Andanza LXXXVII: Iza/Itza, Cendea
de
Día: 14/05/2017

Siempre tirando del mundo
clásico, siempre tirando del mundo clásico. Mira que somos pesados. Será cosa
de la formación (o deformación) académica, o Dios sabe porqué será, que no hay
Andanza en la que no terminemos por sacar a colación algún personaje humano o
divino, real o fabuloso, de carne y hueso o de humo vinculado con la
Antigüedad. Y claro, hoy no va a ser la excepción. La verdad es que toda esa
caterva de seres da mucho juego. Tal vez sean un poco rancios para los tiempos
que corren, pero sus historietas son de lo más entretenidas.
En esta ocasión, en conexión con
los avatares de la Andanza de hoy y yéndonos un poco por los Cerros de Úbeda,
vamos a mentar a unos cuantos. El primero es un señor fornido, al que los
griegos le decían Heracles y los romanos Hércules. Era un tío cachas de verdad
y eso que en su vida había pisado un gimnasio, pero muy dado a meterse en líos,
más por caraja que intencionadamente. Su padre, Zeus, que sí que era golfo y
recalcitrante, lo engendró con Alcmena, en un descuido de ésta, y la legítima
de Zeus, Hera, al enterarse pilló un rebote del quince y para vengarse, cuando
Hércules ya se había hecho un hombretón, le comió el coco al pobre, incitándolo a que, en un arrebato de locura,
liquidara a toda su familia de un par de guantazos (así era la fuerza de
Hércules).
La cosa es que el simplón de
Hércules, tras pasársele el calentón y ver que la había liado parda, se fue de
penitente a un descampado a purgar sus culpas sin asistencia psicológica, pero
un amigo, viendo que así mal se le iba a pasar el disgusto, le recomendó que
fuera a pedir consejo al Oráculo de Delfos, donde tendría ayuda especializada
para sus males. Y como Hércules en el fondo era un alma cándida fue, y a manera
de acto de contrición se le impusieron los famosos trece trabajos, porque
todavía no se había inventado lo de rezar avemarías y padrenuestros.
Algún listillo dirá que los
Trabajos de Hércules no fueron trece sino doce; pues no, porque el
decimotercero era de tal calibre que nuestro fortachón no pudo llevarlo a cabo
y ha permanecido en secreto hasta hace poco. Eran raros algunos de estos
trabajos, sobre todo el incumplido, que luego desvelaremos. Hércules hubo de
capturar o liquidar bichos de todas las calañas, robar ganado, mangar manzanas,
hasta ahí todo más o menos normal. También tuvo que sisarle el cinturón a
Hipólita, que era una amazona con muy mala baba y cogió un mosqueo descomunal
porque parece ser que el dichoso cinturón era de diseño, de Balenciaga. Otra
buena fue la de limpiarle el establo a un tal Augías, un tío guarro que había
dejado que las vacas se cagaran en el mismo sitio durante siglos. Pero el
trabajo que nos interesa a nosotros es la captura del toro de Creta, porque de
esos polvos vienen nuestros lodos.
El bueno de Hércules fue comisionado
a Creta con la misión de echarle el guante a un toro que era una mala bestia.
Su propietario era Minos, rey de la isla, y lo tenía de semental, viviendo a su
libre albedrío, pastando por donde le daba la gana. Debía ser un verraco
seductor, porque Pasífae, esposa de Minos, le echó el ojo y por no tomar
precauciones se quedó preñada del bicho. La cosa es que el toro, viéndose
padre, se volvió loco y por eso tuvo que venir Hércules a llevárselo. Mientras
tanto Pasífae parió al Minotauro, quien heredó las malas pulgas de su
progenitor y no quedó otra que encerrarlo.
Para que el Minotauro estuviera a
buen recaudo se construyó un laberinto, pero había que echarle de comer siete
doncellas y siete doncellos cada poco y eso salía muy caro. Por consiguiente, el
último trabajo encargado a Hércules fue entrar en el laberinto, acabar con el
Minotauro y encontrar la salida, todo en una mañana, pero el pobre hombre
fracasó en el intento y tuvieron que mandar a otro que se llamaba Teseo, a ver
si él era capaz. Por eso este trabajo de Hércules se mantuvo en secreto, porque
como se frustró se callaron como putas.
Aquí queríamos llegar. Se ha
especulado mucho sobre el lugar donde se construyó el laberinto, si bien
siempre se ha dado por hecho que debía hallarse en Creta. Pues no. Damos fe de
que el laberinto está aquí, en la Cendea de Iza, el laberinto es la propia
Cendea de Iza, y aunque nos ha costado la de dios, hemos penetrado en él y
conseguido salir en una sola mañana. Eso sí, vueltas hemos dado a hartar y del
Minotauro ni rastro. O se lo llevó Teseo o se habrá muerto ya.
Vaya chapa hasta llegar a lo del
dichoso laberinto, pero es que haber conseguido algo en lo que Hércules falló
tiene su mérito. Qué lío tiene la Cendea de Iza/Itza. Para el que quiera ir a
perderse hasta allí, vamos a situarnos. Como todas las cendeas está situada en
las proximidades de Pamplona, a unos 14 kilómetros al noroeste. Su territorio
no tiene regularidad geográfica, al norte se encuentra una zona montañosa y
abarrancada, aunque sin grandes alturas, al sur el horizonte se abre para
penetrar en la cuenca de la capital. Es zona de tránsito, pues la atraviesan la
N-240-A y la Autopista de Navarra AP-15, que enlazan Pamplona con el corredor
del Arakil y Guipúzcoa.
Ya hemos comentado en alguna otra
ocasión que las cendeas son municipios compuestos, en este caso por 13
concejos: Aguinaga, Aldaba, Áriz, Atondo, Cía, Erice, Gulina, Iza, Larumbe,
Lete, Ochovi, Sarasa y Sarasate, y por 3 lugares habitados: Aldaz, Ordériz y
Zuasti. Entre todos estos sitios cobijan a buen recaudo 1213 habitantes, que
han tenido a bien elegir como capital a Erice. Menuda encrucijada es Iza, como
laberinto que es su ordenación está hecha con la intención de confundir a quien
ose internarse en sus dominios. Nosotros lo hemos abordado desde el oeste,
accediendo por la carretera NA-7010 (Astrain-Irurtzun) a Lete, y, previsores,
fuimos dejando rastro con un ovillo de lana para no perdernos.
Lete es un pequeño lugar en un
paraje con encanto y además tiene un tesoro: el monasterio y la iglesia de
Santa María de Yarte, de la segunda mitad del siglo XII. Dan ganas de quedarse
por allí en plan contemplativo. Pero no, acabamos de empezar y la tarea es
ardua. Seguimos hacia Atondo y aquí el laberinto empieza hacer de las suyas.
¿Por dónde se va a Ochovi? Pues por una calleja escondida en medio del pueblo.
Damos gracias al GPS antilaberintos, porque sin él no nos imaginamos que sería
de nosotros. Ochovi también tiene otro tesoro: un palacio cabo de armería
magnífico. Seguimos tirando del ovillo por Erice para subir rumbo norte a lo
que fue el antiguo valle de Gulina (Sarasate, Larumbe, Gulina, Aguinaga y Cía),
la parte montañosa y que se fusionó con el resto de la cendea en 1942. Son
estos pueblecitos de postal y de fin de semana y hasta tienen su comunidad
budista y todo. Ya se puede uno imaginar la paz que se respira por semejantes
parajes.
Media vuelta y rumbo sur, para la Cuenca de Pamplona. Sarasa y después Aldaba, y aquí se nos enreda la madeja y el GPS duda. ¡La madre que lo parió! Por este pueblo terminamos pasando diez veces, por lo menos, mientras dábamos vueltas buscando Aldaz, que es lugar privado y un cartelito lo advierte, Ariz, Ordériz (un caserío) y Zuasti. Zuasti es otra cosa. Perdió su embrujo rural hace tiempo, con sus chalets simétricos y monótonos, su club de golf y su peaje de la autopista para aligerarte la cartera. Finalmente, para salir del laberinto lo hacemos por el concejo que da nombre a la cendea, por Iza. Entre el GPS y el ovillo de lana hemos completado este decimotercero trabajo, del que Hércules salió con el rabo entre las patas. Otro gallo le hubiera cantado al hombre de haber tenido el aparatito de marras. Aunque, bien pensado, para poner los satélites en órbita no sabemos si su fuerza hubiese sido suficiente.