por detrás, gracias a los pequeños espacios diáfanos
proporcionados por sendas plazoletas. Es lo que tiene la Mendavia antigua y sus
calles despreocupadas de cualquier urbanismo regular.

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