Translate

viernes, 14 de marzo de 2025

Piedramillera – Learza (salvando error)

Andanza CXXXI: Piedramillera – Learza (salvando error)

Día: 10/09/2023

 

Recientemente nos hemos enterado que entre 2 y 5 % de la población mundial padece una patología que se llama afantasía, que es como una especie de ausencia de memoria y extravío de la imaginación. Los afectados tienen la mente ciega porque no pueden crear imágenes visuales en su interior, tienen dificultades para poner cara a familiares o amigos a los que hace tiempo que no ven y también para recordar los sueños. Si hay tantos afantasiosos como dicen y esos son los síntomas de su padecimiento que, además, se parecen tanto a los que padecemos nosotros a la hora de poner en práctica estas andanzas nuestras, va a resultar que somos enfermos no diagnosticados de este mal.


Desde nuestra ignorancia del mal padecido, sin ser conscientes de ello y como repetimos insistentemente, hemos buscado siempre báculos sobre los que sustentar nuestras paridas, que bien han sido los avatares de individuos históricos reales, sobre todo de la Antigüedad, de personajes mitológicos, o bien las hemos amparado en las elucubraciones de los desventurados filósofos objeto de nuestro malévolo interés. Pero también echamos mano, de vez en cuando, de los repertorios archivísticos para documentarnos sin escarnecer a nadie demasiado conocido.

Como hoy nos toca hacer acto de presencia en Piedramillera, además de vernos en la tesitura de solventar el error cometido al no visitar Learza en su día, cuando nos presentamos en Etayo y por ignorancia dejamos en el olvido este antiguo señorío, dependiente de dicha localidad, y como para sustanciar nuestro examen de Piedramillera nos hace falta eso, sustancia, y sustancia la hay en los fondos documentales del Archivo Real y General de Navarra, pues qué mejor que enredar en los testimonios pasados de sus vecinos, que hay muchos, y de lo más entretenidos.

El caso es que Piedramillera, con ser un pequeño lugar, dio trabajo en la Corte Mayor de Navarra, al menos eso parece viendo la cantidad de procesos judiciales que se encuentran custodiados en el AGN. Que sus vecinos tenían temperamento es innegable, y lo demuestran las innumerables rencillas, disputas y rivalidades sentenciadas en estos procesos. Por haber hubo hasta apuñalamientos, desórdenes públicos, malos tratos, altercados en el cementerio, multas por no asistir a procesiones, suplantaciones de identidad, además de una ingente cantidad de otras cuestiones más triviales.


Para engordar este caldo nos vienen al pelo las peripecias de un significativo vecino de Piedramillera, un tal Blas de Lázaro, maestro cirujano y fullero, que vivió en el siglo XVIII. Resulta que el tal Blas, en el mes de abril de 1769, según se detalla en un proceso judicial de 19 folios con referencia ES/NA/AGN/F146/315335 del Archivo General de Navarra, fue demandado por Juan Veremundo de Gil, también vecino de Piedramillera, por haberle cobrado 32 reales tras curarle después de una pelea que había tenido con Santiago de Labeaga, como no, otro afincado en Piedramillera.





El señor Juan Veremundo no había quedado contento con la amputación de la oreja izquierda que le había practicado Blas, porque le parecía que el golpe que le había propinado en el apéndice auricular Santiago de Labeaga en el transcurso de una pequeña discusión no era motivo para extirparle la oreja, además, la minuta de 32 reales la vio excesiva, más, teniendo en cuenta que había sido operado sin anestesia y utilizando como herramienta quirúrgica una navaja de Albacete.
El señor Juan Veremundo, intrigado por la expeditiva metodología terapéutica de Blas, indagó respecto a su titulatura médica y descubrió que el diploma de cirujano expedido por la Universidad de Desollacabras del Monte que alegaba poseer era de dudosa naturaleza y no se encontraba asentado en el Registro Nacional de Títulos Universitarios, y eso le sentó muy mal y presentó denuncia por intrusismo laboral ante el escribano municipal Juan Bautista de Mauleón y Arellano.








En base a esta acusación, un comité de expertos formado por el susodicho escribano, el fiscal municipal Juan Domingo de Iriarte y otros vecinos de calidad de Piedramillera dictaminaron que Blas no era más que un curandero ejerciendo con licencia municipal obtenida con engaño, y decidieron, por cuenta propia, en unión de Juan Veremundo, ir a apedrear como castigo la casa del presunto cirujano. No se tomó a bien Blas la ejecución de esta sentencia y, a su vez, presentó denuncia contra la comisión, alegando en el juicio que él era proveedor de salud y que sus conocimientos los había adquirido la noche en que se le presentó el espíritu de su abuela, también sanadora, para otorgárselos. Probablemente, Blas de Lázaro se hizo con los servicios de un buen letrado, porque Juan Bautista de Mauleón y el resto de los alborotadores terminaron entre rejas por desórdenes públicos, según atestigua otro proceso judicial con referencia ES/NA/AGN/F146/206805 del AGN, así que nuestro presunto cirujano siguió ejerciendo para bien o para mal de los vecinos de Piedramillera.

Quien nos iba a decir a nosotros que un pequeño pueblo como Piedramillera atesoraba tanta enjundia histórica, por lo cual, para hacerle el honor, hoy lo visitaremos con el vehículo más histórico que tenemos, nuestro querido sidecar soviético entrado en años DNEPR MT-16. En cuanto a su fiabilidad, confiaremos en la misericordia de San Glas, patrón de los moteros, para que nos libre de averías en esta jornada, y por si el santo necesitara ayuda, nos encomendamos también a la bondad del arcángel Nieto, que está en los cielos.

Sobre tres ruedas y con un carricoche adosado que no corre, pero tampoco frena, y que se obstina en sacarte de la trazada en cada curva, se ve la carretera de otra manera, sobre todo la ocupante del sidecar, dotada de valor a raudales, y aunque tan solo 20 kilómetros nos separan de Piedramillera, a 80 por hora, como mucho, por la NA-6340 primero y después por la NA-7410, es una distancia que se convierte en un recorrido que da para contemplar el paisaje con detalle, porque hay que tomárselo con parsimonia.
Piedramillera se alarga a la vera de la carretera NA-7410, que va de Oco a Otiñano, en Tierra Estella, en el valle de la Berrueza. Su vecindario no llega a las 50 almas que se cobijan en moradas repartidas entre tres calles, más o menos paralelas, empinadas y de trazado irregular, obligadas a ello por haberse empeñado en escalar la ladera sur de la sierra de Dos Hermanas. Pero, no hay mal que por bien no venga, porque este empeño por encumbrarse ha dotado a Piedramillera de unas vistas espectaculares del valle.

El nombre le viene al pueblo, al parecer, porque se asentó en el lugar en el que los romanos colocaron un miliario o piedra millar, que era un pedrusco tallado con el que marcaban las distancias en sus calzadas. No ha quedado memoria sobre el color que tenía la piedra del miliario que dio lugar al pueblo, pero entre el caserío de Piedramillera no faltan mansiones blasonadas, de piedra rosácea, y de ese color es también casi toda la Iglesia de Santa María, que en el siglo XVI decidió subirse a lo más alto, aunque parece ser que en el siglo XVIII ya se habían acabado los peñascos de este color, porque el campanario, construido en esa centuria, se ha quedado algo más pálido.


Aunque con pena por las impresionantes vistas, hemos de abandonar Piedramillera para saldar una deuda y que por proximidad hoy es el día ideal. Volviendo sobre nuestros pasos en dirección a Oco, a la altura del kilómetro 1,500 de la NA-7410, un cruce a la derecha y dos kilómetros por una carreterita estrecha nos dejan en Learza, un antiguo señorío dependiente de Etayo y que por negligencia no visitamos cuando correspondía. Esa carreterita muere allí mismo, a las faldas de la sierra de Cábrega, en un entorno ensimismado y despreocupado del resto del mundo en el que seguramente la carreterita se ha muerto de felicidad.

Learza se configura alrededor de una plaza, más o menos cuadrada, en cuyo centro tiene un jardincito circular con un pequeño crucero en medio. Ni siquiera es una aldea, son varias naves agrícolas, un lavadero, una casa de labranza, un palacio rural y la iglesia de san Andrés. Cualquier aspirante a eremita que se precie tiene en Learza su sitio ideal, un remanso de paz y tranquilidad, una pequeña maravilla, humilde y apacible, donde el tiempo ha hecho un receso. Atrás quedaron pasados esplendores, aunque fueran de andar por casa, cuando fue señorío del marquesado de Vesolla o del vizcondado de Valderro y sus palacianos, más granjeros que aristócratas, se mostraban diligentes para que sus cosechas llegaran a buen término y sus gorrinos se criaran lustrosos.

Nosotros hemos tenido suerte porque aparecer en el lugar montados en un sidecar de época ha atraído la curiosidad del actual dueño del palacio de Learza, a quien no hemos creído conveniente interrogar sobre si es marqués, vizconde o únicamente ciudadano de a pie, pero que gentilmente se ha ofrecido a mostrarnos la iglesia, a pesar de que sólo se admiten visitas los lunes. Y bien merece la pena el escrutinio de este templo. San Andrés de Learza es del siglo XII, de un románico tardío, aunque tiene un pórtico neoclásico del siglo XVIII y está declarada monumento histórico artístico. No extraña esta catalogación porque la iglesia muestra una apostura espléndida, para lo que han sido necesarios trabajos de restauración que le han devuelto su aspecto primigenio en la medida de lo posible. Su interior desprende una solemnidad que toca la fibra hasta de los más impíos y se encuentra presidido por un espectacular retablo policromado de alrededor de 1600 que merece la pena contemplar con detenimiento.


De contemplación se puede uno hartar en Learza, no sólo de la iglesia sino de todo el conjunto, aun tratándose de un escenario pequeño, sobre el que, probablemente, representaron las comedias o tragedias de sus vidas actores menos significados que los de Piedramillera, al menos no hay constancia escrita de peripecias de nivel, pero no por ello dejaron de forjar una historia humilde e íntima, que para tranquilidad de sus protagonistas no les llevó a la dudosa celebridad de los procesos judiciales que ahora se atesoran en el Archivo General de Navarra.