Andanza CVIII: Luzaide/Valcarlos
Día: 30/12/2018
Seguramente es sólo sugestión a
la vista de lo que se avecina, pero medio en sueños nos ha parecido oír el
olifante de Roldán pidiendo auxilio. El tañedor era el Roldán medieval, el Par
de Francia, y no el de aquí, el mangante contemporáneo, porque ése nunca ha
sabido tocar ningún instrumento. Dicen las crónicas que el Roldán medieval la
palmó subido en un peñasco en el alto de Ibañeta, soplando el olifante, que es
una trompeta rústica hecha de cuerno de cabra. Dicen que sopló tarde y mal, por
orgulloso. No quiso avisar a su tío, que estaba tan tranquilo en Valcarlos,
echando una partida de ajedrez. Por no pedir socorro a tiempo, entre moros y
vascones le comieron la tostada, a él, al arzobispo Turpin, a Oliveros y a la
flor y nata de la caballería francesa. Y cuando su tío Carlomagno, que andaba a
la caza del alfil de su contrincante, oyó a lo lejos el bramar del olifante, se
dijo: ¡Ay, Dios, ya me han jodido los moros la retaguardia!
Efectivamente, los moros y esos
otros que no eran moros sino montañeses de por allí, algunos parientes lejanos
de los moros, le dieron matarile a Roldan y a los suyos según volvían a casa,
en venganza por echar abajo las murallas de Pamplona. Carlomagno no llegó a
tiempo y el infortunado Roldán pagó los platos rotos, por ir el último y
también un poco por macarra. Más le hubiera valido pedir auxilio antes, pero
no, -pa chulo yo, que puedo con todos- pensó, y así le lució el pelo.
A la vista está que cruzar los
Pirineos en aquellos tiempos tenía sus riesgos y Roldán lo experimentó en sus
propias carnes. A nosotros hoy nos toca ir para esas tierras y de ahí que nos
hayamos levantado sugestionados con el ruido del olifante avisador de peligros.
Pero, bien pensado, no era lo mismo transitar por los Pirineos en el siglo VIII
que hacerlo en la actualidad. Ahora no hay moros ni vascones cabreados al
acecho en los desfiladeros, que se sepa. Ni nosotros hemos destruido las
murallas de Pamplona; es más, ni siquiera teníamos intención de pasar por la
capital, por si acaso.
Entonces, no hay miedo. Al
contrario, cuando toca visita al Pirineo aceptamos el destino cual bendición
del cielo y cumplimos la misión sin vacilaciones y con poca prisa,
deleitándonos, a sabiendas de que tras la consumación de esta Andanza siempre
nos quedará un regusto amable, saturado de verde, de azul, de horizontes
cerrados por montañas y de horizontes abiertos por valles. Y como la
providencia tutelada que nos mueve dice que debemos ir a Valcarlos, asegurados
están semejantes gozos.
El pobre Roldán no llegó a
Valcarlos porque no lo dejaron, ni en su trance debió disfrutar mucho del
Pirineo. Una pena lo de ese señor. Nosotros sí vamos dispuestos a hacerlo y
engrosar sensaciones y para ello, como aperitivo, nada mejor que aproximarnos
rodando por la NA-1720, atravesando el valle de Arce de Sur a Norte, a
contracorriente del río Urrobi. Son paisajes para ir abriendo boca. El Urrobi
es un río humilde que sólo mantiene ese nombre durante 32 kilómetros, hasta
desvanecerse en el embalse de Itoiz. Aunque de vida efímera es bravío, de aguas
cristalinas, siempre empecinadas en erosionar el roquedo con un constante
martilleo. Y así, con el rumor de sus ímpetus, nos acompaña hasta un camping
que le ha cogido prestado el nombre al río, situado a la vera de la N-135,
serpenteando las quebraduras de un terreno en continuo ascenso.
Luego viene una llanura y, un
poco más allá dirección Francia, asoma Burguete, que es un pueblo-calle
pirenaico, cuya arquitectura es fiel reflejo de la extrema climatología de la
zona, y de cuyas bondades ya dimos cuenta en la Andanza XX, allá por junio de
2014, así que quien quiera refrescarse la memoria ya sabe dónde. En seguida y
antes de empezar a trepar por Ibañeta está Roncesvalles, pero también pasamos
de largo porque todavía no toca visita a este lugar, sin embargo aquí ya se
nota la huella de Roldán. Hay una estatua suya reciente junto a la Colegiata,
en la que se le representa agonizando al lado de su caballo después de que los
moros, o los vascones, o quien fuera le dieran pal pelo. El olifante se le ha
caído entre las piernas, en un sitio que da pie a que las mentes sucias vean a
Roldán como un superdotado, y no precisamente por tener un coeficiente
intelectual elevado.
Continuamos rodando un poco
cuesta arriba, hasta encaramarnos en Ibañeta. Donde culmina la carretera está
la ermita de san Salvador y un poco a la izquierda otro monumento en recuerdo
de Roldan. Es un monolito expoliado recientemente. Algún coleccionista de
recuerdos se ha llevado la espada y las mazas que lo adornaban. Desde aquí la carretera
se deja caer hasta Luzaide/Valcarlos -ese es el nombre oficial de nuestro
destino- por una pendiente estrecha y vertiginosa, aunque de fascinante
panorámica, adornada hoy con jirones de niebla
enredados entre su espeso arbolado.
Luzaide/Valcarlos es un pueblo de
barrios diseminados y montaraces, situado a 2 kilómetros de la frontera, a unos
64 de Pamplona y 12 de Saint Jean Pied de Port, ya en territorio francés, en la
muga con la Baja Navarra, en lo que fue la Tierra de Ultrapuertos, perteneciente
al antiguo Reino de Navarra. Por esa proximidad los vínculos entre las gentes
de ambos lados de la frontera son muy intensos, al margen de cualquier división
administrativa.
Valcarlos se dispone en un valle
angosto y abrupto, asediado por bosques plagados de innumerables regatas que se
precipitan en caída libre. Tiene algo menos de 400 habitantes cobijados en esos
barrios de los que hablábamos, desparramados, esquivos y díscolos. Son los
barrios de Aitzurre, Azoleta, Bixcar, Elizaldea (núcleo principal donde se
concentran los servicios), Gaindola, Gainekoleta, Pekotxeta y Ventas o Pertole.
Este último, como su nombre indica, está enteramente entregado al comercio, al
cual los vecinos franceses acuden a surtirse de aquellos productos que en su
país son un pelo más caros.
No sólo de leyendas carolingias
vive Valcarlos. Es la puerta española del Camino de Santiago, lugar de pausa y
acopio de ánimo de todos aquellos peregrinos decididos a acometer la subida a
Ibañeta, para después dejarse caer hasta Roncesvalles, punto de parada
histórica. Un monumento evoca la tradición jacobea de Valcarlos. De la mano de
Jorge Oteiza surgieron seis estelas antropomorfas con las que el autor
simbolizó el milagro del peregrino muerto en los puertos de Cize que es llevado
a Santiago por el propio Apóstol. Se encuentra frente a la iglesia, en el
barrio de Elizaldea.
Ya es media mañana y un jirón de niebla desgajado de las alturas se ha empeñado en arropar una parte de Valcarlos. Encima de su caserío está enzarzado en una lucha a brazo partido con el sol. En este rifirrafe parece que tiene las de ganar el sol, sobre todo porque a estas horas ya se ha hecho fuerte y tiene el suficiente poder para disipar con sus casi 18 grados a la niebla timorata. Nosotros observamos la pelea desde la terraza de la Venta Ardandegia, con un plato de calamares y vino para acompañar, discurriendo sobre qué lugar es el más idóneo para comer hoy. Se nos ha ocurrido que ese sitio es Nagore, viejo conocido, desandando lo andado por el valle de Arce y donde el río Urrobi pierde su nombre. Que así sea.

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