Andanza CXXVI: Orísoain - Orkoien
Día: 18/04/2021
En ocasiones la historia se
comporta de manera caprichosa y, de vez en cuando, lo comprobamos durante la
sustanciación de estas Andanzas nuestras. Todo depende de quien la cuente,
porque contadores de historia hay muchos, unos por activa y otros por pasiva,
cado uno de su padre y de su madre. La historia la cuentan las personas, pero
también la cuentan las cosas. Los individuos que cuentan historia, si lo que
narran es contemporáneo a su existencia o próximo en el tiempo, tienen gran
credibilidad, a no ser que se muevan por intereses sibilinos, que los hay y los
ha habido muy reputados. En cambio, si su existencia se encuentra más o menos
alejada de lo que pretenden historiar, este distanciamiento hace que su relato
vaya perdiendo consistencia, aunque algunos procuran documentarse lo mejor
posible antes de contar nada.

En cuanto a lo que cuentan las
cosas y cómo lo cuentan, hoy no vamos a entrar en detalles, porque allá por el
año 2017, cuando paríamos la Andanza XCVII, ya hacíamos mención a la verborrea
que tienen ciertas cosas, como las piedras, que hablan, y hablan mucho. Nos
referíamos entonces a la relación entre las piedras con cicatrices y sus
causas, aunque el hablar de las piedras es un hablar un tanto confuso, que da
pie a interpretaciones dispares, si bien, el desciframiento de lo que dicen
siempre comienza con la observación y termina con el pretendido conocimiento de
los acontecimientos.

Pero resulta que las piedras con
cicatrices no suelen ser amigas de contar la historia lineal, ni la política, ni
la de los grandes personajes, y como se encuentran a sus anchas en
arquitecturas humildes y destartaladas, son más de confesar secretos de andar
por casa. Ahora bien, hay que tener cuidado con lo que dicen porque, a veces,
pretenden engañar. Entonces, si a la hora de interpretarlas, a sus fingimientos
sumamos que, digan lo que digan las piedras, nosotros entendemos lo que nos
parece y se nos antoja que lo mejor es mirarnos al ombligo antes que darles
crédito, apaga y vámonos.

Con esta predisposición a la mirada
de corto alcance, a la historia-ficción, a ser engañados por las piedras y,
también con premeditada mala fe, porque sabemos que este pasado a rememorar va
a existir únicamente en las cosas que contaremos sobre él; sin un ápice de
remordimiento, arrancamos la moto dispuestos a bucear en los misterios de las
dos localidades que son el objetivo previsto a visitar, de nombre Orísoain y
Orkoien. La primera perteneciente a la Merindad de Olite, situada a 30
kilómetros al Sur de Pamplona y la otra vecina a la capital, ubicada en su
misma Cuenca, a tan solo 5 kilómetros.

La predisposición transgresora de
la que hablamos viene dada, en gran parte, con motivo de nuestra aparición en
Orísoain, un lugar de la Valdorva, de poco más de 70 habitantes, al que se llega
por la carretera N-121, cogiendo un cruce a la izquierda según se baja, a la
altura de Barásoain. Orísoain tiene un
viejo palacio, que es el que nos ha predispuesto. Aunque en la actualidad está
reconvertido en alojamiento rural, fue Palacio Cabo de Armería, de los que
retienen historias y cuyas piedras hablan a voces, al menos nos han hablado a
nosotros, gracias a la predisposición de marras.
Nos ha hablado la clave de su
portalón, que tiene un escudo de cinco fajas de gules, y es de lo más locuaz, y
nos ha contado, o al menos esto es lo que hemos entendido, que el suyo fue un
linaje privilegiado, tanto como el de tener su palaciano derecho a iniciar la
vendimia tres días antes que los demás vecinos del pueblo y que por esta poca
cosa la moral del resto del vecindario se encontraba socavada.
Ocurrió así que un día, dice la
piedra, allá por septiembre del año 1568, el bueno de Martín de Elizalde, por
entonces señor del palacio, al alimón con su suegro don Pedro de Elío, se
fueron a vendimiar tres jornadas antes que los demás, según era su derecho
ancestral. No lo hicieron por joder, aunque la piedra tiene alguna duda al
respecto, sino porque el día invitaba a ello y las uvas ya estaban en sazón. Lo
de vendimiar, siendo señores del palacio, es un decir. Fueron con mula y
pertrechos: mesita, sillas de mano y sombrilla, magras con tomate y vino en
frasca de barro.

Y así, tan ricamente, los dos
hidalgos se encontraban vendimiando con la vista, a la orilla de sus viñedos,
empinando el codo, trasegando magras e incentivando a grandes voces la labor de
sus jornaleros, cuando, de manera sorpresiva, aquella escena bucólico-campestre
tan bella se vio bruscamente truncada por una lluvia inesperada, pero no de
agua salutífera, que hubiera sido bien recibida por la vid sedienta, sino por
un chaparrón de boñigas de vaca, de generosas dimensiones, las cuales, cual
proyectiles endiablados, impactaron en las jetas de los señores hidalgos, en
las magras con tomate y, con suma habilidad, penetraron en el interior de la
frasca de vino. Don Martín y don Pedro no daban crédito a lo ocurrido y, por su
posición, jamás imaginaron ver llover excrementos sobre sus personas.

Cuenta la piedra que el estamento
de labradores de Orísoain, muy mohíno y muy en contra de privilegios en el
calendario agrícola, reunido en asamblea nombró una comisión de entre sus
integrantes, de "echados palante" y pelo en pecho, la cual,
conociendo la rutina del palaciano, tuvo a bien buscar el lugar adecuado junto
a las viñas del señor, oculto de miradas indiscretas, y desde allí,
preventivamente enguantados todos los conjurados y surtidos sobradamente de
deposiciones de ganado vacuno cual munición, hicieron llover aquel maná sobre
los caballeros.

Una vez repuestos del sobresalto
los agraviados, con gran desazón en el cuerpo por ver las magras y el vino
malogrados, alcanzaron a vislumbrar de dónde provenía el origen de sus males,
que era de unos matorrales próximos, tan espesos que no se veía figura humana,
pero si se oían grandes carcajadas y consiguieron escuchar claramente
improperios como “Sean vuestras mercedes bien servidos, pues gran tempestad de
mierda os ha descargado sobre las espaldas por vendimiar a deshora. Id con
Dios”.

Semejante atrevimiento fue muy en
menoscabo del honor de don Martín y don Pedro, quienes mentaron, a grandes
voces también, a las madres de los comisionados en los matorrales, aunque estos
no se dieron por enterados e hicieron oídos sordos. Los señores amenazaron
igualmente con elevar pleito ante la Corte Mayor de Navarra, cosa que cumplieron,
pero la piedra no ha entrado en detalles respecto al sentido de la sentencia
del proceso. O no lo sabía o no quiso decírnoslo; de todas formas, lo de las
magras con tomate nos hizo sospechar respecto a la mucha imaginación y fantasía
de la piedra en su elocuencia, pues, aunque el tomate llegó a España a
principios del siglo XVI, su uso culinario no se extendió hasta bastante
después, así que los hidalgos difícilmente pudieron almorzar magras con esa
salsa el día del altercado, y luego nos echan la culpa a nosotros de que nos
inventamos lo que nos parece.

La piedra nos ha puesto la cabeza
loca a la puerta del palacio y, aunque su cháchara ha resultado amena, debemos
continuar con nuestra misión. De camino hacia Orkoien, antes de incorporarnos a
la N-121 dirección Pamplona, hacemos una parada en la ermita de Katalain,
porque merece la pena contemplar su románico, en especial su bella fachada
occidental, sobria pero que no deja de tener cierta monumentalidad. Seguimos, y
Pamplona la dejamos a la derecha circunvalándola por la A-15, plantándonos en
Orkoien por la NA-700.
Orkoien ya no es lo que era, no
sabemos si para mejor o para peor, depende del gusto de cada uno. Ahora forma
parte del área metropolitana de Pamplona, con las ventajas y los inconvenientes
que eso tiene. Su población se ha multiplicado exponencialmente desde 1970,
cuando se inició la industrialización del municipio. Ahora tiene más de 4000
habitantes, cuando a principio de los 70 no llegaba a los 250.
Esta condición de localidad
industrial y ciudad dormitorio se ha materializado en el abandono de su antiguo
perfil agrícola y en su deserción de la Cendea de Olza, a la que perteneció
hasta 1991, año en que se constituyó como municipio independiente. El aumento
de población ha conllevado la ejecución de un nuevo planeamiento urbanístico,
con la construcción, esencialmente, de viviendas residenciales ordenadas a
escuadra y cartabón. Del pueblo viejo poco queda ya, sin embargo, aún sobrevive
algo en lo que hoy en día es el límite occidental del municipio.
En este espacio, en lo más alto
del caserío, se encuentra la Iglesia de San Miguel, el principal monumento que
ha subsistido y en las calles de los alrededores todavía se conservan también
algunos caserones engreídos, para refrescarle la memoria a la gente, y
reconozca que ésta es la parte antigua del pueblo. La iglesia es de estilo
gótico, del siglo XIII, edificada, al parecer, sobre otra anterior románica.
Probablemente, aquí se debió ubicar alguna torre defensiva o de vigilancia,
teniendo en cuenta su situación estratégica y de privilegiada visibilidad.

Desde aquí hay una panorámica
espectacular de Orcoyen y parte de la Cuenca de Pamplona y por eso se ha
habilitado un mirador. El templo, a pesar de la edad, luce magnífico, cosa que
se nos hace un tanto extraña. Seguramente tiene más retoques que Ortega Cano.
Será por eso que sus piedras son poco expresivas. Con tanto cemento nuevo han
perdido la memoria y no nos dicen ni mu. En fin, no hay mal que por bien no
venga, de manera que el poco alboroto de las piedras nos proporciona la
necesaria paz para la contemplación del espléndido paisaje de la Cuenca de
Pamplona en un día luminoso como hoy.
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