Andanza LXXX: Iguzquiza, Distrito
de
Día: 08/01/2017
Dice un proverbio que la brevedad
en la ejecución de cualquier acto conduce fatalmente al simplismo y a esta
argumentación responde un refrán con aquello de que lo bueno, si breve, dos
veces bueno. El proverbio es fruto de la exposición de la problemática
filosófica, el refrán encarna la sabiduría popular; en consecuencia, para el
elucubrador la brevedad no simplifica las cosas, sino que lleva a confusión
porque las vuelve poco comprensibles o incluso del todo incomprensibles por
falta de detalle, en cambio, para las almas cándidas y perezosas un exceso de
pormenores es un laberinto intrincado e impenetrable. Por consiguiente, parece
que para el común de los mortales en el término medio descriptivo se debería
encontrar la virtud.
Si acomodamos este razonamiento a
la hechura de nuestras andanzas, esa meridiana virtud se debería alcanzar en la
redacción de textos que se han de leer ante una pantalla de ordenador, tablet o
teléfono móvil, compromiso problemático, sobre todo cuando hay por ahí quienes
aseguran que en un dispositivo electrónico no leen más de cinco palabras
seguidas, porque lo que ciertamente atrae de estos medios son las imágenes, y
resulta, además, que esta pereza lectora afecta a gente que ante un relato en
papel no muestra semejante holgazanería.
Bien sabemos que estas crónicas,
únicamente leídas en artilugios con pantalla, no alcanzarán nunca ese virtuoso
término medio a mitad de camino entre los extremos en cuestión, tanto por sus
excesos como por sus defectos, cuando no por la conjunción de ambos desatinos,
y que pretender alcanzar tal eficiencia se nos escapa, porque es más bien don
divino, sólo al alcance de linces de las letras. Pero como ante la carestía
mental hay voluntad y querencia por los fieles que nos aguantan, erre que erre
seguimos perseverando en el intento, aún sabiendo cuán alta es la posibilidad
de aburrir al mismísimo santo Job; no obstante, en contrapartida, siempre hemos
dejado una puerta abierta por la que huir hacia la contemplación fotográfica a
todo aquél incapaz de digerir el sofrito literario.
Tras este acto de constricción
ante nuestro particular muro de las lamentaciones para justificar pecados de
expresión, ya confesados y limpios momentáneamente de polvo y paja, volvemos a
la carga con la seguridad de tropezar otra vez con la misma piedra, porque aquí
no se da para más. Así que hoy, en un soleado y frío día de principio de enero,
nuestra pipiola Perla Negra nos ha de encaminar a tierras situadas al cobijo de
Montejurra y Monjardín, o sea, cerquita de casa. Toca visita al Distrito de
Igúzquiza, un municipio compuesto integrado por los concejos de Ázqueta (su
capital), Igúzquiza, Labeaga y Urbiola, que se encuentra en la zona media de
Navarra, concretamente en la Merindad de Estella. Todo su término municipal
está custodiado por los dos montes citados, cuyas moles dan carácter y llenan
de historia a Tierra Estella. Montejurra con sus 1044 metros y Monjardín de 894
metros enmarcan una zona geográfica de
transición, la que se desparrama entre las tierras húmedas de la montaña y la
ribera Navarra. También el Camino de Santiago, el río Ega y la autovía A-12
discurren, una veces sosegadamente y otras no tanto, por la demarcación del
municipio.
Nosotros, por cosa de proximidad,
hemos dado un pequeño rodeo para que se caliente el motor, pero aún así
rápidamente nos plantamos en Labeaga, el pueblo más septentrional pero también
el más asceta de los cuatro. Solitario y apacible, es uno de esos sitios que
gustan dormir el sueño de los justos, en este caso bajo la atenta mirada de las
ruinas del castillo de Monjardín, hoy reconvertido en ermita. Como casi
siempre, en estos lugares nos recibe el perro de turno, mosqueado por el ruido
emitido por un artefacto diabólico que le ha sacado de su somnolencia. Con dos
ladridos a desgana da a entender que se acuerda de nuestros ancestros, pero no
pasa de ahí, total, para qué. Al igual que el resto de los vecinos hace gala de
apatía estoica, de ausencia de cualquier pasión, pues eso de perturbar el ánimo
no es bueno para la salud. El sitio invita a ello y la felicidad para estas
gentes es apatía, impasibilidad, un "ahí me las den todas". Qué
envidia.
Continuamos viaje hasta
Igúzquiza, otro lugar apartado de estrépitos, aunque aquí sus moradores parecen
algo menos imperturbables. Son más de calle, de dejarse ver y para ello el día
acompaña, el aproximarse la hora de misa estimula y, a la espera del cura,
alguno que otro deambula por la plazoleta frente a la iglesia. Pero una visita
inexcusable es la que se debe al palacio fortificado de Igúzquiza, ubicado en
una pequeña elevación a las afueras del pueblo. Su fábrica data de finales del
siglo XV y principios del XVI. Tiene su origen en una familia perteneciente a
la nobleza rural: los Velaz de Medrano, quienes gozaban del privilegio de
asiento en las Cortes de Navarra. El recinto se halla semiabandonado, su torre
ha sido restaurada en parte, pero también ha sufrido recientemente un incendio
que ha afectado a la techumbre de uno de los edificios del conjunto. El palacio
ha olvidado ya pasadas épocas de gloria. Ahora dormita sereno a la sombra de
Montejurra, enclavado en un entorno de privilegio a la espera de épocas
mejores, si es que le llegan a tiempo.
Y seguimos ruta hasta alcanzar
Ázqueta, la capital del municipio, aunque no por ello arrogante. Desde que
entró a funcionar la autovía A-12 Ázqueta dejó de ver pasar por su túnel muchos
viajeros motorizados camino de Logroño, pero quienes no dejan de afluir son los
miles de peregrinos que atraviesan sus calles camino de Santiago, porque
Ázqueta es un pueblo marcado por el Camino. Cuando la benignidad climatológica
lo permite el tránsito de peregrinos es una continua romería, cuando los
rigores del invierno aprietan sólo pasan lobos solitarios, gentes que buscan
recogimiento, que huyen de la masificación, que conjugan espiritualidad y frío.
Acabamos en Urbiola siguiendo la
antigua N-111, reconvertida en NA-1110 merced al señorío establecido por la
autovía A-12. Urbiola es un cruce de caminos y es pueblo de mayores horizontes,
pues escapa en cierta manera de la constricción de Montejurra y Monjardín, y
desde su pequeña elevación se contemplan espacios diáfanos, confines lejanos.
Como no podía ser de otra manera la parroquia de San Salvador preside un conjunto
urbano que todavía conserva un puñado de casonas blasonadas; de entre ellas,
evocando pasados esplendores, se yergue engreída la fachada del palacio de
Eguilaz, lo único que queda de una magnífica casa palaciana del siglo XVII, que
aún se jacta de lo que fue fanfarroneando con sus cuatro escudos barrocos.