Andanza CII:
Lesaka - Lezáun
Día:
21/01/2018
Que sí, lo
reconocemos, nos aprovechamos del candor ajeno como buenos embaucadores, porque
en estas crónicas, fruto de nuestra labor peregrina, consciente o
inconscientemente nos dedicamos a crear fantasías, soslayando las limitaciones
y condicionantes de la vida real para, de vez en cuando, rememorar lo pretérito
acomodado a nuestro interés. Por eso, en nuestros relatos nos las pintamos
solos para crear la ilusión de haber transgredido la irreversibilidad del
tiempo, amalgamando historias con una interpretación paralela.
Y qué le vamos
a hacer. La culpa la tiene esa afición nuestra por inquirir, que nos ha
convertido en entusiastas de la actuación de las gentes en el tiempo, pero en
plan diletante, sin otra brida que una imaginación más bien menguada y sintiéndonos
un poco como convidados de piedra. Y es que alguien, no sabemos bien quién, un
día nos dio vela en este entierro, el de la experiencia del cambio temporal.
Nos invitó a revolver en el pasado, a entendernos con los antepasados y a
curiosear en sus asuntos. En ello estamos.
Pues bien,
para hoy tenemos un horizonte de luces y sombras, meteorológicamente hablando.
Los agoreros del tiempo pronostican de todo: chubascos y un sol melindroso
asomándose entre rendijas. El plan de
viaje es doble e incluye visita a la Montaña de Navarra y a su Zona Media. Toca
Lesaka y Lezáun, lo que traducido a kilómetros es un saco bien lleno. Es que
somos de lo más optimistas y luego nos pilla el toro con la hora de comer y
tenemos la excusa de que se nos ha hecho tarde, lo que se dice mala
planificación intencionada.
Para ir a
Lesaka no hay quien nos quite de la cabeza que lo mejor es hacerlo por la
carretera vieja de Pamplona hasta Puente la Reina, subir el antiguo Perdón,
bajar a Astráin, de ahí a Irurzun, atravesar Basaburúa, subir a Saldías, bajar
hasta la NA-170, pasar por Santesteban y llegar hasta Lesaka por la N-121-A
porque no queda otra. Que se da más vuelta, sí; que se tarda el doble, también;
que por Basaburúa siempre están los aguaceros al acecho, ciertamente. ¿Y qué?
Ver el Arakil con un caudal que asusta no tiene precio, deleitarse ante
torrentes que bajan desmelenados tampoco, divisar el Basajaun con chubasquero
por las florestas de Basaburúa, ni te cuento.
Estas tierras
son imán de borrascas, y así lo comprobamos cada vez que aparecemos por aquí.
Para dar fe de ello, pasado Dos Hermanas unos nubarrones emboscados se han
despachado a gusto. Eran de esos negros, furibundos y rabiosos, de los que
odian sin conocimiento a los moteros, sólo porque sí. Su intención era hacernos
desistir y casi lo consiguen. Por un momento nos hicieron titubear, sobre todo
bajando desde Saldías hacia la NA-170, y el que conozca esa carretera se la
puede imaginar mudada casi en catarata. Finalmente el nublo no pudo con
nosotros y nos presentamos en Lesaka, aunque bien bautizados.
Ante un
municipio disperso y con la lluvia sin dar tregua, se nos complica la visita,
sobre todo porque hemos de salvaguardar la integridad física de las cámaras de
fotos, en peligro de fenecer ahogadas. La villa se encuentra rodeada de
montañas, en la parte más septentrional de Navarra, en la comarca de las Cinco
Villas, de la que forma parte, y se emplaza en una estirada vega a la que han
dado forma los ríos Onin y Biurrana. El primero de ellos, domesticado por un
canal, atraviesa el pueblo unas veces a la vista y otras soterrado. La separan
74 kilómetros de Pamplona, 5 de Bera y 11 de Endarlaza, ya en el límite de
provincia y frontera con Francia.
Por el término
municipal de Lesaka se encuentran diseminados caseríos y barrios. El principal
núcleo de población, en el que nos vamos a centrar dadas las condiciones
meteorológicas, está presidido por la iglesia de San Martín de Tours, un
edificio monumental que domina el cotarro desde su posición elevada. Conserva gran
parte de su caserío tradicional, cuyos edificios aún hacen ostentación de
puertas y ventanas góticas, lo que junto a la
pervivencia de calles empedradas, le dan a la villa un aire de pequeña
ciudad medieval. Lesaka gusta de bautizar a sus casas con nombre propio. En
unos casos se las conoce por el apellido de quien las construyó o el de la
familia que vivió más tiempo en la vivienda, otras han heredado el nombre de
pila de sus antiguos propietarios y algunas de ellas son nombradas por el
oficio que tuvo su dueño.
Sin embargo,
la imagen más característica de Lesaka de cara a la galería es la que ofrece la
torre Zabaleta con el río corriendo a su lado. Esta emblemática torre fue
palacio cabo de armería, es de planta rectangular, construida de potente piedra
de sillería y conserva en la parte superior una robusta barbacana almenada
corrida que le da aire de fortaleza, por ello, al final de la guerra de la
Independencia sirvió de cuartel general a lord Wellington. Pero el municipio
cuenta con otra torre de linaje, la de Minyurinea, del siglo XIV, a la que se
le otorga el honor de ser el edificio más antiguo de la población.
Tanta torre
defensiva deja ver que Lesaka se encontraba al final de la Edad Media en el ojo
del huracán, pues al limitar con Francia y Guipúzcoa, perteneciente al reino de
Castilla, abundaban las pendencias entre navarros, labortanos y guipuzcoanos,
eso sin contar las disputas intestinas entre agramonteses y beamonteses, y para
rizar el rizo, las reyertas a nivel local entre los Zabaleta de Lesaka y los
Alzate de Vera. Lo que se dice un remanso de paz.
Vamos a
dejarnos ya de peleas que bastante tenemos nosotros con reñir con la lluvia,
que no nos da un respiro y aún nos queda Lezáun por visitar. Para llegar allí a
una hora prudente sin que nos pille ese toro que se ensaña con los que se
retrasan, hemos de tomar la N-121-A hasta Pamplona y de Pamplona a Estella la
autovía A-12, y aunque esto es algo que va contra nuestros principios moteros,
el tiempo apremia. Por suerte en Pamplona deja de llover y el sol empieza a
dejarse ver hasta mostrarse sin vergüenza en Tierra Estella. Qué cosas tiene
Navarra, en la Montaña diluviando y en la Zona Media soleado.
Pues lo dicho,
Lezáun está en la Navarra Media, cobijado en la falda sur de las sierras de Andía
y Urbasa, a unos 17 kilómetros al norte de Estella y a 52 de Pamplona. Se
asienta a 850 metros sobre el nivel del mar en un terreno escarpado y kárstico,
lleno de cuevas y simas. El pueblo se hizo ayuntamiento independiente a
principio de los años 50 del pasado siglo, porque no le gustaba eso de ser un
concejo más del Valle de Yerri. Unos 250 vecinos gozan de su tranquilidad, y
hoy, como es domingo, parece ser que por aquí pulula algún forastero que otro.
Bien merecen un paseo las callejuelas de Lezáun, flanqueadas por unas cuantas
casonas nobles, estupendamente conservadas por sus propietarios. También las
hay que han tenido peor suerte y han sido presa del quebranto y abandono.
Muestran el hierro oxidado de sus rejas, sus puertas y ventanas desvencijadas,
sus techumbres hundidas, y sus blasones, un día orgullosos, hoy ajados por el
liquen. Para ellas cualquier tiempo pasado fue mejor.
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